El Monasterio de los Jerónimos de Belém, vecino de la icónica Torre de Belém, en el barrio del mismo nombre de la ciudad de Lisboa, se levanta en una zona que ha cambiado mucho desde el siglo XVI, cuando comenzó su construcción. Hoy toda esta zona es tierra firme, pero entonces el mar se acercaba mucho a los muros del monasterio. Lo dejan bien claro las antiguas pinturas y grabados del lugar. Las embarcaciones llegaban a la playa de Restelo, que le daba nombre a una vieja ermita. El susurro del agua se escuchaba en los dormitorios de los cien monjes que habitaban el convento.
Allí hubo antes una ermita y después una iglesia parroquial (Santa María de Belém), fundada por el infante Enrique el Navegante que dejó al cuidado de los monjes de la Orden de Cristo. En ella se encomendaron a Dios Vasco de Gama y sus hombres antes de partir para lo que sería el descubrimiento de la ruta hasta las Indias (el sueño de Colón). Sobre este sagrado lugar ideó Manuel I en 1495, nada más llegar al poder, levantar este magnífico monasterio, con la idea de hacer aquí el panteón dinástico de la Casa de Avís-Beja.
Manuel I consiguió la bula papal para la futura iglesia del monasterio por parte de Alejandro VI (el español Rodrigo de Borja) en 1496. A cambio debían decirse misas diarias, «por el alma del Infante Don Enrique primer fundador de este lugar (la iglesia anterior), y por la de dicho Señor Rey Don Manuel, y de sus sucesores», además de facilitar a navegantes y peregrinos la posibilidad de confesar y comulgar. Concesiones que le otorgó el papa a los monjes haciendo una excepción, pues éstas eran funciones de las parroquias y de las órdenes mendicantes.
De esta manera podían atender a aquellos hombres que marchaban al mar para formar parte de aventuras de las que no sabían si volverían con vida. Esto explica que haya a lo largo del costado norte de la iglesia, al que está adosado el claustro, una serie de confesionarios vaciados en el muro, a los que accedía el pecador desde la iglesia y el fraile desde el claustro.
Historia de la construcción del Monasterio de los Jerónimos de Belém
Este extraordinario edificio, que comenzó Manuel I y terminó su hijo Juan III, es una obra de suma importancia en la historia y en el arte. Ha sufrido reformas y ampliaciones, algunas poco afortunadas, hasta prácticamente el siglo XX. Nos referimos al largo cuerpo de lo que fue el dormitorio que tenía un magnífico pórtico de unos veintiocho arcos. Fue concebido como pórtico abierto, el célebre «alpendre» , sobre él se construyeron las celdas de los Jerónimos, que miraban al mar. Todo se trastocó y desapareció la decoración manuelina que fue sustituida, con poco acierto, por otra cuya intención, no lograda, era parecer neomanuelina.
La historiografía tradicional ha explicado la construcción del Monasterio de los Jerónimos de Belém como una celebración por las proezas ultramarinas de los descubrimientos portugueses. Pero esa idea es en realidad el envoltorio velado que cubre el verdadero motivo por el que se levantó el edificio.
El Monasterio de los Jerónimos de Belém nació como panteón de una dinastía de reyes, la que llevó a Portugal a ser una gran potencia económica gracias a sus éxitos descubridores. Los documentos hablan de una idea que nace en 1495, tres años antes de que Vasco de Gama llegara por fin a las Indias por el Cabo de Buena Esperanza; cinco años antes del descubrimiento de Brasil; y unos diez años antes de que Afonso de Albuquerque consiguiera para Portugal el monopolio de las rutas marítimas del Océano Índico y del golfo Pérsico. En 1496 ya contaba Manuel I, como hemos visto al principio, con la bula papal necesaria para su construcción.
