Urbino es ciudad italiana situada en la región de Le Marche, en las estribaciones orientales de los Apeninos. Como tantas otras ciudades del centro y el norte de Italia, parece colgar de una colina –o surgir de ella–, y gracias a su arquitectura monumental regala al visitante vistas inolvidables, tanto desde sus niveles inferiores como desde sus miradores más elevados. En verano y en invierno.
Durante el Renacimiento, especialmente en la segunda mitad del Quattrocento y la primera del Cinquecento, construyó fortalezas, palacios e iglesias, recibió a las más grandes personalidades y participó en los más importantes sucesos políticos, de la mano, sobre todo, de su más famoso Duca, Federico de Montefeltro. A éste le sucedieron varios miembros de su familia, hasta que un terremoto que tuvo por nombre César Borgia le dio la vuelta al panorama político de todo el centro de Italia. A los Montefeltro les sucedieron los Della Rovere; éstos administraron e incluso enriquecieron por un tiempo la fenomenal herencia; pero su decadencia no la pudieron evitar. En 1631, fecha que marca el final de un proceso largamente alimentado, la última Della Rovere de Urbino, Vittoria, casó con un Medici florentino y se llevó en concepto de dote lo más granado de las colecciones ducales.
La edad de oro había acabado, pero el súbito parón tuvo, si acaso para nosotros, los turistas actuales, un efecto positivo, y es que no hay edificios posteriores que compitan en monumentalidad con el patrimonio renacentista, o que lo alteren. Como Baeza, Urbino tiene aún hoy aspecto de ciudad renacentistas, y a pesar de su tamaño (tan solo cuenta con 15.000 habitantes) conserva plazas monumentales, edificios que impresionan y una buena cantidad de iglesias y palacios en sus cuestas imposibles.
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1. Porque fue una de las cortes más importantes del Renacimiento
Una de las razones por las que en Italia es tan fácil encontrar impresionantes patrimonios monumentales en prácticamente cualquier lugar –incluso en ciudades y pueblos hoy pequeños como Gubbio, Senigallia, Pienza, Rimini o… Urbino– es la fragmentación política del país, que no existió como tal hasta 1865). Dicha fragmentación generó históricamente una enorme competencia entre ciudades por sus respectivas primacías regionales. Y en épocas de auge económico, como el Renacimiento tuvo consecuencias verdaderamente espectaculares.
Cuando, en 1444, el exitoso condottiero Federico de Montefeltro accedió al poder en Urbino, su gran rival en la región de Le Marche era el también condottiero Segismundo Pandolfo Malatesta, que gobernaba en la cercana ciudad de Rimini. Malatesta atrajo a su corte a Leon Battista Alberti, que le construyó un edificio enormemente moderno, el llamado Templo Malatestiano; agrandó su imponente fortaleza en esa ciudad; hizo escribir una oda a su persona que vanagloriaba sus éxitos militares al estilo homérico –de la que luego casi se burlaría Maquiavelo– y se hizo retratar en dos ocasiones por Piero della Francesca. Todo eso siendo menos rico y menos exitoso que Federico.
Federico de Montefeltro, más hábil en el cambiante terreno diplomático de aquellos años, terminó arrinconando a su rival –que fue condenado a quemarse en las llamas del infierno por el papa Pio II– y logró edificar una corte más gloriosa, más famosa y más repleta de artistas que la de Rimini. Su gran obra fue un palacio que Baltasar Castiglione cita como el “el más hermoso que en toda Italia se hallase”. Hablamos de la Italia del Cinquecento.
