Declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1993, el Monasterio de Guadalupe es una obra cumbre del gótico mudéjar, no sólo de Extremadura si no de toda España. Su arquitectura y el valioso patrimonio artístico e histórico que atesora son más que suficientes para justificar una visita.
En el impresionante laberinto que forman sus más de veintidós mil metros cuadrados hay espléndidos ejemplos de arquitectura y de arte de los siglos XIII al XVIII: gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico.
Reyes, aventureros, artistas, escritores, historiadores, cronistas y viajeros de toda índole han peregrinado a su encuentro buscando descanso e inspiración entre sus muros.
El Monasterio de Guadalupe es un monumento de notable importancia histórica: fue el principal monasterio de la Orden Jerónima. Es un exponente arquitectónico excepcional por su diversidad y variedad de estilos. Representa además un vínculo intenso con la historia de España por su relación con los reyes Católicos y con el Descubrimiento de América.
Centro cultural de primer nivel de investigación y enseñanza, entre sus muros se desarrollaron: una escuela de medicina, una botica, un importantísimo scriptorium. Fue un enclave importante de talleres de diversa índole: bordados, orfebrería, libros miniados. En él se conserva una biblioteca con un fondo extenso y rico. Sigue siendo un importante centro de peregrinación.
Tiene, además, historia e historias plenas de caminos que acercan a entender mejor la memoria de una época esencial de España. Historia de la que son parte las calles medievales de la Puebla de Guadalupe, que creció al calor del Monasterio, y que tiene a escasos kilómetros el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, para quienes quieran disfrutar del turismo naturaleza y de un espectáculo impagable.
Entre la historia y la leyenda del Monasterio de Guadalupe
Es historia que el Monasterio de Guadalupe fue construido sobre los cimientos de una ermita en honor de esta Virgen cuya advocación habría de cruzar el Atlántico para instalarse en los corazones de millones de mexicanos.
La tradición relaciona la imagen de esta Virgen con San Leandro, a quien el papa Gregorio Magno le regaló una imagen de la Virgen esculpida en un taller de escultura de Palestina. El taller lo había fundado en el siglo I San Lucas Evangelista, que según la tradición fue el primer pintor de la Virgen.
San Leandro, que fue uno de los padres de la iglesia visigoda y arzobispo de Sevilla, le regaló la imagen a su hermano San Isidoro, que también fue arzobispo de Sevilla. San Isidoro la custodió al parecer en la primitiva iglesia sobre la que se construyó el Monasterio de San Isidoro del Campo, situado en la sevillana ciudad de Itálica.
La invasión musulmana de 711 propició que en la huida de unos clérigos cristianos la Virgen fuera ocultada cerca del río Guadalupe y que, siglos después, un pastor la encontrara y se levantara en su honor una ermita.
Entre la historia y la leyenda está el encuentro de Alfonso XI con esta ermita y su pequeña y románica Virgen. A la que se encomendó para la batalla del Salado en 1340, de la que salió victorioso. Al parecer en agradecimiento a la Virgen mandó reformar la iglesia y construir un hospital y un albergue para peregrinos.
Lo que sí es historia, pues se conserva un documento episcopal, es que a partir de 1326 se concedía indulgencia plenaria a los que visitaran la iglesia de Santa María de Guadalupe. El eco de aquellas peregrinaciones llega hasta nuestros días.
También es historia, que testimonian sus viejas piedras y múltiples documentos, que, hasta el siglo XIX, ha sido lugar de descanso para el cuerpo y para el alma de peregrinos de toda condición. Hoy es también un importante atractivo de turismo cultural e histórico de la comunidad extremeña.
Una suma de estilos le dan forma a un edificio singular
«Cuatro días se estuvieron los peregrinos en Guadalupe, en los cuales comenzaron a ver las grandezas de aquel santo monasterio; digo comenzaron, porque acabarlas de ver es imposible».
Cuando Miguel de Cervantes escribió estas palabras en su obra Persiles y Segismundo, todavía faltaban por construirse las dependencias barrocas y el posterior neoclásico. Aún no colgaban en sus muros cuadros de algunos de los mejores artistas barrocos españoles como Zurbarán, Lucas Jordán o Carreño de Miranda. Pero ya le parecía imposible al autor de Don Quijote ver en cuatro días tan magnífico lugar.