Manuel I gestó la idea antes de todo esto, cogiéndole el testigo a su tío y antecesor en el trono Juan II (restaurador de las exploraciones Atlánticas iniciadas por Enrique el Navegante), pero el destino, su apoyo incondicional a la aventura oceánica y/o la suerte, se pusieron de su lado. Por algo le llamaban El Afortunado.
Aunque el Monasterio de los Jerónimos de Belém fue fundado en 1501, la primera piedra se colocó el 6 de enero de 1502, festividad de los Reyes Magos, con la clara intención de vincular a la monarquía reinante con la Biblia, es decir con la divinidad. Esto era algo habitual en las mentalidades de la época, como vimos en el Oratorio del Alcázar de Sevilla de quien fuera su suegra por dos veces, Isabel la Católica. De manera que hicieron del Monasterio de los Jerónimos de Belém un nuevo Belén.
Este edificio huele a especias y brilla como el oro y las piedras preciosas que llegaban de las Indias, de Guinea y de otros lejanos lugares que descubrieron los navegantes portugueses. La riqueza con que se construyó proviene de los monopolios de las rutas comerciales que convirtieron a Portugal en uno de los reinos más poderosos del siglo XVI.
Por tanto, es cierto que su historia está íntimamente ligada a la época más brillante del país luso, que sin aquellos logros probablemente el Monasterio de los Jerónimos de Belém no sería lo que es. Pero la idea de Manuel I de Portugal fue construir un panteón real gestionado por la orden española de los Jerónimos. Un panteón orientado hacia la puerta que podía hacer grande su reino: El Océano Atlántico, que acariciaba entonces la orilla cercana al monasterio.
La fortuna llegó después y el Rey la utilizó para dejar un monumento único, una loa a la belleza que reflejara el poder que alcanzó su dinastía, en el que cada pieza ornamental guarda un mensaje simbólico como testimonio: religioso, dinástico y de la diversidad cultural de las tierras descubiertas.
EL Manuelino, estilo artístico con el que se bordó el Monasterio de los Jerónimos de Belém
Este monasterio es el elemento más importante de un programa propagandístico con el que Manuel I utilizó la arquitectura como medio para demostrar su prestigio.
El término «Manuelino» lo creó Francisco Adolfo Varnhagen en su Notícia Histórica e Descriptiva do Mosteiro de Belém de 1842. Este estilo es la manera portuguesa de entender el Gótico final con la mirada puesta en el Renacimiento. Influenciada de manera palpable por la arquitectura hispana de la época de los Reyes Católicos. Podríamos decir que es un Plateresco a la portuguesa. Y es a la portuguesa porque tiene el sello inconfundible de la cultura de Portugal.
En su exuberante decoración, además de la insistente presencia de escudos y blasones nobiliarios, se reparten por los muros: querubines, esculturas de personajes conocidos, puttis renacentistas que conviven con ángeles y cardinas de sabor gótico, símbolos nacionales como la Esfera Armilar, que era el emblema de Manuel I, o la Cruz de la Orden de Cristo, una divisa nacional que iba grabada en los barcos de la época de los descubrimientos.
Y entre ellos aparecen reflejos de la naturaleza, algunos llegados de allende los mares: algas, corales, alcachofas, granadas, hojas de laurel, etc. Además de elementos fantásticos como sirenas, serpientes que muerden su propia cola, llamadas ouroboros, gárgolas góticas, etc. Junto con imágenes propias del cristianismo como uvas, querubines, crucifijos, o el Agnus Dei. A todo esto se suman una serie de elementos relacionados con el mar: redes, barcos, cuerdas y nudos marineros, cuya profusión es evidente en la cercana Torre de Belém.
La huella personal de Manuel I en el arte Manuelino
Para entender el fondo del Manuelino habría que entender bien a Manuel I. El discurso de este estilo, aun siendo anterior a él, tuvo una considerable influencia de su personalidad.
Fue un monarca con vocación mesiánica. Soñaba con una cruzada para unificar el mundo cristiano de Occidente con el legendario reino Cristiano oriental del Preste Juan, para conseguir así ser nombrado «Rey de los Mares», nombre por el que le conocieron algunos autores extranjeros.
