Una descripción de la Casa de Pilatos tal como es hoy debería contener todo su pasado, y sería muy largo para este espacio, pero al visitante que atraviesa sus muros le bastará con escucharlos. Si guarda su cámara y su teléfono móvil y se entrega de veras al paseo por las galerías de sus patios y de sus históricas estancias, si se deja envolver por el cálido vibrar de sus jardines, podrá leer a cada paso, como si leyera las líneas de una mano, de qué materia está tejido este palacio.
La casa se ofrece a quienes la visitan como un todo en el que ningún deseo se pierde. Ni los deseos de sus promotores, ni los de sus artífices, ni los de sus sucesivos herederos, tampoco los deseos de quienes la habitaron y cuidaron.
Y ahora, cuando alguien extraño la recorre, pasa a formar parte de ella, y cuando se marche se podrá llevar consigo el gozo de lo vivido entre sus muros, porque al fin y al cabo quienes pasan por ella unas horas, habrán tenido el privilegio de escuchar los ecos de otras vidas, y el resumen de los cambios de ideales de la sociedad sevillana a lo largo de medio milenio de calendario.
A quien le guste la historia, el arte, la arquitectura, y la contemplación de jardines esculpidos por el clima del sur, tiene aquí el disfrute asegurado.
Los comienzos de la Casa de Pilatos
Los documentos que certifican su historia hablan del ya lejano año 1483, en pleno reinado de los Reyes Católicos, cuando el matrimonio Enríquez de Ribera la compró a quienes administraban los bienes confiscados por la Inquisición.
La casa primitiva perteneció a un influyente judío a quien le fue expropiada. Y sobre aquella antigua morada de traza islámica; muros exteriores sobrios que guardan de miradas ajenas las perlas interiores, construyeron sus nuevos propietarios los comienzos de lo que hoy conocemos como Casa de Pilatos.
La casa iría creciendo con diferentes compras de edificios aledaños hasta convertirse en el palacio privado más grande de Sevilla.
En realidad este es el Palacio de los Adelantados Mayores de Andalucía, pero la voz popular lo convirtió en Casa de Pilatos, nombre que le viene heredado de una costumbre que estableció uno de sus moradores allá por el siglo XVI.
Un Viacrucis, uno de los hitos del comienzo de la Semana Santa sevillana, que saliendo del Palacio llegaba hasta el Humilladero de la Cruz del Campo, y cuya distancia era la misma -aunque esto es una leyenda- que el camino que recorrió Jesús desde la casa de Poncio Pilato hasta el Calvario, para ser ejecutado.
De los primeros años se conservan algunos testigos que definen con claridad lo que era Sevilla en aquellos momentos; una simbiosis entre el islam y el cristianismo. Balaustradas góticas, o muros ornamentados con yeserías mudéjares y caligrafías árabes, explican en silencio aquellos momentos de la historia. Era el otoño de la Edad Media sevillana y ya se atisbaba en el horizonte el Renacimiento.
La Capilla de la Casa de Pilatos
Hay de aquel tiempo un testigo excepcional, una capilla con entrada desde el patio principal que se conserva firme ante el tiempo. Una pequeña joya con bóvedas del último gótico que atesora en sus muros todo un despliegue simbólico de la fe cristiana.
Sobre su altar, depositaron sus dueños un Buen Pastor, imagen paleocristiana procedente de las catacumbas romanas que llegó a la casa en el siglo XVI.
A sus pies se postra, cada año una vez en el mes de enero, un rayo de sol que se desliza entre las balaustradas góticas y pasa por encima de la doble cabeza de Jano. Su imagen corona la fuente del patio principal, traída desde Génova Don Fadrique al regreso de su peregrinación a Jerusalén.
Jano (enero) es un semidiós que, gracias a sus dos rostros, conoce todo lo que ha de venir y todo lo que ha sucedido, su nombre abre cada año el calendario. Esta conversación entre la mecánica celeste y la arquitectura, le da a la capilla un halo de magia.
Los muros de esta capilla, y su doble bóveda, están cubiertos por una especie de velo de yeserías con motivos vegetales, enmarcados por caligrafías árabes que son cantos a Alá.
Surge esa vegetación desde el final de un friso de azulejos de cuerda seca que son las señas de identidad de sus artífices; yeseros y ceramistas mudéjares –alarifes musulmanes que no se quisieron ir– y que miraban para inspirarse al Palacio Real; el Alcázar de Sevilla.
