Leipzig es una ciudad con un profundo respeto por su tradición musical y el medio natural que la rodea. Al igual que Berlín, es difícil pasear por sus calles sin toparse con árboles y zonas verdes. Al ver los canales que atraviesan el callejero y los lagos que la rodean uno comprende que la música tenga un peso vital en la historia de Leipzig.
Aunque antes de poder atraer a algunos de los más famosos compositores de todos los tiempos, la ciudad de la música destacó y creció gracias al comercio. En 1165 la población recibió el título de ciudad y el privilegio de tener una feria de comercio, siendo una de las más antiguas de toda Europa. A raíz de estos privilegios Leipzig fue creciendo junto a su feria, alcanzando unos niveles de prosperidad a los que difícilmente habría llegado sin el comercio.
El enriquecimiento que el flujo comercial europeo dejó en Leipzig la fue convirtiendo en una ciudad atractiva. Y allí donde hay dinero el arte suele florecer con más facilidad que en cualquier otro sitio. En el caso de la ciudad sajona fueron las notas musicales las que encontraron la armonía necesaria para eclosionar.
La música es tan importante para Leipzig que es uno de sus principales atractivos turísticos. El calendario está repleto de festivales, en su mayoría en honor a los maestros que nacieron o vivieron en la ciudad. También el callejero está plagado de edificios relacionados con la música, como el Museo de los instrumentos musicales, que ningún entusiasta o simple curioso debería dejar de visitar.
Tan solo un siglo después de obtener el privilegio de comercio, en la Iglesia de Santo Tomás comenzó una de las tradiciones más famosas de la ciudad: el coro de Santo Tomás. Originalmente llamado de San Agustín, este coro de 800 años goza de fama nacional e internacional, y uno de sus cantores más famosos fue Johann Sebastian Bach. El compositor, aunque no fue natural de Leipzig, trabajó 27 años en la ciudad creando un vínculo indisoluble, y es que fue enterrado en la Iglesia de Santo Tomás.
Otro compositor de renombre que acabó estrechando sus lazos para siempre con Leipzig fue Felix Mendelssohn. En 1827, el músico se trasladó la ciudad de la música para dirigir la Gewandhaus, la primera orquesta civil (que se fundó como iniciativa de la burguesía y no de la corte) de Alemania. La orquesta continúa en activo como una de las más notables a nivel mundial, y su sala de conciertos homónima es una de las señas de identidad de Leipzig.
Pero Mendelssohn no se conformó con dirigir la orquesta, también quiso abonar el futuro de la música en Leipzig creando un conservatorio. Fue la primera escuela superior de música de Alemania, y entre otros profesores destacados, contó con el propio Mendelssohn o Robert Schumann. Su última residencia en la ciudad, y la única que se conserva de Mendelssohn, es ahora una casa museo dedicada a la vida del compositor.
Otro que dio sus primeros pasos como músico en Leipzig fue Richard Wagner, que nació en la ciudad sajona en 1813. Ese mismo año se libró en las cercanías de la ciudad la batalla de las naciones (o de Leipzig), entre las tropas napoleónicas y las de la Sexta Coalición. Fue la mayor batalla de las guerras napoleónicas, y un punto de inflexión que obligó a Napoleón a retirarse a Francia. Un complejo monumental abierto al público conmemora aquella batalla esencial para el destino de Europa.
Con el tumulto de la guerra más lejos, Wagner comenzó a aprender música gracias a miembros del coro de Santo Tomás y de la orquesta de la Gewandhaus, hasta que finalmente estudió en la Universidad de Leipzig. En su ciudad natal el público pudo escuchar por primera vez sus obras, no obstante, el compositor pronto se marchó de Leipzig aceptando puestos en coros y óperas de diferentes ciudades europeas.
La ciudad de la música ha dado cobijo y criado a algunos de los más brillantes compositores de la historia en la sala de conciertos de la Gewandhaus y el conservatorio. Y otro de los símbolos de Leipzig es el edificio de la ópera. Fundada en 1693, ha sido desde entonces un referente a nivel internacional, y allí también tiene su hogar el ballet de Leipzig y el coro infantil de la ópera.
Para terminar con un recorrido musical, cualquier visitante interesado debería visitar el museo de Johann Sebastian Bach o la casa de Schumann. Aunque los verdaderos entusiastas querrán ir a Leipzig cuando se celebre alguno de los festivales. El Bachfest de junio combina lo más tradicional de la ciudad en lugares relacionados con la vida de Bach, representaciones al aire libre y conciertos de jazz. No obstante, la lista es larga.
En Leipzig hay vida más allá de la música, y aunque la ciudad gire en torno a ella, como adelantábamos, el medio natural que la rodea también goza de suma importancia. La ciudad cuenta con una serie de canales que no solo la embellecen, sino que son navegables y hay todo tipo de actividades para los que gustan del turismo natural. Para los turistas interesados, el Zoo goza de una buena reputación, y las afueras están repletas de lagos en los que hay más opciones de escapadas al aire libre.
El centro histórico también cuenta con opciones para todos aquellos a los que guste ir de compras, o el simple hecho de admirar la armoniosa arquitectura de las galerías comerciales. Es una herencia directa de casi un milenio de actividad comercial, un progreso puesto en suspenso tras la Segunda Guerra Mundial. En la zona oriental de Alemania, Leipzig quedó bajo la administración soviética en la República Democrática Alemana.
En 1989, con el muro todavía dividiendo Berlín y la Unión Soviética en caída libre, el 4 de septiembre comenzaron en la Iglesia de San Nicolás las manifestaciones de los lunes, pidiendo democracia y libre circulación de personas. Conocida como la revolución pacífica, aquellas manifestaciones formaron parte de los primeros pasos que permitieron la reunificación alemana, lo que sacó a Leipzig de su letargo.