En el extremo sureste de la Península del Ática, a 65 km de Atenas, se alza el Templo de Poseidón en lo más alto del cabo Sunión. Es uno de los rincones más bonitos del país (por algo está en nuestra lista de templos griegos) y fue un punto de referencia, geográfico y cultural, del mundo griego antiguo durante siglos, de especial importancia para los atenienses.
Visitar Atenas es entrar de lleno en una ciudad con mucho que ver, en la que podemos pasar días o semanas para conocerla bien. Pero a pesar de todo lo que ofrece la capital griega (como el Partenón), una excursión para conocer el Templo de Poseidón en el cabo Sunión más que recomendable, es vital. Vital si se quiere conocer de primera mano esa sensación que experimentaban los antiguos griegos frente al mar, allí, en ese cabo consagrado al dios de los mares desde donde se veía a los trirremes partir hacia lo desconocido.
El Templo de Poseidón en el cabo Sunión, del esplendor al abandono
Es difícil rastrear desde qué momento Sunión fue un lugar de importancia para los griegos, así como rastrear desde cuándo hubo un templo (las ruinas que vemos hoy se corresponden con una reconstrucción en época de Pericles) y a qué dios estuvo consagrado, pero es posible que también fuera Poseidón.
El cabo Sunión en la mitología
Parte de lo que sabemos de Sunión en periodo Arcaico lo conocemos, como otras tantas cosas anteriores al periodo Clásico (antes de la revuelta jónica, en el 499 a.C.), gracias a Homero, pues en «La Odisea» aparece mencionado ya como un lugar de importancia con un santuario:
Nosotros, entretanto, navegábamos de vuelta de Troya, el Atrida y yo con recíprocos sentimientos de amistad. Mas, al pasar por Sunion, el sacro promontorio de Atenas, allá Febo Apolo dirigió sus prodigiosas saetas al piloto de Menelao y lo mató, mientras en sus manos sostenía el timón de la nave, a Frontis Onetórida, que aventajaba a todas las gentes mortales en pilotar una nave siempre que soplaban las rachas del viento. Con que aquél se detuvo, aunque ansioso de proseguir el viaje, mientras enterraba a su compañero y se le hacían las exequias funerarias.
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El templo de Poseidón no era el único en el cabo Sunio, a poca distancia también se alzaba otro a Atenea, del que ya poco queda para admirar. No obstante, en la época de esplendor del complejo sagrado también tuvo importancia, además lo encuadra dentro de la esfera de influencia de lo que fue la ciudad-estado de Atenas.
Se cree, por tanto, que al menos desde el siglo VIII a.C. se comenzó a desarrollar, en el cabo Sunión, un lugar de culto sagrado a Atenea y Poseidón, con la subsiguiente construcción de templos. En buena medida debido a que era un punto geográficamente esencial para la navegación en esa zona del mar Egeo y para los atenienses, pues era el último pedazo de tierra de su «hogar» que veían al partir a sus expediciones marítimas. Se trata de algo que no hay que dejar de lado, y que Emilio González Ferrín describe de manera certera en «La angustia de Abraham»:
Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los que navegan. La reflexión se atribuye a Platón pero es el reflejo poético de los pueblos del mar; un automatismo perceptivo que se produce cada vez que el ojo humano se asoma, por ejemplo, al helénico cabo Sunio. Esta entrada de tierra al mar constituye el final sureño de la Grecia continental, al este de la gran mano de tierra griega helénica característica. Desde este cabo puede uno contemplar el llamado Mar de enfrente, el gran portal azul del resto del mundo; del resto del tiempo. Porque el sentido griego clásico del mar era prácticamente cronológico, secuencial, consecutivo. Ahora estoy aquí y voy hacia allí, con la incertidumbre que ello conlleva. En este juego connotativo, los pueblos marinos difícilmente han podido sustraerse a la profundidad de su fachada frontal, evocada por Iris Murdoch en esa elocuente reiteración «el mar, el mar» que da título a una de sus grandes novelas.
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El cabo Sunión no sólo es sagrado por su connotación de puerta al resto del mundo, por los templos que contiene o porque, según Homero, allí matara Apolo a Frontis y fuese enterrado por Menelao. Lo es también por Egeo, Teseo y el Minotauro del Palacio de Cnosos.
Según el mito, el rey Minos de Creta había encerrado en un laberinto bajo su palacio al Minotauro. La bestia mitológica había sido producto de la unión de Pasífae, esposa de Minos, y un maravilloso toro blanco que Poseidón entregó al rey cretense para hacer un sacrificio en su honor. Pero Minos se quedó con el toro y la ira del dios de los mares no fue desdeñable claro que, como en casi toda tragedia griega, fue un proceso de larga duración que precisamente empezó con la maldición del Minotauro.
