Las guías turísticas de Pekín suelen recomendar la visita de la Ciudad Prohibida y el Palacio de Verano, la Gran Muralla, el Templo del Cielo y las Tumbas de la Dinastía Ming. Su visita es obligada, pero quien reduce su viaje a esa ilustre selección corre el riesgo de salir de Pekín como quien sale de un museo.
Sólo dedicando a la ciudad más de dos días hay tiempo de adentrarse en los hutongs. Los hutongs de Pekín son callejuelas de viviendas, templos y tiendas que guardan el sabor del Pekín más popular, y que parecen estar viviendo sus últimos tiempos. Cada vez quedan menos. La editorial de viajes Frommers los incluyó en 2005 en su guía “Destinos que visitar antes de que desaparezcan“, y todo lo que representan parece ir hoy a contracorriente. Por eso es buen momento para visitarlos y para hablar de ellos.
Un hutong es un barrio, o más bien un grupo de calles. Una manzana. Carecemos de una palabra que lo traduzca con precisión porque lo que en realidad significa hutong es unión, enlace, y lo que une es un tipo de vivienda que los chinos llaman siheyuan, que es básicamente un patio abierto rodeado de edificios donde vivir y trabajar. La definición no es arbitraria. En Occidente conocemos desde la Antigüedad un tipo de construcción de estructura similar a esta: la típica casa mediterránea con peristilo, tan popular en Grecia y Roma. Pero cuando la definimos decimos que es un conjunto de habitaciones ordenadas alrededor de un patio central. El romano construye una vivienda y deja en el centro un espacio abierto para que entre el aire y la luz.
En China es al revés. El patio define al siheyuan, con independencia de que sea más o menos grande, y a su alrededor se cierran una serie de habitaciones. Por concepción el siheyuan se parece más al foro o al ágora que a la vivienda grecorromana: es un trozo de campo, una parcela de naturaleza abierta, a cuyos lados se cierran una serie de habitaciones. No es de extrañar que el chino la defina como “una casa abierta hacia dentro”.
Tampoco es de extrañar que el siheyuan naciera para dar cobijo a una sola familia. Originalmente, además del patio central, la vivienda incorporaba otro patio más pequeño que precedía a la entrada principal y servía de elemento transitorio entre el interior y el exterior. Pero a los otros tres lados se podía adosar otro siheyuan y esto es exactamente lo que empezó a pasar en el siglo XIII, cuando los mongoles conquistaron China y arrasaron Pekín. Al principio, los re-constructores de la ciudad siguieron una planificación y los primeros hutongs se alinearon en nítidas líneas rectas. Pero el tiempo fue cambiando las condiciones sociales y económicas, y el entramado urbano se fue haciendo a sí mismo. Los siheyuans se terminaron uniendo unos a otros de formas imprevistas y dejaron de pertenecer a una sola familia para convertirse en morada de varias. Hoy día una vista aérea de estos barrios sólo permite identificar un conjunto de patios y tejados unidos por calles invisibles. Las más pequeñas llegan a medir unos ridículos cuarenta centímetros.
Lo llamativo es que, en una ciudad tan requerida de espacio, el patio se haya seguido respetando. A pesar del caos aparente, cada hutong sigue siendo una sucesión de siheuyans y cada siheyuan sigue siendo un patio rodeado de habitaciones. Y cada patio es una porción de naturaleza, un trozo de campo traído a la ciudad que suele estar repleto de árboles y arbustos. Dice Wu Liangyong –profesor de arquitectura en la Universidad Tsinghua de Pekín– que esta red de hutongs, con su bajo, ondulado y arbolado skyline, con sus aromas y sonidos, es el principal rasgo distintivo de Pekín, y lo único que la hace distinta de las urbes occidentales.
En torno a una construcción tan particular es normal que haya florecido una cultura propia, basada en la vida en comunidad, compartida y al aire libre. En los hutongs de Pekín la frontera entre el espacio privado y el público es poco rígida, y la intimidad, difícil. La mayoría carece de comodidades modernas como el agua corriente y la calefacción. Los baños son públicos. Las calles, un caos de tráfico de peatones y bicicletas, barbacoas, mesas y comensales, negocios a pie de calle y mercadillos.
Es una forma de vida que ha sobrevivido durante siglos, pero que en los últimos tiempos se viene enfrentando a poderosos obstáculos. La revolución cultural de Mao echó abajo miles de hutongs, y las reformas previas a los Juegos Olímpicos de 2008 la mayoría de los que faltaban. Hoy permanecen vivos unos 500, de los más de 3.000 que había en los 80 y de los muchos más que había en siglos anteriores. Pero el obstáculo más grande es el progreso económico que hace que los propios chinos les den la espalda. Los hutongs están desapareciendo, pero sólo parece importar a las viejas generaciones, a los que crecieron en ellos, y a los intelectuales más concienciados con la conservación del patrimonio. Ha habido pocos intentos de construir nuevos barrios que integren el viejo modelo de siheyuan porque es una integración cara y difícil. La economía china ha despegado y ahora los jóvenes demandar apartamentos occidentales, cómodos y modernos, donde poder llevar una vida más privada.
Los hutongs empiezan a parecer no ya antiguos, sino caducos, y a evocar el recuerdo de una época más pobre. A menos que alguien idee la manera de modernizarlos sin destruir su esencia, cosa difícil, irán pereciendo, y probablemente pase lo que suele pasar en estos casos: que sólo se preservarán unos pocos y ya no serán hutongs, sino parques temáticos para turistas.
Por ello es importante visitarlos ahora, que aún existen.