Urbino fue una de las cortes más granadas del Renacimiento italiano. Federico de Montefeltro, exitoso condottiero y gran mecenas de las artes, atrajo a su corte a los más célebres artistas de aquella época, y legó a la ciudad algunos de sus edificios más gloriosos (a otras ciudades, como Fano, las privó de ellos: gajes del oficio). El gran Palacio Ducal de Federico, construido entre Lorenzo Laurana y Francesco del Giorgio Martini, suscita desde entonces una enorme admiración. Baltasar Castiglione cita en su célebre obra El consejero (que escribió precisamente entre sus muros) que en el cinquecento eran muchos los que lo consideraban el palacio más hermoso de toda Italia.
En Ruta Cultural haremos pronto una visita más concienzuda a esta preciosa ciudad de Le Marche, a su Palacio Ducal y a sus múltiples atractivos. De momento daremos un paseo rápido por sus calles para disfrutarla en uno de sus momentos más brillantes: en invierno y justo después de una noche de intensa nevada.
No habrá que convencer a nadie de que visitar Urbino y encontrársela de esta guisa es una verdadera suerte.
Llegando desde la carretera que cruza los Apeninos para pasar a la Toscana, ya asoman en la lejanía las torres: el campanile del Duomo y una de las torres que flanquean la fachada del Palacio Ducal. Debajo, la gran mole de la rampa helicoidal
Desde el Borgo Mercatale Urbino parece una fortaleza inexpugnable, pero una fortaleza elegante y acogedora. Con el efecto de la nieve su serenidad renacentista se envuelve de fantasía y parece salida de un cuento de hadas.
Desde el nivel más bajo de la ciudad, mirar hacia arriba es encontrarse con las moles del Duomo y del Palacio Ducal, y con las muchas casas y edificios que, todos del mismo material y color, van dibujando la preciosa subida.
Este gran torreón esconde una de las joyas del Palacio Ducal, la original rampa helicoidal que Francesco del Giorgio Martini se inventó para que los caballos pudieran subir, con sus carros, directamente al nivel principal del Palacio Ducal. Hoy los ascensores son más rápidos, pero no impresionan tanto.
Lo que ahora es la entrada a la Galleria Nazionale delle Marche fue en su día el cortile desde el cual se estructuraba el Palacio Ducal de Federico. El patio, elegante y clásico, más aún cuando sus columnas blancas encuentran el reflejo de la nieve, es obra de Luciano Laurana.
En la Piazza Rinascimento se encuentra la entrada principal del Duomo, renovada en el siglo XIX bajo los cánones del neoclasicismo. Dentro se conservan varias obras excelentes de Federico Barocci, el –otro– gran pintor de Urbino.
En la zona más alta de Urbino hubo una antigua fortaleza entre cuyas ruinas hoy existe un parque con las mejores vistas de la ciudad. Los urbinati lo llaman la Fortezza, y es una visita obligada para descansar disfrutando de la silueta de Urbino en todo su esplendor.
La fábrica de los grandes monumentos de Urbino es admirablemente uniforme, lo que le da su de ciudad uniforme y fortificada. Aquí vemos la cabecera del Duomo, que parece surgir de las casas del nivel inferior. Entre unas y otras se sitúa en realidad el precioso Corso Garibaldi, inapreciable desde la distancia.
También desde el parque de la Fortezza, entre árboles desnudos y nevados que nos recuerdan a Friedrich, asoma la cúpula del Duomo.
Callejeando por los aledaños de la Fortezza encontramos calles con desniveles imposibles que parecen caer unas sobre la siguientes, y entre las cuales, casi por sorpresa, nos asaltan espléndidas vistas de la ciudad. Como esta.
El hijo más famoso de Urbino es Rafael Sanzio, que tiene aquí su casa natal, una de las calles más empinadas de la ciudad –la Via Rafaello– y una plaza con su nombre adornada con esta bonita escultura.
La Via Rafaello es una preciosidad en cualquier época del año. En cuanto doblamos esa esquina, nos asaltan las vistas de las torres y la cúpula del Duomo. Y entre sus rampas nos topamos con la Casa Sanzio, la casa natal del gran Rafael.
Nos despedimos con una ojeada a las colinas onduladas de los primeros Apeninos, en su día el principal dominio de la dinastía de los Montefeltro. Desde sus habitaciones en el Palacio Ducal, los duques de Urbino disfrutaban de vistas como esta. Todos los días.