Tiempo después, Minos había sometido a Atenas y estos enviaban todos los años jóvenes para alimentar al Minotauro, como un tributo en sangre. En el particular mito de salvación ateniense, Teseo «rompió las cadenas» del sometimiento cretense matando al Minotauro. Como tal era su intención, antes de partir le dijo a su padre, Egeo, rey de Atenas, que si volvía con vida cambiaría las negras velas de la nave por unas blancas.
A pesar de que la empresa salió como había planeado, Teseo olvidó desplegar las velas blancas y Egeo esperaba, según este mito, en lo alto del cabo Sunión para ver el navío. Como vio que portaba las negras velas se lanzó por el precipicio al mar y murió, como cuenta Plutarco en sus «Vidas paralelas»:
Llegados a la vista del Ática, olvidósele al mismo Teseo, y olvidóse también al comandante enarbolar la vela blanca, con que habían de anunciar a Egeo que tornaban salvos, por lo que, desesperanzado éste, se arrojo de un precipicio y acabó consigo.
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Como se lanzó al mar para acabar con su vida, ese mar llevó su nombre, Egeo. Resulta curioso que un pedazo de tierra tan pequeño haya sido de tal importancia en algunos mitos griegos. Pero esto no es todo.
Las guerras médicas, o por qué le debemos el Templo de Poseidón tanto a Pericles como a Jerjes
Según la historiografía el periodo Clásico de Grecia comenzó con la revuelta jónica, un conjunto de polis (ciudades-estado) en el Asia Menor que se encontraban bajo dominio persa. Habían estado anteriormente bajo el dominio del Reino de Lidia, pero cuando este fue derrotado por el Imperio Aqueménida (los persas, a los que los griegos llamaban «medos», que en realidad fueron conquistados por los aqueménidas), pasaron a la órbita persa.
Aunque los persas no fueron especialmente duros con los jonios, que formaban parte de la Hélade (la consciencia de pertenencia a un «mundo griego» sin Estado central), hubo ciertas políticas que tensaron la relación. El problema desembocó en una rebelión apoyada por Atenas y dio paso a las guerras médicas, el primer conflicto a gran escala entre griegos y persas.
En la segunda fase de esta guerra, o en la Segunda Guerra Médica, los ejércitos de Jerjes, en el 480 a.C., arrasaron el Templo de Poseidón y el de Atenea del cabo Sunión, y estuvieron alrededor de cuatro décadas en estado ruinoso.
Se estima que entorno al 440 a.C., cuando ya gobernaba Pericles en Atenas, además de reconstruir la Acrópolis de Atenas donde levantó el Partenón, ordenó la reconstrucción del complejo templario de Sunión. La ruinas que podemos ver hoy, datan de este periodo.
La reconstrucción de ambos templos vino acompañada, en tiempos de la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), de un recinto amurallado que se convirtió en una de las fortalezas más importantes de Atenas. Era una zona próspera con minas de plata y canteras de mármol que continuó siendo un lugar de importancia durante otros dos siglos.
En torno al siglo II a.C., el cabo Sunión fue ocupado por esclavos tras una revuelta, y es que era uno de los mayores mercados esclavistas del Egeo. Poco después las minas de plata cerraron y la zona entró en un continuado declive, que la llevó a desaparecer de los asuntos importantes del Mediterráneo. Al final esto dio paso al abandono, al consiguiente deterioro y al más que probable expolio durante siglos.
El Templo de Poseidón
Hoy los restos del templo muestran sólo un esbozo de lo que fue. A pesar de todo, consigue cautivar a los viajeros, en buena medida, gracias al lugar en el que está. Sería difícil imaginar el Templo de Poseidón sin el cabo Sunión, así como el cabo sin el templo. Tal fue el rotundo acierto de quienes decidieron levantar un templo en este lugar, a Poseidón, para que los mares fueran propicios en la aventura de navegar.
Lo que hoy podemos ver fue en su día un templo períptero (rodeado de columnas) en orden dórico, el más arcaico, sobrio y sencillo de los tres órdenes esenciales de la arquitectura grecorromana. Tenía seis columnas en las fachadas frontal y trasera y trece en las laterales, de las que sólo quedan en pie dieciocho.
Uno de los aspectos más curiosos del Templo de Poseidón es que las columnas tienen dieciséis estrías en lugar de veinte, que era lo habitual. Algunos expertos creen que se debe a que buscaban darle más robustez para evitar el desgaste producido por la humedad y los fuertes vientos. No se sabe quien fue el arquitecto, pero se cree que, por las amplias similitudes, fue el mismo que proyectó el Hefestión de Atenas, en mejor estado de conservación.
Otro hecho, bastante llamativo, es que las metopas eran lisas, sin ningún tipo de decoración. Donde sí se sabe que había una rica decoración era en el pronaos (literalmente, delante del naos, lo que sería la antesala del templo propiamente dicho). Los frisos que se ha conservado de la pronaos representan escenas de centauromaquia (o de amazonomaquia, no se tiene claro) y gigantomaquia. Tampoco podían faltar en esos frisos las gestas de Teseo, cerrando el círculo de forma tan poética. Estos frisos estaban esculpidos en mármol de Paros (de las islas Cícladas), uno de los de mayor calidad de la Hélade.
