El mismo día en que Colón llegó al Nuevo Mundo, el 12 de octubre de 1492, cerraba sus ojos para siempre Piero della Francesca. Lo hacía en el mismo lugar en que vio por primera vez la luz hacia 1415, en Borgo de Sansepolcro (hoy Sansepolcro).

Figura esencial en el avance de la representación relacionada con la perspectiva, la proporción, la simplificación de las formas y la representación de la luz, Piero della Francesca dotó a sus personajes de verdad humana, los hizo monumentales, llenos de majestad, espiritualidad y poesía.

Con un estilo propio fácil de identificar, se movió con igual soltura en las técnicas murales, utilizando el fresco, el temple, el óleo, la tabla o el lienzo. Era un trabajador lento y reflexivo: para poder trabajar de forma minuciosa en sus pinturas al fresco, utilizaba el truco de aplicar paños húmedos al yeso por la noche, para mantenerlo húmedo y seguir trabajando al día siguiente, sin tener que arrancar cada jornada con yeso nuevo.

Hijo de un rico comerciante de tejidos, tuvo desde la infancia relación con las matemáticas, el cálculo, el álgebra y la geometría. Brillante tratadista y matemático, en su tiempo fue muy admirado por su sabiduría. Sobre él se ha escrito mucho. El primero en hacerlo fue Vasari, que se referiría al injusto olvido de su obra en los siguiente términos:

Y aunque el tiempo, al que llamamos padre de la Verdad, tarde o temprano saque a la luz esta verdad, (muchos) sin embargo son privados durante tiempo del honor que merece su trabajo. Este fue el caso de Piero della Francesca, De Borgo San Sepolcro.

La primera impresión que nos dejó su obra, más allá de todos los avances técnicos y estilísticos, es el silencio imponente en sus composiciones, un silencio ficticio, porque el espectador queda atrapado en una conversación íntima y poderosa con los personajes que le miran desde los cuadros y los muros. Y esa conversación silenciosa se baña de un aire de misterio, inescrutable en el que está inmerso el imaginario personal de este artista toscano, cuya obra quedó prácticamente en el olvido hasta la llegada de los impresionistas.

Con Piero della Francesca en la Toscana

Piero della Francesca en Sansepolcro

El río Tíber atraviesa la ciudad de Sansepolcro en su camino hacia Roma y también lo hacen la vida y la obra de Piero. Vivió allí la mayor parte de su vida, aunque algunas obras que pintó en su pequeña ciudad se encuentran muy lejos, como la tabla del Bautismo de Cristo, que se conserva en la National Gallery de Londres.

En el Museo Cívico de Sansepolcro, encontramos cuatro obras del artista.

El Políptico de la Misericordia, un encargo de la Hermandad del mismo nombre en 1445, que es la primera obra documentada de la que se tiene noticia. El maestro tardó casi quince años en terminarla y no todas las tablas las hizo él. La predela que contiene las pequeñas escenas con paisajes se le atribuye a algún autor local.

El fondo dorado del retablo una exigencia de los comitentes, acerca la obra al Gótico; mientras que la contundencia de las figuras, aprendida de Masaccio; el colorido que aprendió Piero della Francesca de la mano de su maestro en Florencia, Domenico Veneziano; y la perspectiva, que consigue en el panel central con el manto de la Virgen, aprendida de Brunelleschi, abren la obra al Renacimiento.

Políptico de la Misericordia
Políptico de la Misericordia. Fuente

Entre las tablas que realizó él se encuentra la tabla central, parece ser que la última en terminarse: la Madonna de la Misericordia. El manto de la Virgen aparece como un gran tabernáculo bajo el que se protegen los hermanos de la cofradía. El personaje que aparece bajo el brazo derecho de la Virgen, mirando hacia arriba, se ha identificado como un autorretrato.

Tabla central - Políptico de la Misericordia
Tabla central – Políptico de la Misericordia. Fuente

Además de los frescos de San Julián y San Ludovico, encontramos en este museo el extraordinario fresco de la Resurrección, datado entre 1463 y 1465 y pintado para la Sala dell’Udienza de Sansepolcro. La iconografía del fresco es una mezcla del poder civil y el poder divino.

