El mural de la última cena es un milagro artístico que se acerca a la perfección. Es único en su género y nada puede compararse con él
La frase es de Goethe, que además de gran escritor fue pintor aficionado y honesto crítico de arte. Milán, dijo, no le entusiasmaba. Su Catedral, icono hoy del Gótico italiano, le parecía "una monstruosidad", "una montaña de mármol de formas lamentables". Pero amaba profundamente un rincón de la ciudad de los Sforza y ese no era otro que el mural de Leonardo en Santa Maria delle Grazie. A pesar de que su estado, que él mismo calificó de "cadáver", era ya en aquel tiempo lamentable.
La Última Cena de Leonardo ha cautivado a muchos, y especialmente a muchos artistas y pintores. Pero también ha lenvatado muchos interrogantes. ¿Qué hace que la Última Cena un cuadro tan alabado por los más expertos? ¿Por qué está en tan mal estado, cuando otras obras de esta misma época o incluso anteriores se conservan a la perfección? ¿Qué hay de cierto en esas fabulaciones que sitúan en el cuadro a María Magdalena y lo relacionan con un cristianismo alternativo o hereje, o con los evangelios apócrifos?
¿La obra maestra de Leonardo Da Vinci?
El arte occidental ha representado la última cena repetidas veces y en todas las épocas, pero Leonardo escogió conscientemente no pintarla como siempre. Da Vinci escogió el momento preciso después de que Jesús transmitiera a sus discípulos que uno de ellos lo traicionaría.
Es el momento perfecto para jugar con las figuras, para agruparlas, para crear narraciones y convertir una escena estática en un enjambre de movimientos, historias y símbolos.
Quizá el principal instrumento del que se vale el pintor sean las manos de los personajes. Es fascinante observar las líneas que trazan, los puntos a los que se dirigen, la cercanía y la naturalidad que aportan a los personajes. Goethe dijo que sólo un italiano podía pintar un cuadro como éste. En Italia ya entonces se hablaba así, con las manos, verdadera extensión de la palabra y del sentimiento.
Pero la composición guarda muchos más secretos. Como en La Primavera de Botticelli y en muchos otros cuadros de la época, las figuras se entienden bien si las agrupamos de tres en tres. Al lado derecho de Cristo están Juan, Judas y Pedro:
Pedro, el más alejado, se lanza, por su fuerte carácter, cuando ha percibido la palabra del Señor, deprisa por detrás de Judas, quien mirando asustado hacia arriba, se inclina hacia adelante sobre la mesa con la mano derecha fuertemente cerrada sujetando la bolsa, pero haciendo instintivamente con la izquierda un movimiento convulsivo como si quisiera decir: ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué va a pasar? Entretanto, Pedro ha cogido con su mano izquierda el hombro de Juan, que está inclinado contra él, y señala hacia Cristo a la vez que anima al discípulo amado a que pregunte quién es el traidor. Puñal en la diestra, se lo pone a Judas instintiva y casualmente en las costillas, razón que explica su asustado movimiento hacia adelante, en el que incluso derriba un salero. Este grupo, quizá el más completo, fue pensado el primero.
Goethe, en Viajes por Italia.
La misma fuerza tiene la reacción de los personajes del lado izquierdo. Santiago se echa hacia atrás y hace gestos de gran dramatismo e incredulidad. Tomás se dirige hacia Cristo con el índice levantado, mientras Felipe, casi puesto en pie, parece decir: "Señor, yo no soy". Leonardo maduró el cuadro durante años y el resultado es una composición rica, llena de micro-escenas y micro-narrativas, como cuadros dentro de cuadros.
En el centro está Jesús, cuyo rostro de Cristo plantea siempre el reto de plasmar una figura a la vez divina y humana. Más aún en este cuadro de Leonardo, pues el momento impone que la figura se muestre apenada por la situación, aunque su condición obligue a representarlo con solemnidad y grandeza. Hay en la Biblioteca Ambrosiana un dibujo que cumple todos los requisitos para ser considerado un boceto preparatorio. El cabello, la postura, la indiscutible traza de Leonardo así lo sugieren. Es una maravilla y contemplarlo aumenta la admiración por Leonardo.
¿Por qué está La Última Cena tan mal conservada?
Leonardo fue un genio que no paró de experimentar. Y como es natural, aunque muchas veces acertó y abrió nuevos caminos, otras se dio de bruces con el fracaso. La Última Cena, obra maestra de la composición, fue un desastre desde el punto de vista técnico.
