Los palacios han servido durante siglos como mucho más que simples residencias. Fueron una muestra del poder de los Estados y las casas nobiliarias, que batallaban por la supremacía o la supervivencia con sus ejércitos mientras destinaban enormes fortunas a la creación de palacios que reflejaran su grandeza.
Algunos comenzaron como castillos, otros como pabellones de caza o residencias veraniegas. Aunque no fueran a convertirse en el centro del poder de un reino, un palacio debía reflejar la capacidad económica y el buen gusto de la familia que lo construyera. Os mostramos algunos de los palacios más bonitos de Alemania.
Palacio de Heidelberg
Como el absoluto señor de la ciudad, el palacio de Heidelberg domina la población desde las alturas. Sus inicios se remontan al siglo XIII, cuando nació como castillo y sirvió durante siglos como bastión defensivo dentro del Electorado del Palatinado.

La participación del Palatinado en diferentes contiendas llevaron a sus enemigos a asediar el castillo en numerosas ocasiones, sufriendo muchos desperfectos a lo largo del tiempo. A finales del XVII se hicieron planes para derribar lo que quedaba de castillo y elevar un palacio en su lugar. No obstante estos planes quedaron a medias debido a las dificultades para llevarlos a cabo, y el futuro traslado de la corte a Mannheim y luego Munich dejaron cualquier proyecto en el olvido.

Sin embargo desde el siglo XIX, gracias al interés del romanticismo, el palacio fue recobrando el interés de las autoridades, y se comenzaron a restaurar diferentes zonas. Hoy se pueden visitar varios edificios del complejo, además de contemplar verdaderas joyas del renacimiento y su hermoso jardín con vistas a Heidelberg.
Palacio de Sanssouci
Federico II el grande situó a Prusia como una potencia esencial para entender la Europa del XVIII. A pesar de su sobrenombre y su posición trató de llevar una vida sencilla y, además de ampliar el palacio de Charlottenburg, mandó construir una residencia de verano para él: Sanssouci.

El lugar que escogió para su refugio fue Potsdam, donde se construyeron varios pabellones y un palacio principal sobre unas terrazas de viñedos. El nombre proviene de una expresión francesa que significa «sin preocupaciones». Federico II gustaba de refugiarse allí en soledad, en un pequeño palacio considerado una de las obras cumbres del rococó.

El conjunto palaciego es visitable y aunque la joya del complejo es el palacio, las diferentes construcciones diseminadas por los jardines merecen la pena la visita. Está situado en un gran parque en el que también podemos encontrar el imponente nuevo palacio de Potsdam así como el pequeño Charlottenhoff y un precioso hipódromo.
Palacio de Moritzburg
Cerca de Dresde, en la localidad de Moritzburg, se encuentra un precioso palacio que se eleva en mitad del agua. El duque de Moritz construyó allí su pabellón de caza a mediados del XVI. Un siglo después, el elector Juan Jorge II de Sajonia comenzó la ampliación del pabellón para convertirlo en un auténtico palacio.

En la actualidad el edificio central está custodiado por cuatro grandes torres circulares que podrían confundirlo con un castillo. Este palacio barroco domina una isla artificial en una laguna, y está conectado por tierra a Moritzburg y a su jardín en forma de U.

Además de la visita a este precioso palacio, no muy lejos de la población también está el palacete de los faisanes, otra construcción que merece la pena visitar si nos encontramos por la zona.
Palacio de Schwerin
Sobre una isla en el lago Schweriner se alza el palacio que fuera hogar de los duques de Mecklemburgo. Las primeras noticias de una construcción en la isla son del siglo X, cuando el enclave servía de fortaleza, y por eso todavía es a veces llamado castillo.

