Levantada a la orilla del Guadalquivir como torre defensiva, era también (y lo sigue siendo), una atalaya de placer que ofrecía las vistas más cercanas del ambiente marinero del Guadalquivir, además de permitir otear el horizonte para avisar de la llegada de barcos enemigos. Punto focal del puerto sevillano, la Torre del Oro fue construida unos veinte años después que La Giralda, entre 1220 y 1221, por orden del gobernador almohade Abù l-Ulà.
Hermanada desde 1992 con la portuguesa Torre de Belém, hoy su imagen comparte, con el campanario de la Catedral, el privilegio de ser emblema icónico de la ciudad de Sevilla.
Su historia y su aspecto actual están marcados por los cambios vividos en la ciudad de Sevilla. Hay algunos mitos inventados sobre su nombre, que ya era «del Oro» en tiempos almohades; no es llamada así por haber estado cubierta de azulejos dorados, ni le debe el sobrenombre a ser la guardiana de tesoros musulmanes, aunque al parecer sí fue guardiana de algún tesoro de Pedro I.
Tampoco es cierto que guardara el oro y la plata que llegó desde América, estos se custodiaban en el "Cuarto del Tesoro" de la Casa de la Contratación. En realidad su brillo era debido a la mezcla de cal y paja prensada con la que estaba recubierta, que hacía brillar el color amarillo de la pintura que la protegía, reluciendo como el oro bajo el sol de Sevilla.
Es, eso sí, un contenedor de recuerdos que son auténticos tesoros, pero veamos su historia.
La etapa alhomade de la Torre del Oro
Los almohades construyeron una torre albarrana (una torre defensiva adelantada a la muralla que protege una fortificación), que estaba conectada por una coracha (lienzo de la muralla defensiva entre la fortificación y la torre albarrana), en este caso el Palacio de los califas almohades (el Alcázar de Sevilla).
En el camino de la coracha que llegaba al Alcázar, la Torre del Oro tenía dos torreones que le servían de apoyo en su misión defensiva: la Torre de La Plata, hoy en la calle Santander, también del siglo XIII, y la Torre de Abd el Aziz, la más cercana al palacio, datada en el siglo XII, conocida también como Torre de Santo Tomás, porque hace esquina entre la avenida de la Constitución y la calle Santo Tomás.
La Torre del Oro tiene planta dodecagonal en su dos primeros cuerpos (clara influencia de la arquitectura romana y bizantina), que son los construidos por los almohades. Coronados ambos cuerpos con almenas con un remate piramidal. El primer cuerpo se levantó con sillería y argamasa, mientras el segundo fue construido con ladrillo (posiblemente para aligerar su peso).
Mide algo más de quince metros de diámetro por casi treinta y siete de alto. El primer cuerpo tiene tres pisos organizados por medio de arcos semicirculares en tramos alternos, cuadrados y triangulares, cubiertos por bóvedas de arista.
Sobre el primer cuerpo, se eleva otro de ocho metros y medio de altura y tres de anchura, hexagonal desde abajo en el interior, pero dodecagonal en el exterior. Los dos cuerpos están coronados por almenas de terminación piramidal.
Su escalera de caracol decide la altura de las ventanas, que se adaptan al ascenso circular de la misma, idéntico sistema con el que se articula el alminar de la Giralda.
Tipológicamente, el aspecto exterior de esta torre es una forma híbrida de faro antiguo y de alminar, lo que explica la decoración cerámica del segundo cuerpo, como existe en los alminares de las mezquitas almohades.
Los vanos, que en la parte baja son la mayoría estrechas aspilleras, se abren en su parte más alta. Los balcones son resultado de una restauración del siglo XVIII.
Una franja de arcos ciegos de herradura apuntados rodea el primer cuerpo de la torre, en su parte más alta. Mientras en el segundo cuerpo, más decorado, aparecen también arcos ciegos de herradura, éstos están encuadrados por otros lobulares que se alternan con arquillos gemelos.
Aún queda mucho por saber de la vida almohade de este monumento sevillano. Sí se sabe que los arqueros y soldados que la defendían, la convirtieron en una torre casi inexpugnable.
