Allá por el siglo XI, varias corrientes históricas favorecían su construcción. La reforma cluniacense, desde el centro de Francia, impulsada y financiada desde el principio por los reyes de Navarra, se expandía por Europa como una ola. Los reinos cristianos vivían en auge tras la muerte de Almanzor y la disolución del Califato de Córdoba en un débil puzzle de innúmeros reyezuelos de taifas. El reciente esplendor del Camino de Santiago convertía a Navarra, León y Castilla en destino de una plétora de constructores y artesanos, de origen francés, que ayudaban a expandir el estilo luego llamado románico, y a levantar una cohorte de iglesias a lo largo de toda la ruta, desde Jaca hasta la tumba del Apóstol.
En medio de aquella época de expansión y de optimismo, en el año 1066, Doña Mayor, la viuda del rey más poderoso de su tiempo, Sancho III el Mayor de Navarra, dejó escrito que a su muerte todas sus posesiones se emplearan en la construcción del monasterio de San Martín de Tours, en la pequeña localidad de Frómista; templo que hoy conocemos, simplemente, como San Martín de Frómista.
De entre todos los edificios románicos construidos entonces, siendo muchos de ellos más grandes, más ambiciosos, más relevantes políticamente, el pequeño templo de Frómista logró convertirse en el “ejemplo proverbial” de aquella arquitectura: es la imagen que viene, primera, a la mente cuando pensamos en el románico, y la que más aparece en los manuales que ilustran el estilo.
Dijo el historiador Beban que sería difícil encontrar, incluso en Francia, un edificio de esta época de un calibre arquitectónico semejante al de Frómista, tan perfectamente proporcionado, avanzado y coherente, y dijo García Guinea que “la iglesia de Frómista es como el canon de la arquitectura de los siglos XI y XII”.
El estilo de Frómista representa la plenitud del modelo Jaqués, edificada con un claro programa y sin interrupciones, lo que se aprecia en la coherencia de sus volúmenes. Junto con Santiago de Compostela, San Isidoro de León y Jaca representa la cumbre del arte románico español del S XI.
Es en efecto lo primero que llama la atención: la robusta armonía de los muros y los arcos, la sabia decoración que marca los ritmos y subraya los cambios de altura (pues, en planta, Frómista es un rectángulo). Y a esa percepción ayuda su situación exenta y casi aislada, sin edificios cercanos que le impidan respirar.
San Martín es una preciosidad de templo. Libre de cualquier impedimento que dificulte su contemplación podemos circunvalarlo y hacernos una perfecta idea de su estructura. A ello contribuye el hecho de que aun siendo un templo de planta basilical, y erigido “a lo grande” goza de unas dimensiones apropiadas para poderlo contemplar en su totalidad.
El templo de San Martín carece de esculturas en los frontones, pero en cambio sus columnas, al modo del románico francés, están coronadas por elaborados capiteles que muestran motivos naturales y narrativos muy variados: demonios, monstruos y otros elementos de la imaginería medieval. En San Martín estos capiteles son de enorme importancia no sólo por su valor decorativo, sino por su finísima ejecución.
Lamentablemente, muchos originales fueron sustituidos por copias (algunos incluso fueron retirados ¡por su naturaleza impúdica!), pero no son pocos los que permanecen todavía en sus lugares originales (y los demás en el Museo Arqueológico Nacional, así que ahí va una buena razón para hacer otra visita).
En La Frontera del Duero hay disponible un dibujo de la planta con todos los capiteles que se pueden ver en el templo, y una descripción, uno a uno, de todos ellos.
La Portada Norte es una maravilla intacta, que no fue necesario restaurar. Lleva ahí casi un milenio y es un ejemplo canónico de la preciosa arquitectura románica: las tres arquivoltas, una de ellas basal, que enmarcan el acceso, los capiteles vencidos por el tiempo, y esa chambrana ajedrezada típica del románico español que enmarca todo el pórtico.
De Francia llegaron no sólo las ideas que motivaron la construcción de San Martín, allá por el siglo XII, sino también las que inspiraron su restauración, a finales del XIX (las mismas que inspiraron la restauración del monasterio rumano de Stavropoleos). M. Aníbal Álvarez se inspiró en las ideas arquitectónicas del siempre controvertido Violet le-Duc, partidario de una restitución idealista del edificio a su estado original. Una restauración excesiva, para muchos, aunque completamente necesaria en un templo que a finales del XIX ya no tenía culto y sufría graves riesgos de derrumbe.
Se había elevado sobre el cimborrio un cuerpo de campanas, se había construido una torre exterior y un pasadizo que desde ella ofrecía acceso al campanario, se habían adosado capillas y una sacristía, se habían prolongado las naves con un espacio dedicado a baptisterio, capilla funeraria y almacén que soportaba sobre sí un coro, y se había protegido la entrada norte con un atrio de moderna construcción. (La Frontera del Duero)
En Frómista confluyen dos grandes rutas: el Camino Francés, que lleva a Santiago desde Jaca, y el Canal de Castilla, una de las mayores obras de ingeniería hidráulica construidas en España. En el mismo pueblo la visita puede completarse con la iglesia de San Pedro, de estilo gótico. Más allá, todo el impresionante románico palentino y toda la atávica belleza de la Tierra de Campos.