La Provenza es famosa por sus campos de lavanda, que en verano convierten cualquiera de sus rincones en una postal de aspecto fantástico. Cualquiera, pero hay una muy particular que tiene un especial atractivo; una que es habitual portada de revistas y guías de viajes, que corresponde a un campo concreto visto desde un punto muy concreto: el que se cultiva justo ante la hermosa Abadía de Sénanque.
Sénanque está en el Parque Natural del Luberon, al lado de uno de los pueblos colgantes más bonitos de toda la Provenza, Gordes, en la región de Vaucluse. Está cerca de Orange, y de Avignon, y de muchas otras maravillas del románico que adornan la región. Tiene casi ocho siglos de historia. Es una abadía viva, ocupada, y por supuesto, visitable. Tiene un aspecto austero, sencillo, sin decoración, fiel a las preceptos cistercienses que la fundaron; un aspecto que se funde a la perfección con la suave sencillez de los montes y los paisajes que la rodean. En cualquier época del año, pero especialmente en verano, es una verdadera belleza.
La Abadía de Sénanque en 11 detalles
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Se fundó a mediados del siglo XII, bajo el patronazgo del obispo de Cavaillon y del conde de Barcelona y de la Provenza, Ramón Berenguer II.
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Los cistercienses habían surgido en ese mismo siglo XII por impulso de Bernardo de Claraval. Son una orden monástica que promueve el ascetismo, el rigor litúrgico y el trabajo manual. La de Sénanque es por tanto una abadía casi completamente desprovista de decoración (que no de belleza).
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La abadía vivió una época boyante durante los siglos XIII y XIV, cuando llegó a erigirse en el motor económico de la región, a ocupar numerosas tierras a lo largo y ancho de la Provenza y a poseer cuatro molinos y siete granjas.
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Las Guerras de Religión, que asolaron Francia en la segunda mitad del XVI, resultaron fatales para la abadía, que fue prácticamente destruida y completamente abandonada.
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En 1854 una nueva comunidad cisterciense, la de la Inmaculada Concepción, la compró y reocupó, pero en 1926 los pocos monjes que quedaban se trasladaron a la sede de su Orden, la cercana abadía de Lerins.
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A partir de 1988, la propia abadía de Lerins, gracias a un renacimiento de las vocaciones, envió una pequeña comunidad de nuevo a Sénanque, donde permanece activa.
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La vista más conocida de la abadía puede dar a engaño: lo que se ve no es el cuerpo principal de la iglesia, como podría parecer, sino el dormitorio de los monjes, contiguo a la sacristía y a la cabecera. Una vista aérea clarifica la disposición.
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La iglesia es, como corresponde, extremadamente austera, sin decoración que perturbe las oraciones y el recogimiento de los frailes. Sólo la luz modula el espacio. El ábside está rodeado de dos absidiolas al más puro estilo románico. Justo debajo está enterrado uno de los fundadores, Geoffrey de Venasque.
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El claustro es el lugar de paso que comunica las diferentes partes de la abadía. Los capiteles de las columnas son extraordinarios en su sencillez y en su variedad: no hay dos iguales. Desde la galería Sur se aprecia el campanario de la iglesia y los tejados de loza de los edificios contiguos.
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El único lugar donde permitía hablar la antigua regla (más estricta que la actual) era la sala capitular, de excelente acústica gracias a las seis nervaduras de su cúpula de arista. Para dirigirse a la comunidad el abad se sitúa en el centro, justo frente a la tarasca (figura del demonio) que está esculpida en el claustro delantero.
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Un único lujo, por otra parte necesario, se encuentra en el scriptorium, donde los monjes trabajaban en la copia de manuscritos. Allí puede verse una bonita chimenea de forma cónica que calienta el lugar en las frías jornadas de invierno.
6 consejos para la visita
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Aunque esté en uso y ocupada, el interior de la abadía es visitable todos los días entre las 14:30h y las 17h. El precio es de 7,5€ para los adultos y la mitad para los niños. También es posible acudir a los servicios religiosos oficiados por los monjes, durante los cuales no se celebran visitas.
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Quienes sepan francés pueden acudir, por el mismo precio, a cualquiera de las visitas guiadas que suelen celebrarse algunos días de cada mes. Duran aproximadamente una hora y se anuncian con antelación en su página web.
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Además de las visitas, la Abadía ofrece bastantes servicios y cuenta con una tienda (física y online) que incluye libros, música grabada por los propios monjes durante sus cantos, y, cómo no, esencias de lavanda. Los más religiosos tienen también la posibilidad de realizar retiros espirituales.
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El mejor momento para visitarla es, por supuesto, en verano. Desde finales de junio a mediados de agosto los campos circundantes se tiñen de color lavanda y la vista de la abadía se convierte en una de las postales más bonitas de la Provenza.
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La de Sénanque es una de “las tres hermanas provenzales”, un grupo de tres abadías cistercienses que comparten buena parte de su historia. Quien disfrute la visita gustará también de las abadías de Silvacane y Le Thoronet.
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La propia abadía tiene en su web un sencillo mapa que explica cómo llegar desde Gordes y qué ver dentro del edificio.