En el año 1121, Ibn Tumart, clérigo beréber nacido en un lugar llamado Igiliz, que los expertos sitúan en el sur de Marruecos, regresó a ese país tras pasar quince años dedicado a los estudios. Durante su periplo visitó Al-Andalus, La Meca, Damasco y Bagdad. Conoció a algunos de los teólogos más reputados del Islam. Desarrolló una teología propia basada en la absoluta unidad de Allah y en la necesidad de retomar los preceptos básicos establecidos en el Corán, perdidos, según él, por la excesiva relajación de las elites gobernantes.

El Imperio entonces dominante en Marruecos y buena parte del norte de África, así como al-Andalus, era el de los almorávides, que había surgido como movimiento igualmente renovador y purificador, pero que a juicio de los más radicales había sido incapaz de aplicar la debida ortodoxia. Los almorávides aplicaban la doctrina maliquí, que admitía las costumbres consuetudinarias de la ciudad de Medina durante la vida del profeta. Es decir, validaba, al contrario que otras escuelas, algunas prácticas que eran previas a las enseñanzas del profeta.

Ibn Tumart predicaba contra ello. Lo hizo primero en torno el norte de África, donde se granjeó no pocos enemigos y fue expulsado varias veces por instigador. Lo hizo también cuando volvió a Marruecos. Algunos consideraron sus opiniones demasiado peligrosas y aconsejaron al Califa su ejecución, pero éste se contentó con expulsarlo.

El nacimiento del nuevo poder almohade

Ibn Tumart se refugió en las montañas del Alto Atlas (lugar repleto de paisajes espectaculares), en algún lugar cercano a la actual localidad de Tinmel, y se dedicó a predicar. Con bastante éxito. En pocos años se hizo con un buen número de seguidores entre las tribus beréberes de las montañas, que en muchos casos mantenían una abierta oposición con el poder almorávide. El líder de una de ellas, Abd al-Mumin, le dio al movimiento su músculo militar. Los seguidores de Tumart se empezaron a conocer como los Al-Muwahhidun, “los que reconocen la unidad de Dios”, los almohades. En el año 1125 los almorávides atacaron Tinmel, pero fueron derrotados. En 1128 fueron los almohades los que descendieron de las montañas y marcharon violentamente sobre la capital, Marrakech. La operación fue un desastre. Las fuerzas califales aplastaron a los rebeldes y gran parte de los líderes almohades fallecieron. Entre ellos, Ibn Tumart.

Exterior de la Mezquita de Tinmel
Exterior de la Mezquita de Tinmel. Fuente

Pero la sonora derrota no acabó con ellos. Abd al-Mumin se erigió sucesor de Tumart. Mantuvo su muerte en secreto durante un par de años. Reorganizó a las tribus. Se erigió Califa. Se lanzó de nuevo al ataque y conquistó Tremecén, Fez y finalmente Marrakech. En 1146 desembarcó en Cádiz y en los años siguientes se hizo con la mayoría de los reinos de taifas peninsulares. Para favorecer la nueva ortodoxia derribó cientos de mezquitas y construyó otras tantas. Algunas de ellas siguen en pie, como la de la Kutubia en Marrakech.

También la que levantó en honor del malogrado Ibn Tumart en la pequeña villa de Tinmel, donde sólo unos años antes había empezado todo.

La mezquita de Tinmel

El rigor espiritual y el carácter de base militar están perfectamente unidas en la mezquita [de Tinmel], cuyo aspecto de fortaleza encierra una obra maestra de la geometría.

La mezquita de Tinmel, alejada y aislada, quedó semi-abandonada tras la caída de los almohades, aunque los habitantes de las montañas nunca dejaron de honrar los restos de Ibn Tumart. En estado ruinoso permaneció hasta las postrimerías del siglo XX, cuando un ambicioso proyecto de restauración le devolvió su aspecto original y la dejó en un estado excelente.

Arquerías de la Mezquita de Tinmel
Arquerías de la Mezquita de Tinmel. Fuente

Es una mezquita de dimensiones modestas (48 x 43 metros). Tiene un patio abierto flanqueado por dos galerías que extienden las naves de la sala de oración. Está hecha de ladrillo y mortero, con algunas partes de piedra y adobe. La gran joya es el mihrab, decorado con mocárabes. La decoración de paredes y capiteles es floral y geométrica. La caligrafía (tan abundante y significativa en otros monumentos musulmanes) es casi inexistente. El alminar pudo tener una altura considerable a tenor de su amplia base, pero lamentablemente sólo se conserva su parte inferior.

La mezquita de Tinmel es el símbolo de un poder nuevo, el de los almohades, que desde este lugar perdido en las montañas del Atlas se lanzarían a la construcción de un imperio que en poco menos de un siglo se extendería hasta Trípoli por el Este, Al Andalus, al Norte, y al África subsahariana en el Sur.

La de Tinmel es un mezquita pequeña y austera, pero crucial para entender la historia de los almohades (que afectó directamente al norte de África y a la Península Ibérica) y la evolución de de su arte, pues inauguró un estilo palpable en la Kutubia de Marrakech, en la Torre Hassan de Rabat o en la Giralda de Sevilla.

Quien pase varios días en Marrakech disfrutará la visita, pues el trayecto –de poco más de hora y media– transcurre por paisajes deslumbrantes. Es además, esta de Tinmel, la única mezquita marroquí, además de la de Rabat, que admite la entrada de no musulmanes.

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