En Italia, cuando se agotaron las las soluciones de la arquitectura románica, y se puso de moda el estilo Gótico, los arquitectos siguieron mirando de reojo a la Antigüedad clásica, que tenían tan a la mano.
Las formas góticas, que fueron un canto a la verticalidad en Francia y en Inglaterra, quedaron aquí muy suavizadas. Los arcos se apuntaron y se convirtieron en ojivales, pero solo ligeramente. Los grandes ventanales con vidrieras se introdujeron, pero solo puntualmente y con tamaños más reducidos. El clima italiano, más cálido, tampoco aconsejaba imitar los excesos de la Sainte Chapelle.
En Italia, además, hubo mucho más que iglesias. La mayor importancia de las ciudades, la precocidad del comercio y de la burguesía, permitieron que se erigieran grandes palacios y sedes para el poder político mucho antes que en Francia o en España.
Hemos dejado fuera ejemplos notables, como el Palazzo della Signoria de Florencia, o el Palazzo Comunale de Siena, o el Castel del Monte, una pequeña joya en el extremo Sur de Italia. También se han quedado fuera edificios religiosos como las basílicas de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua. Lo que queda es todo de primer nivel. Ocho ejemplos sobresalientes de un estilo, el Gótico italiano, que hizo mucho por diferenciarse de sus contemporáneos europeos.
Santa María Novella, el lugar donde mejor se entiende el paso del Gótico al Renacimiento
La gran iglesia de los dominicos, situada hoy junto a la estación de tren, es una de las grandes maravillas de Florencia por varias razones.
Lo es por su fachada, obra de Leon Battista Alberti. Diseñada con principios renacentistas, conserva aún, en su parte inferior, algunos arcos apuntados.
Lo es también, y esto nos interesa más, por su fantástico interior. Ilustra de maravilla los rasgos habituales de la arquitectura cistercientese: es sencillo, austero y honesto. Una sucesión de dovelas bicolores recorren todo el espacio, dibujan su estructura interna, sus nervios y puntos de fuga.
Lo es, también, porque es un museo que ilustra, casi como ningún otro, el paso que dieron los italianos, en los siglos finales de la Edad Media, del Gótico al Renacimiento. Aquí está el Crucifijo de Giotto que empezó a romper con la rigidez y el hieratismo del arte bizantino. Aquí está el fresco de la Trinidad de Masaccio, uno de los primeros en incorporar de forma decidida las leyes de la perspectiva pictórica. Aquí está también la Capilla Tornabuoni, decorada finalmente, en el siglo XV, por Domenico Ghirlandaio, pero en la que intervinieron artistas de primer orden durante todo el siglo anterior.
Santa María Novella es una síntesis perfecta de un período artística y filosóficamente apasionante.
La Basílica de Santa Croce, un ejemplo canónico del Gótico italiano
El Gótico italiano tiene en Florencia una de sus más importantes capitales. La iglesia de Santa Croce fue construida por la orden de los franciscanos, en plena competencia con unos dominicos que poco antes habían erigido Santa María Novella. Tiene una fachada compuesta por el mismo esquema que las de Siena, Orvieto o el propio Duomo de Florencia, aunque algo más austera. Y tiene un interior realmente apabullante, sobrio y diáfano.
En sus abundantísimas capillas laterales están enterrados algunos de los más egregios personajes la historia florentina, como Maquiavelo, Galileo, Leonardo Bruni o Ugo Foscolo. Construida en forma de cruz egipcia –en forma de T–, la iglesia tiene su foco en su prodigioso altar mayor, que contrasta con la austeridad del resto del edificio.
Allí, un Cristo crucificado de rigidez bizantina preside una escena en la que se suceden, sin solución de continuidad, los frescos de fondo dorado y las vidrieras de colores. En el centro, un políptico presidido por la escena más típicamente italiana, la Madonna con el niño.
Curiosamente, en este misma iglesia, en el claustro al que se accede por una de las salidas laterales, se encuentra una de las grandes maravillas del Renacimiento italiano: la Capilla Pazzi de Filippo Brunelleschi.
