A los pies de la cordillera del Atlas, en el interior de Marruecos, se alza la «Ciudad Roja» (desde la que es fácil visitar Merzouga), que lleva por nombre Marrakech. La fundaron los almorávides en el 1062 como avanzadilla; un puesto militar y más adelante, comercial, que funcionaba para controlar el acceso al África negra, de ahí que se la conozca también como la «Puerta del Sur».
Con el paso del tiempo, Marrakech se acabó convirtiendo en una impresionante capital imperial amurallada y llena de hermosos palacios y jardines. De aquella ciudad almorávide sólo queda Koubba Ba’adiyn, pues los almohades, una federación rival, consiguieron vencer a los fundadores y arrasaron hasta los cimientos casi la totalidad de Marrakech.
No obstante, la ciudad fue reconstruida por los almohades para volver a alcanzar el esplendor de antaño, y de aquella época (1147) quedan algunos de los monumentos más famosos todavía en pie. Mezquitas, palacios, jardines y calles por los que hoy conocemos a una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos.
Marrakech huele a azahar, a hierbabuena, a jazmín, a menta, a tomillo, a piel de cabra, a dátiles, a té con menta, a almizcle, a incienso, a cous cous, a carne a la parrilla, a canela y a madera. De sus olores y de sus colores, de sus sabores y sonidos se alimenta la magia de esta ciudad.
Magia que ha atrapado a artistas como el modisto francés Yves Saint Laurent, el pintor chileno Claudio Bravo Camús, o el escritor español Juan Goytisolo.
Koubba Ba’adiyn
También conocido como Koubba Almorávide, es lo más antiguo (siglo XII) que queda en pie en Marrakech. El pabellón que podemos ver hoy fue parte de la mezquita de Alí ibn Yusuf y contenía una fuente. Es uno de los edificios almorávides más famosos, y está considerado uno de los mejores ejemplos de la mezcla del arte taifa andalusí con la sobriedad por la que se caracterizaban los almorávides.
Engalanado con almenas escalonadas, el pabellón recibe la luz del exterior en una curiosa sintonía de vanos con arcos de tres estilos diferentes. La joya del edificio es la cúpula, con una rica ornamentación en su exterior e interior. Su forma estrellada en el interior, adornada con decoración vegetal y epigráfica, hace las delicias de los visitantes.
Plaza de Yamaa el Fna
Es un clásico de Marrakech y se podría decir que la ciudad gira en torno a esta plaza. Tanto de día como de noche Yamaa el Fna presenta un ambiente muy concurrido. Durante las horas diurnas el viajero puede visitar los diferentes tenderetes donde los vecinos realizan muchas de sus compras diarias. Una taza de té o un tentempié para recargar fuerzas es una buena opción.
Al caer la noche la plaza se transforma para tener una nueva vida. Bañados por la luz de la Luna, los puestos inundan el centro de la plaza ofreciendo diferentes opciones para cenar. Cuentacuentos y músicos llenan de magia el lugar con sus historias y sonidos. Las terrazas que hay alrededor de la plaza también son una buena opción para comer algo y, de paso, contemplar unas de las estampas más bonitas y auténticas de Marrakech.
La Madraza Ben Youssef
Uno de los edificios más interesantes que se pueden visitar es la Madraza o Medersa Ben Youssef. En plena medina, esta escuela coránica levantada en el siglo XIV para acoger a los estudiantes de la mezquita homónima guarda auténticas joyas en su interior.
La riqueza decorativa de las diferentes salas y patios contrasta con la austeridad y sencillez de las habitaciones de los estudiantes. Es recomendable comprar la entrada común, ya que además da acceso a la Koubba antes citada y al museo de Marrakech, que deberías visitar antes de irte de la ciudad.
La medina y sus zocos
La medina de Marrakech es un conjunto de calles que rodea la plaza de Yamaa el Fna que por sí mismas son un verdadero tesoro. Esas callejas y calles transmiten la sensación de lo auténticamente marroquí, que hará de los paseos no sólo algo recomendable, sino muy agradable.
Entre esas calles aparecen los zocos, centros comerciales que nos invitan a perdernos por sus diferentes puestos y en los que se respira Marruecos. Los olores y las sensaciones de los zocos seguramente nos hagan comprar algún objeto, y son uno de los mejores lugares de los que llevarse un recuerdo del viaje.
