A pesar de que nació en una familia acomodada (aunque esto se ha puesto en duda), Caspar David Friedrich no tuvo una infancia fácil ni feliz. Mucho tiempo después, tras una vida adulta exitosa en la que alcanzó el reconocimiento con sus pinceladas, murió olvidado y desprestigiado por un mundo al que ya no le interesaba su obra, rozando la pobreza en una resplandeciente y lujosa Dresde. Así de crueles son a veces las modas.
Hoy se le conoce como uno de los pintores alemanes más famosos de todos los tiempos y, probablemente, el más representativo de la Alemania del romanticismo. La mayor parte de su obra se puede encontrar hoy en su país natal, en buena medida debido al enorme interés que suscitó su trabajo en un momento de incipiente nacionalismo alemán, pero no son pocos los museos todo el mundo que estarían encantados de tener un Friedrich.
En sus pinceladas, Friedrich no sólo plasmó la importancia de la naturaleza en su vida y la romántica idea del ser humano frente esa enorme fuerza y la inmensidad de la Tierra. En las pinturas del alemán hay tanto mensaje espiritual y religioso como político y, por supuesto, su personalidad, marcada fuertemente por sus vivencias, transpira con claridad en toda su obra. En Friedrich, el paisaje es el medio para expresarse, para alzar la voz y, de algún modo, la manera de encontrar el equilibrio.
Pomerano entre dos mundos: Suecia y Alemania
Durante la guerra de los Treinta Años, el rey sueco Gustavo II Adolfo entró como un torbellino en el Sacro Imperio Romano Germánico. El "León del norte" reactivó, en 1630, el conflicto centroeuropeo para "salvaguardar" el protestantismo, y para adquirir puertos esenciales en el Báltico y así hacer frente al indiscutido poderío comercial de su rival, Dinamarca.
Dos años después, Gustavo II Adolfo murió en la batalla de Lützen, a pesar de lo cual, sus tropas ganaron y Suecia obtuvo una buena porción de la costa norte alemana, en la región de Pomerania.
Cuando Caspar David Friedrich nació, en 1774, vino al mundo en la que todavía era la Pomerania sueca, heredera de aquella aventura del rey sueco más conocido y querido en su país, aunque no era ya tan extensa como quedó tras la guerra de los Treinta Años.
Aquella región no trajo grandes ingresos a Suecia, y la población alemana que continuó su vida allí no fue especialmente rica. El padre de Friedrich hacía velas y jabones, y se pensó que fue suficiente para garantizar la tutela privada de los diez hijos del matrimonio. Sin embargo, otras fuentes dicen que los niños se criaron al borde de la pobreza.
Friedrich y la muerte
En cualquier caso, las dificultades que sufrió el joven Friedrich estuvieron más ligadas a lo personal que a lo económico. Con tan solo siete años perdió a su madre, y un año después murió su hermana Elisabeth. En 1791, el tifus se llevó por delante a su hermana Maria, pero lo que más marcó a Friedrich ocurrió unos años antes.
En 1787, con 13 años, mientras patinaban sobre el hielo, parece ser que Caspar David cayó en agua helada, o al menos corría peligro de caer bajo el hielo. Su hermano Johann Christoffer se apresuró a salvarlo, de tal manera que acabó cayendo él mismo al agua y murió.
Algunos apuntan a que esta dramática experiencia, de la que Friedrich se pudo sentir responsable por la muerte de su hermano, le persiguió toda la vida. La muerte estuvo presente en su obra, lo que pudo deberse a los numerosos fallecimientos a los que hizo frente desde pequeño, o en especial al de su hermano Johann Christoffer.
Lo que queda patente es que su infancia fue difícil, dura y triste, algo que se plasmará en su pintura. A pesar de lo hermoso de sus paisajes, buena parte de su obra emana tristeza.
Primeros pasos
En 1790, Friedrich comenzó a estudiar bajo la tutela de Johann Gottfried Quistorp en la Universidad de Griefswald, su ciudad natal. Ya por entonces realizó numerosas excursiones para dibujar la naturaleza, en lo que el joven pintor encontró una de sus grandes pasiones y se convirtió en uno de los sellos de su pintura.
