La arquitectura, la cerámica y la escultura occidentales hunden sus raíces en el arte griego, cuyas obras, tras más de dos milenios, están dispersas por una miríada de museos y galerías. Francia, Inglaterra, Alemania, Italia y Grecia conserva las principales obras maestras, aquellas que pudieron conservarse en su estado original o esas otras que, perdidas, podemos aún disfrutar gracias a las copias que hicieron los romanos.
Lo que sigue no es un ranking, pues faltan muchas maravillas. Pero sí es una selección de lo mejor de las distintas y variadas épocas y estilos por los que atravesó ese fenomenal conjunto de creaciones que hoy llamamos arte griego.
Cleovis y Bitón, un sensacional ejemplo del arte griego arcaico
El grupo escultórico de Cleovis y Bitón es uno de los mejores representantes que aún puede verse del arte griego arcaico. Representan un tipo muy común en aquel tiempo: el kuros u hombre joven desnudo, una representación idealizada del atleta y del soldado, fuerte, viril y en plenitud.
Estos dos en concreto son figuras mitológicas. Hijos de una sacerdotisa de Hera llamada Cídipe, la historia cuenta que en una ocasión fueron capaces de tirar del carro que llevaba a su madre a honrar a la diosa, una vez que sus bueyes habían quedado exhaustos.
Son esculturas muy parecidas al estilo de los egipcios. Se caracterizan por una postura rígida y tirante, brazos caídos y pegados al cuerpo, avance ritual de la pierna izquierda y un carácter compacto que impide olvidar que antes de un kuros la escultura fue un bloque de piedra.
Al modelado se le prestaba entonces poca atención. El escultor, de nombre Polimedes de Argos, trazó simplemente unos gruesos incisos allí donde el cuerpo solicita juegos de relieve, como los pectorales o el encuentro de las ingles y el abdomen.
Aunque no es lo habitual, de estas piezas se conoce, gracias a Heródoto, que fueron un encargo de la ciudad de Argos para adornar el Santuario de Delfos. Allí se colocaron aproximadamente en el año 600 a.C. Allí mismo fueron encontradas en el año 1893, y allí se pueden ver aún, más de 2600 años después, en el Museo Arqueológico de Delfos.
El Vaso François, la joya de la cerámica griega
El Vaso François es uno de los más impresionantes ejemplos de la cerámica griega. Mide nada menos que 66 centímetros de alto y está decorado al completo con historias de la mitología griega, monstruos e incluso escenas cómicas. Hasta las asas y la base están profusamente decorados.
En su fabricación se sabe que intervinieron dos autores porque ambos dejaron constancia de su firma. Se trata del alfarero Ergótimos y el pintor Clitias, que colaboraron en esta y otras obras alrededor del año 570 a.C.
Según Antonio Blanco Freijeiro, autor de uno de los mejores libros sobre arte clásico, el Vaso François destaca por "su proporción, elegancia, firmeza y grandiosidad […] pero a este conjunto de perfecciones constructivas se le une la exquisita decoración de Clitias, que envolvió la superficie externa del vaso en un álbum de más de un centenar de miniaturas dispuestas en franjas horizontales".
Que un vaso de este tamaño y con este imponente y minucioso programa decorativo acabara en Etruria es un ejemplo más de lo bien conectada que estaba por entonces la economía mediterránea, y el alto desarrollo que habían alcanzado los etruscos, capaces de importar semejantes objetos de lujo. Hoy se puede ver en el impresionante Museo Arqueológico de Florencia, uno de los mejores de la ciudad del Renacimiento.
No servía simplemente para decorar. El Vaso François era una crátera de volutas (así llamada por las asas), un recipiente en el que se depositaba el vino, normalmente mezclado con agua, para que los asistentes a un banquete se fueran sirviendo.
Quizá este uso justifica la presencia de varias escenas marcadamente cómicas entre sagrados mitos como el de las exequias de Patroclo. O tal vez sea una prueba más del escaso fanatismo que envolvía la religión griega, sin exigencias morales y tolerante incluso con la ironía.
