Podríamos recorrer Lisboa mirándola desde prismas muy diferentes; el que nos ofrece su arquitectura, su historia, los inconfundibles sonidos del fado, la dilatada relación que mantiene con el arte del azulejo de cuya historia da buena cuenta el Museo del Azulejo lisboeta y los preciosos murales del metro y de tantas fachadas, su gastronomía o su urbanismo, y a todos ellos nos vamos a acercar buscando esa Lisboa de los mil colores que se esconde en su caserío. Registrados ya en uno de los mejores hoteles de esta ciudad, comenzamos el paseo siguiendo los pasos de uno sus hijos más ilustres, Fernando Pessoa, convertido a su pesar en un icono de esta bellísima ciudad.
Decimos que a su pesar porque el escritor huyó de la popularidad refugiándose en sus tareas como traductor en una compañía comercial y como articulista de prensa, y buscando el anonimato para poder hacer las cosas que realmente le gustaban; soñar, pasear, escribir y pensar. Dicen que le deprimía la compañía y le angustiaba la soledad, y tuvo un deseo que no se ha cumplido; «Sólo quiero que no me recuerden».
Si después de morirme quisieran escribir mi biografía/no hay nada más sencillo./Tiene sólo dos fechas/la de mi nacimiento y la de mi muerte./Entre una y otra todos los días son míos.
Pero resulta prácticamente imposible pasear por Lisboa sin toparse de alguna forma con su poeta fingidor, el escritor solitario y enigmático a quien en vida casi nadie le prestó atención. A penas publicó, pero dejó un baúl lleno de páginas extraordinarias (30.000 manuscritos) de las que aún no se conoce todo.
Publicó en inglés en 1925 una guía para recorrer la ciudad: «Lisboa, lo que el turista debe ver» en cuyo comienzo nos habla ya de los colores lisboetas:
Sobre siete colinas, que son otros tantos puntos de observación de donde se pueden disfrutar magníficos panoramas, se extiende la vasta, irregular y multicolorida masa de casas que constituye Lisboa. Para el viajero que llega por mar, Lisboa, vista así de lejos, se erige como una bella visión de sueño, sobresaliendo contra el azul del cielo, que el sol anima con su destello dorado.
El barrio de Belém, historia monumental de Lisboa
Abre Pessoa la visita por estas siete colinas de Lisboa ante la emblemática Torre de Belém, baluarte de artillería construido en 1514 durante el reinado de Manuel I «El Afortunado».
En aquella feliz fecha se levantó también el Monasterio de los Jerónimos. Don Manuel, el rey que se casó con dos hijas y una nieta de los Reyes Católicos, dió nombre a un estilo único en Europa, el Manuelino, término acuñado siglos después por ser durante este reinado cuando llegó a su momento de esplendor. Una personalísima mezcla del Gótico final, los ecos del mundo árabe, y un incipiente Renacimiento, que dió como resultado edificios ornamentados con temas tan portugueses como la esfera armilar, las cuerdas y cabos entrelazados haciendo nudos marineros, como los que encontramos en la torre de Belém, sirenas, monstruos, algas, corales, granadas o alcachofas. Un mundo simbólico que une la vocación navegante y aventurera del país luso, con la naturaleza, la religión y la heráldica de su historia.
Panteón de reyes, descansan en Los Jerónimos además de otros monarcas, Manuel I y su familia. Compartiendo honores reales encontramos aquí el monumento funerario de estilo neomanuelino en honor al navegante portugués Vasco de Gama. Enfrente, un cenotafio rinde homenaje al poeta del siglo XVI Luís Vaz de Camões, considerado uno de los más grandes en lengua portuguesa. Desde 1985 reposan en este monasterio los restos de Fernando Pessoa.
Desde su muerte en 1935 permaneció enterrado en un cementerio muy especial, el Cementerio de los Placeres, lugar de descanso de artistas como Amalia Rodrigues, que fue trasladada más tarde al Panteón Nacional, el pintor y ceramista Bordalo Pinheiro o el escritor italo-portugués Antonio Tabuchi, profesor de lengua y literatura portuguesas en Siena y traductor al italiano de la obra de Pessoa.
Esta zona conocida como de Los Descubrimientos es un plácido lugar de esparcimiento frente al Tajo, que además de unos jardines que invitan al paseo o la lectura, tiene a mano unos cuantos museos esenciales para entender la cultura portuguesa: el Museo de Arte Popular, y el Museo de la Marina, el Centro Cultural de Belém con actividades más que interesantes, el Museo de Coches, el Palacio de Belem, y el Museo Nacional de Arqueología.
No paseó Pessoa por algunos de estos edificios, ni conoció el Monumento a los Descubridores, levantado en 1960 para conmemorar los quinientos años de la muerte de Enrique el Navegante, o el Puente 25 de abril, también de 1960, que vuela literalmente sobre el estuario del Tajo.
También es nueva la remodelación del muelle de Santo Amaro con un embarcadero lleno de coloridas terrazas, de restaurantes, bares y discotecas, situado a los pies del Puente 25 de abril.
