Los Baños Árabes de Ronda, los mejor conservados de España
Situados a extramuros de la medina, eran de uso obligatorio para los visitantes de la ciudad. Un salvoconducto para entrar en ella limpios de cuerpo y alma.
En la espectacular ciudad de Ronda, una de las joyas de la provincia de Málaga, se encuentra un yacimiento arqueológico de época nazarí que encierra un auténtico tesoro construido en el siglo XIII: los Baños Árabes de Ronda.
Visitar Ronda es deleitarse con su magnífico casco histórico e impresionarse al cruzar su Puente Nuevo abierto al vacío del Tajo que divide la ciudad en dos, imagen icónica de la ciudad. Es también relajar el alma desde los miradores del Paseo del Tajo, o visitar su famosa plaza de toros, una de las más antiguas y monumentales del mundo, construida por el arquitecto Martín de Aldehuela, autor también del Puente Nuevo.
Pero la Arunda celta que pasó a llamarse Runda tras la conquista griega, hecha ciudad por los romanos, guarda capítulos de su historia en cada uno de sus rincones.
Hay que saltar a la invasión francesa para entender la imagen de Ronda que difundieron los viajeros románticos. Época de bandoleros que inspiraron a escritores como Washington Irving, Mérimée, Ford o Doré, que mezclando ficción y realidad, forjaron la imagen romántica que aún tiene esta ciudad.
Hubo muchos otros, por ejemplo Ernest Hemingway, asiduo visitante de Ronda. El autor norteamericano buscó inspiración en la Guerra del 36 para su obra Por quién doblan las campanas, y Rilke dejó escritos sus paseos por la ciudad en cartas y poemas que hace unos años la editorial Pre-Textos publicó con el título: Ronda. Cartas y poemas, una belleza.
La romántica Ronda fue mucho tiempo antes una plaza importantísima de la historia de Al-Ándalus. Quedan testimonios que así lo acreditan. Uno de esos testimonios son los Baños Árabes situados a las puertas de su muralla. A ellos nos aceramos hoy.
¿Cómo son los Baños Árabes de Ronda?
Abiertas sus bóvedas al cielo a través de las simbólicas estrellas de ocho puntas, las salas de los Baños Árabes de Ronda, de tiempos nazaríes, evocan una cultura en la que la limpieza del cuerpo estaba unida a la purificación espiritual. Las estrellas de ocho puntas utilizadas con insistencia en la decoración nazarí, como se aprecia en tantos rincones de La Alhambra, eran una representación del paraíso, que según la creencia islámica está rodeado de ocho montañas.
El agua es un elemento imprescindible en esa concepción del paraíso islámico, como puede verse también en la Alhambra. Los Baños Árabes de Ronda tenían todos los elementos del paraíso soñado. Rodeados de frondosos jardines que regaban las aguas de la confluencia del Río Guadalevín y las del arroyo Culebras.
Desde allí una noria (conservada en la actualidad) llevaba el agua a las calderas subterráneas para conseguir el vapor que inundaba la sala caliente: bayt al-sajun que cumplía similar función al caldarium romano, y la templada: bayt al-wastani, como el tepidarium romano. El recorrido comenzaba y terminaba en la sala fría: bayt al-baryt, que era equivalente al frigidarium romano. El sistema hidráulico de éste histórico hammam ha llegado prácticamente intacto a nuestros días.
Los Baños Árabes son una mirada a las termas romanas. Con una arquitectura más humilde y de un tamaño menor, que procuraba más recogimiento y tranquilidad al haber menos bullicio. Tienen otra diferencia con las termas romanas: en éstas los usuarios se sumergían en piscinas, mientras los árabes se trataban con el vapor que se producía al derramar agua sobre el suelo que calentaban las calderas subterráneas.
Las bóvedas de cañón, al ser semicirculares, conseguían que las gotas formadas por el vapor no cayeran desde el techo, sino que se deslizaran por los muros, a lo que ayudaban las estrellas de los tragaluces, que con sus cristales de colores eran puntos fríos en contraste con los cálidos muros de ladrillo y conseguían equilibrar la concentración de vapor, además de crear una sutil y agradable iluminación.
A los Baños de Ronda se accede a través de una escalera que desciende hasta el vestíbulo de ingreso. Allí se desvestían los usuarios y se entablaban las primeras charlas antes de pasar a las salas.
La sala central que es la más grande. Tiene tres cuerpos unidos por cuatro pares de arcos de herradura sobre columnas de ladrillo y piedra. Éstas sostienen las bóvedas de cañón decoradas con tragaluces de estrellas de ocho puntas. Algunos de los capiteles que coronan las columnas son de factura romana. En esta sala, después de los tratamientos de las otras dos, se tomaba té mientras se charlaba, se recibían masajes, o las chicas se maquillaban y peinaban antes de ir a la mezquita.
El edificio está rodeado por un muro de arcos ciegos, que forman el acueducto, y al fondo hay una torre que contiene la caja de la noria. También se conserva el área de calderas donde se calentaba el agua. Al calentarse el agua, producía aire caliente que circulaba a través de las conducciones subterráneas, los llamados hipocaustos.
¿Por qué están los Baños a extramuros de la medina?
Este hamman, que no era el único que había en la ciudad, estaba situado en una importante entrada a la misma, junto a la desaparecida
Pero no sólo lo utilizaban los visitantes. El hamman era parte del barrio de San Miguel, un arrabal, que fue también judería, y que guardaba entre sus adarves e intrincadas callejuelas las viviendas de artesanos y agricultores, y en el que se situaban alfares o tenerías que han dejado su huella en la toponimia del barrio: Puerta de los Esparteros, Camino de las Ollerías, Puente de las Curtidurías, etc. Era por tanto el hammam del barrio para purificarse antes de ir a la mezquita.
Utilizados tanto por hombres como por mujeres en horarios diferentes, las mujeres musulmanas disfrutaban también de esta sana costumbre purificadora que cumplía, como en Roma, una función social y política. Eran lugares perfectos para relajarse conversando, lugares donde procurarse un disfrute para el cuerpo y el espíritu y donde entablar relaciones sociales, con todo lo que esto significaba.
Ocultos hasta 1914
A pesar de su enorme interés arquitectónico, los Baños Árabes de Ronda fueron abandonados tras la conquista cristiana. Una cultura nueva que no veía con buenos ojos ciertas prácticas. Las crecidas del río Guadalevín se cebaron con el edificio abandonado y acabaron sepultándolo.
Y ocultos permanecieron hasta 1914, cuando aparecieron los primeros restos al construirse unos jardines en esta zona por encargo de la Duquesa de Parcent. Una noble enamorada de Ronda que pasaba las primaveras y los otoños en su residencia de la Casa del Moro, llamada así por que fue el palacio del rey Almonated, de quien dice la leyenda que se bebía el vino en los cráneos de sus enemigos. El diseño de los jardines de esta casa lo encargó la duquesa a Jean Claude Nicolas Forestier, cuya mano está presente también en el embaucador Parque de María Luisa de Sevilla.
Pero nadie se ocupó del importante yacimiento arqueológico de los baños y tuvo que esperar hasta 1935, cuando fue adquirido por el Estado y se comenzaron las excavaciones que salvaron este testigo de piedra que nos adentra en una época esencial en la historia de Ronda.
En su centro de interpretación se pueden ver los orígenes de éstos Baños Árabes. Hay además una proyección en tres dimensiones que narra su época musulmana y reconstruye la Ronda amurallada de aquellos lejanos tiempos.