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]]>Se cumplen quinientos años de la muerte en Roma de Rafael Sanzio. Nació en Urbino, en abril de 1483. En su breve vida, sólo treinta siete años, el maestro del alto Renacimiento italiano tuvo tiempo de dejar una prolífica obra que es imprescindible para entender, no sólo las claves del clasicismo, sino las de muchos pintores posteriores.
Sus restos descansan por deseo propio en el Panteón de Agripa de Roma bajo un epitafio que resume el alcance de su obra:
“Esta es la tumba de Rafael, en cuya vida la Madre Naturaleza temió ser vencida por él y a cuya muerte ella también murió”.
Aclamado en vida como arquitecto, diseñador y pintor, creció como artista en Florencia, Roma, Urbino y Perugia (a las órdenes de «Il Perugino», cuya influencia en su obra fue notable).
Trabajó bajo el mecenazgo de los más influyentes de su tiempo como la corte de los Montefeltro de Urbino, para quienes trabajara su padre, como pintor y poeta, y fue bajo el apoyo de los papas Julio II y León X cuando gozó de reconocimiento y lujos, ya en su época romana.
Contemporáneo de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel compuso con ellos una especie de triunvirato artístico nunca más repetido en la Historia del Arte. Fue también contemporáneo de una pléyade de genios italianos como Bramante, Antonio da Sangallo el Joven, Bellini, Giorgione, Tiziano o Tintoretto. Nombres que son sólo la parte más visible de una época irrepetible.
Para recorrer la estela de Rafael de Sanzio hace falta un largo viaje. Sus obras se encuentran repartidas por diversos museos del mundo. Claro que es en Italia donde se conserva la parte más densa de su obra.
En Roma la cita con Rafael está en El Vaticano, en la Galería Borghese, en la Galería de Arte Antiguo, en la Galería Doria Pamphili, o en la Villa Farnesina en el Trastevere romano. En Florencia hay obras en Galería Ufizzi y en el Palacio Pitti. También lo encontramos en el Palacio Ducal de Urbino, en el Museo de Capodimonte de Nápoles o en la Pinacoteca de Brera en Milán, entre otros lugares del país.
Fuera de Italia hay obras en el Louvre parisino o en el Museo Condé de la ciudad francesa de Chantilly. En la National Gallery, de Londres. En el Hermitage de San Petersburgo. En la Alte Pinakothek de Múnich, y en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde. En la Galería Nacional de Arte de Washington y en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Y ya en Madrid en el Thyssen-Bornemizza y en el Museo Nacional Del Prado.
Hoy nos acercamos a Rafael Sanzio en una visita al museo de los museos de España: El Museo del Prado. Aunque en los fondos del Museo hay ocho obras de Rafael, sólo hay cinco expuestas. Todas ellas están en la Sala 049.
Esta Sagrada Familia la pintó Rafael en 1507 y es un óleo sobre una tabla de 28 x 21,5 cm.
Durante los cuatro años que Rafael vivió en Florencia, asimiló las influencias de Miguel Ángel y Leonardo. De aquella época es esta tabla que forma parte de una serie de madonnas que representan distintas miradas sobre el tema del amor maternal. Concretamente esta Sagrada Familia bebe de un dibujo preparatorio que hizo Leonardo da Vinci. Estaba destinado para el altar mayor de la Annunciata de Florencia pero no llegó a realizarse.
Las claves de esta obra son la conversación de los personajes, que consigue Rafael con la disposición de los cuerpos y la dirección de las miradas. La sutil sugerencia de un descanso en la huida a Egipto la explica con una escena secundaria en la que se ven unos personajes caminando por un sendero.
La presencia de elementos arquitectónicos no italianos, que aparecen en el paisaje, debió tomarlos de grabados nórdicos. En cuanto a los elementos de botánica, que ocupan el primer plano, tienen una clara influencia de Hans Memling. Rafael conoció la obra de este pintor alemán, miembro de la escuela flamenca, en la Galería de los Ufizzi de Florencia.
El pintor Carlo Maratta compró esta obra para el rey Felipe V en 1724. Estuvo expuesta en el Monasterio del Escorial y de allí pasó al Museo del Prado en 1837.
Este extraordinario retrato lo realizó Sanzio hacia 1510. Es un óleo sobre tabla de 79 x 61 cm. El protagonista del retrato no ha sido identificado, aunque todo apunta a que sea Francesco Alidosi, cardenal de Pavía asesinado por el duque de Urbino en 1511.
Rafael nos presenta a un cardenal retratado sin adornos. Nos acerca a la psicología del personaje plasmando el porte y la mirada del retratado. Sanzio consiguió con este retrato fijar para la posteridad la imagen de un cardenal del Renacimiento.
Si la potencia de los rasgos del cardenal se quedan en la retina del espectador, las calidades la seda roja de la ropa, de clara influencia de la pintura veneciana, tampoco son fáciles de olvidar.
Su composición triangular entronca claramente este retrato con Leonardo da Vinci y en particular con la famosa Gioconda. Los cuatro años que permaneció en Florencia, cerca de Miguel Ángel y Leonardo, se reflejan poderosamente en la obra de Rafael, dicen que el joven de Urbino era una esponja.
Esta Sagrada Familia salió de las manos de Rafael entre 1513 y 1514 y es un óleo sobre tabla pasada a lienzo que mide 215 x 158 cm.
Mientras San Jerónimo, vestido de cardenal y acompañado a sus pies por el símbolo que lo representa, el león, lee la Biblia Vulgata -que él mismo tradujo-, María sostiene al Niño Jesús sobre el respaldo del trono en el que aparece sentada. El niño deja caer su brazo izquierdo sobre la Vulgata y dirige su mirada, como su Madre, hacia el joven Tobías.
El Arcángel acompaña a Tobías que aparece suplicando un milagro, y lleva en la mano un pez con el que sanará la ceguera de su padre.
En la Antigüedad, la ceguera era considerada un castigo divino y, como tal, era incurable salvo que mediara un milagro de Dios. Rafael de Sanzio refleja el momento de la súplica ante esta bellísima madonna y su divino Hijo, con una composición maestra llena de complejas formas triangulares, rectangulares y diagonales.
La obra que la adquirió el virrey de Nápoles para Felipe IV, pasó por la capilla del desaparecido Alcázar de Madrid. Luego por el Monasterio de El Escorial, para finalizar formando parte de las colecciones del Museo del Prado.
Esta obra, conocida popularmente como «El Pasmo de Sicilia» porque, fue encargada para el Monasterio de Santa María del Spasimo de Palermo, está fechada entre 1515 y 1516, y es otro óleo sobre tabla pasada a lienzo, que mide 318 x 229 cm.
El cuadro tiene una compleja composición que Rafael diseñó en torno a dos diagonales. Ambas convergen en la figura de Cristo. La historiografía relaciona la composición con los cartones que realizara Sanzio para el Vaticano. Rafael tiene presente al realizar esta obra sus conocimientos de los grabados nórdicos de Durero y Lucas De Leyden.
En torno a este cuadro han circulado algunas leyendas. La más conocida nace del historiador de la época, Giorgio Vasari, que aseguraba que en el traslado a Palermo, el cuadro sufrió un naufragio del que milagrosamente se salvó. Relaciona así Vasari este milagro con el de la venerada imagen siciliana de la Annunziata de Trapani, que en la Edad Media se salvó milagrosamente de otro naufragio.
La expresión de la Virgen de «El Pasmo», de entereza y valor ante el sufrimiento de su Hijo, es una expresión buscada por el artista para reflejar la posición oficial de la Iglesia. Era un mensaje sobre la resignación cristiana y la generosidad de la Madre, que entregando a su Hijo se convierte en una madre universal.
Este cuadro lo consiguió el virrey de Sicilia para Felipe IV. Formó parte del altar mayor de la capilla del Alcázar para pasar después a la colección del Prado.
El sobrenombre de La Perla, según la tradición oral, le viene a este óleo sobre tabla de 147,4 x 116 cm., realizado en 1518, de la exclamación de Felipe IV al verla por primera vez. Ante el magnífico regalo de don Luis de Haro comentó: ¡He aquí la perla de mis cuadros!
La Perla estuvo en El Escorial hasta que las tropas francesas se la llevaran a París en 1813. Fue devuelta en 1818 al Monasterio y en 1857 pasó a la colección del Museo del Prado.
La escena, de composición piramidal, bebe de influencias leonardescas. Representa a María que abraza a su madre Santa Ana, que aparece muy meditativa. Mientras San Juan y Jesús, dos preciosos niños, interactúan entre miradas y ofrendas de frutas. La escena enmarcada en un fondo de paisaje, es observada por San José desde una ventana que aparece a la derecha del grupo.
La Perla esta considerada como obra de madurez. Faltaban sólo dos años para el fallecimiento del artista. La muerte le aguardaba a pocos meses del calendario. Agotado por el volumen de trabajo, cuenta Vasari que falleció por sus excesos amorosos con su amante La Fornarina. Aunque le demos credibilidad al comentario de Vasari, hubo también al parecer, algunos fallos médicos.
La obra fue analizada con reflectografía, descubriendo entonces que hubo cambios importantes sobre el dibujo previo, posiblemente destinados a restarle serenidad, para aportarle más tensión a la composición.
Esta es una obra en la que participan el maestro y su taller. A los expertos les cuesta mucho discernir hasta dónde llega la mano del maestro y dónde está el trabajo del taller.