Y con la más absoluta normalidad se integra en este bosque el mensaje cristiano de la Pasión de Cristo, pues las ménsulas de sus bóvedas se sujetan con la presencia de unos ángeles que llevan en sus manos los símbolos de la Pasión.
Y del imaginario cristiano, con el más puro sabor gótico, se enredan desde las ménsulas, guirnaldas de roble y de rosas que abrazan los escudos nobiliarios de sus dueños añadiendo frondosidad a este pequeño jardín de yesos.
Hay en este despliegue ornamental un hilo que une esta capilla y la de el Palacio de las Dueñas con el Oratorio de Isabel la Católica en el Alcázar de Sevilla. No sólo están relacionados por le época y probablemente por los artífices; la Reina y Catalina de Ribera (impulsora de este Palacio), eran, además de familia, íntimas amigas.
El diseño del suelo, que conserva la mayoría de las losas primitivas, representa el agua, imprescindible para que la vegetación pueda mantenerse. La luz que reina allí es más poderosa que la natural, es luz divina.
En el centro de la pequeña capilla hay una columna de mármol, dice otra leyenda que es la misma en la que flagelaron a Cristo.
La Casa de Pilatos y Fadrique Enríquez de Ribera
Hay más leyendas que perviven en esta casa. En la escalera que sube a la planta alta, hay una tabla que representa un gallo. Es una hornacina que guarda las reliquias del gallo que cantó tres veces la noche que Pedro negó a Jesús.
Algunas de estas leyendas llegaron de la mano de D. Fadrique Enríquez de Ribera, hijo y heredero del matrimonio mencionado, quien instauró la costumbre del Viacrucis hasta la Cruz del Campo. Hombre educado en el humanismo que regaló a Sevilla algunos de los primeros testimonios del Renacimiento italiano, como la espléndida portada de mármol que se abre a la plaza de Pilatos.
Hijo del último caballero medieval de la dinastía, Don Fadrique que siendo un adolescente participó en la toma de Granada en 1492, es considerado el puente entre la Edad Media y el Renacimiento.
A pesar de la pasión que despertó en él el despliegue monumental del estilo renaciente italiano, no dejó atrás en las obras de su casa, esa mirada tan andaluza que mezcla con una gracia especial los ecos mudéjares con los mármoles que cruzaron el Mediterráneo desde la península italiana.
En el magnífico patio principal de la casa, primera sorpresa del interior, sustituyó los antiguos pilares de ladrillo por las columnas de mármol adquiridas en Génova que hoy sujetan los arcos peraltados de sus galerías, envueltos en el encaje de yeserías enmarcadas por alfices de claro sabor islámico.
Construyó una espléndida escalera hacia la planta alta cuyo culmen lo encontramos bajo la cúpula de media naranja con policromía dorada, que mira a la que hay en el Salón de Embajadores del Alcázar sevillano.
Esta de la Casa de Pilatos, está rematada por un friso con escudos de armas sostenido por «salvajes» renacentistas, y unas magníficas trompas de mocárabes islámicos, en cuyo interior se alojan grutescos del Renacimiento. Una sofisticada fusión de estilos.
Los paños de azulejos de los hermanos Polido, ceramistas trianeros que trabajaban también para el Alcázar de Sevilla, el suelo -entonces todo de mármol negro- el dorado de la cúpula y el policromado de las yeserías -no siempre fueron blancas- debían configurar un auténtico espectáculo.
En los Salones y en las Galerías de la planta alta, se cubrieron las paredes con pinturas al fresco inspiradas en algún manuscrito iluminado de los Triunfos de Petrarca, autor que junto a Dante, Tolomeo o Tito Livio entre otros, cultivaron el espíritu inquieto del noble sevillano.
El despliegue de modelos de azulejería por todo el palacio, permite seguir la huella de la historia de este medio artístico en uno de sus momentos de mayor esplendor.
De igual manera las armaduras de sus techos, permiten seguir el avance de estas técnicas y la cronología de los espacios, gracias a los escudos de armas de los promotores.
Don Fadrique vivió un cambio importante en la ciudad de Sevilla, próspero puerto de Indias, que tras el descubrimiento de América se convirtió en una dinámica metrópoli internacional.
La influencia de este palacio en el caserío sevillano fue notable, y los muros de las casas comenzaron a hacerse más porosos y monumentales.