2. Por el Palacio Ducal de Federico de Montefeltro, “el más hermoso de Italia”
Este señor [Federico de Montefeltro] además de otras muchas cosas que hizo dignas de ser loadas, edificó en el áspero asiento de Urbino una casa –en opinión de muchos– la más hermosa que en toda Italia se hallase, y así la forneció de toda cosa oportuna, que no casa mas ciudad parecía, y no solamente de aquello que ordinariamente se usa, como de vajillas de plata, de aderezos de cámara, de tapicería muy rica, y de otras semejantes cosas la proveyó, mas por mayor ornato la ennobleció de infinitos bultos de los antiguos de mármol y de bronce, de pinturas singularísimas y de todas maneras de instrumentos de música, y en todo ello no se pudiera hallar cosa común, sino escogida y muy excelente. (Baltasar Castiglione, El Cortesano)
El palacio parece en efecto una ciudad en sí mismo. Es así por su total y absoluta integración con el conjunto urbano. El aspecto imponente del palacio, su imagen defensiva y militar, se funde con el núcleo urbano de tal forma que hasta que no se pasea a sus pies es difícil distinguir sus límites y contornos.
La fachada se halla enmarcada por dos torreones (cuyo claro precedente es el Arco de Alfonso I de Nápoles) y se enfrenta al bello paisaje marchegiano, al que se abrían las habitaciones del Duque y su familia. Ese mismo paisaje de los dominios del Duque es por cierto el que Piero della Fracesca situó como fondo de los retratos de Federico y Battista Sforza que hoy se pueden ver en los Uffizi de Florencia, pero cuyo destino original había sido, obviamente, el palacio de Urbino (se trata de un juego similar, si bien menos cargado de poesía, al que configura en la Alhambra el mirador de Lindaraja).
El arquitecto que puso en marcha la obra y al que se debe su disposición original es Luciano Laurana, que lo articuló en torno a un bello cortile, o patio porticado, formado por cuatro crujías de arquerías en el cuerpo inferior; un espacio, según Victor Nieto y Alicia Cámara, “de modulación impecable y rigurosa en la que se apuntan los ideales de un nuevo clasicismo arquitectónico”.
Continuado por Francesco del Giorgio Martini a partir de 1475, el Palacio contiene, además de sus espaciosos salones y terrazas, que siguen hoy llenos de arte, dos espacios de originalísimo valor que suelen ser muy del gusto de los visitantes. El primero es la llamada rampa helicoidal, obra ingeniosísima de Martini que, camuflada en el interior de un torreón circular, permitía a los carros tirados por caballos acceder al nivel del palacio directamente desde el Mercatale (la plaza que aún hoy sirve de entrada a la ciudad, en su nivel más bajo). Junto a la rampa construyó Martini unos gigantescos establos descendentes que en nada desmerecen al resto de la arquitectura palatina.
El segundo es el Studiolo de Federico de Montefeltro, una joya del humanismo en la que participaron, además del propio Martini, Giuliano da Maiano, Sandro Botticelli, Pedro Berruguete y Donato Bramante. Hoy muchas de las obras que lo decoraban están dispersas por varios museos, entre ellos el Louvre, pero algunas permanecen en el propio Studiolo o en los salones del Palacio.
3. Por su excelente pinacoteca, la Galeria Nazionalle delle Marche
Porque el Palacio Ducal alberga hoy la Galeria Nazionalle delle Marche, una excelente pinacoteca que conserva obras significativas de todo el Renacimiento. Visitar Urbino incluye, como para obligatoria, venir aquí, pues toda la Historia de Urbino y de buena parte de Italia podría relatarse sin abandonar estos salones.
La colección de los duques, impulsada sobre todo por Federico, llegó a ser de las mejores de Italia. Sólo la decadencia de la ciudad dio pie a que sucesivas mutilaciones la redujeran considerablemente. César Borgia fue el primero en llevarse varias obras cuando tomó la ciudad (entre ellas un Cupido durmiente de Miguel Ángel que se perdió, después de decorar durante algún tiempo un palacio de Mantua); muchos después, en 1657, la rica biblioteca de Federico pasó a engrosar las estanterías de la Biblioteca Apóstolica del Vaticano.