También gracias a Quistorp conoció a Ludwig Gotthard Kosegarten, un teólogo que pensaba que la naturaleza es una revelación divina. Las ideas de Kosegarten, que también influenciaron al compositor Franz Schubert, fueron uno de los ladrillos que formaron la personalidad de Friedrich, en el que también influyó el pintor alemán Adam Elsheimer (del que se dice que también tuvo importancia para Rembrandt y Rubens)y su tratamiento del paisaje.
En 1794 entró en la Academia de Copenhague, donde aprendió mucho sobre dibujo anatómico, con modelos de esculturas antiguas, y también a dibujar observando de la vida real. También entró allí en contacto con un grupo de paisajistas que se alejaban del neoclasicismo y comenzaron a adentrarse en la estética romanticista.
Tras un corto paso por Griefswald, en 1798 se trasladó a Dresde, donde se gestaba buena parte del movimiento romanticista alemán. Por entonces ya había hecho, al menos, "Paisaje con templo en ruinas" y quizás algunas otras obras como "Naufragio en el mar de hielo" aunque no está claro ya que, por entonces, Friedrich se centró en realizar dibujos en sepia.
Fue con estos dibujos, con viajes y con el contacto con ese surgir cultural del romanticismo en Dresde con lo que Friedrich terminó su formación. Fueron unos años en los que el pintor dibujó muchos paisajes con gran importancia de puertos, montañas y bosques.
Cruz en la montaña y la fama
Fueron los dibujos en sepia los que le otorgaron el primer reconocimiento a Friedrich. Goethe (uno de los mayores exponentes del romanticismo alemán) organizó un concurso artístico en Weimar (no muy lejos de Dresde) en el que Caspar David obtuvo un premio.
No obstante, fue en 1808 cuando Friedrich se hizo realmente conocido. Ese año presentó "Cruz en la montaña", un óleo sobre lienzo que levantó mucha polémica. Como en tantos otros casos, fue la controversia la mejor publicidad para el pintor.
"Cruz en la montaña" (se puede ver en la Galería de los Nuevos Maestros de Dresde) se trata de un crucificado, y el problema que algunos le vieron es que ni Cristo ni la cruz son los elementos más destacados. La presencia de la montaña, los árboles y los rayos del sol se llevan toda la atención de los que lo ven, lo que no gustó a todos.
No obstante, esta polémica lo convirtió, en parte, en el foco de atención, con lo que su obra fue ampliamente comentada. En otras palabras, se situó en el mapa, lo que le dio la opción de ser reconocido (positivamente) por otros trabajos en el futuro.
Pintura política, Napoleón y el nacionalismo
El reconocimiento por parte de la crítica, el público e incluso del príncipe heredero de Prusia le llegó a Friedrich poco después. En 1810, presentó en una exposición de la Academia de Berlín "Monje en la orilla del mar" y "Abadía en el robledal", dos de sus pinturas más famosas.
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Fue con su pintura de ese monje frente al mar con la que consiguió que todos se quitaran, de manera unánime, el sombrero. Y es que todavía es considerada como una de las grandes obras de todos los tiempos sobre la insignificancia del ser humano frente a la naturaleza, el destino y la muerte.
En este óleo sobre lienzo, Friedrich presenta a un monje cuya figura muestra una curva, que da la apariencia de ser un pequeño interrogante. Se sitúa en una playa frente al mar con las olas rompiendo a escasa altura. El resto, alrededor del 70%, es un cielo azul que acaba en negros nubarrones que se funden con el mar.
Del mismo modo que con "Cruz en la montaña", aquí Friedrich pone al monje casi en miniatura, tanto que incluso podría pasar desapercibido, en cambio su presencia es tan importante y enigmática. La inmensidad del mar prácticamente engulle a la figura humana, que viste tonos similares. Y sin embargo, destaca.
