El que llegaría a ser rey de España como Carlos I, y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, con el nombre de Carlos V, nació el año 1500 en Gante, hoy una de las ciudades más bonitas y vivas de Flandes. Vivió cincuenta y ocho años, cuarenta de los cuales fueron una mezcla apasionante de grandezas y miserias, o sea de poder. Terminó sus días en un refugio que fue preparando cuando los sinsabores del gobierno y de la vida empezaron a hacer mella en su ánimo imperial: el Monasterio de Yuste. Durante su mandato el poder femenino tuvo una importante presencia, pues gracias a tres mujeres, honestas e inteligentes gestoras, fue posible el gobierno del Imperio del César: Margarita de Austria, María de Austria, reina consorte de Hungría e Isabel de Portugal.
Las mujeres de su familia
En lo refente a su madre Juana, antepuso los intereses de la corona a cualquier otra consideración sentimental. A pesar de sus posibles desequilibrios emocionales, la madre del Emperador tuvo juicio suficiente para apoyar a su hijo ante los intentos de arrebatarle el poder por parte de los Comuneros, y la primera reina de España, prisionera y sola, se mantuvo firme y leal a su hijo Carlos.
Fue criado en la corte borgoñona de Maximiliano I por su tía Margarita, que vino al mundo en Bruselas, hoy capital de Bélgica y sede administrativa de la Unión Europea. Viuda dos veces y sin hijos, se refugió en la corte familiar y se dedicó a criar a cuatro de los hijos de su hermano Felipe y la reina Juana: Leonor, Carlos, María e Isabel. Fernando y Catalina crecieron en España.
Su sobrino Carlos dejó en sus manos el gobierno de los Paises Bajos durante largos periodos. Fue una magnífica representante de su majestad. Culta, inteligente y con temple, tuvo un papel esencial en 1529 al firmar con Luisa de Saboya (madre del francés Francisco I), la conocida como «La paz de las Damas». Margarita tuvo tiempo para el mecenazgo artístico y las humanidades, haciendo de la corte de Malinas, hoy una próspera y bellísima ciudad entre Bruselas y Amberes, un centro cultural de primer orden.
Las hermanas de Carlos V
Su hermana María de Austria nacida también en Bruselas, fue reina consorte de Hungría, país donde era muy amada. Al enviudar volvió a Malinas y tras la muerte de su tía ocupó su lugar como Gobernadora de los Paises Bajos. María fue la más notable inteligencia de la familia. Gran administradora y excelente política, honesta y leal a su hermano Carlos, aunque sentía predilección por Fernando. A ella le debe la historia el entendimiento entre ambos, gracias a lo que se mantuvo a salvo la dinastía.
Fue una sabia coleccionista de arte, de ella partió el acercamiento de Tiziano al Emperador y hoy cuelgan en el Museo del Prado algunas joyas que le debemos a esta interesante mujer, entre otros: su encargo a Tiziano del extraordinario retrato Carlos V a caballo en Mühlberg, y el Descendimiento de Rogier van der Weyden, que compró en una iglesia de Lovaina y llegó a Madrid por inciativa de su sobrino Felipe II, o la Cacería en el castillo de Torgau en honor de Carlos V, adquirida también por María.
Leonor, vino al mundo en Lovaina, actualmente una ciudad que basa su prosperidad en la cultura, es la ciudad universitaria flamenca más importante, y lo es desde 1425. A pesar del buen entendimiento de los hermanos, Carlos no dudó en utilizarla en dos maniobras políticas. Dos veces se casó esta hermosa y refinada mujer para servir a los intereses del Imperio. Primero con el rey portugués, Manuel I «El Afortunado» (impulsor del Monasterio de los Jerónimos de Belém), viudo de dos de sus tías, con quien tuvo dos hijos. Al fallecer Manuel en Lisboa en 1521, un nuevo matrimonio, esta vez con Francisco I de Francia, surge de una de las cláusulas del Tratado de Cambrai o de «Las Damas», que selló la paz (más bien tregua), con el francés. Al morir Francisco, que la despreció y humilló continuamente, Leonor se refugia con su hermano Carlos. Con él y su hermana María vive sus últimos años en el Monasterio de Yuste. Los tres fallecieron en 1558 con pocos meses de diferencia.
Isabel fue reina consorte de Dinamarca por su matrimonio con Cristian II de sobrenombre El tirano. Falleció el 19 de enero de 1526, con 27 años, unos meses antes de la boda de su hermano con Isabel de Portugal, y lejos de su reino pues fueron depuestos del trono. Y a Catalina, la más pequeña, que vivió su infancia recluida con su madre en Tordesillas, la rescató de su encierro para casarla con su primo Juan III de Portugal, con quien tendría nueve hijos. Juan era hermano de la emperatriz Isabel. Aunque Catalina siempre se lo agradeció, la verdad es que fue otro peón más en la política de alianzas matrimoniales que practicó el Emperador.
Amores de juventud, las otras mujeres de Carlos V
A pesar de que la relación con la viuda de su abuelo Fernando, Germana de Foix, de la que nació Isabel de Castilla, ha sido la más comentada a lo largo de los tiempos, quizá por el morbo de ser su abuelastra, si nos fijamos en las fechas documentadas, entre el nacimiento de esta niña en 1518 y los años 1522/23, Carlos fue padre de otras tres criaturas, lo que demuestra al menos, que su pasión era repartida con igual interés por varios lugares de su imperio. De la niña Isabel se tienen escasísimos datos, fue criada y educada en la Corte de Castilla y en el testamento de su madre, que acabó siendo Virreina de Valencia, se refiere a ella como Infanta de Castilla e hija del Emperador.