Para saber más sobre las imágenes representadas, recomendamos la lectura de este artículo.
El ¿Poseidón? del Cabo Artemisio
Se llama Poseidón de Artemision pero sólo la segunda parte de su nombre es segura, pues fue descubierto bajo el mar, en 1928, muy cerca del cabo del mismo nombre.
La identidad de la figura es complicada. Se ha dicho que es Poseidón en el acto de arrojar su tridente, pero ese acto de arrojar el tridente no era nada habitual. Y un tridente no encaja bien con la composición de la figura, como descubrió un grupo de historiadores. Lo que sí sabemos es que el Templo de Sunión estaba dedicado a él.
Se ha dicho también que podría ser Zeus en el acto de lanzar un rayo, pero la posición de las manos tampoco sería idónea. En realidad, el acto que más concuerda con la figura es el lanzamiento de una jabalina, pero la figura no es la de un atleta, que habría de ser más joven, sino la de un dios. Últimamente se le llama Dios de Artemisio.
En cualquier caso, es un figura valiosísima no sólo por su antigüedad (se ha datado en el año 460 a.C.) sino porque representa perfectamente la transición entre el estilo arcaico y el clasicismo. La figura es todavía rígida y carece del naturalismo que estaba por venir, pero ya hay una intención clara de romper el estatismo de la vieja escultura y añadir acción y movimiento.
Está en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Los Bronces de Riace o el anuncio del clasicismo
Han sobrevivido milagrosamente tres maravillas del arte griego realizadas en bronce. Una es el Poseidón de Artemisio, otra el Auriga de Delfos. La tercera son estos misteriosos personajes que fueron encontrados por un submarinista cerca de Riace, en la actual Italia, y que son la gran joya del Museo Arqueológico de Reggio Calabria.
A pesar de haber realizado numerosos y concienzudos estudios, los expertos no se ponen de acuerdo sobre la identidad de los dos individuos. Unos dicen que son atletas. Otros dicen que son guerreros. Otros, que son dioses o figuras mitológicas.
Nada está claro excepto su maravillosa calidad y su incalculable valor histórico, pues aquí tenemos, uno frente a otro, el paso del estilo severo, o de transición, al inconfundible estilo clásico. De hecho, el llamado Bronce B es tan, tan asimilable a las esculturas clásicas que hay quien ha defendido la autoría de Fidias, el mayor exponente del arte clásico.
Aquí ya está casi todo lo que hará del arte griego clásico inolvidable: el naturalismo, la elasticidad de los músculos, el apoyo en uno de los dos pies, la ruptura total de la vieja ley de la frontalidad, etc.
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El Discóbolo, la obra que hizo trizas la ley de la frontalidad
A mediados del siglo V a.C. Atenas brilló entre todas las ciudades de Grecia, y en Atenas, en aquel tiempo, empezó a florecer Mirón. Esculpiendo dioses, atletas y animales se hizo pronto un hueco entre los grandes del arte griego. Fue verdaderamente profuso y variado en la elección de sus temas, aunque se mantuvo a la vez más apegado a ciertas rigideces del arte clásico.
El Discóbolo, famosísimo, representa a un lanzador de disco en plena acción. En en suelo solo apoya el pie derecho y los dedos del izquierdo. Con la mano derecha impulso el disco hacia atrás para ganar inercia. Su cuerpo, en postura inverosímil para la estatutaria anterior, se inclina y se contrae en el momento previo al violento lanzamiento.
Este atleta es muy distinto a todos los anteriores. Debió sorprender y asombrar a sus contemporáneos, pues cambia radicalmente la relación del espectador y la obra. Si las antiguas estatuas frontales fueron concebidas para verse de frente y solo de frente, el Discóbolo no solo puede admirarse desde cualquier lado sino que casi parece que incita a hacerlo.