Pero fue sobre todo en 1631, infausta fecha para Urbino, cuando la colección quedó esquilmada. El cardenal Antonio Barberni, primer legado pontificio una vez que Urbino pasó a los dominios de la Iglesia, desmontó el ciclo de los hombres ilustres que colgaba del Studiolo. Y el matrimonio concertado, ese mismo año, entre Ferdinando II de Medici y Vittoria della Rovere, última descendiente de la dinastía que había sucedido a los Montefeltro al mando del Ducado de Urbino, se llevó, en concepto de dote, un buen número de rafaelos, catorce tizianos (entre ellos la magnífica Venus de Urbino), y varios pieros (como el célebre Díptico de los duques). No es poco lo que le debe la Galleria degli Ufizzi a la corte de los Montefeltro.
Con todo, la colección sigue siendo amplia, variada y completa. Entre sus fondos se puede observar toda la evolución de la pintura italiana del trecento al seicento, y se conservan varias obras magníficas: la famosa representación –de autor anónimo– de la Città Ideale, así como varias obras de Berruguete, Piero, Botticelli, Ucello, Alberti (su única pintura conocida), Tiziano y Rafael.
4. Porque es el lugar natal de Rafael Sanzio
El gran Rafael Sanzio nació en una de las calles más empinadas de Urbino, que hoy en justicia se llama Via Rafaello. Era hijo de un pintor local, Giovanni Santi, que murió antes de que el joven Rafael empezara a despuntar. Según Vasari y la mayoría de los expertos modernos, Rafael sólo pasó en Urbino los años de su más tierna infancia, pues teniendo él poco más de ocho años también falleció su madre, y se trasladó –esta es la tesis que más acuerdo sustenta– a la ciudad de Perugia, al taller de uno de los grandes pintores del momento: el Perugino.
Rafael debe sus grandes influencias a Perugia y a Florencia, donde completó después su formación antes de deslumbrar a los papas de Roma, pero los primeros cuadros de admiró en el taller de su padre y en la gran corte de Federico (nació en 1475, justo cuando Martini se hacía cargo de las obras del Palacio y en plena edad de oro de la ciudad) debieron ser los de Paolo Ucello, que había sido pintor de corte de Federico, y los de Luca Signorelli, que trabajaba por entonces en la cercana Città di Castello. Su finura, su extrema delicadeza, tal vez se deba a que dio sus primeros pasos en una de las cortes más elegantes y sofisticadas de aquel tiempo.
Por supuesto Urbino nunca ha dejado de enorgullecerse del que es su hijo más ilustre, y hoy se conservan buenas pruebas de ello. La casa familiar de los Sanzio fue adquirida por el arquitecto local Muzio Oddi en 1635, y ya entonces la restauró, cuidó y reverenció, especialmente la estancia donde había nacido el genio. Siglos después, en 1872, el edificio fue adquirido por la Accademia Raffaello, gracias a varias ayudas públicas y a la financiación del noble londinense John Morris Moore. Desde entonces la Casa Santi permanece custodiada por pintores y por amantes del arte y es una de las visitas obligadas de todos los que visitan “la ciudad de Rafael”.
La casa conserva un pequeño y modesto museo con obras de Giovanni Santi, algunas copias de pinturas de Rafael y varias objetos relacionados con la historia artística de la ciudad. Esta en plena Via Rafaello, una de las más bonitas de Urbino, que conecta la Piazza de la Libertà con la Piazza Rafaello. En esta última, en el punto más alto de la ciudad, se puede ver una bonita estatua del pintor con su paleta, obra de Luigi Belli: Rafael mira desde las alturas el espectáculo de las murallas, los campanarios y el imponente palacio de los duques; una vista que nunca pintó, que sepamos.