Fechada entre 1518 y 1520, esta tabla de 144 x 110 cm., trabajada en óleo, se la regaló Niccolò Ludovissi a Felipe IV en 1640. Estuvo en el Monasterio de El Escorial en 1667, hasta que pasó a formar parte de la colección del Museo del Prado.
En una composición diagonal, la Sagrada Familia aparece protegida por un roble. El árbol, que le da nombre al cuadro, separa la escena principal del paisaje del fondo y de las ruinas de las Termas de Caracalla que se ven a la izquierda.
Mientras San José y la Virgen, apoyados en una ruina clásica, miran con ternura al niño, éste les devuelve una mirada juguetona y feliz. Junto al niño, San Juanito extiende un rollo con la inscripción Ecce Agnus Dei: «Este es el cordero de Dios». Esta frase hace referencia a la Pasión de Cristo quien se entregará en sacrificio, como la tradición judía hacía con los corderos, para salvar a los hombres del pecado.
Se sabe que la obra fue diseñada por Rafael, que probablemente también realizó un primer boceto, pero fue retocada por Giulio Romano, pintor que la terminó.
«La información sobre estas obras ha sido tomada de la web del Museo Nacional del Prado»
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]]>Si algo no le falta a la ciudad de Córdoba son zonas verdes por las que poder pasear y disfrutar de un día al aire libre. Las antiguas civilizaciones que han habitado en su territorio actual cuidaban especialmente este tipo de lugares y eso se ha traducido en una conservación muy buena por parte de una sociedad en la que confluyen diferentes religiones y razas.
Árboles en la zona centro de la metrópoli, parques a las afueras en los barrios más perimetrales o lugares escondidos entre la gran cantidad de rincones para visitar en Córdoba. Todo vale para tomar contacto con la naturaleza en estos diez jardines que te mostramos a continuación.
Uno de los reclamos si decidimos hacer una visita al Alcázar de los Reyes Cristianos es visitar sus esplendorosos jardines. Estos se abonaron en torno al año 800 en la época musulmana y después de ser abandonados volvieron a tomar importancia gracias a la Reconquista. Situados al sur del recinto, sirvieron para dar sombra a la zona de los baños, donde más le interesaba a los monarcas que hubiera una temperatura más refrescante.
Hoy en día cuentan con una fuente de piedra, para recibir a las innumerables visitas turísticas, y que canaliza el agua proveniente de la sierra. Acequias, albercas y otros pilones y fuentes decoran un espacio muy demandado por las parejas de novios recién casados para completar su álbum de fotos.
También es un jardín privado perteneciente a la Mezquita de Córdoba. Se encuentra en la fachada Norte del Templo, donde en la etapa califal se daba cobijo a todos los ciudadanos que querían pasar. Se celebraban reuniones y espectáculos, hasta que en la Reconquista se decidió construir una capilla en esa cara de la construcción y el lugar quedó para el interior del templo.
Es conocido como el Patio de los Naranjos por los 98 ejemplares de dicho árbol que hay en él, aunque con ellos también conviven cipreses, olivos y palmeras. Se trata del jardín vivo más antiguo de Europa y cuenta con un aljibe de Almanzor que está siendo estudiado por arqueólogos y todavía no se puede visitar. En la ciudad es toda una leyenda.
En el núcleo central de la ciudad cordobesa confluyen varias zonas ajardinadas que recorren desde la Avenida de América hasta el barrio de San Basilio. Más al norte y muy cerca de la oficina de turismo se encuentran los Jardines de la Agricultura, conocidos popularmente como “Los Patos” por la denominación del estanque que hay en medio del lugar.
Son unos jardines que se remontan a los inicios del siglo XIX, cuando fueron inaugurados, y casi 50 años más tarde fueron reformados por el arquitecto Rafael de Luque con el objetivo de que fueran más vistosos. Además de la gran variedad de vegetales que los convierten en uno de los pulmones de Córdoba, contiene diversas esculturas y monumentos entre los que destaca el honorífico al pintor Julio Romero de Torres.
Seguidamente de los anteriores se encuentran los Jardines de la Victoria, mandados construir en 1776 a las afueras del casco histórico para incluir espacios verdes entre los novedosos proyectos urbanísticos de la época. Para construirlos hubo que derruir el Convento de Nuestra Señora de la Victoria de Córdoba y en honor a este templo es que tomaron este nombre.
Antiguamente incluía un famoso salón para el desarrollo de la vida pública y la Caseta del Círculo de la Amistad, posteriormente bautizado como el Casino Cordobés. En esas instalaciones era en las que los miembros de la clase alta se reunían para echar sus habituales manos de cartas y de paso jugarse unos cuantos reales. Ahora los visitantes tienen su sala para el entretenimiento bastante más cerca de lo que imaginan de aquel antiguo emplazamiento, gracias al enracha zahira, que se encuentran enfrente.
Actualmente en su interior refugia el Mercado Victoria, el Kiosko de la Música, la Pérgola, un mausoleo romano y una fuente modernista. Lugar ideal para empaparte de cultura y disfrutar de un paseo al aire libre.
Al oeste de los Jardines de la Victoria y muy cerca de ellos están los Jardines de Juan Carlos I. Una zona perteneciente en su época a la Facultad de Veterinaria y que se habían convertido en un improvisado cementerio de animales. Tras su remodelación a comienzos del siglo XXI se abrió al público con fuentes y elementos recreativos para los más pequeños. Es una de las pocas zonas donde pueden dedicarse a ello en Ciudad Jardín.
Y para terminar con este núcleo del centro tenemos más al sur los Jardines de Vallellano. Unos terrenos construidos en 1955 sobre la antigua Huerta del Rey y que recientemente han sido replantados para dotarlos de un mejor aspecto. Entre la flora destacan ejemplares singulares como el árbol de Júpiter, el ciruelo de Japón, la espina de Jerusalén o la washingtonia.
También posee restos arqueológicos como una cisterna romana y un depósito que se cree que servían como tumbas.
En la zona más oeste de Córdoba encontramos los Jardines dedicados al músico Pedro Gámez Laserna. En el emplazamiento que hoy ocupan estos jardines se encontraba el Cuartel de Lepanto, donde tantas veces este intérprete dirigió a su banda militar, y que en 2017 se destinó para la beneficencia. Por eso es que diversas cofradías de la localidad consiguieron que se le pusiera su nombre a este recinto.
Un recinto rodeado por un centro de salud, un centro cívico, una casa ciudadana, una piscina, un puesto de Cruz Roja, una biblioteca y una residencia para mayores, por lo que movimiento en ellos no falta.
En la Plaza de Colón, en pleno centro, encontramos los Jardines de la Merced o también llamados Jardines de Colón en honor a la designación de la plaza. Estos jardines se unen en un núcleo central donde se avista una hermosa fuente de estilo modernista y que fue construida a principios del siglo XX. Junto a ella se encuentra El Morabito, una pequeña mezquita muy conocida.
En sus zonas verdes encontramos flora muy variada con árboles de la talla de plátanos de sombra, palmeras datileras, pinos o naranjos. En cuanto a arbustos encontraremos adelfas, senecios, durillos o rosales.
Justo en frente de las ruinas romanas cordobesas se encuentran los Jardines de Orive. Este parque urbano y público constituye una de las zonas verdes del casco antiguo desde hace siglos y es gracias a las huertas de los marqueses del Palacio de los Villalones, o Palacio de Orive, y los huertos de los sacerdotes del Convento de San Pablo.
Sus jardines fueron inaugurados en 2004 para acompañar a los restos arqueológicos de la época musulmana encontrados en el recinto. Entre ellos destaca un circo romano y un conjunto de casas decoradas en sus fachadas.
A orillas del río Guadalquivir se encuentra el Real Jardín Botánico de Córdoba. Un lugar para visitar y disfrutar de cinco hectáreas y media de este enclave en el que se rescatan colecciones vegetales en invernaderos y diferentes construcciones similares. Se fundó en 1980 gracias a un grupo de profesores de la Universidad de Córdoba y se unió a la Asociación Ibero-Macaronésica de Jardines Botánicos.
En su interior también se pueden ver las piezas que se exhiben en el Museo de Etnobotánica y el Museo de Paleobotánica.
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]]>La entrada Burj Khalifa, descubre la mayor joya de Dubái se publicó primero en Ruta Cultural.
]]>En la ciudad de Dubái, capital del emirato homónimo de Emiratos Árabes Unidos, resalta un gran edificio que, sin duda, parece rascar el cielo. Es el Burj Khalifa (o Torre Jalifa) y se ha convertido en una de las mayores atracciones de una metrópoli a la que no le faltan atractivos, sino todo lo contrario.
Con 828 metros de altura, es el rascacielos más alto de la actualidad, y la estructura más alta jamás construida en la historia de la humanidad. Pero el Burj Khalifa es mucho más que sus metros, ya que se alza entre el mar y el desierto y esto le ha dotado, por necesidad, de unas características del todo únicas e interesantes.
El Burj Khalifa forma parte de un proyecto mayor, llamado Downtwon Dubái, que ha ido viendo la luz desde principios de la primera década del 2000. El objetivo era sencillo a la par que ambicioso: convertir Dubái en lo que hoy es, una de las ciudades más famosas del mundo y una nueva metrópoli en el desierto, un lugar para mostrar riqueza, generarla y atraer el turismo a más países árabes.
El centro de ese ambicioso proyecto era, precisamente, Burj Khalifa, un gran rascacielos robusto y delicado en su base y fino como una aguja hacia su final. Como hemos señalado anteriormente, es el edificio más alto del mundo y, además, está acompañado por el Dubái Mall, el centro comercial más grande del mundo, y un lago artificial con una impresionante fuente (también la más alta del mundo) que hace que nos olvidemos de estar en pleno desierto.
