Marruecos es uno de los países africanos que más visitantes recibe al año, estando a la altura de Egipto y el legado de sus faraones. El país por el que se pone el sol es un destino llamativo y lleno de sabores, olores, lugares y experiencias únicas que harán las delicias de cualquier viajero. Hoy nos acercamos a Merzouga, a las puertas de las arenas infinitas de Erg Chebbi.
Las diferentes dinastías que han pasado por Marruecos dejaron vestigios de su esplendor allí donde estuvieron. Claro ejemplo de ello son las ciudades imperiales de Marrakech, Mequinez, Fez y Rabat. La influencia colonial de Portugal, España y Francia también está muy presente, sobre todo a lo largo de la costa. Un gran puzzle cultural completado por lo bereber y lo gnawa, que dejan una riqueza inigualable en el país.
Además de este interesantísimo sustrato cultural, a Marruecos le acompaña un lugar privilegiado en África. A pesar de que sus grandes atractivos turísticos suelen ser las grandes ciudades imperiales el turismo natural ha ganado mucha fuerza, y es que entre la costa, el Atlas y el Sáhara, el país norteafricano también tiene mucho que ofrecer.
Merzouga, la puerta a Erg Chebbi
A unos 500 km de Marrakech, al otro lado del Atlas, Merzouga es un pueblo que se encuentra cerca de la frontera con Argelia. El mayor interés de la localidad, y por lo que ha ganado fama internacional, es su maravillosa situación geográfica: en los límites de Erg Chebbi, una región de desierto arenoso.
Las dunas de Erg Chebbi se ven desde Merzouga y su magnetismo invita a los viajeros a perderse entre la arena. Se trata de una zona de unos 50 km sobre la que se extiende esa arena dorada con la que el viento genera las cambiantes formas.
El pueblo tiene sus propios atractivos y, a pesar de estar considerablemente lejos de las grandes ciudades y los más famosos destinos marroquíes, es una localidad perfectamente preparada para recibir turistas. Con hoteles y preciosos riads, no faltan opciones para alojarse varios días en Merzouga. Su amable gente y su casco antiguo, muy bereber, hacen de la estancia una experiencia muy agradable.
El otro gran atractivo de la zona es la cultura gnawa. Los gnawa son descendientes de esclavos del ámbito subsahariano que con el paso de los siglos se fueron asentando en el norte de África. La música de los gnawa es uno de los eslabones más interesantes de Marruecos; suena al África negra, a sus antepasados esclavos y les lleva, junto a la danza, al trance en lo que es un ritual ancestral.
Qué hacer en Erg Chebbi
Más allá de Merzouga, el mar de dunas de Erg Chebbi ofrece diferentes atractivos y varias maneras de disfrutarlo. Hay excursiones largas y cortas para conocer el desierto aunque, sin duda, recomendamos pasar una noche en una jaima entre dunas; merece la pena volver a casa con esa experiencia en la memoria.
Entre ese mar de dunas la vida se abre paso en el oasis de Oubira, destino habitual entre algunos de los viajeros, hasta el que hay un precioso paseo de varias horas en camello. Los baños de arena son un remedio bereber para la artritis y el reúma y, de ser época (julio y agosto), son muy recomendables, aunque siempre con el consejo de un experto.
Qué ver cerca de Merzouga
Cerca de Merzouga la mayor ciudad es Erfoud que, de tamaño pequeño, mantiene su autenticidad y la amabilidad de sus vecinos. Ha sido escenario cinematográfico en películas como La Momia, también tiene un erg cerca y es famosa por la cantidad de fósiles que hay en los alrededores. El momento cumbre del año es el festival del dátil, uno de los productos típicos de Marruecos y que llena la ciudad de sabores, olores y colores en octubre.
Hacia el noroeste, a los pies del Atlas, el valle de las Rosas (damascenas) es una de las zonas más maravillosas de Marruecos. La especie de las damascenas son una de las más perfumadas y cotizadas del mundo. Resistentes al frío y la sequía, perfuman este valle a lo largo de los treinta kilómetros que separan las poblaciones de Kalaat M’Gouna y Uarzazat, ambas con un claro aire bereber. En mayo, la fiesta de las rosas llena de vida Aït Ben Haddou, enclave con preciosas e imponentes edificaciones bereberes. Cuenta la leyenda que la rosa damascena llegó a este lugar por casualidad hace trescientos años, en una caravana de peregrinos que volvían de La Meca.
En Kelaat M’Gouna se encuentran algunas tiendas dedicadas a la producción de agua de rosas, jabones y otros productos. Las destilerías de este delicado tónico se pueden visitar en cualquier época del año. Es en la segunda semana del mes de mayo cuando se celebran tres días de fiesta en honor de la hermosa flor y las calles de Kelaat M’Gouna se llenan de aromas a rosas entre exposiciones de productos de artesanía marroquí, como joyas y alfombras y de productos agrícolas. Conciertos al aire libre, espectáculos y bailes de las mujeres más hermosas de la zona envueltas en preciosos caftanes.
Y, al otro lado del Atlas, Marrakech.