Por eso junto con su apuesta oceánica, acarició siempre el sueño de unir su reino con el de los Reyes Católicos para lo que utilizó alianzas matrimoniales, contando con la complicidad de los Reyes Católicos señores ya del Nuevo Mundo. En un intento de unificar las coronas portuguesa y castellano-aragonesa, se casó con dos hijas y una nieta de los Reyes Católicos:
1. Isabel de Aragón, hija mayor de los Reyes Católicos, viuda de don Alonso, anterior heredero y primo de Manuel I. Isabel murió en el parto de Miguel de la Paz, quien falleció siendo un niño.
2. Su segundo matrimonio fue con María de Aragón, cuarta hija de los Reyes Católicos, que le dio diez hijos, siendo el primero Juan III, heredero de Manuel I. A la muerte de ésta volvió a casarse, esta vez con su sobrina.
3. Leonor de Austria, hija de Juana y Felipe el Hermoso y hermana de Carlos V. Matrimonio del que nacieron dos hijos, un varón que falleció a los pocos meses de nacer y María de Portugal, guapa y culta mujer, gran protectora de las artes.
La naturaleza afectada por la insistente endogamia familiar, puso muy caro el proyecto de unión de ambas coronas y fue cruel con los varones (únicos posibles herederos del reino).
Juan III, hijo de Don Manuel y de María, insistió en la política de alianzas matrimoniales entre España y Portugal. Juan se casó con su prima Catalina de Austria, hija menor de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, hermana por tanto de Carlos V. Catalina había pasado su infancia recluida junto a su madre en Tordesillas y ser Reina de Portugal parecía un premio. Pero estuvo lleno de amarguras.
Tuvieron nueve hijos, la mayoría fallecidos muy pronto. Heredó el trono Juan Manuel, el octavo hijo, que falleció muy joven también, aunque tuvo tiempo de dar a Portugal un heredero fruto de su matrimonio con su prima, la magnífica Juana de Austria, hija de Carlos V. Conocido como Sebastián I «El Deseado» que falleció en la batalla de Alcazarquivir (Marruecos). Le sucedió su tío-abuelo Enrique I, que murió también sin descendientes.
La ansiada unión de ambos reinos no se hizo realidad hasta que su nieto Felipe II de España reinó en Portugal como Felipe I, por el derecho dinástico que le otorgaba ser hijo de Isabel de Portugal (2ª hija de Manuel I y María de Aragón, y esposa de Carlos V). Esta unión de las coronas duró desde 1580 hasta 1665, cuando Felipe IV de España perdió sus derechos en la Guerra de Restauración Portuguesa.
La historia se hace arte en el Monasterio de los Jerónimos de Belém
El Monasterio de los Jerónimos de Belém está considerado como la joya del estilo Manuelino. El proyecto inicial se debe al arquitecto francés Diego Boytac, que llevó las obras hasta que en 1516 le sucedió el español Juan del Castillo (Joáo de Castilho), quien introdujo cambios importantes, para seguirle después el escultor y arquitecto Diogo de Torralva.
La fachada principal, cuyas dimensiones pasan de los trescientos metros, dibuja una línea horizontal que dota al edificio de equilibrio y serenidad. La parte correspondiente a las antiguas celdas monásticas que miran al exterior, es la zona más reformada de esta fachada. Espacio destinado hoy al Museo Nacional de Arqueología y, en una anexo contiguo, al Museo de la Marina.
Portada Sur, acceso principal a la iglesia del monasterio
Fue diseñada por Juan del Castillo en estilo tardogótico. En ella se acerca el maestro al Renacimiento con una decoración plateresca en la que conversan con absoluta naturalidad los motivos góticos con los renacentistas.
Flanqueada por dos vanos alargados con arcos de medio punto que están bordados literalmente con un encaje ornamental que festeja el derroche artístico de esta portada, dividida verticalmente en dos cuerpos.
