El atractivo del románico francés nos ha llevado ya en otras ocasiones a transitar por algunos de sus templos. Nos hemos dejado atrapar por las viejas piedras que testimonian el empuje de una época que apiñada en una misma fe, levantó los cimientos de lo que hoy es Europa. El poder de esos viejos muros es enorme, y a su llamada seguimos acudiendo miles de personas de todo el mundo. Recorrer sus templos es una cita con la Edad Media, una época envuelta en misterio, que sin embargo tiene multitud de respuestas en los muros de su arquitectura. Hoy buscamos respuestas en la Abadía de San Pedro de Moissac.
Hace poco nos paseamos desde estas páginas por el románico de la Provenza, que tiene en Arlés el principio del camino Tolosano hacia Compostela. A una hora escasa de Toulouse nos encontramos con Moissac, hoy nos detenemos aquí atraidos por los ecos de un tímpano cuyo artífice lo realizó en estado de gracia.
Moissac es conocida mundialmente por su abadía de San Pedro declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Esta preciosa y tranquila villa es una de las etapas del camino de Santiago francés en la Vía Podiense, la más antigua de las cuatro vías francesas a Compostela, que tiene su origen en Le Puy en Velay.
Situada en la región de los ríos Tarn y Garonne, Moissac está enmarcada en un hermoso paisaje dominado por auténticos vergeles de frondosa vegetación y extensos viñedos y huertas, cuya presencia facilitan el suave clima y la humedad de las aguas que la recorren. Por Moissac pasa el Canal de Garonne, prolongación del Canal du Midi hasta Burdeos, abierto a la navegación de recreo. Por sus orillas discurren espacios como la via verde del «Canal de los dos mares», un puente-canal que franquea el río Tarn.
La convulsa historia de la Abadía
La historia cambió el tamaño del gran monasterio del que forma parte la abadía. Una leyenda atribuye su fundación a Clodoveo I (481-511), cuya conversión significó el triunfo del catolicismo en la Galia. Después de vencer a los visigodos arrianos, una visión milagrosa inspiró a Clodoveo para crear en la confluencia del río Tarn con el Garona, un gran monasterio destinado a mil monjes.
Sin documentación que lo pruebe, utilizando como fuente La vida de San Didier, obispo de Cahors, se cree que fue Clodoveo II (635-657), quien entre los años 630 y 655 se encargó de su fundación, que gozó desde el principio de favores reales.
En el siglo XI cuando estaba al borde de la ruina, pues sufrió en pocos años un derrumbe de la iglesia y un posterior incendio, el conde de Toulouse y el obispo de Cahors consiguieron su adhesión a Cluny, y Durand de Brendons abad de Cluny, se conviertió a partir de 1048 en abad de Moissac. El poder de Cluny consiguió la prosperidad para el monasterio, y se levantó una nueva iglesia consagrada en 1063. Tiempos de bonanza que llegan hasta el siglo XV durante los que se reconstruyeron los edificios monacales.
Antes de la iglesia actual y en este lugar se habrían levantado otros templos: el primero de época merovingia y uno posterior, carolingio, de los que no queda prácticamente nada. En 1063, como decimos, se consagró la que sería la tercera iglesia, con algunos restos en la parte baja de los muros. La que se conserva es básicamente la que se levantó durante el siglo XV, con modificaciones y restauraciones posteriores. Durante la Revolución Francesa cayó de nuevo en dificultades, pero se conservan por suerte los testimonios románicos del clautro y la portada occidental.
El magnífico claustro de San Pedro de Moissac
El claustro al que se accede desde la Plaza de Durand de Brendons a través de un hall donde se adquieren las entradas, se terminó en el 1100 cuando Anquitil era el abad, conserva sus 76 excepcionales capiteles.
La mezcla de capiteles historiados y de temas vegetales es un derroche de belleza. En los temas vegetales encontramos influencias clásicas, son capiteles que beben de los clásicos corintios con hojas de acanto muy recortadas, mientras en otros sus motivos nos llevan a los marfiles musulmanes.
En los ábacos, animales reales y fantásticos, entre los que aparecen a veces figuras humanas, llevan luchando más de novecientos años. En la banda superior de los mismos aparecen bordados de conchas y formas geométricas, o inscripciones que tienen relación con la iconografía del capitel.
Y en los capiteles historiados, los cinceles escribieron escenas del Antiguo Testamento, de la Pasión de Cristo, y de la Redención, y repartidos entre éstos podemos leer en las viejas piedras de otros, milagros o martirios de santos y algunas páginas del Apocalipsis.
La portada occidental. Un escultor en estado de gracia
Agua, perfumes, música, un derroche de vida eterna nos promete la portada occidental de la iglesia. Es como si desde los laterales del parteluz, Jeremías y San Pablo estuvieran apartando el agua hacia los lados en cuyas jambas vemos las hondas del agua cristalina, para que pasemos al templo; no hay nada que temer, sobre la línea del parteluz cuyo frontal envuelven fieros y potentes leones, nos bendice un poderoso Cristo en Majestad. El tímpano describe la visión descrita por san Juan en el Apocalipsis:
«Y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado […] Y alrededor del trono vi sentados a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas […] Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando.»
En efecto un mar de vidrio refresca los pies de Cristo a quien rodean los cuatro evangelistas (Tetramorfos) y dos querubines, y entre las olas, veinticuatro ancianos que portan en sus manos copas de perfumes e instrumentos musicales, miran extasiados la grandiosidad del Hijo de Dios.
La riqueza en los detalles de los pliegues y los drapeados de los ropajes, de los ribetes de predería, y sobre todo, la capacidad de transmitir actitudes de los personajes que dentro y fuera del tímpano reciben al caminante que se adentra en la iglesia, hacen que merezca la pena acercarse a Moissac.
Entre 1115 y 1130 se terminó esta magnífica portada. El tímpano de casi seis metros de diámetro, descansa en un dintel formado con tres bloques de mármol de acarreo bordado de manera magistral con una serie de grandes rosetones. El dintel busca su apoyo en el parteluz y en dos jambas de perfil lobulado hacia el centro y con las imágenes a la izquierda, de San Pedro, patrono de la abadía, y a la derecha del profeta Isaías, son referencias al Nuevo y al Antiguo Testamento. Dos pilastras con maravillosa y minuciosa decoración, rematan los laterales del portal, mientras que las arquivoltas labradas de filigrana vegetal enmarcan la escena.
En el lado derecho del pórtico se representa en la parte superior a Abrahan que acoge a las almas, aquí representadas por niños, y la cena del rico Epulon que presencia desde el suelo un pobre que se muere de hambre; debajo la muerte del avaro atormentado por demonios y la lujuria devorada por serpientes. En el lado izquierdo se representan escenas de la infancia de Jesús, como la huida a Egipto.
Es la voz de las piedras que susurran al fiel al adentrarse en el templo la promesa de la Redención a quienes cumplan las leyes cristianas. Una biblia de piedra dirigida a un pueblo iletrado, esa era la misión de esta magnífica obra, entonces policromada, de la que podemos decir que es una obra maestra de la escultura románica.
Hay mucho más en estos muros y en el interior de la iglesia, sólo hay que llegar sin prisa para escuchar su relato, lleva esperándonos casi un milenio.