La Torre del Oro en la conquista cristiana de Sevilla
El 23 de noviembre de 1248 la ciudad de Sevilla se rindió ante el Rey Fernando III de Castilla. Antes sufrió un durísimo acoso por parte de las tropas cristianas. El General Ramón de Bonifaz comandaba la escuadra de barcos, llegados a Sevilla en ayuda de las tropas terrestres que cercaban la ciudad hispalense, hacía ya varios meses.
La Isbiliya almohade aguantaba el asedio gracias a la llegada de suministros desde el Aljarafe, a través del puente de barcas que los sitiados habían tendido entre la zona del Arenal, en la margen izquierda del Guadalquivir, y el Castillo de Triana (hoy Castillo de San Jorge), al otro lado del río.
No fue fácil para el general burgalés vencer la resistencia de los almohades desde la Torre del Oro. Después de algunas escaramuzas que no llevaron a nada importante, en el mes de mayo de 1248 el rey Fernando ordenó destruir el puente de barcas de Triana, para acabar con el abastecimiento de la ciudad.
Según los cronistas de la época, unas poderosas cadenas que salían de la Torre del Oro y cruzaban a la otra orilla, hasta otra torre inexistente hoy, impedían el paso de la flota de Bonifaz, que era hostigada desde la torre albarrana.
Fue una pelea dura la que hubieron de librar los castellanos hasta acabar con el puente de barcas.
Hay una referencia que apoya la existencia de las famosas cadenas, sobre las que no hay documentación. Éstas aparecen rotas junto a un barco al lado de la Torre del Oro en los escudos de Cantabria, Avilés, Laredo, Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera, de donde procedían los marinos a las órdenes de Bonifaz.
La Isbiliya almohade aguantó seis meses más abasteciéndose con barcazas que atravesaban el río con los víveres, hasta que los castellanos montaron una especie de policía fluvial, que acabó con la rendición de una población hambrienta y sin medicinas.
La Torre del Oro desde su conquista hasta el siglo XVI
No se conoce bien la utilización del interior en época almohade, es de suponer que tendría enseres necesarios para la defensa, y alguna estancia al servicio de los vigilantes. Pero tras ser conquistada, además de seguir utilizándose como atalaya de vigía, se usó como capilla dedicada a San Isidoro de Sevilla, en la que se celebraban cultos de importancia.
Alfonso X "el Sabio" eximió de todo tributo a los clérigos de las parroquias de Sevilla, a cambio de que el día de su santo acudieran a la Capilla de la Torre del Oro a cantar misa altamente de sobrepelliças vestidas.
Un siglo después Pedro I "el Cruel" cuyos restos, después de muchos traslados, descansan en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, escondió en la Torre del Oro a su amante doña Aldonza Coronel, protegida con guardianes, para evitar que los celos de María de Padilla, que vivía en el cercano Alcázar, lastimaran en su ausencia a su nuevo capricho femenino.
En realidad no fue sólo doña Aldonza, mujer de extraordinaria belleza, quien fue escondida por el rey en la Torre del Oro. Cuentan, sobre esto sí que no hay documentos, que Pedro el Cruel se intercambiaba amantes con Muḥammed V (rey nazarí de Granada). Nos imaginamos que si Doña Aldonza protestó cuando la sacó de un convento de Sevilla para esconderla en la Torre del Oro, de esto sí hay documentos, las chicas granadinas habitantes de la hermosa Alhambra tampoco estarían muy contentas.
La Torre del Oro, testigo privilegiado del momento cumbre de la historia de Sevilla
En el siglo XV se construyó a su vera el Puerto de las Muelas de la Torre del Oro. Allí llegaba la cantería de la Catedral de Sevilla desde Sanlúcar de Barrameda.
Desde allí partió Magallanes y allí regresó El Cano a bordo de la nao Victoria (única en volver de las cuatro naves que partieron), después de lograr su hazaña de ser el primero en dar la vuelta al mundo.
Entre la Torre del Oro y la puerta de Triana bullía una variopinta población y gentes de paso, que acudían a las múltiples actividades de aquel puerto que unía Europa y el Nuevo Mundo. En el puerto del Muelle se contrataban marinos y embarcaciones y se hacían todo tipo de negocios.