El maestro Castillo centra la parte superior con una ventana de arco de medio punto rodeada de columnas que llegan hasta el suelo, formadas por doseletes góticos (que contienen esculturas de apóstoles y santos) terminados en pináculos. En la columna central, coronando la puerta, aparece el Arcángel San Miguel, ángel custodio y protector de Portugal.
El cuerpo inferior lo cubre un arco conopial bajo el que hay dos puertas de madera separadas por una columna salomónica. La columna está sostenida por dos leones (símbolo de la fuerza de San Jerónimo) y sobre ella aparece Enrique el Navegante ataviado como un guerrero.
El tímpano está decorado con bajorrelieves que representan escenas de la vida de San Jerónimo y el escudo de armas de Manuel I. Toda la piel de esta puerta está cubierta por un velo de encaje con motivos manuelinos y, en el centro del arco conopial, centrada sobre la ventana del segundo cuerpo, aparece una imagen de la Virgen de Belém.
La simbólica portada de acceso a la iglesia
A la izquierda de la Puerta Sur está la entrada a la visita del Monasterio. Una vez dentro, a la derecha hay una portada de piedra que da acceso a la Iglesia de Nuestra Señora de Belém. Diseñada por Juan del Castillo, es un claro exponente del viaje del Gótico al Renacimiento. Las esculturas que la decoran son obra del francés Nicolás de Chantarenne. En la profusa decoración que cubre esta portada hay ya una mayor presencia de motivos renacentistas.
El simbolismo de esta portada está relacionado con la fecha del arranque de las obras (un 6 de enero). Por ello está coronada con el Nacimiento de Jesús y tiene a su derecha la visita de los Reyes Magos y a la izquierda la Anunciación, estos motivos no son gratuitos.
Bajo estas simbólicas imágenes y a ambos lados de la portada aparecen bajo doseletes góticos, al igual que los santos o los apóstoles, los Reyes Manuel I y María de Aragón. A él lo acompaña San Jerónimo, a ella San Juan Bautista. Son considerados retratos realistas de los Reyes. Y, como decíamos unas líneas arriba, tienen la clara intención de relacionar la monarquía con la familia de Cristo.
La iglesia de Santa María de Belém
Desde esta preciosa portada se accede a la iglesia que aparentemente presenta tres naves de idéntica altura. La realidad es que conforman la primera planta de salón de Portugal. Su grandiosa bóveda, cuyas nervaduras parecen una tela de araña, está sostenida por unos esbeltos pilares octogonales decorados con grutescos y candelieri, propios del Renacimiento. La iglesia fue diseñada por Juan del Castillo.
Antes de adentrarnos en la iglesia, en el nártex que se forma bajo el coro, hay dos extraordinarios monumentos funerarios neomanuelinos, que homenajean a dos grandes personajes de la historia de Portugal.
A la izquierda Vasco de Gama, que da nombre en Lisboa al puente más largo de Europa. Fue el primer europeo que consiguió llegar a las Indias por mar. A él le debe Portugal su etapa económica y política más brillante. Aunque hay versiones distintas, al parecer los restos del héroe luso fueron trasladados a esta tumba desde la Quinta do Carmo en Vidigueira en 1880.
A la derecha el héroe de las letras Luís Vaz de Camões, uno de los mayores poetas en lengua portuguesa. Autor, entre otras muchas obras, de Os Lusíadas (Los Lusiadas, descendientes de Luso, hijo del dios Baco). Considerada una de las mejores epopeyas de épica culta del Renacimiento. El tema sobre el que articula la obra es la Historia de Portugal y especialmente sobre la primera expedición de Vasco de Gama a Oriente. Sus restos mortales se perdieron en el terremoto que asoló Lisboa en 1755.