Per Afan de Ribera y la colección de esculturas de la Casa de Pilotos
Su colección de arte se vió incrementada por las aportaciones de su heredero, su sobrino Per Afán de Ribera, I Duque de Alcalá que ostentó entre otros muchos cargos el de Virrey de Nápoles.
Todo un personaje que fue padre de un santo; San Juan de Ribera. Per Afán era el hijo mayor del hermano de Don Fadrique, Fernando, que vivió en otro palacio de Sevilla, El Palacio de las Dueñas, que se mira en éste de Pilatos en lo esencial de su construcción.
Palacio que su madre Catalina de Ribera, levantó sobre otra casa que compró con la intención de que los dos hermanos tuvieran una residencia acorde a su linaje.
Por azares de la vida Per Afán heredó una inmensa fortuna. Su pasión era la escultura clásica que vemos desplegada entre ornacinas y tondos por toda la casa, y disfrutando entre las fuentes y enredaderas de sus jardines. No están todas las piezas, pero hay suficientes como para apreciar su enorme interés en el tema.
Y la Casa de Pilatos se entregaba cada vez más claramente al Renacimiento.
Desde su Virreinato de Nápoles envió a su casa piezas tan magníficas como la espléndida Palas Atenea que vemos en el patio principal. La Diosa nacida de la cabeza de Zeus que derramando sabiduría y belleza, proclama su poder en un aviso de la fiesta que espera a quienes recorran la casa. En las esquinas restantes, volvemos a encontrarnos con Palas, armada esta vez, y con la diosa Fortuna, con la cornucopia repleta de bienes, y para redondear la fiesta una musa de la música
Una regia representación escolta a las diosas desde los tondos de sus galerías.
Invitados por la hija de Zeus, el recorrido por el palacio promete ser sugerente, más vale estar atentos y si algo se nos escapa podremos consultar a Jano, ya vimos que todo lo sabe.
Las piezas se mezclan con la arquitectura y los jardines en una concurrida representación del Olimpo, entre la que se encuentra Diana cazadora, que es observada desde los tondos de esta galería por personajes ilustres.
En esta fiesta para los sentidos, a través de salones y jardines el visitante podrá ver como Zeus se convierte en cisne para seducir a la bellísima Leda, una sensual escena representada aquí en este delicado relieve de mármol, fechado en el siglo II de nuestra era.
Aconsejamos silencio para escuchar el concierto que ofrecen desde este otro relieve unos redonditos amorcillos.
Y seguir en silencio para no despertar a Venus que descansa escoltada por el deseado peligro de Cupido.
A pesar del cuidado en no despertarle, aparece de nuevo victorioso y dispuesto a repartir sus flechas desde la atalaya que le brinda una columna en el jardín.
Un jovencísimo Baco, obra de Mariano Benlliure, juguetea con el agua que verdea en el estanque.
Desde cualquier salón puede que nos observe un emperador romano, como este Tito Livio Vespasiano, celoso de que alguien pueda interrunpir el silencio en el que descansan los guerreros de otros tiempos.
Hay mucho más, es cuestión de dejarse llevar sin mirar el reloj.
La llegada del Barroco a la Casa de Pilatos
Y ajenos al devenir de las modas, los protagonistas de otros siglos van recibiendo nuevos personajes enmarcados en lienzos barrocos, y las estancias se van llenando de retratos que se reparten el espacio con tapices y murales.
Entre los firmantes de esta colección aparecen Goya, Lucas Jordán, Giuseppe Recco, Carreño Miranda, Vanvitelli, José de Ribera, etc. De José Ribera hoy vemos una copia de la Mujer Barbuda, cuyo original fue donado al Museo del Prado.
Los techos de los salones que en la planta baja son un despliegue artístico de armaduras de madera, van cediendo espacio en la segunda planta a los pinceles que perpetúan en los salones conocidos hoy como el de Oviedo, o el de Pacheco donde la Apoteosis de Hércules observa desde el techo la presencia de la Envidia y la Caida de Faetán en los muros laterales.
Eran los tiempos de Don Fernando Enríquez de Ribera, III Duque de Alcalá, sobrino nieto de Per Afán, y como aquel, Virrey de Nápoles, que aportó al Palacio un riquísimo repertorio de pintura.