Sevilla, en el filo del siglo XV, se había convertido en un emporio náutico y mercantil al que acudían gentes de toda España y otros países de Europa, sobre todo: italianos, portugueses y flamencos. La Torre del Oro ya escuchaba otros idiomas antes de que llegaran los turistas.
El intenso ajetreo que se vivía en los alrededores de la ilustre torre albarrana fue en aumento hasta finales del siglo XVI, cuando Sevilla llegó a su cenit como metrópolis de las indias occidentales y orientales.
Abajo se puede ver la Torre del Oro (a la derecha de la imagen), en el siglo XVI, antes de las restauraciones que cambiaron su aspecto, cuando todavía estaba unida al Alcázar por la muralla defensiva.
Años después, diversas circunstancias fueron acabando con aquella etapa brillante de la ciudad andaluza, y a aquel ajetreo portuario se le fue apagando la voz poco a poco.
Restauraciones que cambiaron su aspecto
A principios del siglo XVI tuvo que ser intervenida porque su estado amenazaba ruina. Pero fue a consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755, que la dañó gravemente, cuando sufrió un cambio importante en su aspecto.
Aprovechando que estaba muy dañada, el Marqués de Monte Real propuso su demolición con la idea de ensanchar el paseo de coches de caballos. Pero la oposición del pueblo de Sevilla, que llevó sus quejas hasta el rey, evitó que se perdiera esta joya histórica sevillana.
Las obras se realizaron en 1760. Entre otras acciones se cambió el remate, añadiendo una linterna con un cupulita pequeña, obra de Sebastián Van der Borcht. Se dejó la puerta del paso de ronda de la muralla, como acceso principal. Se utilizó el primer piso como cimentación añadida a la almohade, con lo que ésta pasó de cinco metros a once, y se abrieron los grandes vanos con balconada de hierro en el primer cuerpo, que fueron retiradas posteriormente.
Según los grabados de épocas anteriores, esta fue la restauración que más cambió su aspecto.
Años después, entre 1821-22, se llevó a cabo el derribo de la muralla que la unía con el Alcázar, y se reparó el lienzo de fachada que encajaba en la coracha.
El 7 de enero de 1870, la Marina tomó posesión de la torre, cedida en usufructo, para sede de las oficinas de la Comandancia y Capitanía del Puerto. Pese a ello al año siguiente se pensó derribarla, pero también esta vez, la Torre del Oro permaneció erguida, y el 27 de junio de 1871, se solicitó su declaración como Monumento Nacional (lo que no ocurrió hasta el 5 de junio de 1931).
De nuevo en 1868 corrió peligro de desaparecer, cuando los revolucionarios de la Gloriosa pretendían demolerla y poner sus piezas a la venta. Otra vez fue salvada por las quejas de los sevillanos.
El ingeniero Carlos Halcón, realizó una restauración en 1900 que fue duramente criticada. Un aspecto positivo de esta restauración fue el encuentro de un tablero de paños de sebka, sobre la puerta de acceso al segundo cuerpo.
Ha habido después varias restauraciones, la última fue la realizada en 2005 durante la cual se hallaron algunos restos arqueológicos de época de Alfonso X, y se retiraron elementos añadidos en otras restauraciones que restaban autenticidad al monumento medieval.
En 1944 se abrió en sus dependencias el Museo Marítimo, para lo que se habilitaron dos pisos, y la tercera planta se adecuó para uso de investigadores.
Las cuatrocientas piezas que se muestran en este pequeño museo fueron cedidas por el Museo Naval de Madrid.
Su propietario es en la actualidad el Ministerio de Defensa de España.
Horarios de visitas y precios de las entradas
Merece la pena una visita que te ocupará alrededor de media hora.
Horario: de Martes a viernes: de 10.00 a 14.00 h. Domingo y festivos: de 11.00 a 14.00 h. Precios: Adultos: 3 euros, Niños a partir de 6 años, estudiantes y jubilados acreditados: 1,50 Euros. Audioguía 2€
Te aconsejamos que compruebes los horarios en el teléfono: 954 22 24 19 o en el correo: torreoro@fn.mde.es, donde se concretan las visitas en grupo.