El altar mayor, reformado en 1571 por Jerónimo Ruão según las trazas de Diogo de Torralva, es de estilo renacentista avanzado, (el mismo estilo que el altar mayor de la iglesia del Monasterio de El Escorial). El retablo lo conforman una serie de pinturas sobre tabla de Lourenço de Salzedo y un monumental sagrario del siglo XVII, ofrecido por el Rey D. Pedro II, para cumplir la promesa que hizo Alfonso VI en agradecimiento por la victoria en la Batalla de Montes Claros (1665) contra las tropas españolas, que fue el fin de la Guerra de Restauración.
En los laterales del altar mayor se encuentran, apoyadas sobre elefantes, las tumbas del rey Manuel I y su esposa María de Aragón, su hijo Juan III y la esposa de éste Catalina de Austria.
Y, repartidos entre los altares del transepto, reposan el hermano de Don Manuel, Enrique I y su bisnieto Sebastián I; reyes de Portugal. Aunque de éste último nunca se recuperó el cuerpo, perdido en la batalla de Alcazarquivir. También descansan aquí los demás hijos de Manuel I y los de su hijo Juan III.
El único rey relacionado con esta dinastía que no reposa en esta iglesia-panteón es Felipe I de Portugal, II de España, cuyos restos se encuentran en el Monasterio de El Escorial. Tampoco las otras dos esposas de Manuel I. Isabel está enterrada en el convento de Santa Isabel de los Reyes, en Toledo y Leonor en el Monasterio de El Escorial.
La Sacristía es un diseño de Juan del Castillo de estilo manuelino. Su bóveda se apoya en una columna situada en el centro. Aquí hay una colección de pinturas con el tema de la vida de san Jerónimo, de varios artistas manieristas portugueses.
El Claustro del Monasterio de los Jerónimos de Belém, obra cumbre de la arquitectura portuguesa
De forma cuadrangular con los ángulos en chaflán, diseñado por Juan del Castillo y terminado en su parte superior por Torralva en 1540, este claustro está considerado como la obra cumbre de la arquitectura de Portugal, por su originalidad, su belleza y la calidad de las esculturas y de los relives de piedra, que prácticamente cubren la totalidad de los muros.
Situado junto a la nave norte de la iglesia, está decorado con profusión con motivos manuelinos (medallones, sirenas, alcahofas, piñas, la esfera armilar, la letra M, cabos marineros, temas religiosos, medallones, hornacinas, etc).
Antes de llegar al refectorio, en una esquina del claustro, está la fuente del león (símbolo de la fuerza de San Jerónimo) donde los monjes se lavaban las manos antes de las comidas.
Desde el claustro se accede a las dependencias conventuales, como el amplio refertorio (no olvidemos que lo habitaban cien monjes). Fue diseñado por Juan del Castillo, bajo una bóveda nervada y en el siglo XVIII se le añadió el bellísimo zócalo de azulejos, que son otro símbolo de la cultura portuguesa.
En la sala capitular, diseñada también por Juan del Castillo en la que trabajó Diogo de Torralva, se encuentra la tumba de Alexandre Herculano (1810-1877), historiador y primer alcalde de Belém.
En una de las galerías de este magnífico claustro está enterrado Fernando Pessoa, cuyos pasos seguimos para recorrer Lisboa.
Desde el piso alto, realizado por Torralva, de estilo más cercano al Renacimiento, se accede al coro de la iglesia, construido también por Torralva en el siglo XVI, con una sillería interesantísima del mismo siglo.
Años después, en la misma centuria, y siendo rey de Portugal el nieto de Manuel I, Felipe II de España, levantó en El Escorial un monasterio también jerónimo, también para cien frailes y también como Panteón regio. Lo hizo, entre otros motivos, por la petición de su padre Carlos I de España y V de Alemania. El emperador, junto con su esposa Isabel de Portugal, inauguraron la cripta que forma parte de este impresionante monumento. Ambos monasterios son miembros de la ilustre lista del Patrimonio de la Humanidad y son una muestra de la historia compartida de ambos países.