En el XVI, Juan Alberto I de Mecklemburgo mandó remodelar la fortaleza para convertirla en palacio, cambiando toda estructura defensiva por ornamentos. No obstante, la construcción que vemos ahora es, en su mayoría, del XIX, ya que el edificio necesitaba una remodelación casi total tras ser abandonado durante un siglo. Un incendio a principios del XX se llevó por delante un tercio del complejo, necesitando otra remodelación.

Ahora es la casa del Parlamento Regional de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, además de un atractivo turístico visitable de primer orden. El turista puede acceder a los pequeños jardines que rodean el palacio, además de a varias salas que muestran parte de la historia de los duques de Mecklemburgo y el precioso jardín inglés al que se accede por un pequeño puente.
Palacio de Charlottenburg
Federico I, el primer rey de Prusia, mandó construir una residencia veraniega en Berlín a la altura de la nueva monarquía. Además del poderoso palacio real de Berlín, los Hohenzollern querían mostrar al mundo más símbolos de su poder con otro palacio. Aunque Charlottenburg fuese ideado como una residencia de verano, podría haber servido como palacio principal a cualquier monarquía.

Su nombre se debe a Sofía Carlota, la esposa de Federico I que falleció antes de que se inaugurase el palacio. En estilo barroco, cuenta con preciosos salones, una importante colección de pintura y unos jardines dignos de postal. Es un recinto visitable pero su mayor joya ya no se encuentra allí: Federico Guillermo I regaló la habitación del ámbar al zar Pedro el Grande. Lo único que se conserva de la misma es una reproducción en el Palacio de Catalina, cerca de San Petersburgo.
Palacio de Linderhof
Luis II de Baviera es conocido por haber ordenado la construcción de Neuschwanstein, uno de los castillos más conocidos del mundo. Pero el rey bávaro proyectó más edificios. Uno de ellos, y el único que vio terminado, fue el palacio de Linderhof; una pequeña maravilla no demasiado lejos del propio Neuschwanstein.

En 1847 mandó levantar Linderhof en la zona que su padre usó como coto de caza. Con numerosas referencias a Luis XIV, pues Luis II fue un admirador del «Rey Sol», el palacio tiene fuertes influencias de Versalles. En su interior encontramos una sala de los espejos con un precioso candelabro de marfil como una de sus principales joyas.

Además de los interiores, los jardines merecen una visita. Cuentan con una curiosa gruta de Venus, un kiosko morisco y una casa marroquí. Un complejo que brilla con luz propia entre los Alpes alemanes.
Palacio Favorite
En Luisburgo se encuentra un pequeño palacio de estilo barroco proyectado por un arquitecto italiano. Con tonos salmón y albero, este palacete está resguardado por un cuidado entorno natural que durante mucho tiempo fue una suerte de zoológico. Hoy es un gran parque en el corazón de Luisburgo donde todavía se pueden ver ciervos.

Aunque la estructura externa se conserva como fue concebida a principios del XVIII, los interiores fueron renovados en el XIX en estilo neoclásico. Todo el conjunto fue restaurado debido a su mal estado durante 1980 para ser abierto de nuevo al público. Si duda es un palacio diferente que merece la pena visitar.
Palacio de Karlsruhe
En Karlsruhe se alza como rey absoluto su palacio. Fue mandado construir en 1715, el mismo año en que se fundó la población. Tras una disputa del margrave Carlos Guillermo de Baden-Durlach con la ciudad de Durlach (donde tenía su corte), el noble trasladó su capital a Karlsruhe.

La ciudad se proyectó con un plano radial con la torre del palacio como epicentro de la misma, con calles que emanan de ese centro como los nervios de un abanico. De hecho Karlsruhe es conocida como la «ciudad abanico». Durante el resto del siglo el palacio continuó creciendo junto con la ciudad, hasta alcanzar los 307.000 habitantes en la actualidad.

Tanto la grandeza del palacio como la concepción radial de sus jardines y la ciudad lo convierten en uno de los más curiosos de Alemania. En la actualidad es el museo del Estado de Baden, dedicado a la historia, la cultura y el arte de la región.