En el Convento de Madrigal de las Altas Torres, cuna de Isabel la Católica, acabaría otra hija del emperador; Juana de Austria nacida en 1522. Allí vivió al calor de dos titas, ambas llamadas María, y ambas hijas naturales de Fernando el Católico, hasta su temprana muerte con sólo tres años. Hija de una joven de la que no se tienen datos concretos salvo que era amiga del conde de Nassau, entonces un ducado alemán cuya capital era Weilburg. Con ella compartió un corto romance que le valdría a la joven una residencia solitaria y triste en el convento abulense donde fue recluida con su hija.
También en 1522/23 nació Tadea de Austria, hija de una hermosa italiana nacida en Perugia, la bellísima capital de la Umbria, Ursolina della Penna, que tuvo más suerte que Juana y aunque vivió discretamente, no acabó escondida en un convento. Acabó sus días en Roma, por lo que es conocida como «La niña de Roma». De la madre se sabe poco, más allá de que volvió desde Flandes a Perugia donde dio a luz a Tadea.
En el mismo fértil año de 1522, vino al mundo Margarita de Parma, fruto de los amores del Emperador con Juana María van der Gheynst. De la misma edad que Carlos, lo deslumbró por su belleza viviendo un romántico y fugaz idilio al que ayudaron los paseos fluviales por el Rhin. En 1529 Carlos, por la insistencia de su tía Margarita, firmó un documento en el que reconocía a la pequeña como su hija, que fue educada por Margarita y María, y como ellas llegó a ser Gobernadora de los Paises Bajos, durante el mandato de su medio hermano Felipe II.
Un amor imperial nace en Sevilla, la mujer más importante para Carlos V
Nada más lejos de la imagen de una mujer objeto que la presencia en el imperio, de Isabel de Portugal. La nieta de los Reyes Católicos tuvo muy claro antes de conocer a quien sería su esposo, y ante las posibilidades de boda que le ofrecía el entramado político, que sería él y no otro quien la desposaría. Hizo suyo el emblema de César Borgia «O César o nada», y aquella culta y hermosa portuguesa consiguió su propósito y se desposó con su primo el 11 de marzo de 1526, ante un altar improvisado en el histórico Cuarto Alto del Palacio de Pedro I del Alcázar de Sevilla. Dejó atrás su amada Lisboa y se dedicó en cuerpo y alma a engrandecer el imperio más grande de Europa.
De aquel acuerdo político, que fue en principio esta historia, surgió un amor que habría de durar todos los años que vivió en España, que no fueron muchos. El embajador de Portugal, Azevedo Continho dejo escrito: «en cuanto están juntos, aunque todo el mundo esté presente, no ven a nadie… ambos hablan y ríen, que nunca hacen otra cosa…»
En mayo Carlos decide trasladarse a Granada para conocer con su amada la emblemática Alhambra, pero antes pasan por Córdoba como hacen las rutas turísticas ahora, acercándose a conocer ese triángulo extraordinario que forman (Córdoba, Sevilla y Granada). Y en Granada se enamoran de la Alhambra. Tanto le gustó la Colina Roja al Emperador que comenzó en ella la construcción del magnífico palacio que lleva su nombre.
En aquel idílico refugio fue concebio el heredero Felipe y allí vio truncada Isabel su vida privada por primera vez. Los acontecimientos internacionales los llevaron con urgencia a Valladolid acabando la plácida «luna de miel». Isabel no salió nunca de España, pagó con muchos momentos de soledad el poder de su inquieto marido, y gobernó el reino en sus ausencias con sabiduría y eficacia. Dicen que lloró mucho y amo siempre al Emperador.
En su labor de procurar hijos al imperio también cumplió de largo. De los ocho embarazos que tuvo la Emperatriz, sólo sobrevivieron tres hijos: Felipe, María y Juana. Las dos hijas cuyos matrimonios sirvieron de alianzas políticas con Portugal y con Flandes, acabaron sus días en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, que fundara la pequeña, Juana.
El 1 de mayo de 1539 a consecuencia de las complicaciones de un aborto, Isabel falleció sumiendo a Carlos en una severa depresión.
La última ilusión, la madre de Juan de Austria, último hijo de Carlos V
Siete años después de la muerte de Isabel, conoció Carlos V en la ciudad bávara de Ratisbona a una bella y alegre joven, Barbara Blomberg, que contaba entonces diecinueve años. Fue para el emperador un soplo de aire fresco. De aquel soplo nació Juan de Austria. A ella la casaron tres años después con Jerónimo Pyramus Kegel, que se hizo cargo de don Juan, a quien daría su nombre.
Viuda desde 1569, recibió desde entonces una pensión del Emperador y después de Felipe II, lo cual dice mucho del interés de Carlos por aquella belleza alemana. A Juan se lo llevaron a Castilla y en 1554, su padre lo reconoció en secreto. Guapo, alegre, y valiente, decía de su hermano Felipe que era un triste, llevaba en la sangre la pasión por la vida de su madre y llegó a ser un héroe al servicio de la Corona Española.
Bárbara, indómita y libre mujer adelantada a su tiempo, escapó al destino conventual que le reservaba su rol de ex amante de un grande, y tanto casada como viuda, amó a quien quiso y disfrutó de la vida a pesar de su historia. Vivió sus últimos años en Ambrosero (Cantabria), allí hay un barrio conocido como La Madama, sobrenombre por el que se la conocía. Para saber más de su vida os recomendamos la lectura de La pasión última de Carlos V, de María Teresa Álvarez