Hoy día, en Cuba no se vende Ron Bacardí.
A pesar de que fue en Cuba donde se inició la producción moderna del ron (al menos la del ron que hoy conocemos, distinto del aguardiente que tomaban los piratas). A pesar, también, de que Bacardí es en la actualidad uno de los mayores productores de ron del mundo. A pesar, por último, de que quien inició ese proceso (la fabricación del ron moderno) fue, precisamente, la familia Bacardí, en su destilería de Santiago de Cuba.
Naturalmente, la razón de esta anomalía hay que buscarla en la Revolución Cubana.
El 13 de octubre de 1960, el gobierno de Castro expropió Ron Bacardí S.A. (entre otras muchas empresas), dos años antes de que la compañía fundada en Santiago de Cuba cumpliera su centenario. Los miembros de la familia se vieron obligados a dejar la isla y, como ya estaban presentes en otros países -como Puerto Rico- y habían tomado medidas para proteger su producción y su marca en caso de injerencias gubernamentales, pudieron continuar su actividad, aunque no sin una serie de batallas legales y el diseño de una intrincada arquitectura empresarial.
Para mayor complicación, todo esto pasaba sólo unos pocos años después de que la propia familia Bacardí hubiera apoyado y financiado al revolucionario Fidel Castro, que durante la última etapa de la dictadura de Batista era visto con simpatía no sólo por izquierdistas y clases populares, sino por hombres de negocios. Y poco después de que, en el Rancho Club, un elegante restaurante fundado por Pepín Bosch, entonces presidente de Bacardí, se celebrara el matrimonio de Raúl Castro, hermano de Fidel, y Vilma Espín, cuñada del propio Pepín Bosch.
Los esponsales fueron un punto dulce en las relaciones Castro-Bacardí: una hija de la élite de Santiago, profundamente enraizada en el círculo Bacardí, unida con el hermano del propio Fidel Castro, el hombre al que Fidel designaría su heredero y sucesor. Los Bacardí y los Castro, en este punto, compartían así no sólo sus raíces de clase alta en la provincia de Oriente, sino su compromiso con una nueva Cuba.
La intervención de Bacardí en los eventos más importantes de la historia cubana, en realidad, empezó mucho antes de la revolución y no terminó con ella. Durante muchos años los Bacardí fueron un importante apoyo por la independencia cubana, y durante la primera mitad del siglo proporcionaron a los sucesivos gobiernos de Cuba consejos y recursos. Y al exilio lo siguieron un buen número de litigios con el gobierno castrista y la promesa, renovada hace poco tiempo por el actual presidente de la compañía, de que Bacardí volverá a Cuba cuando ésta lo permita.
Es una historia apasionante que sirve muy bien para ilustrar la historia del país caribeño durante prácticamente los dos últimos siglos. Y eso es precisamente lo que ha hecho el periodista norteamericano Tom Gjelten en el libro Bacardí: la larga lucha por Cuba, publicado en español por Penguin Books y muy recomendable para quien quiera adentrarse en la historia cubana. Mucho más para que quien esté preparando un viaje a Cuba.
Precisamente esa idea, hacer un viaje por Cuba y de camino visitar los lugares más directamente relacionados con la historia de Bacardí, sería el complemento perfecto a la lectura dele libro de Gjelten y una muy buena oportunidad para profundizar en la historia contemporánea del país, rica, como se puede ver en un simple vistazo, en matices y contradicciones.
La destilería de Bacardí en Santiago
La saga de los Bacardí se había iniciado con Don Facundo Bacardí, catalán de Sitges que a mediados del siglo XIX decidió trasladarse, en busca de una mayor prosperidad, a Santiago de Cuba.
Había allí una colonia de comerciantes catalanes que le ayudó a instalarse, y tras unos inicios prometedores en el negocio de la importación, vio una gran oportunidad en la fabricación de ron de calidad. Cuba disponía de una inmensa cantidad de caña de azúcar, pero por entonces se exportada directamente a Estados Unidos y los rones de más éxito se fabricaban fuera del país.
