La Mezquita Catedral de Córdoba es mucho más que un templo. Sobre su solar se lleva invocando a los dioses desde las ancestrales culturas paganas hasta nuestros días. Contenedor y manual vivo de una parte esencial de la historia de España, recorrerla es una mezcla de la sugestión espiritual que provoca el bosque de columnas islámicas, y la perplejidad ante los surcos abiertos para sembrar sobre ellos una foresta muy distinta. Se crea así un maraña que impide la magia de perder la mirada hacia la penumbra. Quedan por suerte espacios donde eso aún es posible.
Entender el edificio y sus distintas etapas no resulta fácil, debido a que su crecimiento no fue sólo el fruto de la necesidad para albergar a una población en aumento. Entre el bosque de columnas siguen como testigos las sensibilidades de sus promotores, los cambios de técnicas y materiales, unos de acarreo, otros originales, y en definitiva el pulso que le fue marcando la historia.
Tanto en el exterior, donde los volúmenes de la catedral cristiana emergen poderosos sobre las sobrias techumbres islámicas, como en el interior, donde se interrumpe la vista de la arboleda de mármol por la aparición de la catedral cristina, y la multitud de capillas laterales, la fusión de estilos complica su lectura.
Por otro lado es probable que la construcción de la catedral cristiana, en el corazón de la mezquita, haya ayudado a salvarla del abandono. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que hoy tenemos una joya única y con esa imagen nos vamos a adentrar en ella.
La utilización de la mezquita omeya por parte de los reyes cristianos comenzó en 1236, tras la conquista de Fernando III. Pero fue en 1523 cuando Carlos V autorizó que se levantara la catedral. De aquella autorización se arrepintió más tarde. Según el cronista J.B. Alderete, cuando el emperador vió las obras comentó con tristeza:
Habéis destruido lo que era único en el mundo y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes.
La polémica existe desde hace siglos, pero el tiempo ha adaptado el uso del edifico hasta escucharse con naturalidad cómo los cordobeses van a misa a la mezquita. Córdoba es especialista en inmortalizarse de manera admirable sin apenas ruido, lo explica muy bien una frase de Muñoz Molina:
Pensé que tal vez, Córdoba es, en sí misma un zahir, y también un aleph, pues hay lugares en ella que parecen contener, escondida e intacta, la integridad del Universo.
La Mezquita de Córdoba
Cuando Abd al-Rahman I comienza la construcción de la aljama (mezquita mayor o de los viernes) el año 786, Al-Andalus era un emirato dependiente del califato de Siria que tenía la capital en Damasco. Son por tanto sus impulsores transmisores de un arte de influencias sirias que bebió directamente de las fuentes clásicas helenas, y ese poso marcó la estética de la primera fase. El templo se levantó sobre el solar de la iglesia visigótica de San Vicente Mártir que aparece datada desde el siglo V y que ocupaba el lugar de un templo romano dedicado al dios Jano.
Orientada hacia el sur como la de Damasco, ciudad añorada siempre por Abd al-Rahman I, y no a la Meca, tuvo en principio once naves perpendiculares al muro de la quibla, de idéntica anchura, a excepción de las dos de los extremos que son más estrechas, y la central, más ancha, que conduce al mihrab. Este primer mihrab desapareció posteriormente en las siguientes ampliaciones. Las columnas que sustentan estas once naves son reaprovechadas de edificios antiguos y se distinguen con facilidad pues sus capiteles son de clara factura romana o hispano visigoda, y es difícil encontrar dos iguales.
El planteamiento que adoptaron al construir las arquerías, influido por el Acueducto romano de los Milagros de Mérida, es quizá lo más interesante del sistema constructivo. Al alcanzar las naves una altura considerable, utilizaron columnas completas (basa, fuste y capitel), sobre las que apoyaron grandes pilares de sección cuadrada cuyo remate inferior son modillones de rollo (influencia visigoda), mientras que en su parte superior, crecen arcos de medio punto que sustentan un muro por cuyo interior discurre un canalón del tejado (un pequeño acueducto en cada nave). Estos arcos además actúan como tirantes dándole estabilidad al conjunto.
