Testigo sonoro de los cambios que marcaron la historia de su ciudad, la Giralda de Sevilla ha visto cambiar la fisonomía del corazón monumental de la ciudad. Contempló la evolución del Alcázar, vio crecer el actual Archivo de Indias, que fue creado como La Casa Lonja de Mercaderes de Sevilla.
Y ella misma cambiaba de aspecto para confirmarse como una belleza con nombre de mujer, que vio transformarse la Mezquita Mayor de los almohades en una catedral gótica. Aquel cambio la convirtió en el original campanario de la Catedral de Sevilla.
Vamos a ver aquí la historia de esos cambios que nos permiten hoy disfrutar de un monumento único y los nombres de los artífices que la hicieron posible, para que aproveches tu visita, o simplemente conozcas algunos de sus secretos. Al final del artículo encontrarás información practica de horarios de visitas y recomendaciones de guías.
Convertida en el centro visual del casco histórico de la ciudad, éste se transforma en un espectáculo desde el excepcional mirador que es esta torre, de cuya impresión es difícil escapar. Privilegiada espectadora de momentos únicos, como los que suceden cada primavera en la Semana Santa sevillana. La imagen de La Giralda acompaña multitud de rincones de la ciudad. Numerosos hoteles ofrecen la posibilidad de encontrarse con ella desde sus terrazas y sus habitaciones.
Su presencia en la cotidianidad de los sevillanos que la encuentran en su camino al trabajo, al salir de compras o al tomar unas tapas, es un privilegio que comparten con los miles de viajeros que pasean Sevilla cada año.
Su Giraldillo le da nombre a la torre que se identifica con Sevilla desde hace muchos siglos. Don Miguel de Cervantes, vecino de la ciudad durante algunos años, la llevó a la segunda parte del inmortal Quijote, cuando el caballero del Bosque alardea de su astucia al contar el encargo que le hizo su enamorada, Casildea de Vandalia, nombre visigodo de Sevilla:
Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, vila y vencíle, y hícele estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes.
La Giralda que se eleva a más de cien metros de altura comenzó siendo el alminar de la Mezquita Mayor de los almohades. Hoy las rampas, por las que ascendía a caballo el almuédano para llamar a la oración, son recorridas por miles de turistas que llegan al cuerpo de campanas continuando el ascenso a través de los escalones añadidos en el Renacimiento. Época en la Hernán Ruiz II la coronó con un campanario espléndido; arquitectónica y decorativamente una obra maestra.
La Giralda de Sevilla fue durante siglos la torre más alta de España y una de las más elevadas de toda Europa. Objeto de deseo de muchas ciudades del mundo a las que sirvió de inspiración cuando pensaban en una torre emblemática. De hecho hay réplicas y copias más o menos veraces de la Giralda en Carmona (Sevilla), Arbós (Tarragona), Badajoz, o Kansas City entre otros lugares.
El alminar de Isbiliya
Cuando Abu Yacub Yusub trasladó la capital del imperio almohade de al-Andalus de Córdoba a Sevilla, acometió la construcción de una Mezquita Alhama (Mezquita Mayor), en clara rivalidad con la prestigiosa Mezquita Mayor de Córdoba, acorde a una ciudad convertida en la referencia del poder almohade, en la que realizó todo un programa constructivo destinado a engrandecerla. Dentro de aquel ambicioso proyecto y lo más cercano posible al Alcázar, nació este templo que daría cabida a la creciente población de la ciudad.
Hasta entonces la Mezquita Alhama de Sevilla había sido la que fundaron los omeyas, la de al-Adabas, hoy la impresionante Basílica del Salvador. El templo se quedó pequeño y los fieles seguían los cultos desde el patio (sahn) y desde las tiendas de la alcaicería adyacente, con la pérdida de solemnidad y recogimiento que esto suponía.
En su construcción influyó de manera importante su ortodoxa manera de entender el islam. Ascéticos y austeros, purificaron las formas y prescindieron del lujo en la construcción de la nueva mezquita.
Pero la ausencia de lujo no quiere decir ausencia de belleza. La Mezquita Mayor de la Isbiliya almohade era un templo magnífico en el que la ornamentación era un delicado velo que acompañaba de manera sutil el fin esencial de la casa de todos: acercarse a Al-lāh.