Los paisajes de su entorno le sirven para simbolizar la exhuberancia de la vida a la izquierda de Cristo, y la tristeza de la muerte a su derecha. Si atendemos al lugar para el que fue realizada, estos paisajes se pueden entender como el buen y el mal gobierno. Su factura es una prueba del manejo extraordinario de la perspectiva por este geómetra apasionado, que da una lección con la utilización de la luz para resaltar la poderosa figura de un Cristo que triunfa ante la muerte. De nuevo vemos un autorretrato del artista, es el personaje que aparece dormido de frente bajo el brazo derecho de Jesús.

Fresco de la Resurreción
Fresco de la Resurreción. Fuente

Hay una historia que situa a Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, como el salvador accidental de esta pintura durante la Segunda Guerra Mundial. Huxley, impresionado por el fresco, lo menciona en su libro de viajes A lo largo del Camino: notas y ensayos de un Turista, y habla de él como la «pintura más grande del mundo».

Una serie de casualidades se dieron cita en 1944 en Sansepolcro, que se encontraba en la línea del frente. La afición a la lectura del oficial de artillería Anthony Clarke, al mando de un destacamento de las fuerzas aliadas, le había llevado a leer el libro de viajes de Huxley y su sensibilidad le impidió convertirse en el responsable de la destrucción de aquella obra. Jugándose pasar por un consejo de guerra, dio la orden de cesar temporalmente el fuego para persuadir a los alemanes. Al día siguiente, las fuerzas aliadas entraron en la aldea sin la menor dificultad. Sobre este militar, que acabó después de la guerra abriendo una librería en Ciudad del Cabo, y lo que pasó en Sansepolcro os recomendamos leer este artículo.

La verdad es que el fresco ha «resucitado» en otra ocasión ya que fue cubierto de cal cuando la moda del rococó veía poco encanto en una obra como aquella y permaneció más de un siglo cubierta hasta que en 1839 volvió felizmente a ver la luz.

Piero della Francesca en Monterchi

Dejando atrás Sansepolcro, a unos 20 minutos en coche, nos vamos a acercar al pueblo natal de la madre de Piero, Monterchi, situado en una colina en el margen derecho del río Tíber y en el límite con la región de la Umbria.

Allí, para la antigua iglesia de Santa María a Momentana, aunque hoy la podemos ver en el Museo della Madonna del Parto, Piero realizó hacia 1460 este fresco probablemente dedicado a su madre, que está considerado como una de las obras maestras del Renacimiento italiano. Es la única pintura de ese siglo que representa a la Virgen en estado de buena esperanza. Para la realización del fresco, Piero della Francesca utilizó colores extraídos de minerales selectos y costosos que le proporcionan un acabado con una pigmentación brillante y llamativa. El ropaje de la Virgen es de lapislázuli, mineral que llegaba a la República de Venecia desde la lejana Afganistán, lo que encarecía bastante el pigmento.

La Madonna del Parto
La Madonna del Parto. Fuente

La preciosa cortina de damasco, decorada con bordados de granadas -símbolo de la fertilidad- que sirve de baldaquino al sujetarla dos ángeles, guarda a una jovencísima María, con una dulce expresión en su rostro y una postura común en cualquier futura madre. María deja caer una mano sobre su estómago, mientras que apoya la otra en su cadera para soportar el peso. Esta Virgen es un ejemplo de lo que decíamos al principio sobre la pintura de Piero, respecto a que dota a sus personajes de verdad humana.

Hay un dato histórico que ha rodeado de un halo «milagroso» este fresco. En 1785 un terremoto destruyó por completo la iglesia, quedando en pie e intacto únicamente el muro en el que aparece esta virgen. Esto convirtió el lugar en un centro de peregrinación de mujeres embazaradas. Y de nuevo en 1910, se volvió a librar de otro destructivo temblor de tierra por haber sido cambiado de sitio tras una restauración.

Se salvó también de otro tipo de temblores, ya que siendo un misterio su iconografía, que no está nada en la línea de los dictados del Concilio de Trento, estuvo en el punto de mira de la Inquisición.

Piero della Francesca en Arezzo

A tan sólo media hora en coche desde Monterchi, seguimos a este itinerante maestro italiano por su Toscana natal y llegamos a Arezzo. Aquí en en la Capilla Bacci de la iglesia de San Francesco, encontramos el ciclo de frescos de la Leyenda de la Vera Cruz. Una obra maestra que está datada entre 1452 y 1466.

