En el este de Alemania, no demasiado lejos de la frontera con Polonia y con la bellísima ciudad de Potsdam a poco más de 20 minutos, Berlín reluce con un pasado ligado a la formación del Estado alemán con su imponente Reichstag, al pasado dinástico Hohenzollern con la famosa Puerta de Brandenburgo y la historia más reciente europeo con el muro de Berlín.
Una de las cosas que más sorprende de Berlín es la cantidad de árboles que hay. Para ser una gran ciudad, con tres millones y medio de habitantes, ha conservado una cantidad inusual de zonas verdes. Junto a las casas, edificios modernos y carreteras es habitual encontrar áreas abiertas con árboles que nada tienen que ver con la planificación urbanística.
Berlín está construida sobre dos ríos con algunos de sus afluentes, y en su extremo oriental está su mayor lago, el Müggelsee. Es una de las zonas favoritas de recreo de los berlineses, aunque ni mucho menos es la única. Al otro extremo de la ciudad, por donde pasa el río Havel, está el lago Wannsee, más pequeño pero igual de concurrido.
La ciudad se encuentra en un paraje natural privilegiado, y todos los siglos de historia desde su fundación, alrededor del año 1200, no han tapado toda la riqueza paisajística de Berlín. Una parte vital de esta riqueza es el río Spree, que atraviesa la urbe de oeste a este y pasa por algunos de sus puntos más importantes: la catedral, el museo de Pérgamo o el Reichstag.
Precisamente en la zona este de la ciudad, vemos un paisaje urbano totalmente diferente pero que cuadra con la idea de dejar las cosas tal y como son. Esta parte de Berlín fue la controlada por la Unión Soviética en la que, dadas las vicisitudes económicas, no se reconstruyeron todos los edificios que quedaron semiderruidos tras la Segunda Guerra Mundial. Tras la reunificación alemana, decidieron dejar algunas de estas ruinas tal y como estaban, como un museo al aire libre de la historia de la ciudad.
Alexanderplatz, el centro neurálgico de Berlín
Es en esta parte de Berlín donde está el centro neurálgico de la ciudad: Alexanderplatz. Se considera que, desde la edad media, es el centro y, a pesar de lo mucho que ha crecido la urbe, sigue estando prácticamente en el centro geográfico de la misma. Está, además, relativamente cerca andando de buena parte de los puntos de interés más importantes.
En Alexanderplatz está la famosa torre de televisión, esencial en el skyline berlinés y, todavía hoy, con sus 368 metros, uno de los edificios más altos de Europa. Aunque casi toda la zona peatonal hasta el Spree se considera, más o menos, Alexanderplatz, la plaza como tal está estrictamente a un lado de la estación de trenes que para justo allí. Hacia el otro lado, la torre de televisión, la fuente de Neptuno y ya, lindando con el río, el parque Forum-Marx-Engels. Esta última visita será más productiva después de haber leído los libros de Marx y Engels.
Qué ver en la isla de los museos de Berlín
Es un paseo apacible que llega hasta donde se bifurca el río Spree, formando la famosa Isla de los Museos, cuyo primer edificio reconocible es la catedral. Esta minúscula zona de Berlín tiene varios días de visita, ya que no hay un solo museo que no merezca la pena la entrada. Aunque la opción más recomendable sea verlos todos, la joya de la corona es el Museo de Pérgamo, cuyo Altar de Pérgamo no podrá ser visitado hasta 2020 por reparaciones y reformas.
No obstante, hay otras muchas obras que merecen la visita. El famoso busto de Nefertiti está en el Neues Museum (Museo Nuevo), que está centrado en colecciones egipcias y prehistóricas. El Museo Antiguo está dedicado en exclusiva a la antigüedad clásica, ofreciendo un repaso por el arte griego, etrusco y romano. En la Galería Nacional Antigua, pasamos al romanticismo y al impresionismo; es una oportunidad única de contemplar obras de Manet, Friedrich y Menzel. Finalmente, el Museo Bode ofrece un repaso por la escultura de diferentes épocas, un espacio dedicado al arte bizantino y una importantísima colección numismática.
Historia de Berlín en pleno callejero
Si uno sale de la Isla de los Museos cruzando el canal del Spree que da forma a la isla, verá una línea recta que da a la Plaza de París. Es un espacio agradable que recibe el nombre por el Tratado de París de 1814, cuando Napoleón fue derrotado por la Sexta Coalición, en la que Prusia tuvo un papel fundamental.
Es en esa misma plaza en la que está la Puerta de Brandenburgo, el estado federal alemán del que es capital Berlín. Aunque fue el Reino de Prusia el que unificó Alemania al finalizar la Guerra Franco-Prusiana, Prusia nunca estuvo dentro de lo que conocemos como Alemania (hoy la mayor parte es de Polonia, y otra pequeña, de Rusia). Tuvo su origen en el Estado Monástico de los Caballeros Teutónicos, que con el tiempo acabó en un reino unido a Brandenburgo, con capital en Berlín. Y como Prusia fue el artífice de la unificación alemana, al formar el Imperio Alemán (en París, donde más daño podían hacer a los franceses), la capital de Alemania desde entonces, es Berlín.
Fue desde ese momento en el que la ciudad desarrolló su potencial económico y cultural, así como una impresionante expansión demográfica, cuyo cénit tuvo lugar durante la Alemania nazi. Doscientos años de la historia de una ciudad en tan solo un paseo, por cierto, muy agradable, y que por supuesto, no acaba aquí.
En el lado norte de la Plaza de París está, junto al Spree, el Reichstag. Actualmente es la sede del Parlamento Alemán, y un edifico turístico visitable que cuenta la historia de la democracia alemana. Semidestruido durante la Segunda Guerra Mundial, ahora presenta una cúpula de cristal diseñada por Norman Foster durante los años 90.
En la cara sur de la plaza hay un monumento para muchos sobrecogedor y, para otros tantos, indiferente. Se trata de un espacio de 19.000 metros cuadrados con bloques de hormigón, es el Monumento del Holocausto. No es suficiente con verlo, hay que caminar por él, subir y bajar, ir de un lado a otro, y estar allí en soledad con esos bloques.
Cruzando la Puerta de Brandeburgo, uno entra de inmediato en el Teirgarten, uno de los parques más grandes de Berlín, cuya avenida principal da a la Columna de la Victoria. Originalmente fue construida para conmemorar una victoria sobre Dinamarca en 1864, pero para cuando se terminó, Prusia ya era el Imperio Alemán, y sirvió para conmemorar la victoria contra Austria en 1866 y contra Francia en 1871. Al terminar el Tiergarten se encuentra el barrio de Charlottenburg, donde se encuentra el palacio Charlottenburg, una joya del barroco que merece la visita.
Algo más al noroeste, al otro lado del Spree, y muy cerca de la estación de tren y metro de Schönhauser Allee, que merece la pena ver (aunque la joya de la ciudad es la estación central), está el Memorial del Muro. Es un paseo en la calle Bernauer con un buen trecho del muro que separó la Berlín soviética del resto de zonas. Es una visita que merece la pena para ver el muro tal y como fue.
No obstante, para tener una visión más completa de esa Berlín de la Guerra Fría, habría que cruzar otra vez el Spree y, tras haber visto el muro en persona, hacer una visita al Museo del Muro. Además, el edificio tiene la fortuna de estar al lado de Checkpoint Charlie, el paso fronterizo más famoso de Berlín. Es, probablemente, uno de los mejores lugares para comprar recuerdos, y un broche final perfecto para un pequeño recorrido por parte de la historia de la ciudad.