Si Downtwon Dubái es un oasis, no cabe duda de que el Burj Khalifa es su palmera más importante, y la que más atrae a los viajeros. Aunque sería más acertado decir que es una Hymenocallis, la flor en la que se dice se inspiró el arquitecto Adrian Smith para el diseño de su base.
Esta base cuenta con un núcleo central del que parten tres secciones que van ascendiendo a diferentes alturas, y esta diferencia de alturas va formando una escalera de caracol hacia la izquierda que le da al Burj Khalifa una cierta apariencia asimétrica. Este recurso no es sólo visual, ya que está pensado para que el rascacielos aguante los fuertes vientos y las duras tormentas de arena a las que es sometido. Para aumentar esta resistencia al viento, el edificio cuenta con una estructura de hormigón hasta los 586 metros, y de ahí en adelante es de acero para ser más ligero.
El viento y la arena no son las únicas fuerzas de la naturaleza a las que se enfrenta el Burj Khalifa. En pleno desierto se nota el constante peso del calor así como la humedad del mar, que está a unos pocos metros. Para evitar la concentración de altas temperaturas, el edificio está revestido de aluminio reflectante, acero inoxidable y cristales reflectantes, una completa defensa que consigue mantener el calor fuera de la torre. Así mismo, la altura y estructura del rascacielos consiguen generar una especie de circuito de aire, ya que lo alto del Burj Khalifa consigue refrescar y despejar de humedad la base del edificio de manera natural.
A lo largo de sus 163 plantas, el Burj Khalifa acoge un Hotel Armani (el primero de la marca) que cuenta con varias plantas propias de hotel así como con residencias de lujo hasta la planta 108. Desde la 111 hasta la 154 hay una mezcla de suites corporativas, dos miradores y un restaurante. Es en esta última zona donde se concentran los atractivos turísticos del impresionante rascacielos.
En los pisos 124 y 125 los viajeros pueden contemplar una vista de 360º de Dubái. Es uno de los destinos más habituales, porque además a los visitantes se les ofrece una visita guiada. Se sube en unos ascensores que va a 10 metros por segundo (por supuesto, el más rápido del mundo), y se disfruta de las fabulosas vistas si se quiere con grandes prismáticos. A su vez, la zona tiene una inmensa terraza con un bar en las alturas.
No obstante, y a pesar de lo interesante de estas plantas, la joya de la corona sin duda es el piso 148, donde está el mirador más alto del mundo en un edificio, ni más ni menos que a 555 metros. Las vistas desde estas alturas cortan la respiración y es, probablemente, una experiencia de una vez en la vida, con lo que conviene no perdérsela.
El Burj Khalifa es un conjunto de récords que pone de manifiesto la capacidad del ser humano para seguir superándose y establecerse nuevas metas. También es el ejemplo perfecto de la modernización y poder económico que representa la Península Arábiga en la actualidad, y especialmente del caso de Emiratos Árabes Unidos. Y, por encima de todo, es una obra arquitectónica de gran valor que ha conseguido unir las proezas de la ingeniería para hacerlo posible con la belleza, dotando a Dubái de un inconfundible símbolo que merece la pena visitar.
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]]>Declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1993, el Monasterio de Guadalupe es una obra cumbre del gótico mudéjar, no sólo de Extremadura si no de toda España. Su arquitectura y el valioso patrimonio artístico e histórico que atesora son más que suficientes para justificar una visita.
En el impresionante laberinto que forman sus más de veintidós mil metros cuadrados hay espléndidos ejemplos de arquitectura y de arte de los siglos XIII al XVIII: gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico.
Reyes, aventureros, artistas, escritores, historiadores, cronistas y viajeros de toda índole han peregrinado a su encuentro buscando descanso e inspiración entre sus muros.
El Monasterio de Guadalupe es un monumento de notable importancia histórica: fue el principal monasterio de la Orden Jerónima. Es un exponente arquitectónico excepcional por su diversidad y variedad de estilos. Representa además un vínculo intenso con la historia de España por su relación con los reyes Católicos y con el Descubrimiento de América.
Centro cultural de primer nivel de investigación y enseñanza, entre sus muros se desarrollaron: una escuela de medicina, una botica, un importantísimo scriptorium. Fue un enclave importante de talleres de diversa índole: bordados, orfebrería, libros miniados. En él se conserva una biblioteca con un fondo extenso y rico. Sigue siendo un importante centro de peregrinación.
Tiene, además, historia e historias plenas de caminos que acercan a entender mejor la memoria de una época esencial de España. Historia de la que son parte las calles medievales de la Puebla de Guadalupe, que creció al calor del Monasterio, y que tiene a escasos kilómetros el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, para quienes quieran disfrutar del turismo naturaleza y de un espectáculo impagable.
Es historia que el Monasterio de Guadalupe fue construido sobre los cimientos de una ermita en honor de esta Virgen cuya advocación habría de cruzar el Atlántico para instalarse en los corazones de millones de mexicanos.
La tradición relaciona la imagen de esta Virgen con San Leandro, a quien el papa Gregorio Magno le regaló una imagen de la Virgen esculpida en un taller de escultura de Palestina. El taller lo había fundado en el siglo I San Lucas Evangelista, que según la tradición fue el primer pintor de la Virgen.
San Leandro, que fue uno de los padres de la iglesia visigoda y arzobispo de Sevilla, le regaló la imagen a su hermano San Isidoro, que también fue arzobispo de Sevilla. San Isidoro la custodió al parecer en la primitiva iglesia sobre la que se construyó el Monasterio de San Isidoro del Campo, situado en la sevillana ciudad de Itálica.
La invasión musulmana de 711 propició que en la huida de unos clérigos cristianos la Virgen fuera ocultada cerca del río Guadalupe y que, siglos después, un pastor la encontrara y se levantara en su honor una ermita.
Entre la historia y la leyenda está el encuentro de Alfonso XI con esta ermita y su pequeña y románica Virgen. A la que se encomendó para la batalla del Salado en 1340, de la que salió victorioso. Al parecer en agradecimiento a la Virgen mandó reformar la iglesia y construir un hospital y un albergue para peregrinos.
Lo que sí es historia, pues se conserva un documento episcopal, es que a partir de 1326 se concedía indulgencia plenaria a los que visitaran la iglesia de Santa María de Guadalupe. El eco de aquellas peregrinaciones llega hasta nuestros días.
También es historia, que testimonian sus viejas piedras y múltiples documentos, que, hasta el siglo XIX, ha sido lugar de descanso para el cuerpo y para el alma de peregrinos de toda condición. Hoy es también un importante atractivo de turismo cultural e histórico de la comunidad extremeña.
«Cuatro días se estuvieron los peregrinos en Guadalupe, en los cuales comenzaron a ver las grandezas de aquel santo monasterio; digo comenzaron, porque acabarlas de ver es imposible».
Cuando Miguel de Cervantes escribió estas palabras en su obra Persiles y Segismundo, todavía faltaban por construirse las dependencias barrocas y el posterior neoclásico. Aún no colgaban en sus muros cuadros de algunos de los mejores artistas barrocos españoles como Zurbarán, Lucas Jordán o Carreño de Miranda. Pero ya le parecía imposible al autor de Don Quijote ver en cuatro días tan magnífico lugar.
El Monasterio de Guadalupe es un monumento arquitectónico extraordinario que guarda tesoros artísticos como su colección de pintura y escultura de maestros como Juan de Flandes, Juan Correa, Zurbarán, El Greco, Goya, Egas Cueman, o un crucificado de marfil atribuido a Miguel Angel, entre otros.
Conserva además una extraordinaria colección de libros y cantorales miniados realizados entre los siglos XIV y XIX. Y una no menos importante colección de bordados de los siglos XV al XIX, realizados en el taller de bordados del Monasterio, expuestos en sendos museos.
De la pequeña ermita que convirtió Alfonso XI en un santuario, al que dotó de un hospital y refugio para peregrinos, fue creciendo el monasterio que conocemos hoy. El interés de la Corona española por este precioso refugio permitió su crecimiento y embellecimiento progresivo.
No sabemos por qué la desamortización de Mendizabal no afectó de lleno a las colecciones de arte del Monasterio de Guadalupe. Que se «olvidaran» de requisar algunas de sus obras nos permite ver hoy la única serie de pinturas, de las realizadas en España para un lugar concreto, que se mantiene en su sitio: en la Sacristía de su iglesia se han mantenido los cuadros que para ella pintara el extremeño Francisco Zurbarán.
Son ocho lienzos en los muros de la Sacristía y otros tres en la adyacente Capilla de San Jerónimo, entre ellos el conocido como «La perla de Zurbarán»: La Apoteosis de San Jerónimo.
Desde 1645 estas obras han sobrevivido expuestas en sus muros a Mendizábal, a la invasión francesa, a la guerra civil y hasta a las termitas, cuyos daños fueron reparados hace unos años. Hoy esta Sacristía conocida como «La Capilla Sixtina de Extemadura» es una de las joyas del Monasterio.
La piel de su arquitectura es un fiel reflejo de la época en que comenzaron las obras del edificio que conocemos hoy. Sobre la vieja ermita conviven desde sus comienzos en perfecta armonía el mudéjar y el gótico, al que se fueron añadiendo otros lenguajes durante los cuatro siglos que gobernaron el edificio los monjes jerónimos. A partir del siglo XX son los franciscanos quienes se ocupan de mantenerlo.