De estas premisas surgió la nueva Mezquita Mayor, vigilada de cerca por el bellísimo alminar que visitamos hoy.
El proceso histórico de la Giralda de Sevilla
El espléndido alminar de la mezquita almohade que inauguró Abú Yusuf Yaqub, segundo califa de esta dinastía, en 1198, estaba coronado por un “yamur” (4 esferas doradas) que brillaban bajo el sol y lo hacían visible "a varias jornadas" de la ciudad.
Con ochenta y dos metros de altura, inspirado en el alminar de la mezquita Qutubiyya de Marrakech en Marruecos, el arquitecto Ahmad Ben Baso comenzó las obras en 1184.
Su exquisita decoración, que llegaba a una altura intencionada; la elevación del caserío de la Sevilla medieval, al alejarse de la torre, dejaba verla justo donde empezaba esa especie de encaje tan utilizado por los almohades, conocido como "paños de sebka".
Ahmad Ben Baso diseñó y comenzó la torre para lo que utilizó materiales de acarreo extraídos de los muros del palacio de Almutamid en el cercano Alcázar. Eran piedras romanas que le sirvieron para los cimientos (éstos miden a penas tres metros) y para la zona inferior de la torre. Prueba de la procedencia romana de los primeros metros de La Giralda son las inscripciones en latín de dos lápidas de soldados romanos que se pueden ver desde la calle.
Las cuatro hileras de piedras colocadas "a hueso" fueron la primera etapa de la construcción. Tras una abrupta interrupción fue continuada por Alí Gomara, pero el material elegido para terminarla fue el ladrillo, probablemente con la intención de aligerar el peso y facilitar su decoración.
El alminar se concluyó el 10 de marzo de 1189, cuando instalaron el remate que había labrado Abu Layz el Siciliano. Las cuatro esferas que formaban el yamur estaban decoradas con oro. Sus reflejos bajo el sol de Sevilla deslumbraron a propios y extraños durante casi dos siglos.
Dos veces estuvo la Giralda a punto de ser derribada por el hombre: la primera cuando Fernando III conquistó Sevilla y los musulmanes intentaron derribarla antes de entregar la ciudad. La salvó el infante don Alfonso que amenazó con degollar a todos sus vecinos si tocaban un solo ladrillo. La segunda cuando el cabildo catedralicio decidió derribar la mezquita incluido el alminar, algo que por suerte no sucedió.
Los hechos que cambiaron su aspecto
No sólo ha sobrevivido a las ideas posesivas del hombre. La Giralda de Sevilla ha permanecido erguida ante los envites de la naturaleza. Prueba irrefutable de las cualidades de la fábrica almohade. Dejamos aquí algunos de estos sucesos:
Un terremoto hizo temblar Sevilla en 1356, cuando ya era capital de un reino cristiano. La sacudida provocó la caída del "yamur" y fue sustituido por un campanario de madera.
En 1400 el primer campanario se sustituyó por una espadaña anclada en cuatro pilares que sujetaban una campana y se instaló el primer reloj público de Sevilla. Un siglo después, en 1504, la Giralda se salvó "milagrosamente" de otro terremoto, con epicentro en Carmona, "sujetada por las santas Justa y Rufina, co-patronas de Sevilla".
En 1558 el arquitecto cordobés Hernán Ruiz II fue el encargado de rematar el viejo alminar con un campanario monumental. Hernán Ruiz proyectó una gran estructura que apoyó sobre el cuerpo principal del alminar, eliminando el segundo cuerpo y elevando la torre hasta los noventa y cuatro metros, concediéndole así una esbelta silueta.
El remate del campanario, que recrece la torre a ciento cuatro metros, es una veleta que pesa más de una tonelada en forma de estatua que representa La Victoria de la Fe.
La palabra Giralda proviene de «girar» y según la RAE significa «veleta de torre que tiene figura humana o de animal». Esta alegoría de la Fe, popularmente llamada "el Giraldillo", acabó dándole nombre a toda la torre, como vimos al principio, que es conocida mundialmente como La Giralda de Sevilla.
El campanario de Hernán Ruiz es un feliz prodigio de la técnica. Añadido con genialidad a la obra almohade, no le restó un ápice de solidez. Lo demostró cuando el potente terremoto que en 1755 asoló Lisboa y gran parte de España, aunque la dejó maltrecha, no consiguió doblegarla.