El monje es una pregunta, quizás muchas, algunas de las más importantes de la humanidad. ¿Hacia dónde vamos, qué nos depara el futuro, qué somos en la vida, ante la naturaleza, y ante el destino? Y nosotros nos hacemos esas preguntas con el monje, porque todos somos él.
Se ha discutido mucho sobre ese monje, algunos incluso han argumentado que podría tratarse del propio Friedrich. También tiene fuerza la teoría de que es Kosegarten, el teólogo que, sin ningún género de duda, influyó en el pintor pomerano.
A pesar de esa importancia del existencialismo, y esas ideas del romanticismo con el hombre frente a la naturaleza, en "Monje en la orilla del mar" también hay un sustrato político.
Cuando se organizó esta exposición en Berlín, Alemania estaba ocupada por las fuerzas napoleónicas y Friedrich, como tantos otros alemanes, no tenía ninguna simpatía por Napoleón, algo que mostró en su pintura. No obstante, la presencia francesa hizo que el pintor tuviera que ser muy discreto con su pensamiento político.
De modo que esos negros nubarrones que se aproximan, además de llevar un innegable contenido existencialista, también son las tropas napoleónicas, que comienzan a alterar un mar antes en calma, y a tapar un cielo antes azul.
Además, "Abadía en el robledal" forma parte de la obra, pues Friedrich concibió ambas pinturas como dos escenas. En esta segunda, una abadía en ruinas se alza entre un robledal completamente demacrado, sin hojas, sin vida. La muerte domina todo el conjunto y unas figuras, quizás monjes, están cerca de la abadía de camino a la zona más luminosa del cuadro, en lo que podría representar la otra vida, como dijo el poeta Theodor Körner:
La fuente de la gracia se ha derramado en la muerte, y alcanzan la beatitud los que por la tumba pasan a la luz eterna
Tanto en "Monje en la orilla del mar" como en "Abadía en el robledal", el monje y la abadía muestran dignidad. El edificio y los robles están en pie a pesar de la clara presencia de la muerte, o de las tropas napoleónicas. Del mismo modo, a pesar de la dureza de las preguntas a las que se enfrenta el monje, se mantiene en pie, en pie frente a la invasión francesa. Fue algo percibido claramente por Ivan Shishkin (más tarde F.G. IV), heredero al trono de Prusia, quien compró las dos obras, por lo que hoy se pueden ver en la Antigua Galería Nacional de Berlín.
La frustración política de Friedrich
Después de haber pasado por territorio alemán con arrogancia e incluso con episodios de saqueo, las tropas francesas volvieron sobre sus pasos tras la fallida invasión de Rusia. Como bien cuenta Christopher Clark en "El Reino de Hierro", en esta ocasión fueron los vecinos alemanes, la gente sencilla que antes fue pisoteada, los que increparon, insultaron e incluso agredieron a unos soldados invasores ahora en desventaja.
Un año después, la presencia francesa tocó a su fin en la Alemania al este del Rin tras la batalla de Leipzig. Para el grupo de románticos a los que Friedrich pertenecía, de corte liberal-republicano, parecía que las cosas se enderezaban. Pero el Congreso de Viena (1814-1815) trajo la Restauración, la vuelta del antiguo régimen, lo que chocó con las aspiraciones de los nacionalistas liberales.
De hecho, dos años más tarde, en los Decretos de Karlsbad la Confederación Germánica (nacida del Congreso de Viena) introdujo una serie de medidas anti-liberales. Entre ellas, la prohibición del traje típico alemán, muy presente en la obra de Friedrich en lo que fue un claro posicionamiento político.
Esa postura puso freno a la carrera del pintor. Aunque todavía gozó de amplio reconocimiento, su descontento con el nuevo status quo le granjeó la desconfianza de otros nacionalistas y de los gobernantes.
Tras el Congreso de Viena, buena parte de Pomerania se incorporó a la corona prusiana, con lo que la región donde nació Friedrich volvió a ser alemana tras dos siglos. Sin embargo el pintor nunca abandonó su nacionalidad sueca, llamó a su único hijo varón "Gustavo Adolfo", como Gustavo Adolfo IV de Suecia, y aplicó por la ciudadanía de Dresde (en Sajonia) en vez de nacionalizarse prusiano.
