Parece un milagro, y quizás lo sea, que un testigo que ha permanecido mudo durante siglos recobre de pronto su voz. Oculto bajo el peso del silencio, ignorado por las vidas de las familias que habitaron sobre su presencia callada, ajenas por completo al misterio de su existencia.
Aquellas familias, y Úbeda entera, desconocían hasta hace poco, que hace seis siglos, unos vecinos suyos se purificaban en el mikveh y se acercaban a Dios en un espacio vecino de la casa del inquisidor. ¿Sabía aquel inquisidor de la existencia de lo que hoy conocemos como la Sinagoga del Agua? ¿Era acaso su propietario un converso que ubicó en su puerta el símbolo de la Inquisición para sobrevivir a la ignorancia y a los intereses políticos?
Hay opiniones para todos los gustos sobre dicho símbolo y sobre la sinagoga misma, pero hay también algo indiscutible: es un lugar que transmite espiritualidad y emoción, y se ajusta a cualquier explicación arquitectónica de lo que es una sinagoga. La han visitado y han dado testimonio de su autenticidad especialistas sefardíes de reconocido prestigio internacional, y los responsables de la visita no afirman que se pueda demostrar documentalmente que lo sea; sólo la muestran en un recorrido en el que dejan al visitante la capacidad de reflexión, sin banalizar el lugar y su significado.
Aunque tanto en Úbeda como en la vecina Baeza, a partir de la Reconquista, se borraron casi por completo las huellas sefarditas y las islámicas, descubrimientos como éste demuestran que la historia acaba elevando su voz. En este caso, la voz de la historia ha contado con el apoyo impagable de Francisco Crespo, promotor inmobiliario que fue capaz de parar la construcción de unos apartamentos para conservar y sacar a la luz este lugar tan especial. El entusiasmo de otras personas, entre las que se encuentra Andrea Pezzini, gestor turístico de Artificis, hizo el resto.
Hay unos días del año en los que sucede la magia del rayo de luz en el mikveh, como en el solsticio de verano, pero en cualquier caso, animo a que se acerquen a conocerlo en cualquier época.
La Sinagoga merece la pena, y además están el Renacimiento dorado de Úbeda y Baeza, su gastronomía y sus gentes.
Podrán dormir en palacios medievales, conocer uno de los pocos panteones exentos del mundo, la Sacra Capilla del Salvador, que levantó Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V; buscar la voz de Antonio Machado por el paseo que lleva su nombre en Baeza, mientras se dejan envolver por las vistas del valle del Guadalquivir; buscar a algún personaje de las novelas de Antonio Muñoz Molina por las recoletas plazas de Úbeda, o escuchar el susurro canalla de la voz de un juglar llamado Joaquín Sabina; transitar por las arcadas del patio renacentista del Palacio de Jabalquinto –cuya fachada es un bellísimo ejemplo del gótico flamígero– donde vivió algún tiempo su locura de amor Doña Juana de Castilla; ver uno de los poquísimos ejemplos del románico existente en Andalucía, la iglesia de Santa Cruz de Baeza, y frente a su Catedral un monumento que conmemora la llegada del agua a la ciudad en 1564, otro símbolo relacionado con el agua y una de las fuentes más bonitas y originales de Andalucía, la de Santa María, donde se bautizó hijo adoptivo de Baeza Federico García Lorca.
Un ejemplo de la mezcla de culturas que durante siglos convivieron y que han dejado sus huellas en este bien llamado Paraiso Interior.