En 1884 un rayo dañó considerablemente la caña almohade. A raíz de este accidente comenzaron una serie de restauraciones que, además de para devolverle su esplendor, sirvieron para conocer en profundidad el diseño de Ahmad Ibn Baso y el impagable remate de Hernán Ruiz II.
La decoración del alminar almohade
El despliegue decorativo de los dos prismas que componían el alminar empieza a alturas diferentes en cada una de las fachadas de la torre.
Esto está condicionado por los vanos, que al abrirse en función del movimiento helicoidal de la rampa interior, obligaron a abrirlos a una altura diferente en cada paramento. Además los arquitectos que la construyeron tuvieron que sortear la cercanía del muro del haram (sala de oración) en uno de sus laterales. Circunstancias que modifican los elementos de la decoración de cada uno de sus lados, como se ve en la siguiente foto.
Si miramos de frente la fachada septentrional, la que se ve desde la calle Placentines, que podemos ver desde el suelo, nos encontramos en el primer nivel tres ventanas saeteras, de clara ascendencia militar, decoradas con arcos lobulados y enmarcados por un alfiz (muy restaurados). Al estar en el primer piso que debe soportar un importante peso, los vanos no pueden ser muy grandes.
A partir del segundo nivel se abren más lo vanos y son enmarcados con más profusión decorativa. La balaustrada de columnas que los convierten en balcones es un añadido de Hernán Ruiz, que buscó así una coherencia con la decoración del campanario cristiano.
El maestro cordobés colocó también los discos de cerámica azul que hay sobre las ventanas bíforas. Buscaba Hernán Ruiz hacer vibrar la estética de la torre e integrar de manera sutil el mensaje estilístico de su decoración.
Al ascender la mirada nos vamos encontrando distintos vanos sobre los que aparecen las ventanas bíforas. Esta serie de cuatro ventanas dobles muy decoradas, que tienen a ambos lados el velo de los paños de sebka (realizados sobre el ladrillo estructural de la torre pero sin llegar a calarlo), nos lleva a un lugar muy cercano: el pórtico sur del Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla, construido en la misma época. La semejanza estilística es clarísima. En el Alcázar es un pórtico, una invitación a pasar, en el alminar puede que envíe también un mensaje de bienvenida: esta es la antesala para escuchar la palabra de Al-lāh, reforzando así la llamada del almuédano.
El remate horizontal del alminar es una galería de diez arcos ciegos entrecruzados, de clara influencia omeya, que antes de la revisión renacentista, estaban coronados por almenas. Esta forma de cerrar la torre pudo estar inspirada en el alminar de la Alhama cordobesa antes de las modificaciones cristianas que lo convirtieron en campanario.
De manera que el maestro almohade volcó la carga decorativa en la parte más alta, la que se veía desde cualquier punto de la ciudad, y dejó el arranque de la torre bajo el dominio de la opacidad del muro. Regaló de esta forma para la posteridad toda una lección compositiva, con un refinamiento tan sutil que juega magistralmente con el principio de solidez de la torre y la belleza de su decoración.
El efecto ilusorio de esta decoración hace que la torre parezca más frágil y delicada en su parte más alta (incluso los paños de sebka del último nivel son más grandes, mas abiertos, dando una sensación de ligereza), cuando en realidad el crecimiento interior de sus muros, como veremos a continuación, afianza su estructura dejando todo el impacto decorativo hacia el exterior.
La estructura deL antiguo alminar
El perfil del antiguo alminar estaba formado por dos paralelepípedos superpuestos con base cuadrangular. Los más de trece metros de anchura de cada lado del cuerpo inferior sobrepasan los cincuenta metros de altura. El superior, desaparecido con la instalación del campanario renacentista, sólo alcanzaba los seis metros de anchura de cada lado y catorce de altura. Sobre ellos descansaban la cúpula y el yamur.
Los muros, en lugar de aligerarse con la altura, se engrosan progresivamente hacia adentro, y alcanzan diferencias de hasta cuarenta y dos centímetros de espesor entre el suelo y la azotea, lo que se aprecia con claridad a medida que se asciende.