De las cuatro puertas que tuvo esta primera mezquita sólo se conserva una: La Bab al-Wuzara, La puerta del Visir en el muro occidental, hoy Puerta de San Esteban (la más antigua conservada). Su diseño inspirará el Arco de entrada del mirhab de Al-Hakam II.
Abd al-Rahman I no la vió terminada. La continuó su hijo Hisam I quien construyó el primer alminar en el shan, desaparecido en la ampliación del mismo llevada a cabo por Abd al-Rahman III. En el patio permanece señalado el espacio que ocupó (se puede ver en el plano).
Primera ampliación de la Mezquita de Córdoba
Los materiales reutilizados, práctica habitual en todas las culturas, siguen estando presentes durante la ampliación en el año 848 por Abd al-Rahman II; fustes, capiteles, cimacios, etc., visigodos o romanos, pero ya se utilizan algunos creados exprofeso para la obra. Ocho naves más hacia el sur que le obligaron a derribar el muro de la quibla y a desplazar el mihrab. Mihrab que adquiere ahora una importancia mayor y del que quedan como testigos dos parejas de columnas de mármol a cada lado (una negra y otra rosa) del arco de entrada del mihrab definitivo, el de Al-Hakam II.
Diferencia con la primer parte:
- Levantó en la obra de su bisabuelo Abd al-Rahman I, sobre las naves laterales, es decir en alto, una saquifa, lugar exclusivo para las mujeres.
- Aparecen columnas y capiteles creados para esta ampliación.
Esta parte del haram fue la que más sufrió por la construcción de la catedral.
La brillante gestión política de Abd al-Rahman II con la que consiguió pacificar sus territorios, hizo prosperar su reino llevando a cabo importantes construcciones por todo Al-Aldalus. Fue durante su mandato cuando Córdoba comenzaría su apogeo cultural con la llegada de libros, maestros de diversas artes como Ziryab, un poeta, gastrónomo, músico y cantante procedente de Bagdad, que introdujo las refinadas costumbres orientales en la corte cordobesa.
Su hijo y sucesor Muhammad I continuó las obras de esta ampliación construyendo una macsura, espacio acotado junto al mihrab buscando privacidad y seguridad para la oración del emir, su familia y su séquito.
Mientras que Abd Allah, uno de sus nietos, construyó un sabat; un paso privado desde el Palacio Califal (hoy Palacio Arzobispal) y la mezquita.
La etapa de Abderramán III en la Mezquita de Córdoba.
A Abd al-Rahman III, primer califa de Córdoba, le debe el califato el comienzo de la construcción de la ciudad palatina de Madinat al-Zahra y otras importantes construcciones. En lo referente a la aljama cordobesa realizó los siguientes cambios:
- Amplió el sham (patio), y levantó un nuevo muro de acceso al haram (sala de oración), con la intención de fortalecer los empujes de los arcos interiores, dotándolo de riwats (pórticos).
- Construyó un nuevo alminar de cuarenta metros de altura en la misma dirección que al antiguo. Se conserva una parte dentro de la estructura del campanario que levantó Hernán Ruiz III en los últimos años del siglo XVI. Se puede ver tras el hueco de las campanas al estar pintado de rojo intenso.
- El mihrab de cuya importancia hablan los restos encontrados en las excavaciones posteriores, muestra la misma planta que tiene el posterior de Al-Hakam II, alejándose ya del típico mihrab islámico que es un simple nicho. Fue el arte omeya el primero en engrandecer este simbólico espacio.
Segunda ampliación de la Mezquita de Córdoba
La ampliación acometida entre los años 961-967 por Al-Hakam II, es la menos ostentosa pero la más sutil, original y profunda de todas las ampliaciones. Fue la culminación del arte omeya en España, junto con Madinat al-Zahra. Consecuencia directa de la etapa de paz y prosperidad que vivía el califato. Gran coleccionista de antigüedades e interesante bibliófilo. La biblioteca de Al-Hakam II fue una de las mayores conocidas en la Edad Media.
