Entre las plazas más frecuentadas de Vicenza –ahora y hace cinco siglos– está la piazza dei Signori, donde se encuentra el viejo Palazzo della Ragione. Es este un edificio verdaderamente notable. Se construyó en el siglo XV para albergar, en el segundo piso, el gobierno de la ciudad, y en la planta baja una zona comercial rebosante de tiendas de sedas, joyas, textiles o libros, como el mercado de Rialto en Venecia o como el gran bazar de Estambul.
En el siglo XVI sufrió un accidente, un derrumbe, y tuvo que que ser en parte reparado y reconstruido. La costumbre entonces era convocar concursos para que los mejores arquitectos hicieran sus propuestas, y en aquel caso, frente a arquitectos de gran fama como Sebastiano Serlio o Jacopo Sansovino, apareció el talento descomunal de un desconocido (desconocido entonces) Andrea Palladio, un arquitecto paduano que propuso una reconstrucción novedosa y sorprendente.
La propuesta de Palladio era la siguiente: añadir al edificio una basílica concebida al modo como se concebían las basílicas en sus orígenes, es decir al modo romano, como lugares para la reunión y para los negocios; añadirle también un pórtico clásico en su fachada principal, la que da a la Piazza delle Erbe; y todo ello presentarlo envuelto en un “cascarón” monumental de mármol blanco, una especie de segunda fachada compuesta de dos logias construidas al estilo romano aunque haciendo uso, curiosamente, de un recurso que los romanos no aplicaron nunca, de un recurso completamente novedoso y que tendría después un éxito enorme: la ventana palladiana, también conocida como ventana serliana o ventana véneta, una solución que consiste en adosar al lateral de cada arco una pequeña ventana rectangular que ensalza el espacio central, es decir el arco, y recuerda, porque en ellos está inspirada, a los viejos arcos de triunfo.
De eso rodeó Palladio todo el edificio que albergaba el gobierno de la pequeña y orgullosa Vicenza: de arcos de triunfo. Lo que él no supo es que esas ventanas llegarían en poco tiempo a España (véase un ejemplo en la Plaza de Santa María y en la Catedral de Baeza) y al Nuevo Mundo de los españoles, y que llegarían también a Inglaterra, donde causaron furor, y al Nuevo Mundo de los ingleses.
Más adelante construyó, también Palladio y en la misma piazza dei Signori, la Logia del Capitanato, y mucho después la propia ciudad de Vicenza decidió nombrar en su honor la pequeña placita que se abre al suroeste del Palazzo.
En la llamada piazzetta de Andrea Palladio hay una estatua dedicada al arquitecto más importante de la ciudad y desde allí se pueden admirar ambos edificios, la Logia del Capitanato y el Palazzo della Ragione, cuya fábrica original quedó tan oculta, tan invisible dentro de la doble logia de mármol, que hoy el edificio en su conjunto se conoce por otro nombre: el de Basílica Palladiana. Desde hace unos años es un centro de exposiciones que suele ofrecer una excelente agenda cultural, así que conviene estar al tanto antes de visitar la ciudad.
En la piazzetta de Andrea Palladio hay un también una excelente pastelería que parece contagiada de la belleza circundante (pues el propio local es una belleza), la Antica Pasticceria Soraru, un sitio perfecto para empezar el día con un café y una brioche ripiene alla crema. Hay que cargar las pilas y quizás llevar algo para el camino, que desde aquí partimos hacia el Sur para salir del centro de la ciudad y visitar tres lugares sublimes, llenos de arte, arquitectura y preciosos paisajes.
Hacia el Santuario de Monte Berico
Vicenza nunca fue una ciudad dominadora –como lo fueron su vecina Venecia o su vecina Milán– pero en la Basílica Palladiana se gestó una revolución arquitectónica que tuvo ecos por todo el mundo, y el nombre de Andrea Palladio es mundialmente conocido. De camino al Monte Berico pasamos, aún en el centro de la ciudad, por la Casa Pigafetta, donde vivió otro vicentino de fama mundial, Antonio Pigafetta, encargado del diario de a bordo de la expedición que por primera vez circunnavegó el planeta, al mando de Fernando Magallanes. La casa –de la que sólo se puede admirar la fachada exterior– es una joya del gótico tardío adornada con grifos y cornucopias, símbolos de la prosperidad y a la abundancia.
Pasando por el bonito Ponte San Michele cruzamos el río y en seguida se inicia la subida hacia el Monte Berico.
El Monte Berico es un tradicional lugar de veraneo de las clases adineradas de la ciudad, un refugio campestre, rodeado de vegetación y con estupendas vistas y paseos. En la Baja Edad Media cuajó una leyenda en torno a una aparición mariana en lo más alto del monte, que habría salvado a Vicenza de una epidemia de peste, y en su honor se levantó una iglesia dedicada a la Virgen, el Santuario della Madonna de Monte Berico, reconstruido por última vez en el seicento, en estilo barroco.