De su inagotable repertorio arquitectónico, además de su emblemática Sacristía, destacamos los siguientes espacios:
La extraordinaria fachada que preside la plaza trazada bajo el influjo del gótico final. Bajo los «bordados» de cresterías góticas que la decoran se abren las portadas de acceso a la iglesia cuyos arcos apuntados abocinados se apoyan en columnas con capiteles de hojarasca. Cierran estas portadas unas puertas de bronce realizadas en el siglo XV decoradas con un magnífico repujado de relieves, atribuido a Paolo de Colonna.
El bellísimo Claustro mudéjar, conocido como el Claustro de los milagros. Sus dos plantas, organizadas con arcadas de herradura y herradura apuntadas, enmarcan un precioso jardín en cuyo centro se levanta un templete que atrapa todas las miradas. Realizado en 1405 por Fray Juan de Sevilla es un originalísimo ejemplo de la conjunción del gótico y el mudéjar.
El Claustro gótico. Llamado de la enfermería o de la botica, hoy es parte de una hospedería que recomendamos vivamente. Su planta rectangular se levanta en tres pisos de arcadas cerradas en la última por un muro construido en el siglo XX. Datado entre 1515 y 1524, la primera arcada la forman arcos de medio punto de estética renacentista. Las dos superiores están formadas por arcos apuntados, que acogen bajo una fina tracería gótica dos arcos de medio punto separados por un parteluz.
La iglesia. Su planta basilical de tres naves la cierra un ábside poligonal en la cabecera y a los pies un gran coro de construcción posterior. Las bóvedas de terceletes de la nave central y sus crucerías en las laterales nos hablan de gótico final que se labraba a finales del siglo XIV y el XV, cuando se levantó esta iglesia, que guarda sin embargo detalles arcaizantes del último románico. En los muros laterales del presbiterio se encuentran los sepulcros de Enrique IV y de su madre, María de Aragón realizados a finales del siglo XVI.
El Camarín de la Virgen. Es un construcción barroca, conocida como “la antesala del cielo”. De estilo rococó y planta octogonal con dos cuerpos, este espacio íntimo es obra de Francisco Rodríguez Romero fechada en 1696. Entre la exuberancia decorativa que le confiere su estilo rococó destacan lienzos de Luca Giordano, pinturas murales de Francesco Leonardi y pinturas al temple de Pedro José de Uceda.
Durante sus más de siete siglos de vida, el Monasterio de Guadalupe, ha sido un destino deseado por gentes dispares. Entre tantas destaca la Reina Isabel la Católica, de la que cuentan las crónicas que consideraba este lugar su "paraíso" desde muy jovencita.
Paraíso que compartió después con su marido Fernando. Juntos recibieron en él a Cristóbal Colón y fue allí donde se redactaron las condiciones de su apoyo a la aventura de las Indias. El almirante bautizó una isla del Caribe con el nombre de Santa María de Guadalupe de Extremadura, en honor a la Virgen morena. Isabel y Fernando volvieron a Guadalupe a darle gracias a la Virgen después de disfrutar de la exuberancia de los palacios de La Alhambra, cuando sellaron el fin de la época islámica con la toma de Granada.
El cariño a este lugar por parte de los Austrias lo continuó su nieto Carlos V que hizo encargos artísticos para el Monasterio, como lo hizo también su biznieto Felipe II. Aunque fue durante el mandato de este rey, al construir el Monasterio de El Escorial, cuando Guadalupe fue perdiendo importancia entre la monarquía.
La relación con el Monasterio de Guadalupe se perdió por completo con los Borbones. Fue en el siglo XX, en 1926, cuando Alfonso XIII recuperó de nuevo la tradición de la corona de peregrinar a Guadalupe. En su reinado se coronó a la Virgen como «Reina de la Hispanidad» el 12 de octubre de 1928. También es Patrona de Guadalupe y de Extremadura. El acercamiento de los reyes españoles a Guadalupe lo continuaron Juan Carlos I y Sofía de Grecia y los actuales monarcas.
Pero no sólo reyes y nobles han dirigido sus pasos a Guadalupe. Recorrer el monasterio y las calles de la preciosa Puebla de Guadalupe es seguir los pasos de Miguel de Cervantes, o del médico alemán Jerónimo Münzer o del capitán inglés Samuel Edward C. Widdrington, o de Don Miguel de Unamuno, creador del término Hispanidad.
Por sus caminos se inspiraron El Marqués de Santillana, Luis de Góngora, o Félix Lope de Vega Carpio, Rafael Alberti o José María Pemán entre otros muchos.
Santos como Vicente Ferrer o San Juan de Ávila, San Juan De Dios y San Juan de Ribera o Santa Teresa de Jesús.
También lo visitó el Papa Juan Pablo II en 1982, cuando comentó la relación espiritual entre la Guadalupe mexicana y la extremeña:
Es indiscutible la estima tan grande que le tengo a la Virgen de Guadalupe de México. Pero me doy cuenta de que aquí están sus orígenes. Antes de haber ido a la Basílica del Tepeyac, debería haber venido aquí para comprender mejor la devoción mexicana.
Como en otros muchos aspectos de la relación entre España e Iberoamérica, los viajes de las influencias siempre son de ida y vuelta. La Virgen de Guadalupe que llegó con los descubridores a México, volvió representada en obras pictóricas que se veneran en algunas iglesias de España. En las capillas de muchas iglesias de Sevilla se encuentran cuadros de gran valor artístico representando a la Virgen mexicana, traídas como protectora en los viajes de vuelta.
Desde el Monasterio de Guadalupe, la Virgen morena ha llegado también a muchos rincones de España. Es la patrona de la isla canaria de La Gomera y de la ciudad de jienense de Úbeda. Y entre otros templos en su honor, recordamos una bucólica ermita que se levanta en el monte Jaizquibel sobre el municipio vasco de Hondarribia.
Una serie de caminos de peregrinación que llevan a Guadalupe, creados a raíz del inicio de la construcción del Monasterio de Guadalupe en 1337 por orden de Alfonso XI, unían los principales núcleos de población del centro peninsular: Plasencia, Cáceres, Mérida, Ciudad Real, Toledo y Madrid, con Guadalupe. En la actualidad se conserva el trazado de doce de estos caminos históricos. Estos caminos son la recta final de otros más largos que comunican todos los extremos de la península con la villa de Guadalupe.
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]]>El campanile de San Marcos es uno de los edificios más queridos por los venecianos. El turista suele encontrar más icónicos la Basílica, el puente de Rialto y el Palacio Ducal, pero, en Venecia, al elegante campanario lo llaman "el patrón de casa".
Como todo edificio antiguo, tiene una historia variada y complicada. No fue siempre un campanario y ni siquiera se construyó para serlo. Hace poco más de un siglo se cayó por su propio peso, y su reconstrucción abrió un debate que a todos nos resultará muy moderno. Algunos propusieron cambiarlo de sitio; otros, darle un aire más moderno; hubo quien planteó la posibilidad de no reconstruirlo.
Al final ganó la opción más popular en este tipo de casos: levantarlo tal y como era, y así lo tenemos hoy. Una torre que tiene más de un milenio de historia.
El campanile es uno de los edificios que "hay que ver" en Venecia, y apreciar las vistas desde sus alturas es muy recomendable. Pero si quieres disfrutar de verdad de Venecia, no dejes de leer nuestra guía para ir más allá de lo que ve todo el mundo.
La torre que hoy eleva las campanas de San Marcos no se construyó para albergar un campanario. En el siglo X, cuando se pusieron sus primeras piedras, iba a ser una torre vigía, el más alto baluarte defensivo de un Palacio Ducal por entonces fuertemente amurallado. Y es que, aunque siempre se ha dicho que Venecia no necesita muros de piedra porque tiene por muralla el mar, en una época de inseguridad generalizada, en la que los húngaros y otros pueblos del centro y el este de Europa realizaban frecuentes razzias, la ciudad necesitaba defenderse con algo más que metáforas.
Y, como si los enemigos extranjeros fueran pocos, la política interna de la ciudad era entonces un juego de tronos tan frecuente como despiadado. Las grandes familias encendían las iras del pueblo y lanzaban a las turbas unas contra otras. Durante más de dos siglos la ciudad avanzó a marchas forzadas, entre lealtades divididas al Sacro Imperio y al Imperio bizantino. Y del mismo modo fue creciendo la torre del futuro campanile. Ora se le añadían unos metros, ora se abandonaba en medio de incendios y altercados, ora llegaba un nuevo Dux que volvía a retomar su construcción…
En época, probablemente, del Dux Tribuno Medio, entre el 979 y el 991, la torre fue coronada por primera vez con lo que los italianos llaman una cella campanaria, un espacio para las campanas. En aquel tiempo debía ser un campanario mucho más modesto, parecido al que hoy corona la torre de San Giacomo dell’Orio, en la misma Venecia, o como el de Santa Maria Assunta en la preciosa isla de Torcello.
Merece la pena destacar aquí cómo se construyen edificios altos y sólidos en una ciudad que, como dicho John Ruskin, espejea sobre el agua.
En su estado natural de perenne humedad, el suelo veneciano no es precisamente acto para la arquitectura. Los cimientos de cualquier edificio requieren un espacio sólido y liso donde asentarse y el de Venecia es siempre acuoso e inestable. Para solucionarlo, los constructores empiezan excavando tan profundamente como pueden y plantando en el suelo una nutrida colmena de palos de madera. Estos palos solían tener forma de pica para que los encargados de clavarlos, a mano, en el suelo lo tuvieran algo más fácil. Estos operarios, auténticos hacedores de la ciudad, se llamaban battipali y, como los gondolieri, trabajaban en medio de cánticos que aún son patrimonio de la ciudad.
