En 1291 los cristianos pierden la ciudad de San Juan de Acre, enclave esencial para el comercio entre Oriente y Europa, y en 1453 pierden también Constantinopla. El Mediteráneo dejó de ser el mar cuyos caminos servían para el comercio con Oriente de donde llegaban a Europa productos de lujo como alfombras persas, porcelanas chinas, sedas, especias y todo tipo de objetos exóticos. Cerrado ese camino a sus barcos, los europeos se ven obligados a buscar otras rutas.
La sociedad europea se va abriendo a una etapa nueva: El Renacimiento, que trajo consigo avances que afectaron al mundo del arte, al pensamiento y a la ciencia buscando respuestas bajo una premisa: el hombre como medida de todas las cosas. Europa se va alejando del sistema medieval y aparece la burguesía.
Durante los siglos XIII y XIV, el mundo de la náutica descubre la carabela y el sextante, y se perfecciona la brújula y el astrolabio.
En este momento España y Portugal son dos potencias que destacan sobre el resto. Con una relación que oscilaba entre el amor y el desamor a lo largo de la historia, se dividen en 1479/80 en el tratado Alcaçovas-Toledo, el océano conocido entonces: España, sólo las Canarias y su mar; para Portugal, el derecho de la navegación hacia Guinea.
Cristóbal Colón llega a Castilla
En aquella encrucijada histórica, aparece en Castilla un genovés de apellido Colombo, que perseguía un sueño: llegar a las Indias orientales por el Océano Atlántico. Llegó desde Portugal donde se había casado con una hija del gobernador de Porto Santo, Felipa Muniz de Perestrello, y se había entrevistado con el rey Juan II para proponerle la financiación de su proyecto.
Ante la negativa de rey portugués, llega a Castilla en busca de un apoyo que encontró primero en el convento franciscano de La Rábida, donde Fray Antonio de Marchena, astrólogo y experto geógrafo, y Fray Juan Pérez, exconfesor de la reina Isabel, que propició la segunda audiencia de Colón ante la soberana de Castilla. Ambos fueron figuras decisivas en la gesta colombina que comenzó el 3 de agosto de 1492 cuando partieron del puerto de Palos tres carabelas gobernadas por marineros de la comarca del Tinto y el Odiel, buenos conocedores del Atlántico, entre los que destacarán tres miembros de la familia de los Pinzón, naturales de Palos de la Frontera y los hermanos Niño, nacidos en Moguer.
Tuvo aún otro apoyo esencial el almirante en tierrras onubenses, el de la abadesa del Monasterio de Santa Clara de Moguer, Inés Enríquez, tia del rey Fernando el Católico, que jugó un papel esencial en la aceptación de los monarcas del proyecto colombino. Existen documentos que acreditan la correspondencia de la abadesa con el Almirante, de la misma manera que está documentada una misa y una vigilia de acción de gracias, que ofreció Colón en la iglesia conventual la madrugada del 16 de marzo de 1493, al volver de su primer viaje, cumpliendo así con el "voto" de la tripulación de la carabela La Niña, el jueves 14 de febrero de aquel año, cuando una tormenta amenazó con hundir la nave a la altura de las Azores.
La vinculación americana de este Monasterio se inicia por tanto en los momentos previos al primer viaje de Colón, que visitó cuatro veces entre 1485 y 1493 La Rábida y Moguer, quedando íntimamente relacionado con personas y estamentos concretos de ambas villas.
El Monasterio de Santa Clara de Moguer en la historia
Fue fundado en 1337 por el primer señor de Moguer, Alonso Jofre Tenorio, para monjas clarisas, siendo su primer patrono. El patronazgo del monasterio fue continuado por la familia de su fundador y más tarde por la familia Portocarrero, al emparentar por matrimonio con los Tenorio. Sus restos descansan en el sepulcro que comparte con su mujer Elvira Álvarez, su hija Marina Tenorio, Beatriz Enríquez (esposa del V señor de Moguer), y su nieto Alonso Fernández Portocarrero (III señor de Moguer), a los pies del Altar Mayor de la iglesia.
Panteón de los señores de Moguer, el estilo de sus sepulcros nos sirven de guía cronológica. Si el túmulo central de la imagen anterior nos lleva a la alta Edad Media, el sepulcro de Pedro de Portocarrero y Juana de Cárdenas, situado en el muro de la izquierda del ábside, nos lleva al gótico final, mientras que en el muro de la derecha, nos encontramos con el Renacimiento en el sepulcro del matrimonio de María Osorio y Juan de Portocarrero, que obtuvo por sus servicios a Carlos V el título de grande de España.
Fue desde el principio un centro religioso de reconocido prestigio en las altas esferas de la sociedad del momento, donde profesaron mujeres de los linajes más señeros de Castilla. Su importante influencia económica en la zona, y el hecho de ser un centro de poder con auténtico peso en la Corte, supo aprovecharlos el Almirante a quien en varias ocasiones los moguereños vieron por la villa acompañado por el guardián de La Rábida, Fray Juan Pérez.
