Entre Escocia, Islandia y Noruega hay un diminuto archipiélago, una pequeña salpicadura de tierra que se mantiene en pie en medio del poderoso Atlántico Norte. Las Islas Feroe ven pasar las olas con la tranquilidad de los lugares pequeños: con 50.000 habitantes entrarían en el top 10 de los países menos poblados del mundo, no obstante, y aunque están reconocidos como nación, son una región autónoma del Reino de Dinamarca.
Los feroeses cuentan con 1393 km de verdes praderas, montañas, cascadas y prácticamente ningún árbol. Tienen su propio idioma y su moneda, y aunque Dinamarca forme parte de la Unión Europea, ellos no. El último siglo de historia en las Feroe ha estado dominado por el nacionalismo y una lenta consecución de derechos hasta llegar a la casi independencia actual. No obstante, ámbitos como la defensa o las relaciones exteriores siguen siendo de dominio danés.
Las Islas Feroe cuentan con una cultura nórdica propia, fruto de la mezcla de sus primeros pobladores. No se tiene muy claro quiénes fueron los primeros en llegar a este paraje natural, pero se cree que el comienzo de la presencia humana data del 650 a.C., y fueron nórdicos-gaélicos de las islas Shetland y las Orcadas. Un origen entre lo gaélico y lo nórdico antiguo que dio lugar a la cultura feroesa. Os invitamos a conocer esta nación de maravillas naturales de mano de sus lugares con más embrujo.
La isla de Streymoy
Es la más grande del archipiélago, y su nombre significa «isla de las corrientes». En el sureste de la misma, mirando directamente hacia Noruega, está Tórshavn, la capital feroesa, que cuenta con 13.000 habitantes y varias paradas obligatorias.
Para los que quieran conocer más sobre la cultura las islas, el Museo de Arte de las Islas Feroe así como el Museo Nacional son indispensables. El arte feroés y el paseo histórico aportan un trasfondo sin igual, que dotará de más sentido el resto de nuestro viaje.
Junto a la catedral y el faro, lo que más destaca de Tórshavn es Tinganes. En una pequeña península que se adentra ligeramente en la bahía, un conjunto de casas brilla sobre el resto de edificios. Su nombre viene de «ting», las asambleas que celebraban los vikingos, y todavía queda algo del antiguo espíritu feroés en esas casas de madera con tejados de hierba.
El norte de Streymoy da para varias jornadas de senderismo, con unas visitas naturales por las que vale la pena el viaje. La cascada de Fossá es una de las paradas más famosas de las Feroe, y las montañas de Kopsenni y Mýlingur (también con acantilados) harán que recordemos las islas para siempre.
Mykines y Vágar
En la actualidad es una isla casi deshabitada, cuenta con un pequeño poblado homónimo en el que apenas residen vecinos durante el año, salvo en la temporada estival. Está considerada como uno de los tesoros de la ornitología (las islas son uno de los mejores lugares en los que ver frailecillos), y cualquier amante o curioso de las aves no debería dejar pasar la ocasión de visitarla.
Por otra parte, en la isla de Vágar está el lago Sørvágsvatn, el más grande de las Feroe y uno de los más curiosos del mundo. En forma serpenteante, uno de los extremos del lago casi roza los acantilados hasta que desciende y vierte sus aguas al mar en una pequeña cascada.
Gasadalur es el otro punto de mayor interés de Vágar. Al oeste de la misma tiene una de las vistas más privilegiadas de las Feroe. Es un poblado que tiene cerca un mirador en los acantilados, mira de frente a una cascada, y de fondo se ve Árnafjall, la montaña más alta de la isla. Es un lugar mágico, pero si miramos al lado contrario veremos otra joya: los peñones de Drangarnir y el islote de Tindhólmur.
Borðoy y Kalsoy
Situada en lo que se conoce como «las islas del norte», Borðoy contiene la segunda ciudad más poblada de las Feroe además de algunas de las vistas más peculiares. Klaksvík, la capital, se alza alrededor de un brazo del mar que se adentra entre las montañas. Es el principal motor pesquero de las Feroe y se cree que el primer núcleo poblado del archipiélago.
En la propia ciudad uno de los edificios que más llama la atención es la iglesia de Cristián. Data de 1963, y su peculiaridad es que está construida con una marcada inspiración en la arquitectura tradicional feroesa. En una de las salidas de Klaksvík está el parque Uti í Grøv, en el que podremos respirar entre árboles y disfrutar de un ambiente poco feroés, ya que no hay árboles en las islas que no hayan sido llevados por el hombre.
Desde la misma ciudad parte un ferry a la cercana isla de Kalsoy para hacer un poco de senderismo. Aunque hasta el extremo norte de la isla se puede ir en coche, desde Trøllanes hay una pequeña ruta a pie, pero sin duda que es una de las caminatas más gratificantes que cualquiera pueda tener. El faro de la isla de Kalsoy se encuentra en un mirador sin igual, desde donde puede verse el final de las Feroe en su extremo norte y el infinito del horizonte.