Con los palos a poca distancia unos de otros, sus intersticios rellenos con cualquier cosa que estuviera a mano (piedras, trozos de madera, incluso conchas) y su altura nivelada, ya se podía iniciar la construcción de unos verdaderos cimientos de piedra.
Si a alguien le parece inestable esta forma de construcción no está solo. Como recoge Peter Ackroyd en su Venice: Pure City, muchos poetas y artistas han subrayado el carácter imposible de esta ciudad que desafía a la lógica.
Y sin embargo ahí siguen estas torres, estos palacios y estas iglesias. Después de todo tipo de avatares, de ver cómo ciudades e imperios se levantaban y caían, ahí están aún, sobre palos de madera.
No. El campanile no se cayó por culpa de sus cimientos. Que son los mismos que los de toda Venecia.
Hay pocas noticias de nuestra torre hasta que, en el año 1329, un tal Montagnana completó una restauración que le dio mayor altura y un aspecto más parecido al actual, con una cúspide piramidal que entonces era de madera dorada.
Nos acercamos ya a la edad dorada veneciana y de aquel tiempo datan muchas leyendas de marinos y pescadores, como la que explica los vivos colores de la isla de Burano. Quizá sea una exageración, pero dicen los cronistas de la época que aquella pirámide de oro refulgía tanto al sol que era como tener un faro diurno que, desde muchas millas de distancia, anunciaba a los marineros el camino a casa.
Lo que no podía saber el tal Montagnana es que esa torre, tan alta y aislada y para colmo recubierta de madera, iba a convertirse en un pararrayos natural. Desde entonces fue rara la década en la que uno no le alcanzaba, raro el siglo en el que no debían acometerse unas cuantas restauraciones. No importaba. Como veremos, cada vez que se caía se reconstruía más ambiciosa y monumental.
La historia del campanile tiene otros episodios curiosos. Durante unos años, cuando la guerra con Génova estuvo en su apogeo, las autoridades mandaron bajar las campanas y las sustituyeron por cuatro grandes cañones. Luego las volvieron a poner en su sitio, pero no sin que antes se incendiara accidentalmente el campanario en las celebraciones de la victoria.
En 1786 subió al campanario el que ha sido uno de sus visitantes más ilustres, Goethe, que dejó escritas unas líneas sobre la experiencia.
Hoy, admirando su planta, me hecho una mejor idea de la profundidad de Venecia. Después de haberla estudiado, subí al campanile de San Marcos, desde el cual se aprecia un espectáculo único. Era cerca del mediodía y el sol brillaba luminoso, tanto que no necesité los prismáticos para distinguir lo cercano y lo lejano. La marea cubría la laguna, y cuando me volví a mirar la zona que llaman el Lido vi por primera vez el mar y sobre él algunas velas (Goethe, Viaje a Italia).
El campanile vio después llegar a los franceses, que instalaron en su cúspide una antena telegráfica, y a los austríacos, y luego vio la segunda dominación de los franceses y la segunda dominación de los austriacos. Un sábado de finales de octubre, en 1866, las campanas hicieron sitio a una pléyade de banderas tricolores. Se había proclamado la unificación y el Reino de Italia.
En Italia, es bastante común que los campanarios de las iglesias se construyan separados de éstas, y la razón tiene que ver muchas veces con lo que ya hemos explicado aquí: que, cuando se construyeron, no iban a ser campanarios sino torres de vigilancia. En cualquier caso, a esta forma de edificación se la llama exenta y la encontramos también en el campanile de Florencia y en muchos otros ejemplos, tanto del Románico como del Gótico. Así es el de Venecia, que está más cerca del Palacio Ducal que de la Basílica de San Marcos.
La torre está compuesta de tres partes. La principal y más alta es un prisma de doce metros de lado y cincuenta de altura. La versión actual está hecha de hormigón y revestida de ladrillo rojo, típico de la región del Véneto. Antiguamente este ladrillo era el único material, lo que causó el desastre del que luego hablaremos.
El campanario propiamente dicho se encuentra a cincuenta metros de altura y está hecho de piedra blanca de Istria. En total consonancia con el resto de la plaza, sus elegantes arquerías y balaustradas entablan un diálogo continuo con los edificios que lo circundan.
Justo encima, un nuevo tramo del mismo ladrillo rojo contiene en cada lado uno los símbolos de la ciudad: el león de San Marcos, repetido en dos lados, y la imagen de la justicia.
San Marcos está omnipresente en Venecia, tanto en la toponimia de la ciudad como, literalmente, en la forma de su símbolo, el león. Si quieres saber por qué, te recomendamos la lectura de este artículo.
Y como guinda, arriba del todo, una enorme cúspide piramidal corona con elegancia el edificio y soporta la figura dorada del arcángel Gabriel, que hace de veleta o, como se dice en italiano, segnavento.
Las campanas que hoy resuenan entre los arcos del campanario tienen sólo un par de siglos. En su día, la sustitución de las viejas campanas causó verdadera pena entre los venecianos, porque aquellos trozos de metal eran historia viva de la ciudad y un verdadero símbolo de la Serenissima.
Eran cuatro y cada una tenía un nombre, y una función.
La tutora, la más importante, se llamaba la Marangona. Debía a su nombre a los carpinteros que trabajaban en el Arsenale, las grandes atarazanas de Venecia. Dice mucho de la ciudad que la campana mayor del principal campanario reciba ese nombre: la madera de los barcos era el soporte de la ciudad, la flota marítima su principal defensa. La Marangona marcaba el inicio y el final de la jornada de trabajo en el puerto y, justo con la Trottiera, avisaba de las reuniones del Consejo Mayor con una serie de cincuenta repiques.
La Trottiera se encargaba casi siempre de anunciar las reuniones de los consejos en el Palacio Ducal. Era la campana institucional y también la más exigente: cuando dejaba de sonar se cerraban las puertas del Palacio y no se dejaba entrar nadie. Muchos nobles, por necesidad y para remarcar su privilegiada posición, venían a caballo, así que la respuesta a la llamada fuera un infinito trote de los caballos. De ahí el nombre, claro; la Trottiera.
También estaba la Nona o Mezzana, que se llamaba así porque sonaba cerca del mediodía. Su sonido indicaba que se acababa el tiempo para enviar cartas desde la Posta de Rialto. Y también estaba la Mezzaterza, que sonaba para anunciar las reunione del Senado.
La última campana, la quinta, era especial. Servía para anunciar las ejecuciones capitales, que se llevaban a cabo en la misma plaza de San Marcos. Sonaba tres veces y para cada una de ellas tenía un nombre distinto. Era la Renguera en honor de la "renga", el discurso que se hacía en defensa del imputado. Era la campana Del Maleficio cuando era condenado, y era la Preghiera, de pregare, rezar, cuando el rezo era lo único que le quedaba a éste antes de ejecutarse la condena.
La alternancia del ladrillo y el mármol es la seña de identidad del campanile, que en su base tiene un extraño, único y precioso adorno que lo hace aún más especial. Se llama la loggetta del Sansovino: se trata de una pequeña logia, de ahí su nombre, edificada por uno de los mejores arquitectos del Renacimiento, Jacobo Sansovino, autor también de la Biblioteca Marciana.
Hoy día sirve de entrada al campanile, pero este extraño añadido sirvió en su día para dar asiento a los procuradores de la República en las ocasiones en las que el Consejo Mayor, el principal órgano de gobierno, se reunía en el Palacio Ducal. La política veneciana de la Edad Media y de la Edad Moderna era un complejo juego de tronos basado en la sospecha y la eterna vigilancia de unos órganos y otros. El Dux era el representante de la ciudad en el exterior y el comandante en jefe en tiempos de guerra, pero tenía, más allá de estas, pocas prerrogativas. Quien gobernaba era el Consejo Mayor, vigilado de cerca por los procuradores, el Senado, los magistrados y una nutrida serie de consejos menores. Parece complicado y lo era, pero duró varios siglos casi sin alteración, y le valió a la ciudad el título de que ostentó con mayor orgullo, La República Más Serena, la Serenissima.
La loggetta de Sansovino tiene la estructura de un arco de triunfo romano y, en su friso superior, pueden verse una serie de bajorrelieves que ilustran el dominio de la República en tierra firme y en el mar. En su día no fue ninguna exageración: Venecia llegó a ser la reina de Italia y la gran potencia marítima europea.
Más abajo, entre sus nichos e intercolumnios, se conserva un precioso ejemplo de la concordatio renacentista, como en la Primavera, se alternan imágenes de los dioses grecolatinos (Apolo, Minerva, Mercurio) con la iconografía cristiana de la Madonna y el bambino (la Virgen y el Niño).
El debate que ha surgido este año tras el trágico incendio de Notre-Dame ha puesto en la luz pública argumentos a favor y en contra de diferentes tipos de restauración. Pero esto no es nada nuevo. Cuando, hace poco más de un siglo, cayó el campanile veneciano, surgieron las mismas voces, a favor y en contra de restaurar el edificio tal y como era.