Hay una inscripción en la iglesia que anuncia lo que vamos a ver en la Capilla Bacci:

Serenidad, rigor, perfección matemática, tiempo resuelto en el espacio, presente que engloba los siglos, solemnidad armoniosa del existir. Es toda la inmortalidad que distingue la obra de Piero Della Francesca

Para desarrollar el tema de este ciclo pictórico, Piero se basó en la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, aunque hizo su propia interpretación y añadió la Anunciación que vemos en la parte derecha baja del testero central.

Capilla Bacci - La Leyenda de la Cruz
Capilla Bacci – La Leyenda de la Cruz. Fuente

Hace más de 500 años Piero nos dejó esta maravilla en Arezzo. Supo construir un relato con siglos de leyendas que tejieron el símbolo de la Cruz; éstas parten de una semilla procedente del Paraíso, que siembran en el viejo cuerpo del padre Adán. De aquí nacerá el árbol que servirá para hacer la cruz en la que un día el hijo de Dios morirá para salvar a la humanidad.

La muerte de Adán
La muerte de Adán . Fuente
La muerte de Adán (detalle de la siembra del árbol)
La muerte de Adán (detalle de la siembra del árbol). Fuente

Milagros, batallas, encuentros «fortuitos» con el madero, robos y recuperaciones del mismo quedan para siempre fijados en los muros de la sencilla iglesia franciscana de Arezzo. Sentados frente a la Capilla Bacci, a la espera del turno que permite entrar y escuchar las explicaciones del guía, se siente ya la emoción que el artista supo trasnmitir al contar esta mezcla de historia y de leyendas que son el fundamento de todo un símbolo cristiano: la Cruz.

Uno de los episodios de esta historia sucedió en el año 312, cuando se libró la batalla en el Puente Milvio, cerca de Roma. Su resultado fue un importante punto de inflexión en la historia del cristianismo. Los historiadores cristianos de esta época y posteriores, influidos por la narración de Eusebio de Cesarea, atribuyeron la victoria de Constantino sobre Majencio a una intervención divina, en la que Constantino vio en sueños una cruz con la leyenda «por este signo vencerás», lo que despertó en él un apego por el cristianismo que impulsó su legalización en el Edicto de Milán del año 313.

Ese sueño lo lleva Piero al muro de la Capilla Bacci en este espléndido fresco que hasta hace poco se creía una escena nocturna, pero una reciente restauración ha destapado luces que sitúan la escena en el amanecer.

El sueño de Constantino
El sueño de Constantino. Fuente

Sentado en un banco bañado de luz, un siervo vela su sueño y mira pensativo hacia el espectador, como si conversara con él en silencio (desde el banco donde se espera la entrada ya se entabla esa conversación). El tratamiento de la luz, que se adelanta al futuro maestro Caravaggio, destaca en la oscuridad a los centinelas en primer plano, que reciben la iluminación únicamente por la luz proyectada desde arriba por el ángel. El mensajero divino desciende para mostrarle la cruz al emperador durante su sueño profundo, en un anuncio que cambiará la historia de Occidente.

El sueño de Constantino (detalle)
El sueño de Constantino (detalle). Fuente

En la siguiente escena Piero recrea esa victoria con un fondo del paisaje de Sansepolcro con el río Tíber serpenteando entre los soldados. La Batalla tuvo lugar en el Puente Milvio, cerca de Roma, sobre las aguas del Tíber.

La victoria de Constantino
La victoria de Constantino. Fuente

Mucho después, en el año 614, el rey persa Cosroes II, que había tomado Jerusalén y robado la Vera Cruz (encontrada legendariamente por Elena, la madre de Constantino) fue vencido y degollado por Heráclito, que la recuperó. Esta escena la representa Piero en otro episodio que sitúa justo enfrente de la batalla de Constantino.

La derrota de Cosroes
La derrota de Cosroes. Fuente

El ciclo lo podemos seguir por orden o dejarnos llevar sin necesidad de tener en cuenta la magnífica invención de esta historia. Cada una de las escenas es en sí misma un deleite lleno de detalles extraordinarios; en las expresiones de los rostros, en los juegos de luces, en las composiciones narrativas, o en el reconocimiento de los paisajes que nos acompañan en la ruta emprendida por esta zona bendita de Italia.