El espacio interior, cerrado con bóvedas de arista, lo ocupa una gran rampa de treinta y cinco tramos separados por mesetas que sirven de transición. La rampa sustituye a las típicas escaleras utilizadas en los alminares andalusíes. Este sistema de subida facilitaba la posibilidad de acceder a la azotea a caballo, lo que seguramente agradecería el almuédano, que tenía que subir varias veces al día para llamar a la oración.
La rampa crea un movimiento helicoidal iniciado en la entrada y prolongándose hacia arriba en sentido inverso a las agujas del reloj. Los vanos que se abren a la luz, siempre en el centro del muro visto desde el exterior, condicionan la decoración de la torre como vimos arriba, y al rodearla se observa como los paños de sebka aparecen a diferente altura en cada una de las fachadas, con lo que consiguieron reproducir fuera el movimiento interior de la rampa.
La Giralda de Sevilla, de alminar a campanario cristiano
En 1556 Hernán Ruiz II fue elegido como maestro mayor de la Catedral tras el fallecimiento de Martín de Gainza. A partir de 1558 fue cuando comenzaron las obras del campanario cristiano que duraron hasta 1568 cuando se colocó el Giraldillo.
Hernán Ruíz construyó el campanario y dos templetes para colocar sobre el último una veleta, al parecer inspirada en la diosa mitológica Palas Atenea, en cuyo diseño se barajan nombres como el propio Hernán Ruíz o el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo, entonces implicado en la segunda fase del imponente Retablo Mayor de la Catedral de Sevilla. Fundida por Bartolomé Morel, esta "giganta" de bronce disfruta bajo el cielo andaluz de un espectáculo llamado Sevilla.
La inspiración del campanario la tomó Hernán Ruiz del Renacimiento italiano. La reinterpretación que hizo Ruiz de las "serlianas" (vanos creados por Sebastiano Serlio), entre las que cuelgan la mayoría de las veinticuatro campanas (dieciocho de repique y seis de badajo) son en realidad, junto con los dos templetes un arquitectura sonora. Y lo son porque fueron concebidas como un encaje calado para dejar volar la voz de las campanas. Estas con nombre propio y misión sonora diferente, suenan por motivos distintos, y cuando lo hacen juntas en los repiques generales, sus llamadas se escuchan con claridad entre el ruidoso murmullo que forma el devenir cotidiano.
Según la historiografía que sigue la trayectoria de Hernán Ruíz, no hay otra obra suya con la que se pueda comparar este magnífico remate en el que vibra el clasicismo, podríamos decir que, alejándose de él. Dicho en palabras del historiador Pedro Navascués Palacios:
…no cabe sino concluir que Hernán Ruiz se apartó aquí voluntariamente de aquella gramática clásica, en favor de una construcción «armada» a base de elementos frágiles y anticlásicos que le permitieran resolver lo que esencialmente exigía su destino como cuerpo de campanas. En esta línea Hernán Ruiz ideó un templete abierto a los cuatro vientos, en el que desaparecen las superficies continuas en contraste con la prácticamente ciega caña de la torre almohade
El simbolismo cristiano está presente en este campanario que coincide en el tiempo con el Concilio de Trento, en la difusión de mensajes como:
El versículo del capítulo dieciocho de los Proverbios, según el texto latino de la Vulgata (Turris fortissima nomen Domini – El nombre del Señor es torre fuerte), que aparece grabado sobre el llamado "cuerpo del reloj".
Sobre el campanario en la llamada "terraza de las azucenas", aparecen en las esquinas unas jarras que fueron diseñadas por Hernán Ruiz, que se inspiró para su creación en un aparato llamado eloípilas. Este aparato, que se utilizaba para estudiar los vientos, aparece en el Libro I de Los diez libros de Arquitectura del romano Marco Vitruvio. Las jarras fueron fundidas por Bartolomé Morel, el mismo fundidor del Giraldillo.
La intención original de estas jarras era introducir unas luminarias los días más señalados del año. Pero en 1751 Basilio Cortés realizó las azucenas (símbolo de pureza en el imaginario cristiano), que lucen desde entonces y han sido inspiración para otros edificios sevillanos.
Y coronándolo todo, la poderosa imagen del Giraldillo. La Victoria de la Fe cristiana.
Una reproducción de la espectacular imagen se puede ver a pie de calle en la Puerta del Príncipe de la Catedral de Sevilla.
Horarios de la Giralda de Sevilla
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