5. Por sus plazas y por sus calles empinadas y punteadas de monumentos
Cada vez que un nuevo elemento se añade a la lista del Patrimonio de la Humanidad, la UNESCO explica las razones de su inclusión. Las de Urbino, que está en dicha lista no merced a un edificio o dos, sino al conjunto de su centro histórico, son las siguientes:
Edificada en lo alto de una colina en la región de las Marcas, la pequeña ciudad Urbino fue en el siglo XV el escenario de un asombroso florecimiento cultural que no sólo atrajo a artistas y eruditos de Italia entera y otros países, sino que además influyó en el desarrollo cultural de diversas regiones de Europa. El estancamiento económico y cultural en que quedó sumida la ciudad a partir del siglo XVI ha contribuido a preservar admirablemente el aspecto que ofrecía en la época del Renacimiento.
A Urbino, como decíamos al principio, le pasa lo mismo que a Baeza: vivió una edad de oro con un espectacular desarrollo arquitectónico y después sufrió una larga decadencia. Como resultado, visitar Urbino es un espectáculo más allá del interior de sus edificios o de sus museos. La ciudad es un museo en sí mismo y sus principales son sus plazas y sus calles:
- la Piazza Rinascimento es un enorme rectángulo en pendiente que alberga una impresionante colección de monumentos: un obelisco egipcio, la fachada posterior del Palazzo Ducale, el Palazzo Petrangolini, la iglesia de San Domenico y el Duomo.
- la Piazza della Republica, en uno de los pocos solares llanos de la ciudad, alberga el ayuntamiento y una fontana donde los estudiantes, que en Urbino son multitud, celebran su laurea (su graduación).
- la Via Rafaello, ya citada, pero también la Via Bramante, la Via Veneto y el Corso Garibaldi, que conectan las dos grandes plazas con todas las puertas de la muralla, así como las callejuelas más pequeñas que suben al Palazzo Ducale o a la Fortezza desde la entrada principal, calles de desniveles imposibles que más que andarse se escalan y que dejan estampas inolvidables.
Y entre los monumentos que hay que ver, los siguientes:
- El Duomo, iglesia renacentista que fue reconstruida en el XIX tras un terremoto que la redujo a escombros. En su interior conserva notables lienzos de Federico Barocci, otro pintor nacido en Urbino y verdaderamente genial, pero ensombrecido por la enorme fama de Rafael.
- Las iglesias de San Francesco, San Domenico, San Sergio y San Girolamo, y los múltiples oratorios que puntean la ciudad.
- El Musolei dei Duchi, que no está dentro de los muros sino a unos 2,5 kilómetros. Allí están enterrados varios miembros de la familia Montefeltro, y las vistas de Urbino son espectaculares.
6. Por sus vistas desde el Mercatale… y desde la Fortezza
A esta ciudad, si se acude desde Pesaro, en el Adriático, se llega por una carretera de montaña que va ascendiendo y que en sus kilómetros finales ya deja ver la imponente mole del Palacio Ducal, que parece entonces la ciudad en sí misma de la que hablaba Castiglione. El aparcamiento principal está en el Borgo Mercatale, una amplia plaza extramuros, a los pies del colosal Palacio. Desde aquí suelen sacarse las primeras fotos del edificio soberbio y amenazante, con el enorme torreón que esconde la rampa helicoidal y con una fachada que desde abajo parece estirada e infinita.
Pero la gran postal de Urbino se toma desde otro punto, accesible desde lo más alto de la Via Rafaello, tras un par de callejuelas. Se trata del llamado Parco della Resistenza, un parque que alberga algunas ruinas de las antiguas murallas y que los urbinati conocen simplemente como Fortezza. Elevado sobre la colina opuesta al Palacio Ducal, las vista de éste en su integración invisible con las casas que lo circundan y en oposición al verde y ondulado valle son espléndidas, inolvidables.
Por todo ello, y por mucho más –su gastronomía, sus paisajes, su cercanía a otros puntos de gran interés turístico– Urbino merece una parada en cualquier viaje que recorra el centro de Italia. Si se viaja en invierno y se tiene la suerte de llegar después de una nevada, aún mejor.