En su época de juventud, antes de marcharse a Nápoles, su interés por la cultura generó unas famosas tertulias en las que participaban los personajes más representativos del humanismo sevillano, entre los que se encontraban Pablo de Céspedes y Francisco Pacheco, maestro y suegro del genio Diego de Velázquez.
Hay una poética leyenda relacionada con Don Fernando. Al parecer adquirió en Roma una urna funeraria que contenía las cenizas del emperador Trajano, éstas acabaron esparcidas por error en una loggia de los jardines de la casa, lo que provocó que algunos siglos depués de su muerte, Trajano acabara reposando en su Sevilla natal.
Falleció don Fernando en 1637, después de ver morir a todos sus hijos, circunstancia que lleva esta fortuna a manos de una sobrina casada con el heredero de la casa Medinaceli. A partir de aquí y hasta nuestros días, es esta dinastía la que funde con su estirpe los avatares vitales del edificio.
Y no fueron pocos, apenas habitada por sus nuevos dueños, parte de sus colecciones enviadas a otros palacios de su propiedad, la casa va palideciendo entre las heridas causadas por la ausencia de sus propietarios, el terremoto de Lisboa de 1755, los destrozos que le causaron los franceses en 1808 o el bombardeo de Van Halen en 1843.
Habrá que esperar al siglo XIX cuando surge en Europa el movimiento del Romanticismo. Irónicamente los mismos motivos que en el siglo XVIII convertían a España y más aún a Sevilla en un lugar bárbaro, fanático y semioriental, por mor del cambio de mentalidad, ahora eran vistas como «pintorescas», etiqueta que le concede la más alta categoría estética del Romanticismo, pasando a ser parte del Gran Tour Romántico.
Época en la que el «sufrimiento de la casa» radicó en el peligroso gusto decimonónico capaz de corregir a los antiguos maestros. En esta época la I Duquesa de Denia, esposa del XV Duque de Medinaceli, promovió distintas obras que le dan la actual apariencia al Palacio. Los vanos geminados de sabor nazarí que se abren a las galerías del patio principal, son de quellos tiempos.
Después de 1939, Victoria Eugenia Fernández de Córdoba, XVIII Duquesa de Medinaceli, convirtió este Palacio en su residencia habitual, y emprendió en él un lento y complejo programa de restauraciones, que hoy continúa su hijo Ignacio de Medina y Fernández de Córdoba, actual Duque de Segorbe.
El Duque de Segorbe ostenta la Presidencia del Patronato de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, creada en 1978 para preservar un extenso patrimonio entre cuyos bienes se encuentra la Casa de Pilatos.
Y la colección de arte sigue aumentando. Hay una larga lista de obras que se fueron sumando a la colección como el Baco de Benlliure que vimos en la fuente, o la Pietá de Sebastiano del Piombo, proveniente de la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda.
La actividad cultural que en ella se desarrolla es notable, las investigaciones sobre el edificio siguen abiertas y suscitando el interés de los historiadores. Es Monumento Nacional desde 1931 siendo el tercer edificio más visitado de Sevilla, después de la Catedral y el Alcázar.
Escenario de rodajes famosos como Noche y Día, El Reino de Los cielos, El caballero Don Quijote, o Rosa y Negro, cuyos exteriores se rodaron en la ciudad de Baeza, o la mítica Lawrence de Arabia.
Por ella han paseado personajes de la realeza europea, políticos, insignes miembros de la cultura, y desde el siglo pasado cuando abrió sus puertas al turismo, viajeros y turistas de todo el mundo.
El jardín del Paraiso
A nosotros nos parece que la materia de la que está tejida esta casa es una búsqueda del Paraiso perdido, toda ella evoca un jardín.
El ornamento de sus muros interiores está cuajado de detalles vegetales, en su techos encontramos un universo de estrellas, en sus jardines hay fuentes y enredaderas, jazmines, naranjos, palmeras.
Hay una búsqueda constante de la aprobación divina, alabando a Dios con grafías árabes en su comienzos, y dedicándole un lugar bien visible para la oración en su preciosa capilla.
Le concede un espacio importante al Olimpo, y recoge a través de escudos de armas y retratos los recuerdos de sus propietarios; sus creencias, sus miedos, sus luchas, sus pequeñas y grandes historias.
Y al abrir sus puertas al caminante le invita a una fiesta que no tiene fecha. Es un banquete especial que celebra la Historia de Sevilla, y la Casa de Pilatos es uno de los más exquisitos bocados del menú.