La librería de la luz en la Abadía de Admont
La Abadía benedictina de Admont, en los Alpes austriacos, contiene una de las bibliotecas más espectaculares del mundo.
Benito de Nursia estableció a principios del siglo VI la regla del Ora Et Labora, y cinco siglos más tarde los monasterios benedictinos florecieron por Europa al lema de Ut in omnibus glorificetur Deus!, “para que todas las cosas puedan ser bendecidas”.
En Austria –que tiene mucho más que las montañas del Tirol, los lagos de Salzkammergut o la elegancia de Viena–, hay un monasterio benedictino verdaderamente espectacular. Está en una preciosa región en el Sur del país, una zona rica en maravillas naturales y culturales que se llama Styria. Algunos la llaman “el corazón verde” de Austria: tiene alta montaña, bosques y viñedos –la “Toscana Styria”, al sur de Graz (que, por cierto, es un destino perfecta para una escapada veraniega), y, en su rincón más noroccidental, tiene una impresionante abadía que siglos de Ora Et Labora han convertido en un compendio de arte y cultura. Hay allí varios museos de primer orden y una biblioteca de las que suele aparecer en las listas de las más fabulosas del mundo. Es la Abadía de Admont: nuestra visita de hoy.
La Abadía de Admont
El menú es irresistible: un conjunto monumental que agrupa arquitectura barroca, arte religioso, arte contemporáneo, museos y un enclave natural bellísimo, enmarcado por los Alpes. La Abadía de Admont se fundó en 1074, y se convirtió con el tiempo en uno de los centros monásticos más importantes del Sur del área germánica, con una celebrada escuela de escritura que poco a poco fue conformando la base de su impresionante colección bibliográfica.
En 1865 un incendio destruyó casi todo el monasterio, pero la librería se salvó milagrosamente. En los años siguientes, la iglesia, reconstruida sobre las bases de la anterior, fue el primer templo austriaco de estilo neogótico y seguramente fue también pionera en la inclusión de gárgolas humorísticas: las de Admont hacen mofa del emperador Guillermo I y del canciller Bismarck. En su interior conserva también varias joyas: una cruz gótica hecha por Andreas Lackner en 1518, una réplica de la famosa Madonna de Admont –cuyo original se conserva en el museo Joanneum de Graz–, y una Inmaculada de Martino Altomonte de 1726.
La Librería de Admont
Pero sin duda el atractivo número uno es la librería, que no pocas veces se ha ganado el epíteto de “octava maravilla del mundo”. La suma de sus vastas dimensiones, su estructura arquitectónica, sus estanterías y su decoración es verdaderamente impresionante.
Fue obra de Josef Hueber en 1776, que se inspiró en la Librería Imperial de Viena (hoy Biblioteca Nacional de Austria). Hueber dividió el espacio en tres partes, con una gran sala central coronada con una gran cúpula y dos salas laterales que reproducen la división general: cada una tiene tres secciones, cada una de las cuales su propia cúpula. Divisiones ternarias como símbolo de la Trinidad y una suma de siete cúpulas que apelan al número perfecto y a la satisfacción del trabajo terminado y bien hecho (“El séptimo día, Dios descansó”).
Las estanterías están todas pintadas de color blanco, con algunos efectos dorados, una influencia del gusto rococó del momento y una forma de intensificar el efecto de la iluminación, no solo la Divina sino la de la Ilustración. En palabras del arquitecto Hueber: “Como nuestro entendimiento, también los espacios deberían estar llenos de luz”. Y lo están gracias a las cuarenta y ocho ventanas que iluminan, sin obstáculos, las amplias galerías.
Ese mismo espíritu es el que informa los frescos que pintó el austriaco –cuyo nombre italiano es muy apropiado para trabajar en una abadía alpina– Bartolomeo Altomonte. Tenía ochenta años cuando pintó las siete cúpulas que representan las distintas fases del entendimiento humano y que podrían resumirse así: del pensamiento y el lenguaje surgen las artes y las ciencias, que culminan en la Revelación Divina, representada en la gran cúpula central. La religión y el pensamiento van de la mano en todo, hasta los nervios de las bóvedas y las ménsulas que sostienen las cúpulas parecen surgir de los propios estantes; las elaboradas hornacinas que albergan esculturas alegóricas de las distintas ciencias y saberes semejan los espacios que protegen a los libros.
Bajo la gran cúpula se conservan varias Biblias y obras de los padres de la iglesia; la sala septentrional está ocupada por literatura teológica, la meridional por el resto de los saberes. En total la biblioteca conserva cerca de doscientos mil volúmenes. De entre ellos hay mil cuatrocientos manuscritos, algunos de los cuales de fechas que dan vértigo, como el siglo VIII, y más de quinientos incunables. La mayoría de estas joyas permanecen en el archivo de la Abadía.
A lo largo de los espacios hay además dieciséis esculturas y dos grandes relieves, obras de Josef Stammel, que también pudo ser el autor de hasta sesenta de un total de sesenta y ocho bustos de académicos, artistas, poetas, escultores y musas que decoran las estanterías. Stammel fue contemporáneo de Altomonte y trabajó para la abadía durante más de cuarenta años, de forma que su estilo es perfectamente complementario al de la arquitectura y la pintura. Todas las esculturas son de madera, pintadas luego para darles un estilo de imitación del bronce.
Cuatro figuras que adornan la sala central, también de Stammel, representan el único contrapunto al programa general. Se esculpieron antes de la construcción de la biblioteca, y hoy sustituyen a un “Universum” originalmente construido para este lugar, pero que lamentablemente se perdió en el incendio de 1865. Son la Muerte, la Resurrección, el Cielo y el Infierno, núcleo escatológico muy utilizado en el Barroco: son las Cuatro Últimas Cosas que debe afrontar el viajero en su paso por este mundo. Lo hará mejor después de haber leído y estudiado todas las ciencias y saberes aquí presentes.