DIFÍCILMENTE podría hallarse en los reinos de León y Castilla una región más interesante á los ojos del viajero artista y del viajero historiador que la conocida hoy con el nombre de Tierra de Campos.
Lo dice Francisco Simón y Nieto, personaje del que podría decirse que fue un ilustrado, o un humanista. Palentino nacido en 1856, se licenció y doctoró en medicina, presidió el Colegio de Médicos de Palencia y continuó durante toda su vida haciendo aportes a su profesión desde sus investigaciones en la universidad.
Sin embargo, hoy se le recuerda sobre todo por sus estudios históricos y artísticos, que nacieron de su curiosidad por la historia de su tierra y se pulieron gracias a su talento para la observación y a su natural perspicacia.
Uno de los frutos más bellos de aquel interés –que dejaron, entre otras cosas, una serie de observaciones sobre la Catedral de Palencia que marcaron el rumbo de las investigaciones posteriores– es un bello librito llamado Los antiguos Campos Góticos: excursiones histórico-artísticas a la Tierra de Campos, publicado en 1895.
Como ocurre en el caso de Pedro Antonio de Alarcón –con quien hace algún tiempo visitamos el Monasterio de Yuste, o con Ramírez de Arellano –que nos acompañó en nuestro paseo por el Puente Romano de Córdoba– estos excelentes escritores, a veces historiadores aficionados, casi siempre curiosos incurables e incansables viajeros, nos dejaron excelentes guías de viaje, que en rigor, calidad y narrativa superan en mucho a las nuestras actuales, y que impregnan sus descripciones de verdadero amor y conocimiento por los lugares visitados y por las disciplinas cuyo dominio puede informar y mejorar la visita. Buena prueba de ello es que siguen siendo útiles como guías más de un siglo después.
Con Francisco Simón y Nieto nos adentramos, pues, sin más dilación, en la sobria y fabulosa Tierra de Campos, en sus caminos, pueblos, iglesias y palomares.
Llanuras infinitas sin ríos ni montes ni vegetación.
El rasgo más genuino de la Tierra de Campos proviene de su carácter geológico, del que nacen sus infinitas llanuras sin montes, cultivadas de cereales e ininterrumpidas sólo por pequeños arroyuelos, pueblos diminutos y solitarios palomares.
Todo el país conocido con este nombre ofrece un carácter geológico uniforme: grandes llanuras sin montes, sin valles y casi sin ríos, formadas por delgada capa de tierra vegetal, que tiene debajo, á muy corta distancia, un subsuelo terciario, del todo infecundo é impermeable; pequeñas y suaves elevaciones constituyen la divisoria de miserables arroyuelos, que permanecen secos la mayor parte del año, y que están determinadas, en lo general, por depósitos de loess amarillo de formación cuaternaria, de lodos arcillosos, duros y friables. Alrededor de esta llana superficie, y sirviéndola de marco, se levanta una cadena de elevados montes de formación miocénica , cubiertos por una estrecha capa de terreno nutritivo y laborable; y en el centro, ó mejor, en el punto más declive, la laguna de La Nava, resto sin duda del mar miocénico que rompió, produciendo las cuencas del Pisuerga, del Carrión, del Cea y del Valderaduey.
A esta región, que se extiende por el Norte hasta Carrión, siguiendo la vega del río de este nombre, al Sur hasta Palencia, donde empiezan el Cerrato y los Alcores, al Este hasta las orillas del Pisuerga, y al Oeste hasta Sahagún, á esta región llamaron los antiguos cronicones y el arzobispo D. Rodrigo Campi Gothorum, y Tierra de Campos los modernos.
La denominación original de Campos Góticos se refiere obviamente a los pueblos germanos que ocuparon el solar dejado por el Imperio Romano, y que, según no pocas crónicas, se asentaron en estas tierras antes de dominar el resto de la Península.
Lo que no está del todo claro el epíteto se refiere a los vándalos y los suevos, que vinieron primero y causaron gran destrozo, o a los visigodos, que llegaron más tarde y restauraron en cierta medida la prosperidad de estas regiones. Simón y Nieto dice que, por ser más agradable, prefiere creer lo segundo.
