Alesandro François, el descubridor del Vaso François, se pudo considerar un arqueólogo afortunado. Nació en Florencia en 1796, aunque su familia era de origen francés. Durante su juventud, mientras por toda Europa se abatían las nubes de la revolución y los grandes reinos se enzarzaban en sangrientas batallas para frenar a Napoleón, Alessandro se dedicó a estudiar el mundo antiguo. (Sobre el arte clásico, te recomendamos estos diez libros imprescindibles) .
Viajó por toda Italia y buena parte del Mediterráneo y buscó con ahínco, por toda su tierra natal, la Toscana, la vieja Etruria, esos vestigios abandonados y rotos en mil pedazos de los que está hecha la arqueología.
En 1825 era ya un arqueólogo consumado. Excavó en Volterra, Fiesole, Vetulonia y Cosa. En 1857 encontrará una imponente tumba etrusca que desde entonces llevará su nombre, Tumba François. Su interior estaba decorado con una valiosísima serie de frescos de una época por lo demás poco conocida, el siglo IV a.C. Las imágenes, alegres y festivas, confirman la intrincada relación entre la cultura etrusca y la romana.
Fue su último hallazgo, pero no el más importante. Antes había encontrado, en las cercanías de Chiusi, en el extremo más meridional de la Toscana, una serie de fragmentos de lo que parecía una crátera griega de figuras negras. Su amigo, el también arqueólogo Arcangelo Michele Migliarini, quedó fascinado y animó a Alessandro a continuar excavando por la zona. En años venideros encontró más fragmentos, y con la ayuda de Vincenzo Monni y Giovan Gualberto Franceschi, el puzzle fue totalmente recompuesto. Era algo nunca visto.
El Vaso François medía nada menos que 66 centímetros de alto y estaba decorado al completo con historias de la mitología griega, monstruos e incluso escenas cómicas. Hasta las asas y la base están profusamente decorados.
La importancia del Vaso François
En su fabricación se sabe que intervinieron dos autores porque ambos dejaron constancia de su firma. Se trata del alfarero Ergótimos y el pintor Clitias, que colaboraron en esta y otras obras alrededor del año 570 a.C.
Según Antonio Blanco Freijeiro:
el Vaso François reúne todas las condiciones que se pueden esperar de un bello vaso griego, a saber: proporción, elegancia, firmeza, grandiosidad, etc. Pero a este conjunto de perfecciones constructivas se le une la exquisita decoración de Clitias, que envolvió la superficie externa del vaso en un álbum de más de un centenar de miniaturas dispuestas en franjas horizontales.
Este estilo miniaturista de Clitias, en oposición a otro estilo más realista, vivió desde entonces un verdadero auge y dio origen a algunos de los más bellos ejemplos conservados de la cerámica griega, como los preciosos kylyx (copas de labio) de Teseo matando al minotauro, o el del Jinete y el corredor, que se conservan en Londres, en el Museo Británico.
Pero en ninguna parte se encuentra un vaso de este tamaño y con este imponente y minucioso programa decorativo. Que acabara en Etruria es un ejemplo más de lo bien conectada que estaba por entonces la economía mediterránea, y el alto desarrollo que habían alcanzado los etruscos, capaces de importar objetos de semejante lujo.
Su función no era simplemente decorativa. Se trata de una crátera de volutas (así llamada por las asas), un recipiente en el que se depositaba el vino, normalmente mezclado con agua, para que los asistentes a un banquete se fueran sirviendo.
Quizá este uso justifica la presencia de varias escenas marcadamente cómicas entre sagrados mitos como el de las exequias de Patroclo. O tal vez sea una prueba más del escaso fanatismo que envolvía la religión griega, sin exigencias morales y tolerante incluso con la ironía.
Las escenas del Vaso François
En el Vaso François podemos ver, concretamente en la zona donde la circunferencia del vaso es más extensa, justo a la altura donde nacen las asas, una representación de la noche de bodas de Peleo y Tetis, los padres de Aquiles. Se trata de una de las bodas más importantes de la Antigüedad, no sólo por tratarse de los padres de Aquiles sino por ser aquí donde nace la disputa entre las diosas Atenea, Hera y Afrodita. La que dará lugar al Juicio de Paris y a la Guerra de Troya.
Justo debajo se encuentra el friso de Aquiles y Troilo, otro episodio de la Guerra de Troya. Un oráculo había predicho que los griegos no podrían tomar Troya si Troilo, uno de los hijos de Príamo, alcanzaba la edad de veinte años. De ahí la preocupación de Aquiles por perseguirlo y darle muerte.
Por el lado contrario, a la misma altura, aparece una escena sin correspondencia en la literatura: el retorno al Olimpo de Hefesto, ese dios tan feo y desagradable que fue desterrado por su madre, Hera, nada más nacer, pero que luego se las ingenió para ser readmitido. Por eso también son importantes estos objetos, porque completan las lagunas de los libros perdidos.
Más abajo se sucede un friso decorado con animales mitológicos extraídos no sólo de la mitología griega sino también de la próximo-oriental, como las efigies que aparecen alrededor del árbol sagrado. Un recordatorio más de que las culturas no son compartimentos estancos sino recipientes abiertos que se influyen mutuamente.
Y más abajo aún, tras unas decoraciones geométricas, en el mismo pie del vaso una de las escenas más solemnes de la Antigüedad: los juegos fúnebres organizados por Aquiles para honrar a su querido amigo Patroclo.
Por el lado contrario completan el programa decorativo: una escena de Teseo tocando la lira frente a Ariadna, una representación de la Centauromaquia y una bellísima y, según Blanco Freijeiro, sin duda cómica, representación de la Geranomaquia: la lucha de los pigmeos contras la grullas.
En suma, el Vaso François es un objeto de uso cotidiano, una crátera, pero cuya utilidad práctica se ve sublimada por una de serie de escenas exquisitamente dibujadas que servían no sólo para embellecer, sino para dar pábulo a conversaciones, reflexiones, narraciones y, por qué no, algunas risas.
Se encuentra en el Museo Arqueológico de Florencia, que conserva una excelente colección de arte etrusco, egipcio y griego y cuya visita, como ya mencionamos en nuestro artículo de los mejores museos de Florencia, es más que recomendable.