La Puerta de Brandenburgo es uno de los monumentos más famosos de Berlín y, qué duda cabe, una de las puertas más conocidas del mundo. El viajero se deleita en la capital alemana con el Reichstag y su preciosa cúpula o la eterna modernidad de las estaciones de tren. En una ciudad embellecida también por la delicada presencia del Palacio de Charlottenburg y marcada por la cicatriz del muro, la Puerta de Brandenburgo es, de manera indiscutible, una visita obligada para todo viajero que se precie. Os contamos por qué es indispensable a través de su historia.
Una puerta para la paz
1789 fue un año turbulento en Europa y los siguientes acontecimientos que se sucedieron en Prusia, una muestra de la histórica debilidad de aquel joven reino. Unos años atrás, Federico Guillermo II había mandado la construcción de una majestuosa puerta en uno de los accesos a Berlín, por entonces amurallada (si quieres saber más sobre la historia de Berlín, te recomendamos nuestra selección de libros).
Era una puerta para la paz. Proyectada por Carl Gotthard Langhans, estaba inspirada en las puertas de acceso a la Acrópolis de Atenas en un estilo neoclásico que gustaba por entonces en la capital prusiana. Pero aquella construcción no es tal y como vemos hoy la Puerta de Brandenburgo. La tendencia prusiana de estar al borde del abismo a lo largo de historia modificó su aspecto.
Una tendencia necesaria ya que, primero el margraviato de Brandenburgo y, más adelante el Reino de Prusia, surgieron, se expandieron y fortalecieron en una posición delicada, una encrucijada entre grandes potencias enemigas como Francia, Rusia y Austria. Esta complicada situación se salvó, en mayor o menor medida, haciendo y deshaciendo alianzas y enemistades como quien deshoja una margarita, y poniendo las esperanzas en un ejército fuerte educado en la disciplina prusiana. Y a pesar de contar con dicho ejército, Prusia seguía necesitando de esas alianzas si el reino no quería acabar engullido por alguna de las verdaderas grandes potencias de la época.
La puerta fue inaugurada en 1791 y contaba entonces con 12 columnas dóricas (seis a cada lado) y cinco espacios de acceso (con el central más amplio). Formaba, por aquellos años, parte de la muralla y se convirtió en uno de los símbolos de Berlín y, por extensión, del Reino de Prusia. En lo alto de la puerta, la diosa de la paz (Eirene) a las riendas de una cuadriga tirada por cuatro caballos se dirigen hacia la ciudad. La Puerta de la Paz, como se la conoció entonces, tardó pocos años en ser usada con fines bélicos.
El complejo escenario europeo
El culto a la paz de Federico Guillermo II no casaba con su política diplomática, vista por sus vecinos como hipócrita y traicionera. Varias veces dejó a sus aliados vendidos en pos de la gloria propia y, de hecho, fue el monarca que más expandió el territorio prusiano. El coste diplomático fue enorme para la posterior política del reino y es que desde la Revolución Francesa de 1789 el monarca se había mostrado muy suave con los franceses. Cuando Napoleón alzó las armas, el sucesor, Federico Guillermo III, no quería decantarse por ningún bando en Europa. Sus dudas estaban justificadas, ¿entrar del lado francés y su emperador que podría resquebrajar los cimientos de Europa, o hacerlo del lado austriaco y ruso siendo también el menor de los actores?
Pero la agresiva política de Napoleón con los territorios prusianos y una guerra de partidos en el seno de la corona decidieron por el monarca. Prusia entró en guerra contra Francia y no contaba con un aliado fuerte, los años de las dudosas políticas de ambos reinados lo hacían difícil. En 1806 las fuerzas de Napoleón aplastaron, literalmente, al poderoso ejército prusiano. El «reino de hierro» acabó ocupado por las fuerzas napoleónicas en uno de esos momentos en los que Prusia estuvo al borde del abismo.