El monasterio gozaba de una gran devoción entre la marinería del Condado. La carabela que los Hermanos Niño aportaron al viaje del descubrimiento, botada en el Puerto de la Ribera de Moguer hacia 1488, fue bautizada oficialmente con el nombre de Santa Clara, aunque todos la conocemos como La Niña, al asumir el apellido de los propietarios, cuya participación fue esencial en la aventura colombina.
El 12 de octubre de 1492, la expedición auspiciada por la corona de Castilla, descubrió un nuevo continente y cambió para siempre la historia del mundo. Comenzó un camino de ida y vuelta con las naturales influencias culturales que el paso del tiempo dejó sentir en la gastronomía, la música, el arte, la lengua, la religión y la vida. Naciendo de aquel encuentro un mestizaje humano enriquecedor y vibrante que superadas las primeras heridas, se mantiene en la actualidad.
El influjo arquitectónico de Santa Clara de Moguer en el Nuevo Mundo
Las primeras influencias fueron las derivadas de la religión. La arquitectura religiosa llevó hasta las nuevas tierras las formas constructivas españolas. Los ecos estilísticos del monasterio de Santa Clara se dejaron ver en iglesias fortificadas de conventos mexicanos como los de Cuernavaca, Yuriria, Acolman, Atlatlahucan, Hochimilco, Huejotzingo, Tula, Tepeaca, Cholula, o Acatzingo. Si en este lado del océano se habían levantado monasterios e iglesias fortificados, para defender sus espacios de los ataques islámicos, al otro lado, los muros defensivos se explicaban por la defensa de sus territorios de los pueblos indígenas.
El Monasterio de Santa Clara fue catalogado como Monumento Nacional desde 1931 y es el edificio colombino más importante de Moguer. Su estructura la componen dos espacios, el recinto religioso y las viviendas. En el primero está el templo gótico mudéjar del siglo XVI, que es la parte más noble del conjunto, levantada con tres naves sostenidas por arcos apuntados, de las cuales la central es más larga y ancha y está cerrada con un ábside poligonal y bóvedas de crucería góticas.
A los pies de la iglesia hay un coro de dos pisos donde encontramos una sillería nazarí, obra del siglo XIV única en su estilo.
En la residencia conventual, hay varios claustros en torno a los que se distribuyen las dependencias.
Destaca, el claustro de las Madres, que tiene en la arquería baja, del siglo XIV, el claustro más antiguo de Andalucía, con el característico alfiz de tradición mudéjar que se repite en los claustros conventuales del siglo XVI de Santo Domingo y Santa Clara de Tunja en Colombia.
Alrededor de estos claustros se distribuyen los dormitos, el refectorio, la cocina, donde llama la atención la enorme chimenea del siglo XIV, y una enfermería renacentista.
Los nombres que firman algunas de las obras de arte que guarda tras sus muros este edificio como Martínez Montañés, La Roldana o Jerónimo Vázquez, son parte de su indudable atractivo.
Las influencias de las que venimos hablando llegaron también a la vida civil, de manera que muchas casas de poblaciones como la colombiana Tunja, guardan en su estructura los ecos de las casas andaluzas. Esta ciudad que pertenecía al antiguo Reino de Nueva Granada, fue el hogar de muchos moguereños que llegaron a las Indias en el siglo XVI, siendo uno de ellos el nieto de Pedro Alonso Niño, el segundo de los hermanos descubridores, que arraigó en Colombia y entre sus descendientes directos se cuenta el Prócer de la independencia Colombiana, Juan Nepomuceno Niño.
La casa del escribano don Juan de Vargas es una mansión de estilo mudéjar con jardín andaluz ubicada en el Centro Histórico de Tunja, utilizada como sede del Museo Colonial de la ciudad desde 1984. Juan de Vargas fue escribano real desde 1585 hasta su muerte en 1620
Durante el período romántico los Lugares colombinos atrajeron a escritores y artistas entre los que se encuentra el norteamericano Washington Irving, entusiasta de todo lo relacionado con la historia del descubrimiento, que visitó el monasterio en 1928, dejando un hermoso relato en su diario como testimonio. Sobre este tema la UNIA publicó en 2015 un interesante título: De Colón a la Alhambra: Washington Irving en España. De los nueve capítulos que articulan el libro, los capítulos III, IV y V están dedicados a los Lugares Colombinos: Washington Irving y Moguer, y Los viajes colombinos de José Vargas Ponce y Washington Irving, y el dedicado al legado cultural onubense con el título Washington Irving: Los compañeros de Colón.
Hoy el Monasterio de Santa Clara es un punto esencial en la ruta de los lugares colombinos, que ofrece visitas guiadas por el edificio, y un cuidado servicio de organización de eventos. Hay además una sorpresa añadida, una estupenda exposición permanente de la obra de Teresa Peña, artista contemporánea especialista en arte sacro.