Escena del descubrimiento de la cruz
Escena del descubrimiento de la cruz. Fuente

Entre estos paisajes amados por el artista y algunas arquitecturas locales (como la ciudad de Arezzo, a la que emplaza en una colina rodeada de una muralla para representar Jerusalén, o el mismo Sansepolcro con sus edificios colocados en perspectiva como fondos escenográficos, detrás y a la derecha del templo de Venus que tanto recuerda a la arquitectura de su admirado Alberti) Piero della Francesca presenta figuras elegantes, centradas en una geometría perfecta, que van desarrollando escena tras escena esta vieja leyenda.

La reina de Saba ante el rey Salomón
La reina de Saba ante el rey Salomón. Fuente

Anthony Minghella nos sorprendió con algo más de dos minutos de emoción en su película El Paciente Inglés, cuando a Hanna le regala su amado un vuelo hacia estos maravillosos frescos. La escena termina con un sincero thank you, que hacemos nuestro también.

Capilla Bacci - La Anunciación
Capilla Bacci – La Anunciación. Fuente

En el Duomo de Arezzo todavía podemos disfrutar de otra obra magnífica; la monumental, bellísima y misteriosa Magdalena del Duomo, que debió ser la misma modelo que vemos en la Anunciación de la Capilla Bacci en San Francesco y la misma que vimos en la Madonna del Parto.

María Magadalena
María Magadalena. Fuente

Con Piero della Francesca en la Umbria

Piero della Francesca en Perugia

Aproximadamente a una hora de Arezzo encontramos en la Galería Nacional de Umbria, en bellísima Perugia, una obra compleja y magistral de nuestro pintor. Se trata del Políptico de San Antonio, que pintó en el convento del mismo nombre de esta preciosa ciudad en 1467, por encargo de las hermanas terciarias para la capilla del edificio.

Políptico de San Antonio - Tímpano
Políptico de San Antonio – Tímpano. Fuente

Es una mezcla del Gótico Final de la mayoría de las tablas, muy apreciado en la Umbria durante el Quattrocento, con el pleno Renacimiento del tímpano donde Piero dejó una clase magistral de perspectiva.

Políptico de San Antonio
Políptico de San Antonio. Fuente
Políptico de San Antonio - San Francisco y Santa Isabel
Políptico de San Antonio – San Francisco y Santa Isabel. Fuente

Con Piero della Francesca en Le Marche

Piero en Urbino: camino hacia la madurez

Salimos de la Umbria para adentrarnos en la región italiana de Le Marche, apenas hora y media de coche nos llevará a la impresionante ciudad de Urbino, cuna de Rafael Sancio.

Entre 1454 y 1486 Piero della Francesca mantuvo una intensa relación con esta ciudad, que durante el mandato de los duques Federico de Montefeltro y Battista Sforza llegó a su etapa más brillante tanto en el aspecto político como en el cultural.

El Duque quiso hacer de Urbino una nueva Atenas y para ello llamó a los mejores artistas y humanistas. Allí Piero coincidió con León Battista Alberti, Melozzo da Forli, Justo de Gante, y el matemático Luca Pacioli entre otros, y en Urbino dejó Piero un nuevo lenguaje pictórico presidido por la arquitectura, como vemos en la Pala de Brera, en la Madonna de Senigallia o en la Flagelación de Cristo. El contacto con los artistas flamencos influyó decisivamente en su obra, como observamos en la Natividad, probablemente pintada aquí y que podemos ver en la National Gallery de Londres, o el Políptico de San Agustín, hoy desmembrado, del que podemos admirar la tabla que retrata al Santo en el Museo de Arte Antiguo de Lisboa.

En el Palazzo Ducale di Urbino, sede de la Galleria Nazionale delle Marche, se encuentra la Flagelación de Cristo, una de las imágenes más controvertidas y famosas del Quattrocento. Todo en esta tabla resulta enigmático: la fecha en que está datada, que contradice la presencia de los tres personajes de la derecha; algunos los identifican con personas posteriores en el tiempo. El mensaje de los protagonistas de las escena del fondo, o la frialdad de esa misma escena, que más bien parece un cuadro dentro de otro cuadro.