Y a pesar de todo, al margen de la postura, el Discóbolo no es una obra excesivamente novedosa. La anatomía sigue siendo casi pre-clásica: los músculos son planos; las facciones, esquemáticas e inexpresivas, y el conjunto no alcanza gran profundidad en el espacio. Admiración y asombro era lo que buscaba, no emoción. Hoy puede verse no el original, pero sí una excelente copia romana en el Museo Nazionale Romano, situada en el Pallazzo Massimo alle Terme.
La Atenea Lemnia, la más bella de las estatuas femeninas
Así lo pensaba al menos Pausanias, que la ensalzó como la mejor de todas las obras de Fidias. La Lemnia se esculpió en época de Pericles para adornar, aún más, la Acrópolis de Atenas. Pero al contrario que la Parthenos, diosa guerrera escondida en el colosal Partenón, esta versión de la diosa se representó como una dispensadora de paz. Por ello lleva la cabeza descubierta, el casco en una mano y la égida sobre el pecho.
La cabeza tiene todos los rasgos propios del arte griego clásico: frente alta, barbilla pequeña, labios menudos y carnosos, mejillas lisas y una línea del perfil casi perpendicular al plano horizontal. El finísimo modelado y la elegante taenia, la cinta lisa y ancha que sujeta el pelo, terminan de acentuar la plasticidad de todo el conjunto.
Contemplar la Lemnia es emocionante, y eso que solo se conservan un par de fragmentos y no del original, sino de copias romanas posteriores. La cabeza se encuentra en el Museo Cívico Arqueológico de Bolonia y, lo que parece ser una copia del cuerpo se puede ver en la Staatliche Kunstsammlungen de Dresde.
Las Parcas de Fidias y sus "paños mojados"
De los frontones del Partenón ya hablamos largo y tendido en el artículo que le dedicamos a dicho edificio. Pero hay un grupo de esculturas que merece ser individualizado y situado aquí, brillando con luz propia entre lo mejor del arte griego.
Estos tres cuerpos mutilados todavía impresionan por la corporeidad y por la vida que transmiten. Se los conoce como Las Parcas, aunque seguramente representan a Afrodita y Artemisa. En ellos se percibe bien la técnica de los llamados “paños mojados”, consistente en esculpir los ropajes con tal finura que parecen mojados, pegados por tanto al cuerpo y dibujando sus curvas y ondulaciones. Fidias llevó a esta técnica a una excelencia nunca antes vista, y luego fue imitado una y mil veces. La propia Victoria de Samotracia sería impensable sin este desarrollo previo.
Las Parcas, como todo el frontón del Partenón, pueden verse en la Sala Elgin del Museo Británico. Están en un estado algo precario, pero son las figuras originales que durante dos milenios adornaron el mejor de los templos griegos.
El Doríforo de Policleto, "el canon" del arte griego
El Doríforo es otra de las obras maestras del arte griego que se han perdido. Por suerte su fama fue grande en su tiempo, y los copistas romanos realizaron varias copias que sí se conservan. La mejor, o la mejor conservada, se descubrió en las excavaciones de Pompeya y se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
A pesar de su nombre, el representado es probablemente Aquiles, el héroe de la Ilíada. Y como la Ilíada, el Doríforo se terminó convirtiendo en la escultura más admirada, la más copiada, la que más influyó a escultores posteriores.
Curiosamente es una obra aún apegada a ciertos rasgos del arte arcaico. La separación de ingles y abdomen, o la línea que marca los pectorales, es excesivamente rígida. Lo mismo ocurre con las divisiones de los brazos y las piernas. Lo que Policleto aplicó de forma innovadora fue el canon geométrico que establecía el sistema ideal de las proporciones del cuerpo humano, y en en su forma de hacerlo reveló importantes influencias de los filósofos de us tiempo.
Platón había defendido en el Timeo que los dioses dieron a la cabeza humana una forma esférica como imagen de la figura del universo. La cabeza es perfectamente esférica, pero no es el único círculo. Las curvas del pliegue inguinal y del arco torácico son segmentos de un círculo imaginario cuyo centro estaría en el ombligo.