Procedente del convento femenino de los Jerónimos nos espera una dulce sorpresa, son los famosos Pasteles de Belém que elaboraban las monjas y cuya receta por esas cosas de la historia acabó en manos del empresario portugués Domingos Rafael Alves, que en 1837 abrió la Casa Pastéis de Belém conservando en secreto la receta de los divinos pastelillos. Este lujo si lo saboreó nuestro poeta, y puede que pensara en esta pastelería cuando escribió:
¡Come chocolatinas, niña,/come chocolatinas!/Mira que en el mundo no hay más metafísica que las chocolatinas./Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
Disfrutando de la gastronomía de Lisboa
Como ciudad turística que es, hay en Lisboa multitud de restaurantes y bares donde saciar apetito y curiosidad, pero nuestro consejo es seguir el instinto y entrar en los pequeños locales de apariencia popular que esconden verdaderas sorpresas. En cuanto al horario, hay que tener en cuenta que el del almuerzo es alrededor de las 13 horas y el de la cena, alrededor de las 20 horas.
De las 365 maneras de cocinar el bacalao que dicen dominar en el país luso, el más popular es el bacalao à bras. No hay que perderse el “Frango à piri-piri”, es pollo a la barbacoa con chile, reminiscencia de las antiguas colonias portuguesas en África. Típico también es el cochinillo asado y por supuesto los pescados y mariscos del litoral atlántico, los deliciosos quesos y los potentes estofados de las zonas de sierra.
Y en cuanto al arroz, una gozada, en Lisboa es imprescindible pasarse por UMA, está bastante escondido en la Baixa, en la calle Sapateiros n°177. Aunque la entrada hace dudar por lo cutre, ha sido premiado como el mejor arroz de marisco, premio merecidísimo y además está muy bien de precio. Y en la Alfama dentro del Mercado de Santa Clara, otro sitio para no perderse: Santa Clara dos Cogumelos el lugar acogedor, y una cocina excelente y variadísima basada en las setas.
La confitería en Lisboa es otra cita inexcusable y además de los famosos pasteles de Belém, cualquier confitería ofrece excusas para olvidarse de la dieta, después de todo con tanta subidas y bajadas, se puede hacer un extra.
Y si hablamos de beber, nada descubrimos si decimos que hay una gran variedad de vinos de alta calidad, ni de sus excelentes cafés, y para cerrar el banquete un par de licores típicos de Portugal; El Beiraro, y la Ginjinha que tantos buenos ratos le regaló a Pessoa.
El Castillo de San Jorge, la vieja atalaya de Lisboa
Desde Belém el tranvía el número quince recorre el camino que lleva a la Plaza de Figueira, en la Baixa Pombalina, actualmente centro financiero y comercial de Lisboa, remodelado por el Marqués de Pombal después del terremoto de 1755 que afectó severamente al viejo caserío que descendía por las laderas de las colinas del Castillo de San Jorge.
Su silueta se recorta sobre el cielo dominando Lisboa, por sus restos sabemos que sus raíces se pierden entre las huellas de fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Lo que conocemos hoy es la fortaleza que defendía el Alcázar musulmán conquistado a los árabes en 1147 por Alfonso Enríquez, primer rey de Portugal. En el paseo por sus preciosos jardines nos encontraremos con patos y pavos reales y con algún personaje Real, como Don Manuel I.
Recomendable es la visita a la Torre de Ulises, fundador de Lisboa según la leyenda, donde se puede disfrutar de la magia que ofrece la Cámara Oscura, una fotografía viva de Lisboa en 360º gracias al periscopio de Da Vinci que se encuentra instalado en ella. Hay además sobre las ruinas del antiguo palacio cristiano la proyección de Olisipónia, un espectáculo multimedia que realiza un repaso por la historia de Lisboa.
Pero si hay un disfrute impagable desde el castillo, son las vistas que ofrece de la ciudad, inolvidable el atardecer. Para terminar la visita es aconsejable un paseo por el barrio de Santa Cruz do Castello; casas desconchadas, macetas de flores en las ventanas, ropa tendida en sus calles, hacen pensar en la idea de Pessoa respecto a Lisboa:
“todo es incierto y postrero / todo es disperso, nada entero”.
En su guía de Lisboa, Pessoa le deja la batuta a un automóvil de los años veinte, el narrador se deja llevar y cuenta lo que ve. A pesar del desfase cronológico que ofrece esta guía, tiene el interés de que no se limita a las zonas nobles, aristocráticas o culturales; lo que busca generalmente el turista, el escritor se acerca también a los barrios populares, o a las zonas desoladas como las cárceles. Es aconsejable leer esta guía antes de viajar a Lisboa, pero lo es más convertir en asiduo compañero su Libro del Desasosiego, en él está el alma de Lisboa.
Si lo que deje escrito en el libro de los viajeros pudiera, releído un día por otros, entretenerlos también durante el pasaje, estará bien. Si no lo leyeran, ni se entretuvieran, también estará bién.
Os invitamos a leerlo y a seguir con nosotros en el siguiente post paseando por las calles de Lisboa acompañados por el genial escritor.