De hecho, accedió a una plaza en la Academia de Sajonia, pero nunca consiguió la cátedra que quiso durante años. Algunos creen que fue debido a esos ideales políticos que chocaron con la Restauración.
Amor y color en un Friedrich más alegre
En 1818, con 44 años, se casó con Caroline Bommer, con quien tuvo 3 hijos: Emma, Agnes Adelheid y Gustavo Adolfo. Fue un momento en el que Friedrich, al menos eso indica su pintura, encontró cierta paz personal.
Su viaje de bodas, a la costa del Báltico (incluidos Griefswald y Rügen)le sirvió como gran fuente de inspiración. En ese mismo año pintó "Acantilados blancos en Rügen" (en la Fundación Oskar Reinhart, Winterthur, Suiza) una de las obras más coloridas de Friedrich.
De esta pintura hay muchas teorías. En ella, una mujer, un joven y un anciano se encuentran en los acantilados de Rügen enmarcados entre dos árboles. Se dice que podría ser una pintura de bodas, en la que Friedrich es al mismo tiempo el joven y el anciano (tenía 44 años), y la mujer Caroline, porque además los árboles y los acantilados parecen tener una forma de corazón.
También se dice que uno de los dos hombres podría ser alguno de los amigos que acompañaron a la pareja en ocasiones durante el viaje. O que, al pintar a todos sus personajes de espaldas, no quería concretar, más bien que los que vieran sus cuadros se identificaran dentro de la pintura, y se cuestionaran las mismas preguntas que se hacen esos personajes.
De ese mismo año es «Caminante sobre el mar de nubes» (en el Kunsthalle de Hamburgo);. Quizás es la obra con la que muchos estudiantes conocen por primera vez el romanticismo, ya que es una de las más representativas no sólo de Friedrich o de Alemania, sino de todo el romanticismo.
En esta pintura, un hombre con una levita alemana (prohibida un año antes)se encuentra en lo alto de unas rocas y contempla un mar de nubes entre las montañas. Su posición, en el centro de la pintura hace que domine la escena. Algo que queda muy lejos de "Monje en la orilla del mar".
También queda lejos el tono, mucho menos oscuro, en lo que es una aproximación al existencialismo más positiva. Friedrich nos anima, una vez más, a tomar el lugar del caminante y hacernos esas mismas preguntas, a experimentar esas sensaciones.
El ambiente mistérico del paisaje nos invita a reflexionar. Hay varias teorías acerca de qué quiere decir Friedrich con ese paisaje, si las nubes representan a Dios, lo divino o el más allá y, nosotros, como humanos, estamos entre el cielo y la tierra.
Pero lo mejor de la obra de Friedrich es que, como decíamos antes, de algún modo nos invita a ponernos en el lugar de sus personajes. Así que las preguntas y las sensaciones que nos transmite el paisaje pueden ser completamente personales.
El paso al olvido
En 1820, Friedrich entró en una depresión de la que no terminó de recuperarse. Los ideales del primer romanticismo, también llamando prerromanticismo, iban siendo dejados de lado y a Friedrich se le comenzaba a ver como un melancólico.
Alemania seguía inmersa en la cultura de la Restauración y, como señalábamos antes, Friedrich no conseguía la cátedra que anhelaba. Pero el mayor golpe fue el asesinato de Gerhard von Kügelgen, un pintor amigo suyo y autor de su retrato más famoso, asaltado y asesinado por un ladrón.
A pesar de la felicidad pasajera de su matrimonio y sus hijos, el cúmulo de circunstancias negativas pesó mucho en el pintor. No obstante, contó durante varios años con compradores, amigos y un grado importante de reconocimiento, especialmente en Rusia.
De esta época es una de sus más famosas pinturas: "Dos hombres contemplando la luna" (en la Galería de los Nuevos Maestros de Dresde), y también una de sus mayores rarezas, "Mujer asomada a la ventana" (en la Antigua Galería Nacional de Berlín, uno de los poquísimos interiores que hizo Friedrich.