Hasta los mejores rones caribeños eran tan fuertes que quemaban la garganta y muchos tenían un gusto tan recio que sólo era posible tomarlos mezclados con té o en ponches. Facundo quería fabricar, y vender, un ron capaz de borrar la antigua idea que lo asociaba con bucaneros, marineros bravucones y tabernas de baja estofa y alinearse junto a los delicados coñacs y whiskys preferidos por los bebedores de élite.
A la buena identificación de esa oportunidad de negocio sumó Facundo otro instinto acertado: el de la importancia de la marca.
En una época en la que los rones "se vendían sin etiqueta u otras características que permitieran identificarlos", Facundo empezó firmando todas y cada una de sus botellas, antes de añadirle el hoy conocidísimo murciélago que distingue a la empresa. Fue todo un éxito. El ron gustó, se expandió por toda Cuba y colocó a Bacardí como la marca líder en su sector.
Es muy distinta de la ultramoderna fábrica Bacardí en las Bermudas, pero la vieja destilería de Santiago tiene el atractivo de la historia. Aquí fue donde Don Facundo puso en marcha el negocio y desde donde Bacardí abasteció durante décadas el mercado cubano y caribeño.
Hoy es un cascarón desvencijado que se sigue utilizando para producir Ron Caney, Ron Santiago y Ron Varadero. Muchos trabajadores de Bacardí permanecieron en sus puestos tras la nacionalización y continuaron haciendo un ron de muy buena calidad, aunque la capacidad productiva nunca pudo competir con la que había tenido Bacardí.
Los directivos de Bacardí aún la consideran de su propiedad tienen la esperanza de que el gobierno cubano, en un futuro próximo, les reconozca ese derecho.
Lamentablemente no se ofrecen tours ni visitas guiadas. Lo que se puede hacer es acercarse a verla y luego pasar por el cercano Barrita de Ron Havana Club, y saborear algunos de los buenos rones santiagueros.
El Museo Bacardí
Emilio Bacardí y Moreau, hijo y heredero del fundador de la dinastía, se educó en Barcelona mientras su padre ponía en marcha el incipiente negocio, y fue desde muy joven un amante de las letras y un convencido nacionalista cubano. Con el tiempo participaría en la Guerra de los Diez Años, sería apresado por las fuerzas españolas y enviado a España, donde pasaría varios años encarcelado en Cádiz y Sevilla, para volver a Cuba, colaborar de nuevo con la, esta vez exitosa, Guerra de la Independencia, y decepcionarse por la absorvente influencia de los Estados Unidos en la política cubana durante los años posteriores.
Pero lo más interesante de Emilio quizá sea que, mientras participaba políticamente en todos esos acontecimientos, se las arregló para suceder exitosamente a su padre al frente de la compañía Bacardí y mantener la empresa no sólo a flote, sino en expansión durante una época de turbulentos cambios políticos, convirtiendo Bacardí en "el ron de Cuba", ganando concursos internacionales y logrando el prestigioso marchamo de "abastecedores" de la Monarquía Española.
Fue entonces cuando se produjo la célebre anécdota de la "curación" del infante Alfonso XIII gracias a un chupito de Bacardí, anécdota fuertemente explotada por una compañía que luchaba en ese mismo tiempo por expulsar a los españoles de su colonia más preciada.
Si bien los hermanos Bacardí eran abiertamente críticos con la dominación española en Cuba, también tomaban su negocio del ron con la suficiente seriedad como para apreciar la ventaja comercial que les daba una distinción de «abastecedores» reales y no dudaron en procurarla. No tuvieron reparos en presentar sus rones en la Exposición Universal de Barcelona en 1888, en la que ganaron medalla de oro, como tampoco habían cuestionado la promoción del ron Bacardí hecha por su padre en la exposición de Madrid en 1877, en los mismos momentos en que la fábrica de Bacardí en Santiago estaba siendo utilizada como tapadera para la conspiración antiespañola.
