La pequeña localidad de Gastouri está a diez kilómetros de la ciudad de Corfú. De ella la separa una carretera serpenteante que atraviesa verdes campos de olivos y nunca se aleja del mar. Gastouri es un pueblecito encantador. El visitante atraviesa largas calles con casas llenas de flores, buganvillas que trepan por las falladas y pérgolas de vivos colores. Pasado el pueblo, sobre un promontorio natural, rodeado de altos cipreses, se encuentra el palacio del Achilleion, así llamado en honor el héroe griego Aquiles.
El visitante queda pronto aturdido ante uno de los más ilustres ejemplos del idealismo romántico de finales del siglo XIX. Dos importantes figuras de la historia europea pasaron entonces por este palacio: Isabel de Baviera (Sissi), emperatriz de Austria, y el káiser Guillermo I de Alemania.
Ella lo construyó para escapar de sus propias tragedias –y lo dedicó, paradójicamente, a un personaje esencialmente trágico– y tras su muerte, en 1898, él lo compró para disfrutar de una paz que, también paradójicamente, rompería la I Guerra Mundial, entre cuyos causantes él mismo ocupó un puesto de honor.
El Achilleion recibe al visitante con una placa que recuerda la fecha en la que comenzó su construcción: 1889; con una cabina para tickets que durante varios años, terminada la II Guerra Mundial, fue utilizada como comisaría; con una casa que se construyó para albergar a la guardia del káiser Guillermo y que también tras la II Guerra Mundial se convirtió un hotel, para albergar a los visitantes del casino que se había instalado en la planta superior del palacio. Eclécticos usos para un edificio que a pesar de estar dedicado al amor por los templos griegos bebió de muchas fuentes.
Pasadas estas construcciones, una abundante vegetación va presentando las primeras esculturas de sátiros, náyades y dioses, la mayoría inspiradas en esculturas antiguas y reproducidas a partir de las copias conservadas en los Museos Vaticanos y en el Museo Arqueológico de Nápoles, pues la compañía comisionada para su realización fue la italiana Caponeti.
El interior del Achilleion
Ya en el interior del Achilleion el visitante se topa ante un amplio salón eclécticamente decorado: un enorme fresco de Las cuatro estaciones decora el techo, envuelto en un marco inspirado en la Villa Borguese de Roma y una decoración copiada tal cual de algunas villas de Pompeya; a la derecha una chimenea de mármol coronada con esculturas de Atenea y Hebe, la diosa de la juventud; de frente, una monumental escalera precedida por dos columnas de estilo dórico y dos esculturas de bronce representando a Zeus y a su mujer, Hera.
Se llama Escalera de los Dioses Griegos y fue encargo particular de Isabel de Baviera. Todo su recorrido está adornado por pequeños bronces de dioses, náyades, sátiros, leones, medusas y ménades.
En lo alto de dicho escalera, visible desde abajo y también desde la terraza del segundo piso, se sitúa una de las joyas pictóricas del palacio: el lienzo de El Triunfo de Aquiles, obra del austriaco Franz Matsch.
Se trata de una representación del Aquiles victorioso que, tras derrotar a Héctor, arrastra el cuerpo del caído tirado por su cuadriga, entre los vítores de los aqueos y el llanto de los troyanos. Es uno de los pasajes más hermosos y terribles de la Iliada, y Matsch lo representa con escrupulosa atención al detalle y honor al relato homérico (con la única excepción de un Aquiles con expresión quizá demasiado angelical, petición expresa de la emperatriz).
Otra de las joyas del palacio es sin lugar a dudas la Capilla de Isabel de Baviera, un habitáculo coronado por una amplia cúpula y dominado por un cuadro del artista húngaro Michail Munkatsy que juega con el reflejo de las luces para aparentar un cambio de perspectiva a medida que se mueve el visitante.
Otras dos joyas adornan la capilla: dos pequeñas esculturas que representan el nacimiento de Cristo, obra de Lucas y Andrea della Robbia, del siglo XVI.
La habitación de Isabel hará las delicias de los amantes de los muebles antiguos. Al estilo del Palacio Ephrussi de Rothschild de la Costa Azul, aquí se puede encontrar un amplio vestidor adornado en su puerta por el relieve de una medusa, un cuadro de Ulises y Nausica obra de Ludwig Thierch, un escritorio decorados con elaborados arabescos, un ánfora regalada al káiser Guillermo por el monarca árabe Abdun Hamit, y un fenomenal espejo de madera y oro laqueado que ocupa una de las esquinas de la sala.
La habitación del káiser es menos fantástica. Conserva un retrato de Guillermo con uniforme naval y escondiendo el brazo izquierdo (que siempre ocultaba, por ser mucho más corto que el derecho), una silla con elevador, que usaba para permanecer en sus reuniones siempre por encima de sus invitados, y un conjunto de fotografías y documentos históricos, entre ellas varias dedicadas a los nuevos barcos producidos por los pujantes astilleros alemanes.
Los jardines del Achilleion
De nuevo fuera del palacio, tras bajar una escalinata a la izquierda de la entrada principal, al visitante lo asaltan una serie de jardines, columnatas y peristilos, siempre en rojo y blanco y mezclando los órdenes dórico y jónico, adornados por innúmeras estatuas de dioses y musas.
Destaca el Peristilo e las Musas, donde brilla con luz propia una gracia esculpida por Antonio Canova; la Arcada de los Filósofos Griegos, que al modo de las salas de retratos del Vaticano reproduce una serie de bustos de grandes personalidades de la Antigua Grecia; las esculturas de la Nueve Musas y la obra de Ernst Gustav Herter del Aquiles moribundo.
Los jardines son una mezcla curiosa entre los clásicos jardines renacentistas y barrocos, que adornan tantas villas italianas, y un amor escapista hacia el pasado idealizado, tan propio del romanticismo.
Aquiles es el tema principal, pero en realidad el Achilleion está dedicado a Grecia, o a la Antigüedad grecorromana en general, a sus dioses y sus mitos.