Advertimos a quien se adentre en estas líneas, como lo hacía Italo Calvino en sus Ciudades Invisibles:
No se debe confundir nunca una ciudad (un palacio en nuestro caso), con las palabras que la describen.
El Palacio de las Dueñas es un precioso tapiz en el que triunfan los colores de la foresta de sus jardines, y el albero feliz de sus caminos. La embaucadora belleza de sus patios, el gorgojeo del agua de sus fuentes, y el aroma a azahar de limoneros y naranjos, hacen que sea fácil olvidarse de las piezas que tejieron su larga historia.
Tendremos que elegir un hilo que nos sirva de guía en el laberinto de los siglos, para llevarnos prendida en la memoria, el alma que se esconde tras la preciosa piel que nos deslumbra.
El hilo de la historia.
Cuando Catalina de Ribera, viuda del Adelantado Mayor de Andalucía, Pedro Enríquez de Quiñones, compró a los Pineda esta casa situada en la entonces collación de La Palma, corría el año 1496 y Sevilla era un ir y venir de artistas de renombre, que desde 1433 levantaban su grandiosa Catedral empeñados en mantener los ecos del último gótico, pero abriendo sus capillas a monumentales enterramientos renacentistas como el del Cardenal Mendoza en la capilla de la Virgen de la Antigua (1506).
Frente a la cabecera del Magno templo, se abría el portón del magnífico Alcázar donde más de un siglo antes (1366), el Rey Pedro I se había construido un palacio mudéjar que marcó el caserío palaciego de la ciudad durante muchos años.
La nobleza sevillana no dejó de mirar con fascinación al palacio de Don Pedro, ni a las obras que realizaron en él los Reyes Católicos, para construir sus casas, pero en aquellas fechas de entre siglos (del XV al XVI), ya llegaban a la ciudad los primeros síntomas renacentistas.
Por cierto el nombre del Palacio lo toma de un convento cercano, el de Santa María de las Dueñas, que en 1248 se conocía como Compañía de Dueñas. Sus monjas se encargaban de dar servicio a reinas y esposas de los reyes de Castilla, San Fernando y Alfonso X el Sabio.
De casa mudéjar a palacio nobiliario
Fernando Enríquez de Ribera vio como su madre, convertía la que iba a ser su casa en un palacio que se miraba en el espejo de la casa de sus padres, La Casa de Pilatos, de manera que estos dos palacios sevillanos se convirtieron en "hermanos", Pilatos lo heredó Fadrique y Dueñas fue para Fernando.
Los primeros años, cuando Catalina de Ribera estuvo al frente de las obras hasta su fallecimiento en 1505, se pueden rastrear en las bellísimas techumbres de madera donde aparecen los escudos nobiliarios de su linaje.
Alrededor del patio principal se distribuyen las estancias de la casa en ambas plantas, a semenjanza de la Casa de Pilatos, distribución que mira a su vez al Patio de las Doncellas del Alcázar sevillano.
Como en una danza en la que los bailarines se hubieran quedado prendados en sus parejas, en este patio conviven el encaje de motivos mudéjares de los arcos de la segunda planta, donde encontramos unos alfices de caligrafía cúfica que cantan a Alá:
La ley (proviene) de Alá” (…) “El imperio perpetuo para Alá”
Con los paramentos de los arcos de la planta baja, limpios de decoración salvo en los filos de los arcos y en los alfices de raigambre islámica, que enmarcan los arcos de medio punto peraltados, con motivos renacentistas.
Esta «armoniosa danza» es un reflejo de lo que era aquella época, aquella sociedad, que salía de la Edad Media y se adentraba en el Renacimiento, como ya vimos en el recorrido por la Casa de Pilatos. La orquesta la formaban los alarifes mudéjares que trabajaban en las dos casas y en el Alcázar de los Reyes Cristianos.
Y en esta preciosa partitura, el gótico suena en la balaustrada del segundo piso, prácticamente igual a la de La Casa de Pilatos, y en la coronación de esta planta con los preciosos merlones góticos.