En la naos, el templo en sí mismo, el espacio sagrado guardado por cuatro paredes, había una estatua de Poseidón que, no obstante, se perdió. Algunos la confunden con el bronce artemisio, una escultura que no se sabe si corresponde a Zeus o Poseidón (aunque parece improbable que llevara un tridente) y que fue encontrado en el cabo artemisio, al norte de la isla de Eubea. No obstante, se ha confirmado que el templo estaba consagrado a Poseidón gracias a una inscripción.
Una de las curiosidades que guarda el Templo de Poseidón a simple vista es la firma del poeta Lord Byron grabada en la piedra, junto a muchas más. Aunque Byron estuvo varios meses en Atenas durante su grand tour europeo y visitó dos veces el cabo Sunión, no se sabe realmente si fue él quien grabó su nombre en la columna. Este rincón de la Hélade maravilló al poeta, que le dedicó unos versos en su poema «Islas de Grecia»:
Colocadme en la pendiente marmórea de Sunio donde nada, salvo las olas y yo, oigamos pasar nuestros mutuos murmullos, allí, como el cisne, dejadme cantar y morir, ¡una tierra de esclavos nunca será la mía!
Pero el complejo templario del cabo Sunión no terminaba con el Templo de Poseidón. Al recinto se accedía a través de unos propileos (puertas de acceso) con dos columnas en orden dórico que creaban tres espacios de acceso. Había estoas (galerías porticadas) en las zonas oeste, norte y sur, para proteger de la lluvia y el calor a los visitantes. Incluso se han encontrado vestigios de un astillero pegado a los muros de la fortaleza en el extremo oeste del cabo.
Separado del recinto amurallado, el Templo de Atenea estaba a unos trescientos metros al noreste del Templo de Poseidón en lo alto de una pequeña colina,c que casi lo emparejaba en altura con el de Poseidón. Se trataba de un templo (apenas quedan los cimientos) particular, pues era períptero sólo en sus fachadas sur y este, es decir, un lado y la fachada frontal. El resto de fachadas mostraban, sencillamente, el muro desnudo de la naos.
Dónde ver los restos arqueológicos del Templo de Poseidón
La mayor parte de los restos arqueológicos del cabo Sunión se pueden ver en el Museo Arqueológico de Lavrio, a tan sólo 9 kilómetros del templo. Allí podremos contemplar los frisos esculpidos en mármol de Paros con las escenas, como hemos visto anteriormente, de temas mitológicos.
Por su parte, el mayor atractivo encontrado en el cabo, que se cree pudo haber estado en las cercanías del Templo de Poseidón, es el Kouros (hombre joven) de Sunión. Se trata de una escultura de más de tres metros esculpida en mármol de Naxos, otra de las islas Cícladas. En estilo arcaico, está datado en el siglo VII a.C. (no se tiene claro su autor), con lo que se cree que formaría parte del anterior complejo templario. Salvado, no sin graves daños, de la destrucción que dejaron atrás los persas en el año 480 a.C., se exhibe ahora en el Museo Arqueológico de Atenas, donde también está el bronce artemisio aunque, insistimos, no tiene nada que ver con Sunión.
Cómo llegar al cabo Sunión desde Atenas
Hacer una excursión al cabo Sunión para ver el Templo de Poseidón es muy sencillo desde la capital de Grecia, de hecho es una escapada habitual desde Atenas. Al estar a 65 km, el coche es una opción muy buena si tienes planeado alquilar para moverte por el Ática. Si no, hay autobuses que llegan hasta el cabo en un trayecto que se puede hacer largo para lo que es, pero, al ser una carretera por la costa, tiene postales muy bonitas (se coge en la terminal de autobuses de la Plaza de Egiptou, cerca del Museo Arqueológico).
Otra opción, si no quieres dolores de cabeza o esperas, es hacer una visita con traslado y guía, como esta de Civitatis, con guía en español (si hay suficientes personas) y recogida en el hotel o en otros puntos de Atenas.
Pero si decides ir por tu cuenta, una vez en el cabo Sunión, la entrada completa cuesta 8€ y la reducida 4€, y da acceso a todo el conjunto: fortificaciones y puerto, edificios civiles y templos.
A pesar del abandono, su consiguiente deterioro y el expolio, el sitio arqueológico merece la pena la entrada y allí, en lo más alto del cabo Sunión, junto al Templo de Poseidón, sentiremos lo que muchos griegos han sentido desde hace milenios y que Emilio González Ferrín describe tan bien.
Lo que hay al final de ese cabo Sunio (al sur de Grecia, decíamos) y frente al inmenso mar de enfrente, es precisamente un templo al dios Poseidón. Porque el mundo griego, que asumimos racional, filosófico y también poético, sabía perfectamente que cuando deja de aparecer tierra bajo nuestros pies, la cosa requiere ya palabras mayores.