La índole particular de su estructura geológica y su elevada situación sobre el nivel del mar, han producido dos consecuencias: agronómica una, histórica y política otra. Fuera de las orillas de los ríos no existe apenas vegetación arbórea, ni es posible otro cultivo que el de las gramíneas; y por ausencia de los naturales elementos de defensa que ofrecen las montañas elevadas y los valles angostos, no ha podido sustraerse este país á toda clase de invasiones y á todo género de extrañas luchas.
En efecto, el llano relieve de la Tierra de Campos ha facilitado las invasiones y condicionado la política, factor bien visible en la época de la Reconquista, pero también antes, en época romana y visigoda, y después, entre las muy frecuentes reyertas entre nobles. La abundancia de castillos es consecuencia directa ello.
Consecuencia también de la geografía es la abundancia de palomares, construcciones modestas, muchas de ellos hoy en ruinas, que interrumpen tímidamente los campos infinitos y sirvieron tradicionalmente como complemento a las economías de la región la abundante cultivo de cereal. La mayoría son de adobe o de tapial, pero también los hay también de ladrillo y de piedra. Aquí puede leerse más sobre ellos.
Iglesias y monasterios, palacios y castillos
La Tierra de Campos fue, luego de los visigodos, invadida por el Islam, que sin embargo no dejó en ella demasiada impronta de su dominio. Toda la zona adquirió desde muy pronto un carácter fronterizo y se mantuvo en principio despoblada, aunque nunca del todo. Poco a poco, desde los tiempos de Ordoño I y Alfonso III, fue cayendo en el ámbito de influencia del reino de León, primero, y luego de Castilla, aunque hasta tiempos de Almanzor fue lugar frecuente de razzias musulmanas y por tanto tierra insegura, más aún por su relieve abierto y carente de defensa.
Luego, el enérgico crecimiento de los reinos cristianos engrandeció sus pueblos y ciudades, reedificó sus antiguas murallas y llenó la comarca de pueblos en torno a iglesias y monasterios, a los que luego añadieron sus palacios los grandes linajes nobiliarios.
Aún se ven, al recorrer aquellas vastas llanuras y al atravesar aquellos pueblos vetustos, señales de antiguas y nunca olvidadas grandezas. Todavía se levantan sobre los cerros robustas torres é imponentes castillos, límite primero de los dominios leoneses, y señal más tarde de ominosa servidumbre; todavía se encuentran en modestos lugarejos altas murallas, puertas defendidas con matacanes y barbacanas, y restos de antiguos edificios que han prestado albergue á poderosos señores; todavía se conservan, escondidos entre hermosas alamedas, históricos prioratos y abadías y memorables monasterios que guardan suntuosos enterramientos y son testimonio viviente de espléndidas concesiones reales, que conmemoran hechos de armas ó expresan sentimientos de acendrada piedad.
En lugares como Frómista o en Sahagún, ambos en los límites de la Tierra de Campos, o en Palencia, o en Támara, Ampudia o Becerril pueden admirarse formidables ejemplos del prerrománico y del románico y del gótico y del mudéjar y también del Renacimiento.
En ningún país como en este pueden encontrar el excursionista y el arqueólogo motivos con que alimentar su fantasía, ni más provechoso caudal de enseñanzas en arquitectura cristiana de la Edad Media. ¿Qué otra región ostenta templos visigodos del siglo VII como San Juan de Baños, monumentos románicos del XI como San Martin de Frómista, Santa Cruz de la Zarza y Santiago de Cardón, iglesias de transición como Villalcázar de Sirga, Amusco y Astudillo, y puros modelos ojivales como Támara, Patencia y Rioseco?
La Tierra de Campos, por su amplia extensión y por su carácter abierto, se puede visitar de mil maneras, de un modo estrictamente geográfico o bien siguiendo una ruta histórica y monumental, natural u ornitológica. Aquí se pueden encontrar varias buenas ideas.