Si miran al cielo cuando paseen alrededor la Catedral sevillana, encontrarán sus formas como saetas en el aire.
La Capilla del Palacio de las Dueñas
Una de las primeras piezas construidas por Catalina de Ribera en el Palacio de las Dueñas es la pequeña capilla que a semejanza de la de Pilatos, y situada como aquella en el patio principal, cumple una doble función, la religiosa y la social. Porque aun siendo ambas capillas privadas, estaban abiertas al uso de visitantes y con las bulas necesarias para poder oficiar actos religiosos. Esto no estaba al alcance de cualquier familia nobiliaria, lo que nos habla de la importancia del pequeño recinto.
La capilla guarda el sabor del gótico final en las bóvedas que la cubren, y en la decoración de las ménsulas que sostienen las nervaduras, seis ángeles pasionarios salidos con toda probabilidad de las manos de Pedro Millan, que trabajaba también en la Catedral y cuyo trabajo influirá en lo mejor de la futura escultura sevillana.
Estos ángeles reciben en las guirnaldas de cardina, las hojas de roble, las rosas y las bellotas que abrazan los escudos de los dueños de la casa, toda una simbólica loa a la Pasión de Cristo y a la religiosidad de los propietarios.
La curiosidad de los visitantes puede quedarse prendada en los recuerdos de las ceremonias -sobre todo de las bodas- que se han celebrado aquí cuando ya la casa pertenecía a la familia Alba. La primera y la tercera boda de la última duquesa, Cayetana Fitz-James Stuart y la de alguno de sus hijos tuvieron lugar bajo los terceletes góticos que cubren esta histórica capilla.
Al atravesar el arco de entrada suenan de nuevo los compases de la danza que escuchamos en el patio. Los motivos renacentistas de las yeserías del intradós sostienen airosos los pasos medidos del mudéjar y el gótico que cubren la portada.
Toda la decoración añadida en los últimos años, no consigue apagar los ecos de sus comienzos. Es como si hubiera dos capillas en una, aquella primera que nace en un tiempo marcado aún por el recogimiento medieval, y ésta que recibe el aire popular andaluz en multitud de objetos, como los azulejos enmarcados de latón negro con la Virgen Macarena y El Gran Poder, a ambos lados del retablo de Neri di Bicci, Santa Catalina entre Santos, que preside el altar.
La Torre-mirador
Como en Pilatos, hay en Dueñas una torre-mirador en uno de los ángulos del edificio. Levantadas como torres vigías en las casas sevillanas anteriores a éstos palacios, son aquí un símbolo de poder y un disfrute placentero por el panorama del caserío y los jardines que se dominan desde ellas.
Cambio de dueños del Palacio de las Dueñas
No recibió la casa grandes cambios con el heredero siguiente, Per Afán de Ribera, el I Duque de Alcalá, que heredó una inmensa fortuna de su tío Don Fadrique al morir éste sin descendencia, Casa de Pilatos incluida, y heredó también Dueñas al morir su padre, aunque el escaso tiempo que vivió en Sevilla lo hizo en el palacio de sus abuelos. Como vimos cuando paseamos por Pilatos, Per Afán envió desde su Virreinato de Nápoles una magnífica colección de escultura clásica a Pilatos, mientras Dueñas seguía un camino distinto.
La boda de Antonia Enríquez de Ribera Portocarrero, heredera de Dueñas, y el VI Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Mendoza, en 1612, une desde entonces el Palacio de las Dueñas con la Casa de Alba.
En la entrada al palacio se puede observar el escudo del ducado de Alba en azulejo de fabricación trianera del S.XVII o XVIII, en el arco principal.
Con la Corte en Madrid, la nobleza se traslada a la capital y el Palacio sufre la decadencia de los edificios no habitados, pasando por momentos de mejor y peor suerte.
Lo que no dejó de crecer es la colección de arte que de manera importante acrecentó Cayetana Fiz-James Stuart, la popular duquesa que sintió por esta casa, de entre todos sus palacios, una declarada debilidad. Su mirada cercana a las costumbres populares sevillanas se deja sentir por toda la casa, como entre los macetones que refrescan la vista al paso por las galerias de los patios.
