Unos dicen que el nombre de Montalcino viene de mons (monte) y de ilex (encina), y que significa "el monte de las encinas". Otros derivan sus últimas sílabas de Lucina, la diosa, romana pero de origen etrusco, que presidía el nacimiento de los niños. La propia etimología de Lucina es muy apropiada, pues podría provenir de lux (luz) y también de lucus (bosque).
Ambas cosas casan bien con Montalcino. En una zona que una vez fue habitada por los etruscos agrada pensar que estamos caminando por el monte de una diosa, Lucina, que reina sobre los bosques y que trae a la luz nueva vida.
Montalcino es uno de esos pueblos que embellecen la Toscana. Es vecino de Pienza y de Montepulciano. Se alza sobre un suave promontorio que alcanza, en su punto más alto, algo más de seiscientos metros. Es la casa de uno de los vinos con más renombre de Italia, el Brunello, un tinto robuso acompañado de aromas a geranio y a especias.
En la Edad Media fue una ciudad independiente y próspera, beneficiada por su posición en plena vía francígena, por donde acudían los peregrinos desde Francia hasta Roma. Lo siguió siendo hasta 1260, cuando otra ciudad que ya era más grande y que lo sería aún más, Siena, la derrotó en la batalla de Montaperti.
En la órbita sienesa se mantuvo Montepulciano por tres siglos, y en ese tiempo vio trabajar a artistas de la talla de Simone Martini y Ambroggio Lorenzetti, de cuya autoría aún quedan algunas obras en su pequeño pero extraordinario Museo Cívico.
En 1555 se produjo un hecho notable. Siena cayó en las manos de una Florencia expansiva, dominada entonces por Cosimo I de Mèdici. Pero muchos nobles de la ciudad, negados a dar su libertad por perdida, se refugiaron en Montalcino y proclamaron la allí la Repubblica di Siena riparata in Montalcino. Resistieron cuatro años. Luego Montalcino entró a formar parte del Gran Ducado de la Toscana y allí permaneció otros tres siglos, hasta el nacimiento del Reino de Italia.
Qué ver en una visita a Montalcino
Con sólo cinco mil habitantes no deja de resultar sorprendente el patrimonio histórico del que presume Montalcino. Arquitectura civil, arquitectura religiosa, museos y calles llenas de encanto se suceden por su pequeño casco urbano.
La Fortezza
De la etapa de dominio sienés se conserva todavía la fortaleza defensiva que, adosada a los muros de la ciudad, protegía a Montalcino de sus hostiles vecinos.
Llamada en italiano fortezza, impresiona el grosor de sus muros y la altura de sus torreones, aunque hoy, en su amplísimo patio o cortile, ya no hay escudos, espadas ni lanzas sino un programa casi continuo de espectáculos culturales. Desde sus altos muros hay vistas preciosas de los campos circundantes.
Los museos
Se llaman musei riuniti porque engloban dos: el Museo Cívico y el Diocesano. Ambos contienen obras de interés, pero en el primero especialmente encontrarán los amantes del arte varias obras de renombre.
Pertenecen todas a la escuela de Siena, el grupo de pintores que desde dicha ciudad desarrolló un proto-renacimiento luminoso, dulce y algo apegado a la vieja solemnidad del arte bizantino. Simone Martini y Ambroggio Lorenzetti son los nombres más destacados, aunque no los únicos.
La Piazza del Popolo
En el centro de todo pueblo italiano se encuentra una agradable piazza, casi siempre llamada del popolo o della repubblica. La de Montalcino es pequeña, pero está adornada con dos edificios históricos: el Palazzo Publico, aquí llamado también Palazzo dei Priori, y la Loggia.
El primero lleva siendo la sede del poder local desde que al gobernante local se la llamaba podestà, esto es, desde hace aproximadamente siete siglos. Decenas de signos heráldicos adornan unos muros que rezuman historia. Y a su lado, una preciosa loggia renacentista pone al broche a una plaza con verdadero encanto, el lugar ideal donde disfrutar de un buen café.
Las iglesias
Es sorprendente que un espacio urbano tan reducido como el de Montalcino se puedan encontrar decenas de iglesias. Las hay de todas las épocas, la mayoría pequeñísimas, poco más que parroquias locales.
La más destacada es la Chiesa di Sant’Agostino, que ha podido conservar su sobria fachada románica. El Duomo, en cambio, de estilo neoclásico y construido en el siglo XIX, es menos impresionante.
La Abadía de San Antimo
Muy cerca de Montalcino, junto a la pequeña aldea de Montelluovo del’Abate, se encuentra una de las mayores joyas del románico toscano.
Se trata de una abadía cuya fundación está relacionada nada menos que con Carlomagno, quien, al regreso de ser coronado emperador en Roma, se detuvo en una pequeña abadía y decidió sufragar su reconstrucción monumental. Su hijo Ludovico Pío fue quien finalmente envió los fondos. De esta primitiva abadía hoy solo queda el ábside, conocido como capilla carolingia.
Es conveniente acercarse a verla por la monumentalidad del edificio, construido en piedra, alabastro y mármol travertino, por su precioso emplazamiento, por la calidad de su fábrica y por las sorpresas que guarda su interior, donde se pueden encontrar capiteles formidables como el Daniel en la fosa de los leones, del Maestro de Cabestany.
Infinitas excursiones en el corazón de la Toscana
Por supuesto, Montalcino se encuentro en el corazón de la Toscana, y eso significa que las posibilidades para el turismo son casi infinitas.
Los pueblos de la Toscana, de las que ya hemos hablado, son verdaderas maravillas, y junto a Montalcino podemos encontrar dos de los mejores: Pienza y Montepulciano. Siena está a muy poca distancia, como también el lago Trasimeno y sus múltiples bellezas.