El interior y el exterior de la Catedral de Siena, un edificio deslumbrante
Siena fue una ciudad tan próspera en los años finales de la Edad Media que llegó incluso a competir con Florencia, en términos comerciales y también a la hora de edificar grandes conjuntos monumentales. Para hacernos una idea baste una anécdota: a mediados del siglo XIV, la ciudad inició un proyecto de ampliación de su Catedral que planteaba ¡triplicar! su tamaño, dejando la parte edificada, la que sigue en pie hoy en día, como el crucero de un nuevo y gigantesco templo. Solo la Peste Negra de 1348 lo impidió.
El Duomo de Siena es un edificio deslumbrante. Por fuera reúne todos los rasgos del colorido Gótico italiano, que no puede ser más diferente al francés, al inglés o al español. Pero lo que más impresiona es su interior. Acostumbrado a la austeridad de las grandes iglesias florentinas, el viajero se lleva aquí una verdadera sorpresa. Continuamente atravesado por la sucesión de dos colores –el blanco y el negro que son símbolos de la ciudad–, el espacio interior del Duomo sienés es una abigarrada condensación de belleza, riqueza y lujo.
Cúpulas y capiteles de oro, bóvedas, altares y mosaicos dejan atónito a cualquiera que se acerque. Y, cuando conseguimos salir del asombro y echamos la vista al suelo, vemos obras de Donatello, de Pinturicchio, de Miguel Ángel o de Nicola Pisano, cuyo púlpito valdría por sí solo para colocar la Catedral en esta selecta lista de lo mejor del Gótico italiano.
La fachada refinada y cosmopolita de la Ca d’Oro, al pie del Gran Canal
La Más Serena República de Venecia vivió su Edad de Oro durante el siglo XVI. Construyó entonces algunos maravillosos edificios en estilo renacentista, pero fue un siglo antes cuando la ciudad situada sobre el mar puso las bases de su espectacular crecimiento, cuando sus más notables familias ganaron importancia y cuando éstas empezaron a construir formidables palacios.
El más sobresaliente fue sin duda el Palacio Ducal, del que hablaremos más abajo, pero a lo largo del Gran Canal emergieron entonces algunas de las más bellas muestras de arquitectura gótica que se pueden encontrar aún hoy en Italia. Y quizá la más hermosa sea el antiguo Palacio de Santa Sofía, más conocido como Casa de Oro o, simplemente, Ca’ d’Oro.
La Ca’ d’Oro fue, hasta la invasión napoleónica, el hogar de los Contarini, grandes comerciantes y financieros del ejército veneciano. Presenta una logia que emerge directamente desde el agua y un par de pisos cuya más notable rasgo son sus hermosos y ricamente ornamentados balcones. Tienen un aire a la vez gótico, clásico, bizantino e islámico, es decir, veneciano: sincrético y cosmopolita, como corresponde a un imperio comercial, siempre refinado y elegante.
La maravillosa fachada y el interior de la Catedral de Orvieto
Orvieto es un municipio de poco más de veinte mil habitantes, uno de esos pueblos relativamente pequeños que asombran al visitante con monumentos desproporcionados a su actual tamaño e importancia.
La clave está en que hace medio milenio la ciudad albergaba más almas, no menos, como es habitual. Treinta mil, para ser exactos. Más que Roma en aquella época. Y como no podía ser de otra manera, la ciudad, en aquellos tiempos aliada de Florencia y gran potencia militar, se adornó con iglesias y palacios para presumir de su importancia.
La Catedral de Orvieto presenta, a la manera típica del gótico italiano, una fachada dividida en tres partes. Cada una de las cuales cuenta con un pórtico monumental rodeado de arquivoltas y coronada por un gran y alargado gablete. En la parte superior, culmina el edificio un fantástico rosetón que fue obra de Andrea Orcagna.
Aunque en este caso es menor la presencia del mármol de colores, omnipresente en Siena y Florencia, la presencia de los mosaicos en los gabletes y en los rectángulos que los enmarcan añaden ese característico colorido propio del Gótico italiano. Lo más asimilable al Gótico europeo son las esculturas en hornacinas que rodean al rosetón, y la verticalidad apuntada por los esbeltos pináculos que, como llamas flameantes alimentadas por el dorado de los mosaicos, apuntan hacia el cielo.