Victoria, la nueva Puerta de Brandenburgo
Napoleón, siempre arrogante, mandó desmontar la cuadriga de la hermosa Eirene y llevarla a París para mostrarla como símbolo de la victoria. Aquel hecho puso al borde de la destrucción lo que durante siglos habían tratado de construir los Hohenzollern. Pero tan pronto como las cosas se torcieron y la caída al abismo parecía ineludible, la situación cambió. Napoleón salió de Rusia con el rabo entre las piernas y la exhibición planeada de Eirene nunca tuvo lugar.
Tras el repliegue de Francia, Prusia participó en la Sexta Coalición contra las fuerzas napoleónicas y el ejército pudo sacarse la espinita clavada de 1806 nueve años después en Waterloo, batalla en la que las tropas prusianas jugaron un importante papel. Un año antes habían recuperado la cuadriga, pero Eirene fue sustituida por la diosa Victoria. La paz ya no tenía lugar en Prusia, la historia del reino en adelante fue un sendero victorioso hacia la unificación alemana. Victoria además, portaba un águila con una cruz de hierro (condecoración militar que nació entonces, cuyo símbolo sigue siendo el emblema de las fuerzas armadas alemanas) a modo de estandarte.
Décadas después, Berlín se deshizo de sus murallas y fue entonces cuando se construyeron los pórticos mayores que todavía resguardan el símbolo de Alemania y Prusia. Los tres pasos centrales de la puerta estaban reservados solo para la familia real y sus invitados, hasta que en 1918 todo el mundo podía usar los sobredichos pasos.
El ostracismo a todo lo prusiano
A pesar de todos los cambios y las idas y venidas de la cuadriga, los actos oficiales a través de estos pasos de la puerta continuaron teniendo un enorme peso simbólico. En 1933, cuando el presidente Hindenburg nombró a Adolf Hitler canciller, este desfiló a través de la puerta con los camisas pardas y las SS. La puerta, como símbolo, se oscureció a ojos del resto del mundo, así como todo lo relacionado con lo prusiano.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el conjunto había sufrido gravísimos daños y la cuadriga con Victoria quedó casi por completo destruida. En 1947 las fuerzas de ocupación aliadas firmaron la abolición del Estado de Prusia, por considerarlo el germen de todos los horrores vividos en Europa. La mera existencia de la idea de Prusia era aberrante para los que salieron victoriosos de la Segunda Guerra Mundial, porque Hitler no era más que el último paso lógico de todo lo que Prusia representaba. Al menos eso es lo que pensaban.
El resurgir de la Puerta de Brandenburgo
Por suerte, el destino de la Puerta de Brandenburgo no fue el borrado que hicieron con Prusia. Tras los primeros años de la guerra pareció estar abandonada al olvido, pero en 1957 se restauró parcialmente y la cuadriga con Victoria volvió a cabalgar en dirección a Berlín. No obstante, el águila y la cruz todavía no estaban presentes.
Este resurgir se vio interrumpido en 1961. Cuando la URSS levantó el muro de Berlín, la Puerta de Brandenburgo quedó en terreno de nadie, inaccesible, como en un paréntesis temporal en el que, simplemente, había sido desterrada. Los berlineses la siguieron llevando dentro y se convirtió en símbolo de la unidad. En 1987, Ronald Reagan pronunció su discurso «Derribe este muro», en una estampa histórica que todavía se recuerda.
Tras la caída del muro de Berlin y con la reunificación de Alemania, Victoria volvió a enarbolar el estandarte con la lanza y la cruz de hierro. Hasta entonces, no todos habrían estado a favor de volver a ver aquellos símbolos de Prusia, odiada y escondida en un rincón de la historia, visible y reconocible, a pesar de todo.
Hoy la Puerta de Brandenburgo es uno de los lugares turísticos más destacados de Berlín. Los viajeros no se van de la ciudad sin visitar la Plaza de París, donde se encuentra la puerta. Otros tantos compran reproducciones de la misma, con su águila y su cruz de hierro, algo que habría escandalizado a más de uno a mediados del siglo pasado. La puerta es un lugar de encuentro común también para actos como diversas conmemoraciones de la caída del muro y concentraciones ciudadanas pacíficas. Quizás Federico Guillermo II pudiera pensar hoy que su puerta es, finalmente, un lugar de paz y convivencia.