Lo que no admite interpretación alguna es que el tratamiento de esta obra le concede todo el protagonismo a la arquitectura. El escenario clásico es de manera palpable la principal preocupación del artista, que parece haber congelado el momento de la Flagelación trasladándolo en el tiempo.

La Flagelación de Cristo
La Flagelación de Cristo. Fuente

En la misma Galería encontramos esta tabla que debe su nombre a la iglesia de Santa María de las Gracias en Senigallia, de donde procede. Datada entre 1470/75, es una escena naturalista, ambientada en una habitación con decorados renacentistas, que hace un guiño a la influencia flamenca en una cesta con ropa blanca que aparece en la repisa del fondo, en los bordados de los trajes o en la ejecución de los pliegues de las ropas.

Virgen de Senigallia
Virgen de Senigallia. Fuente

De 1475 es este panel de madera trabajado en témpera y que se atribuye a Piero della Francesca, que también podemos ver en esta Galería. La preocupación constante del artista por la arquitectura, la geometría y el cálculo, sumados a la iluminación de los edificios de esta ciudad ideal, que parecen salidos de los pinceles de Piero; su preocupación por los temas humanísticos, como la búsqueda de la ciudad ideal; o el hecho de que dejara tres tratados que abordó al final de su vida: «De prospectiva pingendi», «Trattato d´abaco» y «De quinque corporibus regularibus», revelando en ellos su deseo de plasmar la realidad de las cosas a través del orden matemático, siguiendo a Brunelleschi o Alberti, hacen más que probable el acierto de esta atribución.

Ciudad Ideal
Ciudad Ideal Fuente

Con Piero della Francesca en la Emilia-Romagna

Piero della Francesca en Rímini

A una hora de Urbino pasando de la Umbria a la Emilia-Romagna, llegamos a Rímini, en la costa Adriática, ciudad de playas interminables y cuna de Federico Fellini. Aquí en 1450 el condotiero Segismundo Pandolfo Maltesta llamó a Piero della Francesca para trabajar en el Templo Malatestiano, una obra maestra del Renacimiento que le debemos a Leon Battista Alberti. Allí dejó Piero un fresco votivo monumental que conocemos como Pandolfo Malatesta a los pies de su santo patrón.

Piero estuvo en contacto con Alberti en Rimini y este contacto será decisivo en su obra. En el fresco del Templo Malatestiano desarrolla un esquema perspectivo en consonancia con las proposiciones albertianas, proposiciones que Alberti bebió del mundo clásico que tenía tan a la mano en esta ciudad balneario que mira al Adrático.

La escena está encerrada en un marco arquitectónico que recuerda un bajorrelieve. El revestimiento con mármoles polícromos enriquece los colores, como vimos en el suelo del tímpano en el Políptico de San Antonio. Ante el trono de San Segismundo se arrodilla el condotiero, majestuoso gobernante cuyo perfil recorta Piero para rendirle homenaje al santo. Otro retrato también de perfil de Segismundo, como era costumbre en estas fechas, se encuentra en el Museo del Louvre.

Segismundo Malatesta
Segismundo Malatesta. Fuente
Segismundo Malatesta -Detalle
Segismundo Malatesta -Detalle. Fuente

A pesar de la presencia del santo, que más bien parece un consejero, nada acerca esta obra a un tema religioso. Es una obra profana envuelta en una fastuosa arquitectura. El retrato heráldico centra la composición y el emblema del castillo aparece en una ventana cuyo marco circular tiene todo su volúmen arquitectónico, al igual que las columnas.

Segismundo Malatesta -Detalle
Segismundo Malatesta -Detalle. Fuente

Los dos hermosos galgos recostados detrás del condotiero y adelantados a éste, ayudando con la perspectiva, son un ejemplo de extrema sencillez en su representación. Las líneas de las cabezas de los animales tienen formas tan simples que revelan un extraordinario conocimiento de la naturaleza, pero en la redondez de sus cuerpos vemos el interés de Piero por el estudio de los volúmenes, algo que hemos encontrado en toda su obra.