Añadió once naves, de nuevo en dirección sur, lo que le obligó a mover el muro de la quibla y a construir un nuevo mihrab y un nuevo sabat. Diferencias con respecto a lo anterior:
- En el inicio de la nave central de esta ampliación, lugar del mihrab de la etapa de Abd al-Rahman II, se construyó la Cúpula de Villaviciosa, marcando el camino de la vía sagrada que conduce al nuevo mihrab. La gran riqueza decorativa de esta parte del edificio comienza en esta capilla que será donde se instale la primera iglesia cristiana tras la conquista de Fernando III en 1236. Las grandes pantallas de arcos entrecruzados, muros de encaje cuya funcionalidad es el soporte de las cúpulas erigidas en las partes más nobles de la ampliación, son un testimonio del cambio de estilo que sucede en estos momentos.
-
La zona del mihrab es la más rica de todo el edificio. Junto al él, están la Sala del Tesoro, Bayt al-mal y la puerta del sabat. La fachada del mismo y la cúpula que le precede son la parte más preciosa. Una ornamentación exuberante en la que destaca el despliegue de ricos mosaicos realizados por artistas bizantinos, placas de mármol cuyos exquisitos relieves tienen los ecos de la Sala Rica de Medinat al-Zahra, pinturas, celosías, etc., coronados por cúpulas que mantienen una preciosa conversación entre la riqueza ornamental y la funcionalidad, hacen de éste espacio uno de los rasgos diferenciales del arte omeya.
El gran arco de herradura que da acceso al mihrab bebe de las formas de la Puerta de San Esteban (puerta de la sagrada mezquita de Abd al-Rahman I), y se apoya sobre cuatro columnas, que pertenecieron al mihrab de Abd al-Rahman II en su ampliación. Conservadas intencionadamente por Al-Hakam II, se instalan aquí a pesar de la desproporción con el resto del conjunto. Dos decisiones que hablan del respeto por sus antecesores y de la sensibilidad de este califa.
- Utilización de Mosaicos. Nada menos que doscientos metros cuadrados de mosaicos desplegados en la magnífica cúpula que precede al mihrab y en la fachada del mismo, así como en las dos portadas adyacentes que dan paso al tesoro y al sabat. Hay aquí una clara mirada a las mezquitas de Damasco y Jerusalén.
- La macsura es un elemento que aparece por primera vez en el arte omeya en Oriente. Adquiere aquí una exuberancia y monumentalidad justificada por ser la antesala del mihrab. Su espacio se delimita con una celosía de maderas preciosas, y unas pantallas de arcos entrecruzados coronados con tres cúpulas revestidas de ricos mosaicos.
- Aparecen las cúpulas. Más allá de lo puramente decorativo siempre coronan ámbitos vinculados con lo sagrado y el poder. Pudo haber seis, pero se conservan sólo cinco. Las tres de la macsura, siendo la más espectacular la central, y las de la Capilla de Villaviciosa y la estructura de la cúpula adyacente que cubre la Capilla Real.
- Se dejan de utilizar prácticamente materiales de acarreo. Talleres califales trabajaron en las piezas utilizadas, apareciendo entonces en la mezquita los capiteles de pencas. Una estilizada abstracción de los motivos del mundo romano y visigodo.
Tercera ampliación de la mano de Almanzor
Un golpe de suerte traducido en el desnivel del terreno hacia el sur y la cercanía del Guadalquivir, hizo que se conservara el magnífico mihrab de Al-Hakam II. Almanzor, que tomó las riendas del califato al ser el tutor del joven heredero Hisam II, se vió obligado a recrecer hacia oriente el edificio. Al norte estaba el sham, al sur el bendito desnivel, y en el lado occidental el Palacio Califal.
Terminaba el siglo X cuando Almanzor llevó a cabo esta ampliación. Era un militar que llevó al califato a una dictadura de tintes populistas sin rastros de la sensibilidad que demostraron los reyes omeyas, y esto se dejó notar en este último añadido. Construyó ocho naves hacia oriente, en toda la longitud del edificio sin más interés que el espacio ganado. El sham lo amplió también en anchura para hacerlo coincidir con el haram. Fue una copia del sistema constructivo primero y no tuvo ninguna aportación ornamental, ni interés alguno en introducir materiales ricos o algún detalle preciosista. Con Almanzor llegó el principio del fin del califato.