Insatisfecho con la tradicional técnica del fresco, que se realizaba sobre una base de cal y agua y exigía al pintor rapidez, pues al secarse fijaba el pigmento al muro, Leonardo se inventó una nueva. Aplicó óleo directamente sobre yeso seco, lo que le permitía retocar infinitamente. Comentan Vasari y también algunos contemporáneos que Leonardo acudía cada día al convento de las Grazie pero que su actividad variaba enormemente. Unos días pintaba enloquecido. Otros se pasaba horas contemplando y daba solo dos o tres pinceladas. Una rutina que habría sido imposible en un fresco al uso y que tuvo consecuencias desastrosas.
A los pocos años de terminar la obra ésta comenzó a deteriorarse. La gran humedad del refectorio terminó escamando partes de la pintura, el pigmento no había quedado bien fijado al muro y se fue perdiendo.
Pero la técnica leonardiana no fue el único problema. El rápido deterioro requirió el servicio de dudosos restauradores. Belloti en 1726, Gorgi unos años más tarde o Mazza en 1770 hicieron auténticas chapuzas con el ya desfavorecido mural de Leonardo. Afortunadamente Giuseppe Bossi, a principios del siglo XIX, pudo llevar a cabo una copia fiel, para la cual pudo disponer de un amplio material documental entre el que se encontraban numerosos dibujos preparatorios del propio Leonardo. Se lo encargó el virrey Eugène de Beauharnais, pues ya entonces el estado de la Última Cena era tan malo que se temía seriamente su total desaparición.
A finales del siglo XX se llevó a cabo una restauración minuciosa, detallada y profunda que tampoco estuvo exenta de polémica. Muchos criticaron su decisión de ocultar las partes irrecuperables del fresco. Otros aplaudieron que por fin se pueda admirar la obra en un estado lo más parecido al original.
Porque si el tiempo y las malas restauraciones fueron un problema, la obra también estaba mal ubicada. Muy cerca de las cocinas del monasterio, estuvo por siglos expuesta a los humos y las grasas, y tan poco la cuidaron los monjes que llegaron a abrir una puerta debajo del fresco que destrozó los pies de Jesús y de varios apóstoles.
Y por si fuera poco, en 1943 los aliados bombardearon Milán y una bomba cayó directamente sobre Santa Maria delle Grazie. La iglesia quedó casi completamente destrozada, pero el fresco se salvó. Y no por parte de magia. Ante el más que posible bombardeo, muchos se ocuparon de reforzar y proteger esta parte de la iglesia. Héroes anónimos del patrimonio. Sin ellos hoy no tendríamos Última Cena, ni bien ni mal conservada.
El milagro, como puede verse, es que aún podamos contemplar la Última Cena en su emplazamiento original. Que además es una experiencia muy diferente a contemplar una reproducción, pues Leonardo tuvo muy en cuenta el espacio del refectorio y la altura a la que habría de pintar.
¿Qué hay de cierto en El Código da Vinci?
Hace algunos años se disparó el interés por el cuadro de Leonardo gracias a la publicación de una famosísima novela, El Código Da Vinci, de Dan Brown.
Su trama fantástica incluye la existencia de una línea directa e ininterrumpida de herederos de Cristo, que se habría casado con María Magdalena, además de una serie de sociedades secretas empeñadas en perseguirse y luchar por mantener el secreto. El centro de toda la trama es precisamente La Última Cena, en el que Brown sitúa, justo a la izquierda de Cristo, a la que sería su mujer, María Magdalena.
El único apoyo para semejante identificación es la larga melena de dicho personaje y la suavidad y blancura de su piel. Poca cosa para una invención que sin embargo permite crear una trama de misterio y echar más leña sobre una iglesia acusada de machista y conservadora. Como si hicieran falta invenciones.
En realidad, a la izquierda de Jesús el que aparece es Juan, el más joven de los apóstoles, y para Leonardo era común representar al tipo de "hombre joven" de esta guisa, con rasgos exageradamente "delicados" y refinados, casi andróginos. Se puede ver en numerosos cuadros de Da Vinci pero también de otros autores de la época, y responde más a un "tipo", a un icono fácilmente reconocido por el ojo contemporáneo, que a una oscura conspiración secular cuyos secretos, si uno lo piensa fríamente, habría sido mucho más fácil transmitir por otros medios.
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Por supuesto, lo malo no es El Código Da Vinci, una novela de nula calidad literaria pero muy entretenida, sino la credulidad que lleva a algunos a tomársela en serio.