Al contrario de lo que a veces se piensa, no fue un terremoto lo que hundió el campanile, sino los propios defectos de su construcción. Fue probablemente el excesivo peso de su prisma central, el gran rectángulo de ladrillo, el que terminó cediendo. No hay fotografías del momento, pero sí ilustraciones que, según el testimonio de testigos, dibujan una enorme brecha a lo largo de la pared sur de la torre, que se derrumbó por completo y dejó en la plaza una gran pirámide de escombros.
Un debate sorprendentemente moderno ocupó los meses posteriores. Con la Primera Guerra Mundial en ciernes y el nacionalismo a flor de piel, muchos recurrieron a los argumentos identitarios y reclamaron una restauración inmediata, una nueva torre situada en el mismo sitio y con el mismo aspecto que la antigua. La frase "com’era dov’era" (como era, donde estaba) fue todo un éxito y consiguió informar el proyecto final de restauración, que, con cambios estéticos menores (el viejo ladrillo bizantino se sustituyó por un ladrillo local, más rojo) reedificó un campanile de estilo renacentista.
Sin embargo, hubo voces discrepantes. Como en el caso reciente de la catedral de Notre-Dame, algunos se aventuraron a diseñar propuestas exóticas que sólo buscaban llamar la atención. Otros en cambio alentaron, con argumentos racionales, un cuestionamiento más radical. Otto Wagner se preguntó si la plaza verdaderamente necesitaba un campanario. Y de ser así, si este debía estar en el mismo sitio o mejor en el otro extremo de la plaza, dejando así abierto un corredor para admirar la esquina de la piazzetta. Varios arquitectos proyectaron nuevos campaniles en estilos modernos o eclécticos, y el propio Wagner se cuestionó por qué en una ciudad que contaba con edificios románicos, góticos, bizantinos, renacentistas, barrocos y neoclásicos no podía construirse a la manera contemporánea. "Los arquitectos del Gótico", dijo, "nunca habrían reconstruido una iglesia en estilo Románico".
Racionalmente impecable, Wagner pero no tuvo en cuenta que los constructores del Gótico no eran nacionalistas y tampoco atribuían a los edificios elementos identitarios o patrimoniales. Hoy Venecia sigue igual –o eso creemos, porque los restauradores con frecuencia cambian, aligeran o incluso corrigen– que hace quinientos años. La ideología del "com’era dov’era" ha desestimado interesantes proyectos de Le Corbusier o Frank Lloyd Wright, y sólo en épocas muy recientes ha permitido alteraciones estéticas de la ciudad, como en el polémico puente de Calatrava.
El campanile mide 98 metros pero tiene ascensor, por lo que subir a admirar las vistas es fácil. Sin embargo, a día de hoy no es posible reservar entradas, y las colas suelen ser importantes. Nuestro consejo aquí es madrugar y ser de los primeros: no sólo habrá menos colas, sino que, con una luz menos intensa, las vistas serán más bonitas y las fotos inolvidables.
Si no quieres esperar, hay otra opción. Al otro lado de la laguna está la preciosa iglesia de San Giorgio Maggiore, una de las grandes obras de Andrea Palladio. Allí hay otro campanile de la misma altura, que también tiene ascensor pero que suele atraer a menos turistas. Y las vistas son incluso mejores.
Durante el Carnevale se celebra el llamado volo dell’angelo, un espectáculo que tiene siglos de historia y que, en su forma actual, consiste en el lanzamiento con tirolina, desde lo alto del campanile y hasta el Palacio Ducal, de la vencedora del concurso de belleza carnavalesco del año anterior.
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]]>La entrada Qué ver en Cascais, planes para todos los públicos se publicó primero en Ruta Cultural.
]]>Seguro que muchos de nosotros nos hemos planteado en algún momento visitar algún lugar que merezca la pena y que no suponga un largo desplazamiento. Dentro de esa descripción seguro que se ha tanteado la opción de Portugal y lo cierto es que el boom turístico por el país luso sigue en aumento. Muchas ciudades han modificado de forma radical su imagen gracias a este cambio, aunque algunas regiones se mantienen como reclamo para visitantes desde hace muchos años atrás.
Lisboa es uno de los mejores ejemplos de ciudades que dan para dedicarle varios días. Miradores, jardines, museos, gastronomía y mucho más. La capital lo tiene casi todo y por si fuera poco está rodeada de un aura de localidades con mucho encanto. Sintra es una de esas joyas, considerada Patrimonio de la Humanidad como “Paisaje Cultural”, y que cuenta con el Palacio Real o la Quinta de la Regaleria.
Y si mencionamos a estas dos, no podemos olvidarnos de Estoril. Elegancia y fama se unen para albergar la playa de Tamariz, las cuevas artificiales de Alapraia o el Casino Estoril, el más grande de la península ibérica. En sintonía con esta por similitud y cercanía se encuentra Cascais, una ciudad del área lisboeta y que se encuentra en el extremo occidental de la linea costera del país. El destino preferido de todo el territorio y vamos a conocer por qué.
Desde hace bastantes siglos, Cascais ha sido una región clave por su situación geográfica, por la belleza de sus paisajes y por sus características naturales. El estar situada al extremo hizo que fuera importante a nivel militar y por ello que a día de hoy conserve tantos restos arqueológicos de otras civilizaciones pasadas. Su población de dedicó tradicionalmente a la agricultura, la ganadería, la minería y la pesca.
Esta última era la que cobraba más importancia y por la que era conocida a nivel nacional, pero pronto tomaría otros carices. El rey Luis I la eligió como lugar idóneo para que la familia real descansara en sus vacaciones y eso motivó a otros monarcas y aristócratas destacados a visitar el municipio. Tan impregnados quedaron del lugar que la construcción de villas de lujo, casonas, cortijos y jardines que las rodeaban fue lo habitual en los años siguientes.
Todo ello supuso un valor extraordinario para el patrimonio de la ciudad, del cual pudieron empezar a disfrutar los turistas bien entrado el siglo XX, cuando el ferrocarril se instauró como principal linea de comunicación en Portugal. A día de hoy tiene lugares maravillosos en los que culturizarse, al mismo tiempo que es un destino ideal para disfrutar de sus playas refinadas, exóticas y bañadas por las frías aguas del Océano Atlántico. Y es por eso que da cabida a toda clase de turistas.
Toda la amplia gama de edificios construidos por las clases altas han quedado para el recuerdo y el disfrute de los cascaenses. Edificios de culto, infraestructuras necesarias, casonas históricas donde se hospedaron antepasados lusos de renombre y lugares en los que conservar y mostrar todo lo que Cascais ofrece. Ser fruto de la suburbanización en torno a la ciudad de Lisboa no fue un impedimento, sino un complemento más para el tránsito de turistas.
En una costa tan escarpada como la de Cascais y en la que las olas irrumpen con fuerza se pueden encontrar fenómenos naturales dignos de presenciar. El más popular es el de los acantilados “Boca do Inferno”, que se traduce como parece, Boca del Infierno. Se trata de un conjunto de rocas calizas erosionadas durante siglos por el mar y que ha formado cavidades entre ellas. Tanto así que el paso del agua por su superficie provoca un ruido extraño denominado como infernal.
La leyenda popular que se cierne sobre esta manifestación cuenta que un viejo hechicero se enamoró de la mujer más bella de la ciudad y la secuestró en su castillo a pies del acantilado por miedo a que se enamorara de otro ser. El criado del mago encargado de cuidar a la chica se acabó enamorando de ella también al verla y ambos quisieron fugarse juntos. Al enterarse, el viejo lanzó un hechizo sobre ellos para que las rocas los cubrieran y desaparecieran para siempre entre gritos. Gritos que podrían explicar a día de hoy ese curioso sonido del agua deslizándose sobre las rocas. Pura fantasía.
Las playas de Cascais se dividen en dos tipos. Al norte encontramos un relieve bastante escarpado en la costa que anima a surfistas a practicar su deporte bajo olas muy potentes. La playa de Guincho es una de las más destacadas, situada en medio del Parque Natural de Sintra y que da ese toque salvaje a la aventura.
Por otro lado, encontramos un litoral mucho más calmado y tranquilo, ideal para familias y turistas que van en búsqueda de unas semanas de relax en verano. Las playa de Caravelos o la de Sao Pedro son las mejores elecciones que se pueden hacer.
Uno de los grandes beneficios que tiene este destino turístico portugués es su gran accesibilidad desde las principales ciudades del país. Cascais cuenta con líneas muy extensas y continuas de tren que hacen que sea muy sencillo y fácil desplazarse hasta el territorio. El transporte público está bien preparado para complementar las posibles llegadas desde el aeropuerto de Lisboa, mientras que si se realizan visitas a otras ciudades tan populares como Estoril o Sintra estaremos a un paso de Cascais.
Los precios son asequibles, ideales para la gente más joven que decide emprender un viaje de estas características. Además, Portugal no es un territorio de los más exigentes a nivel económico a pesar de ser turístico comparado con otros destinos también preferidos como las islas griegas o la zona de Italia. Los beneficios están al alcance de la mano.
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]]>La entrada 12 libros sobre Berlín para conocerla mejor se publicó primero en Ruta Cultural.
]]>Berlín es una de las ciudades más interesantes de Europa. Como capital de Alemania aglutina a una amplia variedad de culturas en sus más de tres millones y medio de habitantes, posee una historia fascinante y tiene algunos de los mejores museos del mundo. Ese conjunto de factores hace que haya mucho que ver en la ciudad, y también bastante que leer. Convencidos de que un buen libro de viaje es una gran ayuda antes de viajar, te recomendamos 12 libros para saber más sobre Berlín, como hicimos ya con las ciudades de Venecia y Roma.
