En Marruecos, en la ciudad de Marrakech hay una madraza llamada de Ali ben Youssef, que contiene una finísima decoración y un simbolismo exquisito. Está en la zona norte de la Medina, junto a la antiquísima mezquita del mismo nombre, y destaca como una de las visitas más recomendables que se pueden hacer en la ciudad roja.
De la calle la separa una modesta sucesión de arcadas que no es anuncio de las maravillas del interior. Sí lo es el mensaje que flanquea la puerta de acceso: “A ti, que traspasas mi puerta, se te cumplan las más altas esperanzas”.
Un pasillo oscuro y decorado con azulejos conduce al esperanzado visitante a una segunda puerta, mucho más ornada, que inaugura teatralmente la vista del patio de las abluciones y la sala de las oraciones, situada en el extremo oriental del edificio, orientada a La Meca y coronado por un mihrab.
Desde aquí todo es un deleite y una confirmación de las palabras de la entrada, aún cuando sus lectores seamos hoy turistas y no estudiantes del Corán.
Merece la pena detenerse en este patio. En sus elegantes azulejos de colores que dibujan círculos concéntricos en los niveles inferiores de las paredes. En sus columnas y pilastras, en sus arcos polilobulados y mocárabes que aligeran la solidez robusta de los muros, que dejan de ser muros y se convierten en lienzos o espejos o paredes parlantes. En el estanque central, donde las horas del día van reflejando la decoración y donde los colores de los azulejos encuentran su eco.
La arquitectura es magnífica y soberbia, de un estilo claramente andalusí, donde la geometría y la simetría se aúnan a la perfecta conjunción estética de los distintos materiales, para crear un conjunto capaz de transmitir una sensación de luminosidad, armonía, proporción y belleza que emociona.
El edificio tiene planta cuadrangular y se articula en torno a este patio central también cuadrado, volcado sobre el estanque. En este orden concéntrico. que sólo mira hacia dentro, el agua funciona como salida y como cierre de la arquitectura (“el agua en el arte islámico es gubia, pincel y materia”). No hay ventanas que den al exterior. El aire y la luz entran por el patio central o por otros siete patios menores en torno a los cuales se disponen las habitaciones de los estudiantes. Las miradas sólo pueden dirigirse hacia dentro o hacia el cielo en este original prodigio de simbolismo, artesanía y atención al detalle.
En contraste con la permanente luminosidad del patio, se abre en su extremo oriental penumbrosa la sala de oraciones, custodiada por otro pórtico de gran belleza y coronada por una cúpula piramidal de madera tallada. El arco de la entrada y una sucesión de ventanillas con celosías dejan entrar una luz moderada y tenue, suficiente para admirar la decoración geométrica sobre estuco o la cúpula de mocárabes que corona el mihrab.
En franco contraste con toda esta prolija decoración, las habitaciones de los estudiantes se extienden en las dos alas laterales del edificio y en el primer piso y muestran una austeridad categórica. Sólo los espacios comunes, los patios y la sala de oración han sido decorados.
La madraza la fundó a mediados del siglo XIV el sultán Abú el Hassan, líder de la por entonces decadente dinastía de los benimerines, que en tiempos más espléndidos habían sucedido a los almohades, puesto un pie en España y sido el soporte de los nazaríes de Granada. Dos siglos después, entre 1564 y 1565, la institución fue refundada por el sultán saadí Mulay Abdalah, y el edificio completamente renovado. De ese tiempo se conserva prácticamente todo, aunque hace ya tiempo que dejó de ser escuela coránica. Dicen que en aquel tiempo llegaron a ser 900 los alumnos alojados, pero parecen demasiados para las 132 pequeñas habitaciones.
La madraza de Ben Youssef está junto a la salida Norte de los zocos. Se puede visitar en horario de mañana y tarde y es recomendable hacerlo con la entrada común que da derecho a ver también la kubba Ba’Adiyin y el museo de Marrakech, ambos muy cercanos. Dada la naturaleza espiritual y la sublime serenidad que transmite el edificio, convendría buscar las horas más plácidas para visitarlo, intentando evitar la presencia de grandes grupos de turistas: a última hora de la mañana, a primera o a última hora de la tarde.