Parece recurrente, entre quienes han alcanzado grandes cotas de poder, rodearse de mapas y bolas del mundo como forma de subrayar su dominio sobre amplios territorios. Chaplin lo parodió con maestría en la más famosa escena de El Gran Dictador, inspirada según varias fuentes en una realidad.
Pero más allá de desviaciones ególatras o fantasías de dominio, la cartografía nunca ha de dejado de ser crucial desde un punto de vista de político. En épocas antiguas o modernas, es necesidad primordial de los altos mandos militares un conocimiento lo más exacto posible de los territorios en los que en cualquier momento podrían actuar.
Los mapas son también un vigoroso símbolo de poder, y, no menos, un soporte evocador del descubrimiento, la exploración, la aventura y, asociado con todo ello, el conocimiento. Especialmente en una época en la que no todo había sido explorado, los mapas daban sentido al mundo, y no es extraño que los encontremos en ni una de las galerías de los Museos Vaticanos, ni, mucho menos, en una exquisita habitación del Palazzo Vecchio de Florencia, hogar de los gobernantes florentinos desde la Edad Media.
Esta Sala de los Mapas Geográficos fue obra de Giorgio Vasari; una más de las muchas que el aretino desempeñó en el Palazzo Vecchio bajo el patronazgo de Cosme I de Medici (como sus frescos para el Salón de los Quinientos).
Desde luego estos mapas no respondían a una necesidad militar, pues nunca fue de tal tipo la voluntad de dominio que Florencia ejerció sobre el mundo (al menos no más allá de los límites de la Toscana, como bien saben sieneses y pisanos). El combustible que movía el motor de Florencia no eran las armas de sus ejércitos, sino las cheques de sus banqueros y las operaciones de sus comerciantes.
La Sala de los Mapas formaba parte del los Guardarroba (guardarropas, literalmente), habitaciones destinadas a la custodia de los objetos muebles que formaban el patrimonio de los duques. Vasari diseñó todo el conjunto, Matteo Nigetti realizó los elegantes armarios de nogal que rodean toda la estancia, y Egnazio Danti, astrónomo y geógrafo, pintó al óleo todas las carte geographique, una ilustración de todas las regiones del mundo entonces conocidas.
El programa testimonia la importancia de la navegación y la cosmografía, tanto como ciencia útil en sí misma como en tanto afición del propio duque, gran estratega militar al tiempo que mecenas de las artes.
Las pinturas son una joya y un testimonio del sorprendente preciso conocimiento geográfico de la época, lógicamente mucho mayor en los países europeos, pero en absoluto escaso para las regiones africanas, asiáticas y americanas. Y añaden un valor notable al Palazzo Vecchio, que además de edificio histórico es uno de los mejores museos de Florencia. Teniendo en cuenta que se pintaron sólo setenta años después del descubrimiento de América, su valor es enorme, y dan prueba de la buena información que disponían entonces los cartógrafos florentinos, sin duda bien alimentados por los Medici.
La Sala de los Mapas Geográficos es, en fin, sólo una de las muchas maravillas que esconde el Palazzo Vecchio de Florencia, sede política y administrativa de la ciudad, edificio monumental y verdadero museo de primer orden, con obras de Donatello, Miguel Ángel, Ghirlandaio, Bronzino o el propio Vasari. Su visita, ignorada por muchos, es de verdad recomendable, especialmente para los amantes de la historia, del arte y… de la cartografía.