Con la "ocupación" estadounidense se inició uno de los procesos que más beneficiaron a Bacardí: la era de los cócteles. Surgieron entonces el Cuba Libre (rebautizado Ron Cola tras el éxito de Castro y el inicio del bloqueo), el daiquirí, el presidente y el Mary Pickford.
Si Don Facundo nunca había llegado a nadar en la riqueza, su hijo Emilio sí lo hizo, y pudo darse algunos caprichos que aún hoy siguen existiendo. Construyó una fabulosa mansión en las afueras de Santiago que hoy se utiliza como escuela para niños con problemas, y en 1912, cuando contaba 68 años, inició junto a su esposa un viaje que los llevó a Nueva York, París, Jerusalén y Egipto, viaje del que surgieron un libro (Hacia tierras viejas) y un museo formado por las piezas de arte que fueron comprando durante su periplo, incluida una momia egipcia que casuó estupor a las autoridades aduaneras.
Dicho museo sigue en pie y su visita es altamente recomendable.
El Edificio Bacardí en La Habana
Bajo la dirección de Don Enrique (Henri) Schueg, el hombre que convirtió a Bacardí en una verdadera corporación multinacional, comenzó, en 1924, la construcción de un opulento edificio de oficinas de estilo art déco en la ciudad de La Habana.
Con detalles ornamentales diseñados por el famoso ilustrador Maxfield Parrish, el edificio sigue siendo en la actualidad uno de los grandes atractivos de la capital cubana.
El edificio ricamente decorado en oro y negro con la fachada adornada con murciélagos de bronce y paneles grabados en vidrio glaseado con imágenes de ninfas pronto se convirtió en un hito de la ciudad. En el tope de la torre central había una estatua del murciélago Bacardí con las alas extendidas que sobresalia majestuosamente en el horizonte de La Habana. El edificio Bacardí se convirtió en una parada habitual para los turistas estadounidenses, que eran invitados a tragos gratis en un ornamentado bar en el entresuelo.
Fue un ejemplo más de la importancia que en Bacardí siempre dieron a la marca, pues aunque la compañía nunca llegó a ocupar más que una pequeña parte del edificio éste siempre se llamó Edificio Bacardí, y mostraba el orgulloso murciélago en el horizonte de la capital.
En la misma época se inició la producción de la célebre cerveza Hatuey, hoy prácticamente perdida por la mala gestión, y ponía en marcha las primeras destilerías fuera de Cuba: en Barcelona, Nueva York (luego cerrada en la época de la prohibición) y en México.
Con la única competencia seria de Havana Club, estos fueron años de gloria para Bacardí, que se vendía sin dificultad como "el ron de Cuba" y aprovechaba todas las oportunidades para potenciar su marca. Una de las mejores se la proporcionó Ernest Hemingway, que, durante su estancia en Cuba, solía parar en La Bodeguita del medio a tomar su célebre mojito o daiquiri Bacardí
El Van der Rohe que Santiago nunca tuvo
De no haber estallado la revolución, hoy podría existir en Santiago de Cuba un reluciente edificio de oficinas diseñado por Mies van der Rohe.
El célebre arquitecto berlinés recibió el encargo por parte de Pepín Bosch, y llegó a diseñar el edificio, pero justo cuando debía iniciarse la construcción llegó la expropiación, impulsado por el entonces Ministro de Economía Ernesto Guevara, y los Bacardí abandonaron la isla. Por supuesto, el proyecto de van der Rohe nunca se llevó a cabo.
Poco después el propio van der Rohe finalmente diseñó un edificio administrativo para Bacardí en Tultitlán, México, junto al español Félix Candela. Los planos nunca ejecutados de la oficina de Santiago de Cuba fueron la inspiración de la berlinesa Neue Nationalgallerie, una de sus obras maestras, que pronto veremos más detalladamente en Ruta Cultural.