A Glastonbury ya no se llega en ferrocarril. Hasta 1964 tuvo una estación que se preciaba de ser la más grande de Somerset and Dorset Joint Railway. Pero la línea en su totalidad dejó de existir. Queda una ruta de autobús que la conecta con Bristol (preciosa ciudad, perfecta para organizar una escapada veraniega) y con Wells, y poco más. Glastonbury es un pueblo muy pequeño. Y a pesar de todo, entre la primavera y el otoño está siempre lleno de gente.
Unos llegan en coche, por su cuenta, otros en grandes autobuses turísticos. Vienen a ver la famosa Abadía, o mejor dicho sus ruinas, y también la torre de la antigua Iglesia de San Miguel, que se alza solitaria sobre una colina con preciosas vistas del centro urbano y del paisaje ondulado y brumoso que lo rodea. Se la conoce, simplemente, como Tor. En sus alrededores se celebra cada verano el Festival de las artes de Glastonbury, uno de los eventos musicales más importantes de Europa, famoso por su locura y su extravagancia.
A Glastonbury, y en particular al Tor, se lo relaciona con el rey Arturo, con José de Arimatea y con la mítica isla de Avalon. Hay incluso quien dice que el propio Jesucristo la visitó. En el pueblo hay varias librerías donde se puede encontrar obras dedicadas a teorías como éstas y aún más bizarras. Las calles de Glastonbury son típicamente inglesas, pero están plagadas de tiendas con nombres como Gothic Image, The Magik Box, Man, Myth & Magic o The Speaking Tree. Lo raro, lo esotérico y lo sobrenatural es lo normal. Aunque también hay establecimientos más tradiciones: en The Truckle of Cheese se pueden encontrar los quesos de Cheddar que también dan fama a esta zona del Somerset.
Glastonbury es, en fin, un paraíso de los aficionados al misterio, pero como destino turístico su atractivo va más allá: es un lugar objetivamente hermoso, muy agradable, con un entorno bendecido por la naturaleza y unos atractivos históricos y culturales de primer orden.
La Abadía de Glastonbury, el Rey Arturo y el Santo Grial
En su momento de mayor apogeo, que tuvo lugar entre los siglos XII y XV, la Abadía de Glastonbury fue una de las más importantes de Inglaterra. Uno puede pasar más de una hora caminando por la extensa sucesión de sus ruinas, admirando uno de esos paisajes que sólo ofrece Inglaterra: sucesiones interrumpidas de arcos ojivales, altos e imponentes sin techos ni bóvedas ni pavimentos, que surgen como esqueletos de una tupida alfombra verde. En los días soleados es un paisaje comparable en belleza a las mejores ruinas de la Antigüedad.
En la abadía reposan, si uno quiere creerlo, los restos del rey Arturo y de su esposa Ginebra. La leyenda surgió en el siglo XII y venía favorecer los intereses de Enrique II, rey de Inglaterra, pues demostrando la muerte de Arturo quedaban en entredicho ciertas profecías galesas que anunciaban su vuelta para liberar Avalón. También se dice que el solar que ocupa la abadía fue el punto donde José de Arimatea tocó tierra en su huida desde Tierra Santa, tras enterrar a Jesús y traer con él el Santo Grial. Es en el fondo la misma leyenda que tantos otros lugares han ido tejiendo, adornada aquí con ecos de los pueblos celtas y la antigua brujería de los druidas; una forma especialmente entretenida de aderezar la narrativa de un lugar que en otro tiempo era bañado con frecuencia por fuertes riadas que convertían cada colina en una isla y le daban un aspecto muy apropiado para las historias fantásticas.
El Tor, mirador privilegiado y entrada al ultramundo
Si la abadía se alimenta de leyendas, el famoso Tor (que se refiere a la colina, y no a la torre) es el centro neurálgico del Glastonbury más esotérico. Se dice que la propia colina tiene origen mágico, que para los celtas era la entrada al ultramundo, que está rodeado de poderosas fuerzas telúricas que sólo los más sensibles son capaces de sentir (no es raro encontrar a gente abrazada a la torre), o que forma parte de una línea de fuerza que dibuja el símbolo del infinito alrededor de la tierra. Cada uno puede creer lo que quiera: como decimos siempre, no hay excusa que sea mala para viajar. Lo que está más allá de la creencia y de la opinión es que el camino al Tor, entre senderos serpenteantes y colinas onduladas, es una preciosidad, y que desde lo alto de la torre las vistas de Glastonbury y el paisaje que lo rodea son de las que no se olvidan.
Para terminar la visita, merece la pena entrar en el edificio del Tribunal, del siglo XV, ocupado ahora, en parte, por la oficina de turismo; y en el Chalice Wells o Pozo del Cáliz, uno de los más antiguos del país, situado en un espacio ajardinado y extraordinariamente tranquilo.