Contenedor de bellezas artísticas de primer orden
El Monasterio de Guadalupe es un monumento arquitectónico extraordinario que guarda tesoros artísticos como su colección de pintura y escultura de maestros como Juan de Flandes, Juan Correa, Zurbarán, El Greco, Goya, Egas Cueman, o un crucificado de marfil atribuido a Miguel Angel, entre otros.
Conserva además una extraordinaria colección de libros y cantorales miniados realizados entre los siglos XIV y XIX. Y una no menos importante colección de bordados de los siglos XV al XIX, realizados en el taller de bordados del Monasterio, expuestos en sendos museos.
De la pequeña ermita que convirtió Alfonso XI en un santuario, al que dotó de un hospital y refugio para peregrinos, fue creciendo el monasterio que conocemos hoy. El interés de la Corona española por este precioso refugio permitió su crecimiento y embellecimiento progresivo.
No sabemos por qué la desamortización de Mendizabal no afectó de lleno a las colecciones de arte del Monasterio de Guadalupe. Que se «olvidaran» de requisar algunas de sus obras nos permite ver hoy la única serie de pinturas, de las realizadas en España para un lugar concreto, que se mantiene en su sitio: en la Sacristía de su iglesia se han mantenido los cuadros que para ella pintara el extremeño Francisco Zurbarán.
Son ocho lienzos en los muros de la Sacristía y otros tres en la adyacente Capilla de San Jerónimo, entre ellos el conocido como «La perla de Zurbarán»: La Apoteosis de San Jerónimo.
Desde 1645 estas obras han sobrevivido expuestas en sus muros a Mendizábal, a la invasión francesa, a la guerra civil y hasta a las termitas, cuyos daños fueron reparados hace unos años. Hoy esta Sacristía conocida como «La Capilla Sixtina de Extemadura» es una de las joyas del Monasterio.
Un edificio extraordinario
La piel de su arquitectura es un fiel reflejo de la época en que comenzaron las obras del edificio que conocemos hoy. Sobre la vieja ermita conviven desde sus comienzos en perfecta armonía el mudéjar y el gótico, al que se fueron añadiendo otros lenguajes durante los cuatro siglos que gobernaron el edificio los monjes jerónimos. A partir del siglo XX son los franciscanos quienes se ocupan de mantenerlo.
De su inagotable repertorio arquitectónico, además de su emblemática Sacristía, destacamos los siguientes espacios:
La extraordinaria fachada que preside la plaza trazada bajo el influjo del gótico final. Bajo los «bordados» de cresterías góticas que la decoran se abren las portadas de acceso a la iglesia cuyos arcos apuntados abocinados se apoyan en columnas con capiteles de hojarasca. Cierran estas portadas unas puertas de bronce realizadas en el siglo XV decoradas con un magnífico repujado de relieves, atribuido a Paolo de Colonna.
El bellísimo Claustro mudéjar, conocido como el Claustro de los milagros. Sus dos plantas, organizadas con arcadas de herradura y herradura apuntadas, enmarcan un precioso jardín en cuyo centro se levanta un templete que atrapa todas las miradas. Realizado en 1405 por Fray Juan de Sevilla es un originalísimo ejemplo de la conjunción del gótico y el mudéjar.
El Claustro gótico. Llamado de la enfermería o de la botica, hoy es parte de una hospedería que recomendamos vivamente. Su planta rectangular se levanta en tres pisos de arcadas cerradas en la última por un muro construido en el siglo XX. Datado entre 1515 y 1524, la primera arcada la forman arcos de medio punto de estética renacentista. Las dos superiores están formadas por arcos apuntados, que acogen bajo una fina tracería gótica dos arcos de medio punto separados por un parteluz.
La iglesia. Su planta basilical de tres naves la cierra un ábside poligonal en la cabecera y a los pies un gran coro de construcción posterior. Las bóvedas de terceletes de la nave central y sus crucerías en las laterales nos hablan de gótico final que se labraba a finales del siglo XIV y el XV, cuando se levantó esta iglesia, que guarda sin embargo detalles arcaizantes del último románico. En los muros laterales del presbiterio se encuentran los sepulcros de Enrique IV y de su madre, María de Aragón realizados a finales del siglo XVI.
El Camarín de la Virgen. Es un construcción barroca, conocida como “la antesala del cielo”. De estilo rococó y planta octogonal con dos cuerpos, este espacio íntimo es obra de Francisco Rodríguez Romero fechada en 1696. Entre la exuberancia decorativa que le confiere su estilo rococó destacan lienzos de Luca Giordano, pinturas murales de Francesco Leonardi y pinturas al temple de Pedro José de Uceda.