Los enamorados de la capital alemana tienen un buen surtido de libros sobre Berlín de diferentes géneros. En novela, y traducidos al español, hay una variedad fantástica que están plena o parcialmente ambientados en la ciudad. La Historia del siglo XX ha dado mucho juego a los escritores, y la selección que os traemos es, precisamente, de la pasada centuria.
Estamos ante el mejor, o uno de los mejores, libro que se ha escrito sobre Berlín. Alfred Döblin fue uno de esos escritores malditos que todavía no tiene un sitio específico en la literatura. Era judío y se convirtió al cristianismo, estuvo en el partido socialista pero lo dejó desilusionado, leyó a Marx pero se consideraba escritor de la burguesía y marxista heterodoxo.
Como médico en Berlín, conocía la ciudad como la palma de su mano y en 1929 publicó esta obra imperecedera. Berlín Alexanderplatz es un canto de amor a la capital alemana, un retrato de la misma en una época tan interesante como fue la República de Weimar.
Corre el año 1964 y el Tercer Reich sigue en pie. Quizás sea una de las ucronías más atractivas para el gran público, ¿y si la Alemania nazi hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial? Robert Harris explora esa posibilidad en una intensa novela con Berlín de fondo.
Es, sin duda, otra de las grandes novelas ambientadas en Berlín. Es el año 1945 y el Tercer Reich ha caído. La ciudad está rota y se siente el miedo a los ocupantes soviéticos. En las páginas de El buen alemán, Joseph Kanon nos transporta a una Berlín de posguerra en un thriller repleto de berlineses desesperados en busca de sobrevivir en un nuevo mundo.
Una de las más famosas novelas de espías tiene lugar, en parte, en Berlín. Frente al muro que separó la ciudad sucede un acontecimiento que da forma a la trama. Guerra fría y agentes secretos se entremezclan con la pericia narrativa de uno de los grandes escritores de thrilles de espionaje, John le Carré.
Los interesados en Berlín querrán, además de buenas historias ambientadas en la ciudad, conocer la historia real de la capital alemana. Por suerte hay una buena cantidad de opciones para ello, la única «pega» es que la mayor parte es sobre la Berlín del siglo XX.
No es un libro de Historia al uso, pero las memorias del arquitecto del Tercer Reich son un documento esencial para conocer una parte de la Berlín que todavía está en pie. Ni más ni menos que tenemos ante nosotros las palabras de quien planificó una Berlín que durase mil años. Sin embargo, de su obra apenas queda nada en pie.
Las memorias de Albert Speer son un testimonio indispensable para comprender una de las mentes más complicadas del partido nazi, y para obtener un vistazo de la Berlín que nunca fue. Lee la reseña de nuestros amigos de Rea Silvia.
En el 30º aniversario de la caída del muro de Berlín, Ricardo Martín de la Guardia desmenuza los pormenores que llevaron a uno de los momentos más recordados de la Historia europea reciente. Con un estilo sencillo, el autor ha conformado un libro para todos los públicos con una extensión más que asequible. Lee la reseña de nuestros amigos de Rea Silvia.
De mano de uno de los historiadores militares más reconocidos y exitosos nos llega este libro sobre la caída de Berlín. Anthony Beevor narra en su habitual estilo ágil la última gran batalla en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Estamos ante un libro esencial para comprender el sistema de espionaje de la Stasi en la República Democrática Alemana. En él, Timothy Garton Ash descubre, trabajando en los archivos, cómo algunos amigos cercanos habían informado sobre sus actividades cuando estudió en Berlín.
Lo que se encuentra en este libro es una ventana no tanto a la maldad sino a la debilidad humana. Es un trabajo de investigación que ofrece un testimonio demoledor de la vida bajo el totalitarismo.
El Reino de Hierro no es una historia sobre Berlín, pero está intrínsecamente relacionado. Es una obra gigantesca en la que Cristopher Clark recorre la historia de Prusia, desde el margraviato de Brandeburgo hasta su disolución como estado federal alemán.
Junto a la historia de este Estado, esencial para entender Europa, también vemos cómo Berlín cambia a lo largo de los siglos y recibe la impronta de los diferentes gobernantes prusianos.
Si estás pensando en visitar la capital alemana, además de una buena novela y un gran libro de historia sobre Berlín puede que te interese una guía de la ciudad. Te recomendamos que empieces por esta guía online de Ruta Cultural y, si necesitas más, te dejamos tres guías en papel.
Lonely Planet presenta esta guía completa y extensa de la ciudad. Tienes todo lo necesaria para desplegar el callejero e improvisar o para planear con antelación tu visita. Es una opción fantástica.
Esta guía de DK es una opción para los que buscan algo más manejable y compacto. También viene con mapa desplegable y se distingue por ser una guía visual con un top 10 de los diferentes tipos de lugares que visitar.
A pesar de todos los libros de Historia que se puedan leer, no hay nada como visitar la ciudad con esta guía histórica bajo el brazo, especialmente si te interesa hacer un recorrido por el Berlín del Tercer Reich.
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]]>La entrada Los diez mejores parques de España se publicó primero en Ruta Cultural.
]]>Nos adentramos hoy en el mundo verde y refrescante de unos oasis muy especiales: los parques de las ciudades. Para este paseo hemos seleccionado diez parques españoles. No ha sido fácil, seguiremos con el tema en otra ocasión porque nos quedan muchos rincones verdes por visitar.
Estos pulmones verdes son el contrapunto a la vida estresante de la mayoría de las ciudades. El estilo de vida urbano, cada vez más en auge -según la ONU en 2050 el 68% de la población mundial será urbana- lleva consigo el añadido de la contaminación del aire que respiramos, esa otra contaminación visual que cambia los colores de la naturaleza por los del cemento y el metal y la contaminación sonora que nos impide escuchar los sonidos de los pájaros, del agua o del viento entre los árboles.
Conscientes de nuestra necesidad de acercarnos a lo natural, en las ciudades hemos construido, desde la Antigüedad, jardines y parques que facilitan el tiempo de ocio y que son una ventana a la cultura, pues algunos son historia viva de los pueblos que los crearon.
Sin más preámbulos os dejamos esta lista, sin un orden concreto, de los diez mejores parques de España.
Este es uno de los mejores parques de España. Con ciento diez hectáreas de zonas verdes, la ciudad de Valencia convirtió el lecho del Turia en un enorme atractivo para sus ciudadanos y para los visitantes, un paseo verde que atraviesa la población y desemboca en el puerto valenciano.
Vistas espectaculares, zonas destinadas a los más pequeños como el Parque de Gulliver o el Bioparc -para los amantes de los animales-, un refugio para el descanso, la práctica de algún deporte, la fotografía, la lectura, etc. En definitiva, un parque refrescante para el cuerpo y el espíritu.
El Parque del Retiro de Madrid, protegido como Bien de Interés Cultural, es una visita más que recomendable en la urbe madrileña. La capital de España tiene ochenta y nueve parques, pero es este céntrico e histórico jardín el más bello y posiblemente el más romántico de todos.
Entre la frondosa exuberancia de los más de quince mil árboles que pueblan sus ciento veinticinco hectáreas de rincones llenos de magia, arte (obras de Mariano Benlliure, Josep Clarà, Mateo Inurria o Ricardo Bellver, entre otros), arquitectura e historia, encontrarás el Estanque Grande; lugar de celebraciones de competiciones de remo y piragüismo y de uso popular como embarcadero de recreo, o el Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal, utilizados como salas expositivas del Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía, entre otros muchos atractivos culturales y de ocio.
Los que fueron exóticos jardines del Palacio de San Telmo, (hoy sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía), son ahora un pulmón refrescante y romántico en el centro de la ciudad de Sevilla. Declarado Bien de Interés Cultural, sus treinta y cuatro hectáreas son un regalo para los sentidos.
Entre la exuberante vegetación del Parque de María Luisa habitan patos, cisnes, orgullosos y coloridos pavos reales, peces y una variadísima fauna avícola, que regala conciertos muy relajantes.
Tras el alegre ir y venir de los coches de caballos que recorren sus avenidas se esconden rincones como el Estanque de los patos, con su romántico cenador, el Monte Gurugú, o un buen número de fuentes y estanques de sabor árabe que recuerdan los estanques de los jardines de La Alhambra.
En su famosa Plaza de España, donde se encuentra el Museo Histórico Militar, habitaron personajes de películas como Lawrence de Arabia o Star Wars y en la zona sur del parque, en los que fueron pabellones de la Exposición Iberoamericana de 1929, situados en la Plaza de América -popularmente conocida como la Plaza de las palomas- esperan dos interesantes museos: el Museo de Artes y Costumbres Populares y el Museo Arqueológico.
La Península de la Magdalena, uno de los principales atractivos de Santander, es un espacio verde que contiene un Palacio Real, playas, un parque marino y un muelle, «el de las Carabelas», en el que encontrarse con embarcaciones piratas.
Es además un parque que tiene el privilegio de unas vistas impagables: el Cantábrico, la bahía de Santander y su puerto; un jardín junto al mar, un auténtico lujo.
Un tren turístico, que recorre durante veinte minutos este bellísimo parque, salpica el recorrido con anécdotas e historias de su historia.
El Parque Municipal del Monte de San Pedro de A Coruña es un precioso refugio verde de casi ocho hectáreas construido sobre un antiguo asentamiento militar.
Las vistas sobre la ciudad y sobre una amplia franja de costa que abarca desde el cabo San Adrián y las Islas Sisargas o los cabos Prior y Prioriño son un auténtico espectáculo.