En sus espléndidos salones se celebraron fiestas y reuniones con famosos como Jackie Kennedy, y como decíamos unas líneas arriba, su capilla fue testigo de importantes celebraciones familiares.
Entre las firmas de la extraordinara coleccion de arte que hace unos años catalogó la Junta de Andalucía, y que cuenta con más de 1400 piezas, el visitante encontrará obras de Jacopo Bassano, Sofonisba Anguissola, Annibale Carracci, Luca Giordano, Giovanni Paolo Pannini y José de Ribera, entre otros autores más cercanos en el tiempo como Mariano Benlliure, Federico de Madrazo, Sorolla, Zuloaga, Gonzalo Bilbao, Romero de Torres o Carmen Laffón.
El Palacio de las Dueñas fue la cuna de Antonio Machado
Este palacio es también parte del peregrinaje de aquellos que siguen los pasos de Antonio Machado, poeta de la Generación del 98, que nació aquí en 1875. Su padre Manuel Machado Álvarez, «Demófilo», era entonces administrador del palacio y vivían alquilados en una de las viviendas del edificio. Su celebérrimo retrato lo comienza Don Antonio en estos patios:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero…
En una carta que escribió Machado a Juan Ramón Jiménez a principios de 1913, el poeta le hablaba de sus primeros años en esa zona de la ciudad:
Nací el año 1875, en Sevilla, parroquia de San Juan de la Palma donde fui bautizado, calle de las Dueñas, Palacio de las Dueñas. Éste es un detalle de alguna importancia: La arquitectura interna de la casa en que nací, sus patios y azoteas han dejado huella en mi espíritu.
No es que no olvidara Machado esta casa y la ciudad de Sevilla, es que fue siempre con él. En la hora de su muerte en el exilio de Colliure, le encontraron un verso suelto en el bolsillo de su gastado gabán:
…estos días azules y este sol de la infancia…
Verso que nos habla de aquella lejana infancia en los patios de esta casa, que jamás volvería a pisar y que en sus propias palabras nos explica lo doloroso de su marcha.
Adiós, antes de cumplir los cinco años, galerías y azoteas, setos de arrayán y boj, cipreses y palmeras! ¡Adiós aquellas veredas de albero, aquella fuente con sus reflejos de naranjos y limones, aquella profusión de jazmín y geranios!
Tampoco a él le olvida su barrio sevillano, y cada año se repite un rito en la Semana Santa. Al pasar el Cristo de los Gitanos por la puerta del palacio, se detiene mientras se canta la Saeta de Machado.
Mientras vivió Doña Cayetana, las visitas a la casa eran escasas, al ser un Bien de Interés Cultural se podía acceder previa solicitud a la Fundación Casa de Alba. Era frecuentada por historiadores y profesores de literatura en busca de la cuna del poeta. Pero en 2016 su hijo y heredero Carlos Fitz-James Stuart abre sus puertas a visitas turísticas a partir del 17 de marzo.
En un artículo de prensa, encontramos la referencia a una visita a Sevilla del escritor italiano Italo Calvino, con quien comenzábamos esta entrada:
Entre el 24 y el 28 de septiembre de 1984 fue invitado a participar en un congreso sobre literatura fantástica, organizado por Jacobo Siruela (uno de los hijos de la duquesa Cayetana) con el apoyo de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Sevilla, sede del evento, estaba teñida de luto por la reciente muerte de “Paquirri”, pero el cartel del acontecimiento literario compitió con el de los mejores ruedos: participaron también Rafael Llopis, Gonzalo Torrente Ballester o Jorge Luis Borges.
Cuentan que el maestro de las palabras quedó prendado de esta casa. Si volvemos a sus Ciudades Invisibles, puede que en los dias de niebla y ya lejos de Sevilla, la realidad nos haga dudar como a Polo de tanta belleza:
…Tal vez este jardín sólo asoma sus terrazas al lago de nuestra mente…