Jardín de Majorelle
Lejos de la medina está uno de los jardines más interesantes de Marruecos. Construido en 1924 por Jaques Majorelle, se encuentra en el núcleo de la Marrakech francesa, zona urbana que surgió cuando gran parte del país fue administrado como protectorado por Francia, en el siglo XX.
Este jardín se ha convertido por derecho propio en uno de los atractivos de Marrakech. La riqueza de su diversidad vegetal se entremezcla con los colores y el omnipresente agua. Es un canto a la unión de lo occidental y lo árabe, de lo francés y lo marroquí. Un enclave único que merece la pena la visita.
La Kasbah
El barrio de la Kasbah (alcazaba), en la medina de Marrakech, era el antiguo recinto amurallado de la ciudad. La puerta de Bab Agnau es uno de los accesos, además de una de las perlas del arte almohade. La mezquita de la Kasbah, no muy lejos de la puerta, es uno de los principales atractivos de la zona.
A lo largo de sus calles también encontraremos los restos del palacio el Badí, aunque la joya más preciada de la zona quizás sean las tumbas Saadíes. Patrimonio de la Humanidad, estas tumbas de preciosa decoración fueron olvidadas durante siglos hasta 1917. Del siglo XVI, son uno de los principales atractivos de Marrakech.
Jardines de la Menara
Con la cordillera del Atlas de fondo, el estanque de los jardines nos regala una de las vistas más bonitas que hay en Marrakech. El pabellón que domina el estanque data del XVI y se cuenta que los sultanes llevaban allí a sus conquistas amorosas. Se trata de un lugar con encanto y con historias. Los olivos y palmeras que rodean el estanque son regados por sus aguas, en lo que es un buen lugar para relajarse y contemplar.
Mezquita de la Kutubia
Es el símbolo más reconocible de Marrakech y su alminar de 66 metros el lugar más alto de toda la ciudad. Se levantó en el siglo XII sobre el lugar en el que había una antigua mezquita almorávide tras arrasar la ciudad.
Su nombre significa mezquita «de los libreros» y lo debe a la cantidad de vendedores de libros que había en el zoco que la rodeaba antiguamente. Es una de las obras cumbres del arte almohade y sirvió de inspiración para la construcción de la Giralda de Sevilla y la inacabada torre de Hassan en Rabat. Una joya que merece la pena contemplar.
Palacio de la Bahía
Fue construido por Si Moussa, gran visir del Sultán, a finales XIX. Este enclave, patrimonio de la humanidad, fue ideado para que fuese el palacio más impresionante de todos los tiempos. Pero más que su grandeza, la belleza decorativa del arte marroquí es lo que más atrae al visitante.
En un principio el palacio fue más pequeño, pero el hijo de Si Moussa, convertido también en visir, manejó a su antojo las arcas del Sultán. Se anexionó las tierras colindantes y aumentó enormemente las dimensiones del palacio y sus jardines para dejarlo tal y como lo conocemos hoy.
Valles, cascadas y desiertos
Más allá de las calles de la hermosa Marrakech, la ciudad roja tiene mucho más que ofrecer a los viajeros por su cercanía a lugares de alto interés. Al sureste, tras el Atlas, el Valle de las Rosas (de Damasco) se abre al viajero como un guardián de lo bereber.
La ciudad de Uarzazat es un lugar único conocido por ser la «Puerta del Desierto», pues da acceso al Sáhara, y por su impresionantes alcazabas. Es un centro de estudios cinematográficos de gran importancia y recurrente en películas con escenas desérticas.
En la misma zona, Aït Ben Haddou es un pequeño pueblo por el que no parece haber pasado el tiempo. Patrimonio de la Humanidad por su Kasbah, sus estructuras bereberes en pleno Valle de las Rosas lo convierten en una perla única en Marruecos. En mayo florece en todo su esplendor con la Fiesta de las Rosas.
Más allá de Uarzazat está Merzouga, una localidad desde donde son comunes las salidas hacia Erg Chebbi, un maravilloso desierto de dunas en el que las actividades son muy diversas.
En el Atlas, hacia el este de Marrakech, las cascadas de Ouzoud atraen a los viajeros que buscan el frescor y el aire puro de la naturaleza. Estas cascadas están consideradas como las más bellas de Marruecos, y sus 110 metros de altura las sitúan como las más altas del país.