Peregrinos y visitantes ilustres del Monasterio de Guadalupe
Durante sus más de siete siglos de vida, el Monasterio de Guadalupe, ha sido un destino deseado por gentes dispares. Entre tantas destaca la Reina Isabel la Católica, de la que cuentan las crónicas que consideraba este lugar su "paraíso" desde muy jovencita.
Paraíso que compartió después con su marido Fernando. Juntos recibieron en él a Cristóbal Colón y fue allí donde se redactaron las condiciones de su apoyo a la aventura de las Indias. El almirante bautizó una isla del Caribe con el nombre de Santa María de Guadalupe de Extremadura, en honor a la Virgen morena. Isabel y Fernando volvieron a Guadalupe a darle gracias a la Virgen después de disfrutar de la exuberancia de los palacios de La Alhambra, cuando sellaron el fin de la época islámica con la toma de Granada.
El cariño a este lugar por parte de los Austrias lo continuó su nieto Carlos V que hizo encargos artísticos para el Monasterio, como lo hizo también su biznieto Felipe II. Aunque fue durante el mandato de este rey, al construir el Monasterio de El Escorial, cuando Guadalupe fue perdiendo importancia entre la monarquía.
La relación con el Monasterio de Guadalupe se perdió por completo con los Borbones. Fue en el siglo XX, en 1926, cuando Alfonso XIII recuperó de nuevo la tradición de la corona de peregrinar a Guadalupe. En su reinado se coronó a la Virgen como «Reina de la Hispanidad» el 12 de octubre de 1928. También es Patrona de Guadalupe y de Extremadura. El acercamiento de los reyes españoles a Guadalupe lo continuaron Juan Carlos I y Sofía de Grecia y los actuales monarcas.
Escritores, historiadores, cronistas y viajeros
Pero no sólo reyes y nobles han dirigido sus pasos a Guadalupe. Recorrer el monasterio y las calles de la preciosa Puebla de Guadalupe es seguir los pasos de Miguel de Cervantes, o del médico alemán Jerónimo Münzer o del capitán inglés Samuel Edward C. Widdrington, o de Don Miguel de Unamuno, creador del término Hispanidad.
Por sus caminos se inspiraron El Marqués de Santillana, Luis de Góngora, o Félix Lope de Vega Carpio, Rafael Alberti o José María Pemán entre otros muchos.
Santos como Vicente Ferrer o San Juan de Ávila, San Juan De Dios y San Juan de Ribera o Santa Teresa de Jesús.
También lo visitó el Papa Juan Pablo II en 1982, cuando comentó la relación espiritual entre la Guadalupe mexicana y la extremeña:
Es indiscutible la estima tan grande que le tengo a la Virgen de Guadalupe de México. Pero me doy cuenta de que aquí están sus orígenes. Antes de haber ido a la Basílica del Tepeyac, debería haber venido aquí para comprender mejor la devoción mexicana.
Como en otros muchos aspectos de la relación entre España e Iberoamérica, los viajes de las influencias siempre son de ida y vuelta. La Virgen de Guadalupe que llegó con los descubridores a México, volvió representada en obras pictóricas que se veneran en algunas iglesias de España. En las capillas de muchas iglesias de Sevilla se encuentran cuadros de gran valor artístico representando a la Virgen mexicana, traídas como protectora en los viajes de vuelta.
Desde el Monasterio de Guadalupe, la Virgen morena ha llegado también a muchos rincones de España. Es la patrona de la isla canaria de La Gomera y de la ciudad de jienense de Úbeda. Y entre otros templos en su honor, recordamos una bucólica ermita que se levanta en el monte Jaizquibel sobre el municipio vasco de Hondarribia.
Una serie de caminos de peregrinación que llevan a Guadalupe, creados a raíz del inicio de la construcción del Monasterio de Guadalupe en 1337 por orden de Alfonso XI, unían los principales núcleos de población del centro peninsular: Plasencia, Cáceres, Mérida, Ciudad Real, Toledo y Madrid, con Guadalupe. En la actualidad se conserva el trazado de doce de estos caminos históricos. Estos caminos son la recta final de otros más largos que comunican todos los extremos de la península con la villa de Guadalupe.