Este último nos indica que el pintor, a pesar de esa depresión, tuvo momentos de esperanza y que su familia le trajo alegrías y el disfrute por la vida. En "Mujer asomada a la ventana", su mujer Caroline mira un paisaje verde, con un vestido verde, desde una habitación verde. Contempla los barcos pasar por el río Elba, algo que a Friedrich le gustaba hacer.
Fue con "Mar de hielo" (1823-24), un duro paisaje ártico, cuando buena parte de la crítica dejó de comprenderlo y comenzaron a etiquetarlo en un misticismo melancólico. Empezó a ser visto como un pintor pasado de moda y poco a poco dejó de estar cotizado, lo que, con los años, le llevó a una situación de relativa pobreza.
La etapa final de Friedrich
A pesar de todo, Friedrich continuó pintando. Realizó durante esta etapa obras más tendentes a una paleta de colores oscura, a la representación de mausoleos, cementerios y ruinas, aunque tampoco dejó de retratar el paisaje en su más pura esencia.
Esta situación le llevó a pintar, más que nunca, lo que quiso. De 1835 data una de sus mejores obras y quizás no tan reconocidas. Es una de las pinturas donde más personas hay, "Las tres edades" (en el Museum der bildenden Künste de Leipzig); representa, con personas y con barcos, la juventud, la edad adulta y la vejez.
En "Etapas de la vida" dos de los niños alzan una bandera de Suecia, a orillas del Báltico. Una muestra de esa realidad de Friedrich, que nunca dejó de ser alemán pomerano y sueco, algo que le granjeó cierta antipatía en la corte prusiana.
Ese mismo año sufrió una apoplejía que redujo de manera drástica su capacidad para pintar. De hecho, la obra de sus últimos años se redujo a la acuarela y dibujos en sepia, hasta que murió cinco años después, a la edad de 65 años.
Friedrich después de Friedrich
Los últimos años del pintor fueron duros aunque nunca fue del todo olvidado. Se consideró que ya no estaba a la moda y cada vez tuvo menos compradores, dificultando su situación económica.
A pesar de esto, Friedrich dejó huella ya en vida en las futuras generaciones. El caso más claro de esto se encuentra en el pintor danés Christian Dahl, con quien fue muy cercano en sus últimos años de vida.
Dado que en su etapa final, una parte de su obra fue comprada en Rusia, tuvo influencia en algunos pintores rusos como Arkhip Kuindzhi o Ivan Shishkin.
Fueron los pintores simbolistas, algunas décadas más tarde, los que más aprecio mostraron por la obra de Friedrich. Esto fue debido especialmente a las alegorías que escondían sus paisajes, que no eran "meros paisajes melancólicos". Uno de ellos fue Edvard Munch, cuya influencia se puede apreciar con claridad en «Los solitarios».
Por su patriotismo, quizás mal entendido en mentalidades totalitarias (como hemos visto, nunca dejó de sentirse medio sueco), los nazis vieron su obra profundamente admirable. Lo que, a la postre, devino en que no gustara su obra en buena parte del siglo XX por estar "relacionada" con el nazismo.
Pero con el tiempo la crítica y el público se reconcilió con Friedrich y su obra, visto no sólo como un pintor de paisajes místicos, sino con un enorme contenido en cada pincelada, y como un eslabón fundamental en la Historia del Arte. Tanto es así, que es uno de los pintores esenciales incluso en los resúmenes más pormenorizados del discurrir histórico de la pintura.
Contemplar un cuadro de Friedrich no sólo es deleitarse con la belleza que desprende, es entrar en un universo de preguntas, y es que, como dice el historiador del Arte Christopher John Murray, "dirige la mirada del espectador hacia su dimensión metafísica". Friedrich, ineludiblemente, te hace pensar.
Dijo Heinrich von Kliest, poeta prusiano contemporáneo suyo, las siguientes palabras:
Otorgó a lo familiar la dignidad de lo desconocido