Al no derribar el muro de la quibla, el mihrab quedó descuadrado del centro pero intacto, como decimos, y lo único que sufrió de la preciosa mezquita de Al-Hakam II fue el muro oriental, que quedó oculto en esta construcción. Posteriores restauraciones han sacado a la luz algunos vestigios de aquel muro entre los que destacan los restos de las cuatro portadas que nos permiten ver la riqueza de las mismas. La conocida como del Tesoro, y las de los altares de San Juan Bautista, San Sebastián y Santa Marta.
Es fácil reconocer esta última obra:
- Hay un desnivel pequeño pero suficiente para darse cuenta de que entramos en una zona distinta.
- Los modillones de rollo donde terminan los pilares de la segunda arcada, aparecen siempre divididos en dos partes.
- Las techumbres tienen falsas bóvedas, añadidas en la época cristiana.
- La fachada exterior con siete puertas restauradas por Velázquez Bosco, es lo más destacado de esta ampliación, por la monumentalidad de las mismas.
El comienzo de la Mezquita Catedral de Córdoba
Con las reformas cristianas se fundaron multitud de capillas y altares por todo el interior del edificio, principalmente en los laterales de la antigua sala de oración.
La primera obra que invade el antiguo espacio levantó dos grandes estructuras arquitectónicas, utilizadas como nave y capilla mayor del templo. La primera nave mayor fue erigida en el inicio de la ampliación de Al-Hakam II, donde se construyó una nave gótica cubierta con techumbre de madera en los últimos años del siglo XV. En su extremo oriental se encuentran la Capilla de Villaviciosa -antigua Capilla Mayor- y la Capilla Real.
Pero la obra medieval se quedó pequeña y en el siglo XVI se construyeron la Capilla Mayor, el crucero y el coro. En esta gran intervención trabajaron los maestros Hernán Ruiz I, Hernán Ruiz II y Juan de Ochoa.
A lo largo de la primera mitad del siglo XVII se construyó el retablo mayor, y la preciosa sillería del coro la realizó en 1747 Pedro Duque Cornejo en madera de caoba. De manera que en este espacio singular hay una fusión de arte que va desde la Antigua Roma al Barroco.
En los muros exteriores que el islam coronó con merlones, hay también intervenciones importantes de las distintas etapas cristianas, fáciles de reconocer. Al sur mirando al rio, aparecen las balconadas de época barroca, y extendidas por todo el perímetro aparecen intervenciones como el altar de la Virgen de los Faroles, frente a la Calleja de las Flores, donde se venera una copia de la Inmaculada de Julio Romero de Torres.
Sólo unas líneas para mencionar la importante labor de restauración del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco. Aún estando influido por la línea academicista de principios del siglo XX, actuó con una honestidad encomiable y a él le debemos el inicio de la recuperación de este magnífico monumento.
La entrada a la Mezquita Catedral de Córdoba.
La entrada al haram se hace por la Puerta de las Palmas o Arco de las Bendiciones, frente a la mudéjar Puerta del Perdón, ambas en línea con el camino que conduce al mihrab. La Puerta de las Palmas tiene una doble arcada: una exterior con columnas que presentan fustes y capiteles de estilo califal (refuerzo de Abderramán III), y otra interior construida para la primera mezquita cuyas columnas son de origen visigodo.
Las dos columnas con inscripciones latinas, que aparecen a ambos lados del exterior de la primera arcada de la Puerta de las Palmas, son romanas y aparecieron en 1533 al excavarse los cimientos del Crucero de la Catedral. La puerta está coronada por un pabellón realizado en 1553 por Hernán Ruiz I.
Dejamos a continuación un plano con la situación de las capillas, que no está actualizado pues continuamente se añaden elementos nuevos por parte del Cabildo Catedral, pero que en lo sustancial es una ayuda para no perderse en este complejo edificio.
Tres museos completan la historia del templo. Y si nos permitís un consejo amparado en la experiencia; una vez que la entendáis, perderos entre sus arcos sin planos ni datos, y acabar escuchando caer el agua en la Fuente de Santa María, en su viejo sham, es la mejor forma de no decirle nunca adiós.