La laguna veneta, que capitanea, orgullosa, la isla de Venecia, está compuesta de decenas de pequeñas islas, muchas de las cuales son auténticos archipiélagos cuyas diminutas partes sólo se mantienen unidas gracias a los puentes que las entrecruzan. Y entre esa multitud destacan Murano, Burano y Torcello, tres islas llenas de sabor y de historia. Bien merecen que el viajero se suba al vaporetto junto a la Piazza di San Marco, deje atrás la gran isla de Venecia, y dedique una giornatta a disfrutar de las demás, más pequeñas y, casi siempre, más tranquilas.
Murano, Burano y Torcello comparten mucho con Venecia, pero tienen su sabor particular, sus piccole differenze, sus propias tradiciones, el cristal en el caso de Murano, el arte del encaje y el colorido de las fachadas en el de Burano, y que además contienen un buen número de joyas artísticas y arquitectónicas.
En Murano cristal, y pintura, y mosaicos.
Murano es la isla del famoso cristal del mismo nombre, y la visita será muy del agrado de todos los aficionados a esta delicada orfebrería. En particular será muy recomendable visitar el Museo del Vetro, sobre todo por la panorámica que ofrece de la historia de la isla y del legado acumulado durante siglos por los fabricantes del cristal. Es buena idea visitar el museo antes de comprar, pues da muchas ideas. Y no es mala idea visitar el museo en lugar de acudir a las demostraciones que suelen organizar los propios artesanos en sus talleres. El museo deja una idea más clara, más completa. En todo caso, tampoco conviene ir con demasiadas expectativas: toda la variedad de estilos y de precios que pueden encontrarse en Murano se encuentra sin problemas también en Venecia.
Dejando el cristal a un lado, hay dos visitas muy recomendables que hacer en la isla. La primera, a San Pietro Martire, una bellísima iglesia renacentista (fue reedificada por última vez en el cinquecento) con un precioso campanile, en cuyo interior de tres naves se pueden ver varias obras de primerísimo nivel: la Assunzione della Vergine e otto santi y la fantástica Pala Barbarigo de Giovanni Bellini, un Battesimo di Cristo que la mayoría de expertos atribuyen a Tintoretto, la Deposizione dalla Croce de Giuseppe Porta, y el San Girolamo nel deserto del Veronés. Y sin colas.
La segunda visita es Santa Maria e Donato, el Duomo de Murano, una iglesia románica, que se terminó de construir en el siglo XI y es uno de los mejores ejemplos del románico lagunare, una belleza que mezcla de forma magistral el ladrillo rojo y el mármol blanco, y que en su interior conserva un formidable mosaico, de marcada influencia bizantina, de una Madonna orante sobre fondo de oro. Será un fantástico aperitivo para lo que veremos después en la isla de Torcello.
Burano, isla de colores.
La leyenda cuenta que un pescador de Burano, tras resistir heroicamente, como Ulises, al canto de las sirenas, recibió como premio, de la regina dei flutti (la reina de las olas), una corona de flores para ornar el cabello de su bella esposa, y que luego las amigas de ésta, celosas, intentaron imitarla, dando inicio a la artesanía que ha dado siempre fama a la isla: el arte del encaje, el merletto.
Merece mucho la pena visitar el Museo del Merletto en Piazza Galuppi, y acercarse luego a las muchas tiendas de artesanía que llenan la isla.
Pero lo primero que llamará la atención, desde antes incluso de desembarcar en Burano, es la gran variedad de intensos colores que decoran las fachadas de sus casas. Hay quien dice que las casas empezaron a pintarse así para delimitar la propiedad, pero los buraneses tienen su propia explicación: fueron los pescadores quienes empezaron a pintarlas y lo hicieron para reconocerlas cuando volvían de sus faenas, pues la niebla en Burano es a veces tan intensa que, de otra manera, todas parecerían iguales.
La última visita debería ser la iglesia de San Martino, del siglo XVI, con su campanile inclinado (de menos fama que el de Pisa, pero tan determinante como aquél en darle a la isla su reconocible aspecto). Frente a la iglesia se encuentra el Oratorio de Santa Barbara, que conserva varias pinturas excelentes, entre ellas una Crociffisione obra de un joven Giambatista Tiepolo.
Torcello, la más antigua y la más tranquila
Torcello es la más encantadora de todas las islas porque visitarla es como estar en Venecia, pero en una Venecia más antigua, más sencilla y con mucha menos gente. De hecho esta es hoy una isla casi deshabitada, aunque en su día fuera boyante, lo cual sin duda favorece su encanto y agudiza su contraste con las hordas de turistas que normalmente abarrotan San Marcos y los principales itinerarios de Venecia. En Torcello, nada de eso. De hecho, si se visita por cuenta propia y se espera el tiempo suficiente a que se marchen los grupos de turistas que vienen en visitas guiadas, se puede incluso tener la sensación de estar solo, lo cual es impagable en un lugar como este.
La historia de Torcello, como decíamos, viene de lejos. Fue la primera isla que ocuparon los habitantes de la Italia continental cuando huían de Atila y los hunos (estamos hablando nada menos que del siglo VI, mucho antes del esplendor de la isla de Venecia en torno a San Marcos), aunque su momento de mayor esplendor fue el siglo XIV, cuando albergaba más de 20.000 almas. Hoy conserva el monumento más antiguo de toda la laguna, la Cattedrale di Santa Maria Asunta, un extraordinario ejemplo de arquitectura véneto-bizantina que es famosa, sobre todo, por sus mosaicos del siglo XII: una Madonna con niño en el ábside y un Juicio final en la nave occidental, que pueden compararse en destreza a los famosos mosaicos de Rávena. Su campanile se erguía orgulloso cuando el de San Marcos no era aún más que un proyecto.
La isla de Torcello fue una vez el hogar del vino y de la granada, de la adelfa y de la acacia, del higo y del saúco, y proveía el rico suelo para cultivo del maíz y la alcachofa.
(Peter Ackroyd, Venice: Pure City).
Torcello es un lugar especial cuyo encanto se revela también en los detalles. Entre jardines y zonas verdes que recuerdan su pasado agrícola, tiene otra iglesia, la pequeña St. Fosca, y un pequeño museo arqueológico que conserva como un tesoro varias monedas micénicas (que revelan lo antiguo de su ocupación y también lo antiguo de la dedicación de sus gentes al comercio). Tiene un hotel muy especial, la Casa del Artista, cuyo dueño da paseos guiados por la isla al atardecer. Y tiene un famosísimo restaurante, el Cipriani, que ha recibido a la familia real inglesa, Paul Newman, Kim Novak, Winston Churchill, Charlie Chaplin, Audrey Hepburn y Ernest Hemingway, que escribió aquí Al otro lado del río y entre los árboles, su novela publicada en 1950, y nunca dejó de recomendarlos, el Cipriani y su isla.