El santuario es una preciosidad y su interior contiene varias obras –La cena de San Gregorio, de Paolo Veronese, o la Pietá de Bartolomeo Montagna– que merece la pena admirar.
En el exterior se construyó, en 1924, la piazza della Vittoria, que tiene vistas excelentes de la ciudad de Vicenza y de buena parte del Véneto: se ve el Monte Grappa y el inicio de los Dolomitas, el Monte Pasubio e incluso la laguna véneta.
El primer domingo de cada mes suele realizarse un concierto de campanas, una tradición nacida en Verona que varias escuelas locales mantienen viva y que regala momentos tan hermosos como estos. En directo, el sonido es fantástico.
La Villa Capra Valmarana o Villa Rotonda
Se cita a menudo una frase que Goethe escribió en sus diarios de viajes por Italia, sobre la Villa Rotonda de Palladio. Dijo el poeta que “quizá la arquitectura nunca haya alcanzado mayor altura” desde entonces, y dijo también que Palladio había levantado algo muy parecido a un templo clásico.
Realmente han sido muchos los comentarios que con una u otra fórmula han subrayado nada menos que la perfección alcanzada aquí por Palladio, la armoniosa integración de las partes, la consecución de una obra a la vez racional, geométrica y sensual. La villa tiene cuadro fachadas iguales, que siguen el modelo clásico del templo romano; en su interior, hace un uso perfectamente renacentista de la luz que ilumina los espacios y los esquemas constructivos; y en su centro incluye una cúpula que recuerda en cierto modo al Panteón de Roma. Es un homenaje al clasicismo y a la vez un edificio tremendamente innovador.
Goethe tuvo la suerte de visitar también su interior, un privilegio que, hasta hace un par de años, sólo tenían algunos. Ahora la Villa Rotonda puede visitarse por fuera todos los días y por dentro los miércoles y los sábados. Merece la pena cuadrar en esos días la visita a Vicenza y consultar la web oficial de la Villa para estar al tanto de cualquier cambio.
La Villa Valmarana ai Nani
A unos pocos centenares de metros de la Villa Rotonda se encuentra esta otra residencia campestre, construida en 1669 y llamada ai Nani (de los enanos) por una antigua leyenda. Una princesa, se dice, o según otras versiones la hija de uno de los señores de la villa, nació enana, y sus padres, que no querían que viviera traumatizada por su condición, la recluyeron en una de las torres del castillo y la rodearon de un séquito de siervos todos ellos, también, enanos. La niña vivió así, engañada y feliz en su ignorancia, hasta el día fatídico en que un apuesto príncipe visitó la villa y –en la historia no queda claro cómo, si fue la curiosidad la que la mató o si fue una “traición” de uno de los siervos– la niña lo vio, cayó súbitamente en la cuenta de su triste condición, y se quitó la vida lanzándose desde lo alto de la torre. Como castigo, los enanos fueron convertidos en las piedras que aún adornan los muros del recinto de la villa.
Triste historia para una mansión famosa sobre todo por unos interiores que no tienen nada de tristes. En ellos trabajaron a mediados, del siglo XVIII, Gianbattista Tiepolo y su hijo Giandomenico, y pintaron, por encargo de Giustino Valmarana, una serie de frescos formidables. Los del palacio principal representan temas de la mitología clásica, escenas en torno a la Iliada de Homero y a la Eneida de Virgilio, a la Jerusalén libertada de Torquato Tasso y al Orlando furioso de Ariosto; un verdadero viaje virtual, un “palacio de la memoria” que recorre la historia de Europa a través de la poesía, y que intenta enseñar al visitante –como el Parque de los Monstruos de Bomarzo, pero traducido al lenguaje del fresco y del barroco– “la necesidad de superar las delicias y las penas del amor y alcanzar la madurez y la soledad heroicas”.
De vuelta en Vicenza, hacemos un última parada en la via del Risorgimento para admirar un precioso arco conmemorativo que se atribuye también a Andrea Palladio, el Arco delle Scalette, que originalmente flanqueaba el inicio de la subida al Monte Berico cuando este era aún el único camino. El encuadre de la elegante escalinata entre las columnas del arco es verdaderamente sublime.
Vicenza, además de arquitectura, ofrece una gastronomía rica y variada, y después de una mañana de intensa caminata os vamos a dejar a recomendar una baccalà alla vicentina de las que preparan en el Antico Ristorante agli Schioppi. Un plato antiguo y muy elaborado (aunque a un precio muy razonable) y un descanso merecido antes de seguir explorando la ciudad de Palladio, pues aún queda por ver el Duomo, el Teatro Olímpico, el Palazzo Chiericati…