El Valle de Aosta es zona frecuentada por alpinistas, montañeros, esquiadores, ciclistas y amantes de la naturaleza. Es el primer valle alpino de la zona italiana de los Alpes, y en sus cercanías se alzan cumbres tan conocidas como el Mont Blanc o el Gran San Bernardo. Pero es también una región copiosa en atractivos culturales.

Secular frontera entre Francia e Italia, a cuyas esferas de influencia ha pertenecido en diferentes tiempos, un buen número de castillos, erigidos algunos en cumbres imposibles, recuerdan aquellos tiempos en los que la guerra era un hábito, al tiempo que embellecen paisajes escarpados de cumbres nevadas. Muchos de ellos son hoy visitables y en algunos incluso se puede pasar la noche.

El centro neurálgico del valle es la preciosa ciudad de Aosta, ciudad histórica que aún conserva vestigios notables de su fundación romana, y un excelente patrimonio de tiempos medievales y modernos. Las ruinas del teatro, el arco de Augusto, la catedral y la colegiata románica de Sant’Orso son cuatro razones más que suficientes para visitar este pequeño paraíso alpino que está a hora y media en coche de Turín (que es una de nuestras diez escapadas por Europa favoritas para el verano) y a dos horas de Milán (por si lo visitas, aquí tienes lo imprescindible) y de Ginebra.

Las ruinas romanas de Aosta

Buena parte del patrimonio histórico de Aosta es romano. Hubo pobladores anteriores, pero la ciudad, como tal, nació en el siglo I a.C., en época de Augusto, con el nombre de Augusta Pretoria. Fue una de las consecuencias de la pax romana inaugurada por el primer emperador: vencida la resistencia indígena se construyeron vías de comunicación, grandes monumentos como el Trofeo de los Alpes de la Turbie, y nuevas ciudades.

La Porta Praetoria

La entrada principal de la ciudad romana contaba con tres aberturas –una central para los carros, dos laterales para los peatones– por las que aún es posible circular, y, si uno se fija, todavía se pueden ver, en el lado exterior, las ranuras por las que pasaban las que rejas que se cerraban cada noche, dando el día por terminado.

Porta Praetoria
Porta Praetoria. Fuente

Es una puerta robusta, maciza, como el resto de las murallas y los torreones de Aosta. Aún habiendo inaugurado una época de paz, la ciudad seguía estando en los confines de Italia y demasiado cerca de las montañas. La puerta de Rímini es muy diferente.

El Arco de Augusto

Arco de Augusto
Arco de Augusto. Fuente

Como en todas las ciudades fundadas durante su reinado, no podía faltar en Aosta un arco en honor del emperador. De gran solemnidad, heredero de la arquitectura tardorrepublicana, es un arco de ocho metros de ancho adornado por varias pilastras de basa ática y capitel corintio, y en sus fachadas y laterales debió contener relieves, probablemente narrativos, sobre las hazañas bélicas de los ejércitos e Augusto en su lucha contra los salasos y otras tribus alpinas. Pero lamentablemente se han perdido, al igual que la dedicatoria.

El criptopórtico del foro

Criptopórtico
Criptopórtico. Fuente

Poco queda del antiguo foro de Aosta, pero en cambio se ha conservado bien el criptopórtico que circundaba una de sus partes: la sagrada. Se trata de un estructura cuadrangular, semienterrada, que cumplía funciones no del todo claras. Nivelaba por un lado la natural inclinación del terreno, que presentaba en esa zona una ligera pendiente de norte a sur. Fue usado tal vez como granero militar (horreum), y quizá también representaba algún tipo de función político-litúrgica para facilitar la transición entre el espacio sagrado de los edificios templarios y el espacio profano, la zona forense dedicada a los negocios.

La fachada del teatro

Teatro Romano
Teatro Romano. Fuente

Un lienzo de piedra de veintidós metros de altura atestigua la grandeza del antiguo teatro, del que hoy queda sólo eso, una impresionante fachada que, así aislada, semeja un tramo de acueducto. Fue restaurada en el siglo XX tras un proceso de limpieza en el que se libró de otras construcciones adosadas desde la Edad Media.

La Catedral

A lo largo del XI el Valle de Aosta se convirtió en un centro religioso de gran importancia gracias a la actividad de San Bernardo y San Anselmo. Con gran influencia del arte otoniano, se fundan entonces numerosas iglesias, capillas y monasterios. Entre ellas destacan dos: la Catedral, renovada profundamente en épocas posteriores, y la fantástica Colegiata de Sant’Orso.

Pórtico de la Catedral
Pórtico de la Catedral. Fuente

La Catedral de Aosta es un templo antiquísimo, construido en su mayor parte en el siglo XI –luego profundamente renovada durante el Barroco– pero cuya historia se remonta nada menos que al siglo IV. De la época románica ha conservado, en los techos, un excelente conjunto de frescos.

De gran valor es también el claustro gótico, en cuyo espacio central se erige una columna romana –del foro, al parecer– que recuerda, también aquí, la milenaria historia de la ciudad.

La colegia de Sant’Orso

La Colegiata de Sant’Orso, obra también del período románico, aunque ampliada y completada en estilo gótico, conserva algunas de las piezas artísticas más valiosas del románico italiano. En la propia iglesia se pueden ver frescos del mismo tiempo y estilo que los de la Catedral; un mosaico de Sansón matando al león del siglo XII; asientos de madera tallada y varios objetos litúrgicos de gran valor.

Colegiata de Sant
Colegiata de Sant’Orso. Fuente
Colegiata de Sant
Colegiata de Sant’Orso. Fuente
Colegiata de Sant
Colegiata de Sant’Orso. Fuente

Pero lo mejor está en el claustro y son sus capiteles historiados. En Italia, sólo los de Monreale pueden hacerle frente. Esculpidos en mármol, representan escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento y de la vida de San Orso, pero también animales fantásticos y escenas de una creatividad asombrosa.

Como dice Meyer Shapiro, en el siglo XII ya “se había constituido una nueva esfera de creación artística exenta de contenido religioso e impregnada de valores de espontaneidad, fantasía individual, deleite en el color y en el movimiento y expresión de sentimiento, valores que son un anticipio del arte moderno”. El claustro de Sant’Orso es una prueba más de la vitalidad y el esteticismo de un arte demasiado a menudo reducido a su esfera religiosa. San Bernardo de Claraval, que lanzó en ese mismo siglo una violenta diatriba contra el arte indecente de Cluny, con aquellas “hermosas deformidades ante los ojos de los hermanos entregados a sus lecturas”, también se habría escandalizado si hubiera visitado a Aosta. Razón de más para que lo hagamos nosotros.

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