La Catedral de Santa María de las Flores, mucho más que su gigantesca cúpula
Es famosa, sobre todo, por la gran cúpula diseñada por Brunelleschi. Pero su fachada no se queda atrás. Siguiendo el esquema tripartito que hemos visto también en Siena y en Orvieto, la fachada de la catedral de Florencia es, en cierto modo, la más parecida a las grandes fachadas del Gótico francés que podemos encontrar en la Toscana. Aunque poderosamente tamizada con la creatividad y la variedad cromática que los arquitectos italianos nunca abandonaron.
Tiene tres pórticos monumentales coronados por gabletes sobre los cuales se abren tres idénticos rosetones. Sobre ellos, un friso de extremo a extremo con figuras de los doce evangelistas. El recurso de los ventanas ciegas y las figuras geométricas sirve para rellenar espacios vacíos. Y en al zona más alta nada de pináculos, sino pequeños torreones, rodeados por esas ménsulas típicamente florentinas que le dan a la iglesia cierto aire de fortaleza.
En el interior, sobriedad y geometría y la gran cúpula de Brunelleschi, decorada por Vasari. Una joya completada por el Campanile de Giotto y un Baptisterio que es una de las grandes joyas del Románico italiano. Un compendio de estilos. Lo mejor de lo mejor de varios siglos de historia del arte.
El Palacio Ducal de Venecia, la lujosa sede del poder de la Serenissima
Si el Ca’ d’Oro, a la que hacíamos referencia más arriba, representa el esplendor de la burguesía mercantil veneciana, el Palacio Ducal, situado en la Piazza de San Marco, es la sede del poder ejercido por ese mismo grupo social. La Serenissima fue una construcción política enormemente estable: las mismas familias se repartían el pastel y se sucedían en el cargo de Dux. El Palazzo Ducale, el Palazzo del Dux, no fue más que la lujosa, refinada, ostentosa y ritualizada residencia del jefe del Estado más rico de su tiempo.
Se construyó en 1340, aunque fue un siglo después cuando adquirió el aspecto que tiene en nuestros días. La planta baja es un sucesión de arcos ojivales que sustentan con aparente gracilidad el piso superior. En el interior se encuentran habitaciones deslumbrantes, como la Sala del Maggior Consiglio o las estancias privadas del Dux. Nunca dejó de ampliarse y embellecerse, por lo que alberga numerosas maravillas, entre las que destacan varios de los más destacados lienzos de Tintoretto.
El Duomo de Milán, la más francesa de las catedrales italianas
Comenzada en 1386, tiene su punto más alto en la Madonnina, símbolo de la ciudad. Es una de las iglesias cristianas más grandes del mundo, y es una rareza en Italia porque su Gótico radiante no es nada habitual en el país transalpino. Las dobles naves laterales, por ejemplo, son influencia del Gótico francés. Lombardía siempre tuvo estrechas relaciones con Francia, y fueron precisamente dos arquitectos franceses, Nicolas de Bonaventure y Jean Mignot, quienes influyeron en su planta y estructura cuando la construcción estaba en sus comienzos. Cien años más tarde, durante el mandato de Ludovico Sforza, el Duomo recibió un impulso renacentista más en la línea de la arquitectura italiana.
En el siglo XVI intervinieron en su obra Giovanni Antonio Amadeo y Pellegrino Tibaldi, y en el siglo XVIII Filippo Juvarra, y Luigi Vanvitelli. Napoleón Bonaparte, entusiasmado con Milán, llegó a ofrecer del erario francés lo que hiciera falta para acabar el Duomo. No fue posible hasta 1965, fecha oficial de su terminación, aunque aún queden algunos bloques de mármol esperando convertirse en estatuas.
Por el contenido artístico de su interior, por las vistas de Milán que se disfrutan desde sus azoteas visitables, donde se puede pasear entre una multitud de pináculos magistrales, la visita a la Catedral, como la del Castillo Sforzesco, es una gozada, muy recomendable para quienes visiten la preciosa capital lombarda.