En el arco que daba entrada al Muelle 54 de Nueva York, en Manhattan, que hoy se alza solitario en el Hudson River Park, se leen aún, ya casi borrados, los rótulos “Cunard” y “White Star”. Hoy no son nombres familiares, pero antaño fueron dos de las compañías navieras más importantes del mundo, y más de una vez sus historias se cruzaron, casi siempre trágicamente, en este pequeño rincón del río Hudson.
La primera vez fue el 15 de abril de 1912, el día previsto para que los pasajeros del Titanic desembarcaran en Nueva York. Debían hacerlo en el Muelle 59, donde atracaban los buques de la compañía propietaria del “barco que no se podía hundir”, la White Star Line. Pero el Titanic nunca llegó a puerto, y los supervivientes de su hundimiento, sólo 705 de los 2.223 que habían partido de Southampton, rescatados por el Carpathia, de la Cunard Line, desembarcaron finalmente no en el Muelle 59 sino en el 54, propiedad de la Cunard.
Sólo tres años después, el 7 de mayo de 1915, otro deslumbrante transatlántico, el Lusitania, entonces el más grande del mundo, partió del Muelle 54 rumbo a Liverpool, pero poco antes de su llegada recibió el impacto de un torpedo de un submarino alemán. El episodio tuvo una enorme repercusión y desencadenó la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.
En los años que siguieron fueron miles los barcos que se hundieron en las aguas del Atlántico, y entre ellos estuvo el Carpathia, el salvador del supervivientes del Titanic, alcanzado por otro submarino alemán el 17 de julio de 1918, poco después de partir del puerto de Liverpool.
En los más tranquilos años treinta las compañías Cunard y White Star hicieron frente a nuevas amenazas: la competencia de los nuevos transatlánticos franceses las obligó a unir fuerzas y compartir gastos, y el ya viejo Muelle 54 pasó a recibir a los buques de la nueva Cunard White Star Line. La asociación duró algo más de veinte años, hasta que la Cunard absorbió a la White Star y se quedó en propiedad con su muelle de Manhattan. Hoy de aquel muelle sólo queda el arco de acero que era su entrada y la pintura casi borrada de esos dos nombres ya desconocidos. Es un lugar semi-abandonado; una ruina del siglo XX que se utiliza en ocasiones como sede de conciertos y festivales, sobre todo en verano; uno de esos sitios que no tienen ningún interés, experto para aquellos que conocen su historia.