Por supuesto, lo más llamativo es la posición. Policleto esculpió una obra destinada a contemplarse desde un punto de vista principal, pero el Doríforo no es una obra rígida ni estática. El peso del cuerpo se apoya maravillosamente sobre una de las piernas, y el giro ligerísimo del tronco y la cabeza añade el movimiento justo para dotar al conjunto de vida.
La Afrodita de Cnido, el canon de belleza de los antiguos
"La destreza del escultor ha sido tan acertada que parece que el mármol ha perdido su dureza para moldear la gracia de sus extremidades", dijo de esta escultura Luciano de Samósata. Plinio el Viejo relató que una vez, un joven se enamoró de ella al contemplarla, y el rey Nicomedes de Cos la quiso hasta tal punto que ofreció a la ciudad de Cnido perdonar la deuda de la ciudad. Los cnidios se negaron.
Estamos ante la obra maestra de Praxiteles y la estatua femenina que los antiguos consideraron la más hermosa del mundo. Representa a Afrodita, la diosa del amor, en el acto de tomar un baño.
Toda la obra es un prodigio de sensualidad y delicadeza. La razón de que aparezca desnuda hay que buscarla en las costumbres locales de Cnido, donde Afrodita era venerada, entre otras cosas, como protectora de la navegación, de forma similar a la fenicia Astarté. En toda la región hay representaciones anteriores, muy antiguas, donde a la diosa de la fecundidad se la representa de la misma manera.
Pero Praxiteles convierte la desnudez de la diosa en un logrado elemento erótico gracias a la tersura del modelado, a las formas suaves y mórbidas que se mueven en un perfil sinuoso, la célebre "S" o curva praxiteliana. La vestidura y el ánfora cumplen una función estructural, pues permiten que el cuerpo "rote" ligeramente hacia delante y hacia la izquierda. Es admirable cómo consigue Praxiteles que esas vestiduras, que recuerdan a los paños mojados de Fidias, caigan lánguidamente, despacio, sobre el ánfora. Como dijo Luciano de Samosata, resulta difícil de creer que el material sea el duro y frío mármol.
Como en el caso del Doríforo, el original se perdió. Pero como su fama fue tan grande se hicieron bastantes copias, y algunas de ellas son de excelente calidad. La más conocida está en Roma, en el Museo Nacional Romano del Palazzo Altemps.
El Gálata moribundo y la nueva expresividad del helenismo
Es una de las obras más famosas de los Museos Capitolinos de Roma y una de las más reproducidas, merced a su enorme popularidad entre los viajeros del Grand Tour y a la intensa emoción que transmite.
Situada en el centro de una sala que lleva su nombre (Sala del Gladiador, pues en principio se pensó erronamente que el caído era un gladiador) representa a una víctima de la guerra emprendida en el siglo III a.C. por los Atálidas de Pérgamo contra los Gálatas (así llamaban aquéllos a las tribus célticas –los galos de los romanos– asentadas en el interior de la actual Turquía). El guerrero, que se muestra con la herida bien visible y próximo a morir, está rodeado de gran solemnidad y representado al estilo de los héroes clásicos, esto es, desnudo. La obra sirve así como recordatorio de la victoria, pero también como homenaje a la valía de los vencidos, que fueron dignos enemigos.
Apareció en el siglo XVII, en la Villa Ludovisi, junto con el Gálata suicida que puede verse hoy en el Palazzo Altemps, y fue adquirida por el museo en el siglo XVIII. Aunque los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre su datación, la interpretación más aceptada es la siguiente: que el original griego data del siglo III a.C., que fue un encargo de Átalo I de Pérgamo como conmemoración de la citada victoria de los suyos contra los gálatas turcos, y que la copia expuesta en el museo es una obra romana del siglo I a.C., encargada por Julio César para conmemorar en el ámbito privado otra victoria –la suya– contra los galos, y realizada (esto acreditaría tanto la estima del dictador al original como la confusión de los historiadores) en mármol oriental por un taller de Pérgamo.