En el sur de Alemania se encuentra, en pleno valle del Neckar, Heidelberg. Una pequeña ciudad que parece estar perfectamente amoldada al entorno natural que la rodea. Y es una de las cosas que más llaman la atención del enclave: se alza justo al final de la Selva de Oden, un macizo montañoso al que está ajustado con una delicadeza inusual, como si Heidelberg fuera parte de un plan mayor que la propia naturaleza ha desarrollado con precisión milimétrica.

Los orígenes poblacionales por la zona son remotos, y una de las cosas por las que Heidelberg es mundialmente famosa es por la mandíbula del Homo Heidelbergensis. Los restos fueron encontrados cerca de la ciudad, y representan una especie extinta del género Homo que vivió hasta hace 200.000 años. No obstante, la primera población conocida data del siglo V a.C. Posteriormente, los romanos plantaron un campamento militar en el 40 d.C., y alrededor del mismo se desarrolló la vida urbana como en tantos otros asentamientos.

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Heidelberg a vista de pájaro Foto

En la Heidelberg que vemos ahora no solo se denota un fuerte respeto por el paraje natural en el que se emplaza, sino por el pasado de la ciudad. Hay una armonía perfecta entre las partes de más reciente construcción y el núcleo histórico. En el propio casco antiguo conviven edificios de diferentes estilos y épocas, y todo parece encajar en una sintonía sin fisuras.

El juego de alturas que ofrece la Selva de Oden es uno de los sellos de Heidelberg, porque además, se entrelaza con el casco antiguo, ofreciendo alguna de las mejores vista de Europa. Una panorámica cerrada entre montañas que se abre a la llanura de edificios bajos y puentes discretos que articulan la ciudad.

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Heidelberg, de noche desde el palacio Foto

A uno de los lados del Neckar, y elevado, está el palacio de Heidelberg. Una construcción anterior al 1214 que domina con firmeza toda la ciudad y tiene, también, una de las mejores vistas de la misma. Se puede visitar y es uno de los principales reclamos turísticos. Además de una presencia imponente, cuenta con varias salas dignas de la visita, además de unos jardines en el emplazamiento más inesperado.

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El palacio de Heidelberg Foto

Al otro lado del río, también elevado, está el paseo de los filósofos. Es un camino entre cuidados jardines con vistas a Heidelberg y su nombre es muy literal. Ha sido el lugar preferido por profesores universitarios, filósofos y poetas para andar, tener conversaciones y reflexionar durante cientos de años. Y la verdad es que el paseo invita a todo ello.

Y es que Heidelberg no solo reluce como ciudad acertadamente situada en este paraje natural, también lo hace como una de las primeras ciudades universitarias de Europa, y como núcleo importante del romanticismo alemán. Dos legados culturales que la población ha conservado a lo largo de los siglos, y que en la actualidad cuida y promociona como parte de su riqueza turística.

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Vistas desde el paseo de los filósofos Foto

La primera universidad alemana no solo se conserva en pie, sino que sigue siendo uno de los principales exponentes universitarios del país. Sin duda, cuenta con algunas de las aulas más destacadas del mundo, y más de un estudiante pensará seriamente en aprender alemán con tal de poder acudir a clase en semejante edificio.

Además, Heidelberg fue uno de los centros importantes del romanticismo alemán. En su seno nació un importante círculo de poetas que dejó su huella en la ciudad. Entre ellos estaban Joseph von Eichendorff y Hoelderlin, que se inspiraron en el paseo de los filósofos para algunos de sus poemas. De hecho, en el paseo uno puede visitar la piedra de Eichendorff, en reconocimiento a su obra.

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Una de las aulas de la universidad Foto

Bajando de las montañas, el casco histórico de Heidelberg tiene tanto que ofrecer al visitante como uno esté dispuesto a andar. Es el lugar perfecto para cargar pilas con una cerveza alemana, y para ver algunos de los edificios de la universidad. En el centro se puede visitar la Iglesia del Espíritu Santo, el edificio que más sobresale, y parar para un café en la Plaza del Mercado, en la que uno puede comprar objetos navideños si va en tan señalada fecha, pues allí se monta uno de los mercadillos navideños más pintorescos de Europa.

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El casco antiguo desde el otro lado del Neckar (a la izquierda, el puente antiguo con su puerta) Foto

Merece la pena cruzar el puente de Carlos Teodoro, o el «puente antiguo», pasando bajo la Puerta en uno de los extremos, y dando un paseo por la ribera del Neckar. De vuelta al casco histórico, y al lado de la Iglesia del Espíritu Santo, está uno de los edificios barrocos más señeros de la ciudad, el hotel Zum Ritter, cuya fachada es impresionante.

Si uno se cansa de tanto edificio siempre puede volver a cruzar el Neckar y subir por el paseo de los filósofos. Coger un libro y sentarse en un banco, o dar una vuelta con la cámara de fotos. O también puede dedicar un día a una escapada de senderismo, ya que el paseo conecta con alguna de las rutas que hay alrededor de Heidelberg para pasar un día entre la naturaleza de la Selva de Oden.

Heidelberg invita a la vida tranquila y apacible. Cuando uno está allí, contemplando el Neckar cruzando las montañas, entiende que el romanticismo pervive.

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