Segismundo Malatesta -Detalle
Segismundo Malatesta -Detalle. Fuente

De vuelta a la Toscana

Piero della Francesca en Florencia

Desde Rímini volvemos a la Toscana: dos horas y media de coche nos separan de Florencia, donde un jovencísimo Piero tuvo contacto por primera vez con las enseñanzas directas del Renacimiento. Fra Angelico, Masacio, Alberti, Brunelleschi, Veneziano… podemos decir que en Florencia, donde apenas quedan restos de los frescos en los que trabajó con Domenico Veneziano, Piero della Francesca absorbió la esencia del Renacimiento, recogió las enseñanzas del camino emprendido y sirvió de puente hacia Perugino o Sandro Botticeli.

Venimos en busca de una de las tablas más extraordinarias que pintó Piero della Francesca. La hizo en Urbino, pero la obra está en la Galería de los Uffizi. En esta magnífica pinacoteca, sin duda el mejor museo de Florencia y uno de los mejores del mundo, se puede comprobar la evolución del arte de una época gloriosa, que surgió en la Toscana por alguna razón que sabrán los dioses.

Hablamos de un retrato de los Duques de Urbino, conocido como Ritratti di Federigo di Montefeltro, duca d’Urbino e della moglie Battista Sforza. La datación no es segura pero sabemos que lo terminó después de 1472, fecha del fallecimiento de Battista, dado que el de ella es un retrato póstumo. Es por lo tanto una obra de madurez del pintor, donde se unen todos los hallazgos de su recorrido vital y profesional.

Cada centímetro de este retrato es un disfrute para los sentidos. Tendremos que esperar al pintor rococó francés Antoine Watteau para encontrar de nuevo un colorido en los paisajes, tan cercano al toque de una piedra preciosa.

Los paisajes idealizados del fondo, tomados desde una perspectiva elevada, impropia de Italia, son una clara influencia flamenca. La representación de perfil de los retratados, que se miran de frente, es típica de esta época en Italia y parte de una influencia de las monedas romanas.

Los Duques de Urbino
Los Duques de Urbino. Fuente

La delicada minuciosidad con la que el artista se pasea por las joyas de Battista o los bordados de su traje y la técnica al óleo con la que realiza Piero della Francesca esta tabla son, ambas, conexiones directas con el mundo flamenco.

Detalle
Detalle. Fuente

En el reverso, representó la llegada de los esposos a la villa de Urbino sobre dos carros triunfales. Situados igual que los bustos de los retratos, uno frente a otro, a ambos los acompaña en primer término Cupido, y mientras el Duque cuenta tras éste con la presencia de la Prudencia, la Justicia y la Fortaleza, y es coronado por la Victoria, la Duquesa aparece acompañada por la Castidad y la Esperanza. Acercándose a Cupido aparecen la Fe y la Caridad. Son los Triunfos de Federico de Montefeltro y de Batista Sforza.

Triunfos de Federico de Montefeltro y de Batista Sforza
Triunfos de Federico de Montefeltro y de Batista Sforza. Fuente

Terminamos este recorrido por una época única con la sensación de que volveremos a encontrarnos con las miradas de Piero della Francesca en algún momento de nuestras vidas. No en vano sus personajes siguen mirando al mundo mas allá de sus muros. Carlos Fuentes, en su libro Viendo Visiones, se refiere así a las figuras del maestro de Sansepolcro:

Las figuras de Piero, audazmente, miran fuera de las fronteras de su propio espacio. Miran fuera del mural. Existe un mundo más allá de los límites reconocibles. Quizás se trata de un mundo diferente, el mundo de los demás, el mundo donde ya no nos reconocemos, pero somos invitados a reconocernos en lo ajeno. Piero della Francesca murió en 1492, cuando Cristóbal Colón estaba descubriendo que el mundo tenía otra mitad, desconocida hasta entonces para los europeos, los asiáticos y los africanos. Piero ve más allá de las fronteras. Y en sus murales de Sansepolcro hace que sus figuras duerman y, acaso, sueñen. ¿En qué cosa sueñan? Quizás, en un mundo nuevo. Y acaso el artista sea, en verdad, el pequeño dios de Rimbaud. Este minidiós, quizás, inventó el mundo y todo lo que en él existe hace apenas veinte segundos. ¿Quién puede demostrar lo contrario?

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