Mucho tiempo después de la fundación del Reino de Prusia, los Hohenzollern habían forjado un imperio a base de anexiones diplomáticas y conquistas militares (si te interesa la historia de Berlín te recomendamos nuestra selección de libros). Lo que en un principio había sido uno Estado que empezaba a predominar en los territorios alemanes, absorbió poco a poco al resto Estados germánicos y la administración del luego II Imperio Alemán (el primero fue el Sacro Imperio Romano Germánico) creció de manera acorde a lo anexionado.
Este II Imperio Alemán (o II Reich) fue proclamado en la sala de los espejos del Palacio de Versalles. Con Francia derrotada e invadida al final de la guerra francoprusiana, allí, en 1871, se proclamó mucho más que un imperio. Los prusianos decían al mundo que habían conseguido reducir a Francia ellos solos, y que bajo su bandera estaban unidos todos los alemanes. El secuestro de la diosa Eirene que hizo Napoleón se queda en broma al lado de esto.
Todos esos alemanes, que ahora tenían una constitución y el derecho al voto (sufragio universal masculino) también tenían representantes. El imperio necesitaba un parlamento, un edificio grande en el que acoger a todos estos representantes. Nació así la idea del Edificio del Reichstag (la Dieta Imperial), de la mano de los propios parlamentarios, que veían una necesidad tener un lugar «digno».
No obstante, esa necesidad tardó tiempo en ser atendida, ya que hubo todo tipo de disputas hasta por el solar. En 1872 se celebró un concurso de arquitectos para presentar un proyecto; el edificio se alzaría en las tierras del conde Raczyński. Claro que faltaba un pequeño detalle, el permiso del conde, quien se negó. El proyecto ganador fue del arquitecto alemán Ludwig Bohnstedt, que nunca llegó a ver su proyecto construido.
En 1881 el gobierno compró las tierras al hijo del conde, y esta vez sí, con las tierras disponibles, se repitió un concurso con todo preparado. En esta ocasión ganó Paul Wallot, pero al Edificio del Reichstag todavía le quedaba un intrincado camino por delante. Al arquitecto le hicieron mover la cúpula del centro del edificio hacia el vestíbulo de entrada. Pero una vez comenzada la construcción consiguió volver a situarla sobre la sala de plenos.
El daño estaba hecho y en esa fase de la construcción las paredes de la sala no podrían aguantar una cúpula de piedra. Pero en 1889, el ingeniero Hermann Zimmermann tuvo una idea: hacer la cúpula de acero y cristal, algo que aguantarían las nuevas paredes. Aquella cúpula, que llegó sobre la marcha, se convirtió en uno de los símbolos de la ingeniería alemana; esa construcción de acero y cristal era la vanguardia frente a la piedra neoclasicista del resto del conjunto.
El Edificio del Reichstag comenzó su vida de casa para los parlamentarios en 1894 incluso sin estar terminado. Aunque estuvo prácticamente terminado para el día de su inauguración, algunos detalles no estuvieron presentes. Wallot quería dedicar la construcción al pueblo alemán, pero la inscripción en uno de los frontones «Dem Deutschen Volke» (al pueblo alemán) no estuvo instalada hasta 1916, en plena Primera Guerra Mundial.
Su uso como parlamento no ha sido menos accidentado como toda su planificación y construcción. En pleno auge del nacionalsocialismo, unas semanas después de ser nombrado Adolf Hitler canciller, el edificio ardió. Todo el incendio estuvo envuelto en misterio y aunque provocado, no hay consenso sobre el autor. El partido Nazi, aprovechando la situación, derogó los derechos civiles de la República de Weimar y estableció la pena de muerte por alta traición, comenzando una persecución de sus enemigos políticos.
El gobierno de Hitler se hizo con más resortes del Estado a raíz de aquel incendio, y la remodelación del edificio hasta la Segunda Guerra Mundial lo convirtieron, prácticamente, en un búnker. Cuando en la primavera de 1945 los rusos llegaron a Berlín, el Reichstag era un punto clave para la rendición de la ciudad. Entre los bombardeos y las encarnizadas luchas dentro de sus pasillos, el edificio de Wallot se mantenía en pie, pero casi irreconocible.
En lo alto del Reichstag se tomaron una de las instantáneas más famosas de la Segunda Guerra Mundial, supuestamente, el mismo día en que los rusos entraron al edificio. No obstante, la heroicidad de aquella fotografía ha quedado en entredicho con diversas investigaciones, y en realidad todo parece indicar que fue tomada días después una vez el fragor del combate había terminado.
Tras la guerra, el edificio quedó en estado de total abandono, hasta que a mitad del siglo XX, comenzaron tímidas obras para conservarlo. En la década de los 60, las autoridades decidieron realizar una remodelación para que pudiera usarse de nuevo, aunque no se sabía para qué uso. Con la imponente cúpula dinamitada en 1954, por supuestos problemas estructurales, el nuevo Edificio del Reichstag tuvo un aspecto mucho más austero que a finales del siglo XIX.
Finalmente, tras la reunificación alemana, en 1991 el Bundestag (dieta federal en vez de imperial), aprobó trasladar la sede del gobierno de Bonn a Berlín, y usar el Edificio del Reichstag de nuevo para lo que había sido pensado: como parlamento. Para ello se aprobaron nuevas reformas que duraron hasta 1999, y que borraron el aspecto austero que recibió en los 60.
El encargado de esta reforma fue Norman Foster, cuyo elemento más reconocible es una cúpula de acero y cristal que se ha convertido en el símbolo del nuevo Reichstag. Aunque parezca un chiste, Foster era contrario a poner una cúpula, pero el proceso del concurso de la reforma tuvo bastante más de comedia que de concurso. Primero ganaron tres arquitectos; Calatrava fue uno de ellos con un edificio que sí tenía cúpula. Más tarde ganó Foster en solitario, sin cúpula, pero al final le dijeron que aunque les gustaba mucho su proyecto y confiaban en él lo mejor era que le pusiera una cúpula.
A regañadientes Norman Foster proyecto una cúpula y el resultado fue excelente. Además de catapultar su carrera, dotó de una nueva personalidad al Reichstag y se ha convertido en uno de las mayores puntos de interés turístico de Berlín. Aunque por fuera es una cúpula circular bastante clásica, el interior es una puerta a otro universo.
Los nervios que forma la cúpula sujetan una pasarela en espiral por la que los visitantes pueden pasear hasta casi la cima de la estructura, lo que ofrece una vista 360º de Berlín. Además del centro de la cúpula cuelga un cono revestido de espejos que inundan de luz la estancia, que está justo encima del nuevo Parlamento. El Reichstag, de nuevo, era un edificio con lo clásico y lo vanguardista en perfecta sintonía, y la clave está en su cúpula rodeada de polémica.