¿Puede la arquitectura utilizar la luz para evocar un espacio que es en realidad una ilusión? La Alhambra es la prueba de que la respuesta es sí. La luz, que en realidad no se ve, utiliza las distintas materias como soporte para reflejar, dibujar o difuminar, consiguiendo así profundizar, recortar, resaltar o sobreponer unas formas sobre otras, o colorear según la hora o la estación del año, determinados rincones de los muros de estos edificios únicos. La luz en la Alhambra consigue así un cruce entre el espacio real y el irreal. Surgiendo la magia que emociona cuando esta arquitectura hecha de versos y encajes cambia ante nuestros ojos en un juego entre un espacio que se puede tocar y un espacio ilusorio.
Los poemas que envuelven los muros de La Alhambra nos hablan de la presencia de la luz como ornamento. En un verso del Poema de la sala de las Dos Hermanas leemos lo siguiente:
¡Cuántos arcos se elevan en su cima, sobre las columnas por la luz ornadas, como esferas celestes que voltean sobre el pilar luciente de la aurora!
Si desde fuera La Alhambra se nos aparece cerrada, por el hermetismo de su apariencia defensiva, y la aspereza de sus muros nos sugiere un lugar oscuro, al entrar, como si de una caja que se abre se tratara, nos va envolviendo con un juego de luces y sombras que insinúan espacios públicos o íntimos gracias al paso controlado de la luz, manejando así las impresiones que reciben los sentidos de quienes transitan por ella. La defensiva apariencia de sus muros exteriores nos parece un refugio donde ocultarnos del mundo real.
Washington Irving en sus Leyendas de La Alhambra nos advierte del misterio de sus espacios:
“…recuerde el lector la naturaleza de estos lugares. No puede esperar aquí que rijan las mismas leyes de probabilidad que en la vida corriente. Tiene que tener en cuenta que se halla en los salones de un palacio encantado y que todo es maravilloso y fantástico”.
Cuando hablamos de otro material imprescindible en la arquitectura de La Alhambra, el agua, comprobamos la necesidad que de la luz tenía esta materia. Ambas se necesitan para crear formas efímeras, llenas de vida y de magia porque no son tangibles. Luces y sombras crean volúmenes que tienen cómplices imprescindibles en el color, la vegetación, los sonidos y las texturas que se crean con el yeso, el mármol, la madera y los azulejos. Esa es la maravillosa fantasía del palacio encantado a la que se refiere Irving.
Los arquitectos Alejandro Cervilla García y Juan Antonio Ruiz Pérez, en una ponencia en el III Congreso Internacional de Sinestesia, Ciencia y Arte, celebrado en Granada en abril de 2009 que nos ha ayudado en este post, hablaban de como el palacio de Comares es una obra de arte total en la que se mezclan la vista, el oído, el olfato y el tacto.
Comares es una caja cerrada, pues su patio tiene por cubierta el cielo, en la que los arquitectos árabes jugaron con las insinuaciones espaciales. Lo hiciceron, por ejemplo al llevar al salón del trono una cúpula que emula la cubierta natural que cubre el patio.
Más de cien estrellas configuran el diseño realizado en madera de cedro que cubre la zona del trono del sultán en el Salón del Trono. Simbólico lugar que une el poder terrenal y el divino en la persona del sultán. Nos parece que este simbolismo no se puede expresar de manera más sutil. Las estrellas que brillan en la oscura madera de cedro, nos hablan de la noche celeste, mientras que en el patio encontramos el azul del día. Al llegar la noche se iguala la oscuridad de los dos espacios reflejando en el agua la cúpula celeste.
Como decimos nada es casual en el diseño de estos palacios. Es un minucioso y preciso trabajo en cuyas labores contaron sus artífices con la ayuda de la luz. Tamizada por celosías y vidrieras, resalta los relieves de los mocárabes, atauriques y epigrafías, que en un mismo paramento muestran distintos tipos de huecos que sirven para organizar la profundidad de los espacios, dejando a la vista un juego de diferentes intensidades de luz.
Las yeserías con las que se teje ese tapiz de encaje que confiere una levedad extraordinara a los muros y cúpulas, combinan motivos vegetales, geométricos y epigráficos, en origen policromadas con una paleta de colores primarios en la que la combinación con el negro, rojo y azul se altenarnaba con el blanco de fondo, reservándose el pan de oro para la epigrafía.
Los mocárabes (muqarna) de las cúpulas son auténticos prodigios de cálculo matemático y conocimiento de geometría, que los alarifes musulmanes llevaron en La Alhambra a una representación en tres dimensiones. Creando una atmósfera de ingravidez que busca expresar el infinito de la bóveda celeste.
Este auténtico desafío a la gravedad, está creado a base de prismas que se apoyan (pegados con yeso) unos en otros hasta conseguir estructuras autoportantes de miles de prismas, como las que vemos en la Sala de los Abencerrajes, o la de los Reyes, o en la sala de las Dos Hermanas que tiene más de cinco mil prismas.
Sobre estos fantásticos ornamentos juega la luz tamizada por las celosías caladas dándole vida a las superficies. Se desliza sobre los suelos de mármol, la cerámica vidriada, los muros blancos y toda la superficie ornamental entre la que destaca la escritura cúfica. Ya sean mensajes religiosos, poemas o metáforas relativas al paraiso, son siempre la conversación de sonidos convertidos en un elemento visual.
En La Alhambra, la palabra es ornamento, forma, sonido, música que se funde con el espacio.
En el magnífico libro de José Miguel Puerta Vilchez, Leer La Alhambra, podemos comprobar que este edificio se narra y se describe a sí mismo, como en la siguiente inscripción en Comares:
Soy novia que de arrayanes llevo mis túnicas. El pabellón es mi corona. Y el estanque mi espejo.
La elección de los colores predominantes que como hemos visto son el azul, el verde, el amarillo, el blanco y el negro, no están elegidos al azar. El blanco es la luz del día y el negro la noche, el azul es el cielo y el agua, el verde la vegetación y el amarillo es el sol. Manejados para contrastar con los las zonas de luz y sombra y con los complejos diseños, consiguen que la superficie vibre llena de vida.
El tratamiento de la luz está llevado hasta la vida diaria de los palacios, de manera que cuando llegamos al interior, desde los patios y los jardines, la luz se reduce paulatinamente mediante una secuencia de espacios como porches, umbrales, arcadas y antesalas, en una demostración de habilidad que insinúa con la iluminación el uso de las estancias, ya sea para la vida cotidiana o para marcar el protocolo en los actos oficiales.
De la conferencia antes mencionada sobre Sinestesia, Ciencia y Arte, os dejamos para terminar, unas líneas con las que no podemos estar más de acuerdo:
A lo que está asistiendo el ingenuo visitante de Comares es a un hechizo imperecedero. Este espacio es una metáfora del Paraíso. Y lo sigue siendo hoy en día, a pesar del paso del tiempo, a pesar de que ya no se queman aquí perfumes o esencias, o de que ya no se disfrutan sus manjares. Se sigue empleando la vista, el sonido, el olfato y el tacto para representar un espacio que en la realidad no existe. Pasto de los ojos, elevación de las almas. Se trata de llegar al espíritu a través de los sentidos. Y todas las referencias que hoy siguen en pie no son más que llamadas a ese Paraíso que se esconde tras este espacio terrenal.
Pero lo que sucede en Comares es extensible a cada rincón de este lugar de ensueño que es La Alhambra.