A los atractivos, ciertamente singulares, de este parque, como las garitas, los refugios subterráneos o los barracones para la tropa y las espectaculares baterías de costa, hay que sumar un laberinto inglés realizado con plantas italianas, un estanque con patos, una sala expositiva de piezas militares y varias zonas de juegos infantiles.
Para salvar los desniveles y disfrutar de las magníficas vistas en 2007 se instaló un elevador acristalado que es una gozada, y en lo más alto espera la cúpula de un observatorio utilizado como mirador y una cafetería para recuperar fuerzas.
Un lujo este entretenido parque de la capital gallega que no te puedes perder en tu visita a la ciudad.
Y seguimos con vistas al mar, porque el Parque de Mataleñas tiene acceso directo a la playa que le da nombre: la Playa de las Mataleñas, una cala al abrigo de altos acantilados cuyos verdes caminos hasta llegar a su arena blanca se grabarán en tu memoria.
Cerquísima del Faro de Cabo Mayor, que no puedes dejar de visitar, este parque es una belleza de veinte hectáreas, poco conocido por los visitantes de Santander.
Repleto de vida animal y vegetal, encontrarás en él un campo de golf, circuitos para correr, un merendero o un pequeño zoo. Un auténtico respiro lleno de belleza, un refugio de paz para el descanso del espíritu.
La situación de este oasis verde sobre el borde de la playa del Riconín, a la que debe su nombre, y por tanto abierto al Cantábrico, ofrece unas magníficas vistas de la ciudad de Gijón al filo de los acantilados.
Entre sus arboledas encontrarás esculturas como la “Madre del Emigrante” y “Solidaridad”, un carril bici para disfrutar de sus idílicas vistas y zonas de juegos para niños. Además en este precioso parque se admiten perros, con lo cual no tendrás que dejar tu mascota en casa.
Este parque es todo un pulmón verde que ayuda a refrescar las calurosas noches del verano de la ciudad de Badajoz. En su veintitrés hectáreas encontrarás pistas deportivas para practicar futbol, atletismo o patinaje. Y, para los más tranquilos, extensas praderas verdes y un embarcadero, kioscos, cafeterías y zonas infantiles.
Situado en la margen derecha del Guadiana y muy cerca del Hornabeque del Puente de las Palmas (un histórico elemento defensivo de la fortificación de la ciudad), ofrece imágenes inolvidables, como el reflejo de las luces del puente en las plácidas aguas del río al caer la noche.
Esta es la joya oculta del ranking. Si vas a Segovia volverás con imágenes imprescindibles del Alcázar, el Acueducto o la Catedral, pero si no te paseas por la Alameda del Parral, te seguirá faltando un imprescindible.
La belleza de este parque nos permite recomendártelo a sabiendas de que te enganchará. Es una joya del cinturón verde de Segovia, atractivo en cualquier época del año. Sus caminos transitan a lo largo del cauce del río Eresma entre las sombras de hermosos álamos que conducen hasta el Monasterio de Santa María del Parral y la Real Casa de Moneda.
Desde sus caminos disfrutarás de espectaculares vistas de la muralla y del Alcázar. ¡Llévate la cámara, querrás conservar estas imágenes!.
Las ciento sesenta hectáreas de este parque se encuentran en la zona de la Feria de Madrid. Construido sobre los terrenos de un antiguo olivar del que conserva un importante testimonio, ofrece además un lago, un auditorio al aire libre con capacidad para nueve mil quinientas personas y una colección de esculturas abstractas de artistas internacionales que ha generado un paseo conocido como «La Senda de las esculturas».
Además de paseos relajantes en un entorno que cura el estrés de una ciudad como Madrid, este enorme parque ofrece espacios para diversas actividades deportivas: una pista de patinaje, zonas de pesca y piragüismo, carril bici y un servicio de bicicletas, ¡gratis!
No es el único servicio gratuito: cada media hora hay un tren que hace un recorrido por el parque. Y los fines de semana se organizan talleres para los más pequeños.
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]]>La entrada Los lucayos, aborígenes de las Bahamas se publicó primero en Ruta Cultural.
]]>Destinos como Trinidad de Cuba, que son un museo viviente, nos permiten ver las huellas de los colonos en el paraíso caribeño. Resulta más complicado, sin embargo, encontrar vestigios de aquellos que habitaron estas tierras antes de la llegada de Cristóbal Colón y sus sucesores europeos.
Si pensamos en las Bahamas, ese país formado por unas setecientas islas dispersadas por el Mar Caribe, se nos vienen a la cabeza el sol y las playas de aguas cristalinas, el turismo de crucero o eventos internacionales como el certamen de Miss Mundo celebrado en 2018 o el reciente campeonato de póker PSCP que ganó el español Ramón Colillas. Sin embargo, este paraíso natural que no llega a los 400.000 habitantes permanentes pero recibe millones de visitas de todo el mundo, cuenta con una rica e interesante historia de la que todavía quedan algunos rastros.
Bahamas forma, junto con las Islas Turcas y Caicos, el Archipiélago de las Lucayas. Este nombre procede de los habitantes originarios de este territorio: los lucayos.
Cuando Cristóbal Colón vio tierra en su expedición a las Américas, su primera parada fue en Bahamas. Se considera que esa isla de Guanahaní donde arribó La Pinta en 1492 es lo que hoy en día se conoce como San Salvador, una de las islas habitadas de Bahamas. Los lucayos fueron la primera de las culturas que Colón se encontró en su viaje, y fueron descritos como personas pacíficas y afables.
Es gracias, en parte, a los diarios de Cristóbal Colón que conocemos cómo vivían estas gentes, aunque hay que destacar también la labor de los arqueólogos. Destaca el Dr. Julian Granberry, pionero en la arqueología bahameña, quien empezó su trabajo ya en los años 50 y en los 80 creó el Bahamas Archaeology Team, que se encargó de trazar la historia precolombina de las islas basándose en los topónimos y descubrió los primeros vestigios lucayos en la isla de New Providence.
Los lucayos formaban parte de la etnia de los taínos, los pueblos que habitaban la zona del Caribe y también parte de América del Sur. De hecho, es un misterio saber cómo llegaron a las islas de Bahamas. Los taínos, aunque con algunas diferencias entre ellos, compartían costumbres, herramientas o lengua. Se hablaba arawak, también conocido como lengua arahuaca o maipureana. Hubo un momento en que estas lenguas arawaks estaban presentes desde el norte de Bahamas hasta Bolivia.
Antes de la llegada de Colón, los lucayos tenían su propio sistema legislativo, rituales, actividades lúdicas y habían establecido rutas comerciales entre las islas. Se cree que el navegante regresó a España con algunos de estos aborígenes, pero no se conoce cuál fue su destino.
Se calcula que los lucayos vivieron en las Bahamas entre los siglos IV y XVIII. Cuando los españoles llegaron a las islas, habría unos 40.000 habitantes; para principios del siglo XVI habían dejado de funcionar como una comunidad independiente, y a finales del siglo XVIII, bajo la corona británica, ya no había nadie de esta cultura.
Se sabe de la presencia de los lucayos por todas las islas habitadas de las Bahamas, especialmente en el sur, y en las Islas Turcas y Caicos. Es en estas últimas y en San Salvador donde más patente está esta herencia.
En la isla de San Salvador se encuentra uno de los puntos donde mejor se adivina cómo era la vida de los lucayos, quienes se hacían llamar “gentes de las islas”. El yacimiento arqueológico de Pigeon Creek nos ofrece un abanico de las distintas fases por las que ha pasado este lugar en el mundo: lucayos, españoles, británicos… todos quedaron prendados de un paraíso natural que tiene mucho más que ofrecer de lo que parece.
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]]>No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: "El arte es el hombre añadido a la naturaleza." Vincent Van Gogh. Cartas a Theo.
Cuando era niño veía su nombre en una lápida del cementerio de la iglesia donde su padre ejercía como pastor. Allí estaba enterrado un hermano fallecido al nacer y cuyo nombre heredó. No sabemos si guarda relación con la muerte del primer Vincent Van Gogh, pero su madre nunca le demostró mucho cariño al segundo. Fue ella quien le guió en sus primeros dibujos (a todos los hermanos), e incluso a fabricar sus propios lápices de ceras.
Vincent Van Gogh descansa en el cementerio de Auvers-sur-Oise, a unos treinta kilómetros de París, bajo otra lápida con el mismo nombre que aquella que veía en su infancia. A su lado, cubiertas las dos bajo un manto de hiedra verde, otra tumba cobija los restos de su querido hermano Theo.
Su muerte, provocada por un disparo, está envuelta en un espeso misterio. En un principio se dijo que fue un suicidio, después, que pudo ser un accidente fortuito, pero cada vez cobra más cuerpo la posibilidad del asesinato. Un grupo de jóvenes burgueses cuyo "cabecilla" era René Secrétan, dueño del arma que mató a Van Gogh, estuvieron burlándose de él y humillándole horas antes de su muerte.
En Auvers-sur-Oise pasó los últimos setenta días de su intensa vida. Vincent Van Gogh fue un hombre atormentado, apasionado e inquieto, sin duda excesivo. Vivió treinta y siete años durante los cuales tuvo al menos treinta y ocho direcciones, entre otros sitios vivió en: La Haya, Bruselas, Amberes, Amsterdam, Londres, París, Ramsgate, Arlés, Saint-Rémy-de-Provence y en la citada Auvers-sur-Oise, que vive hoy volcada en la figura del genial pintor holandés.
Mucho más han viajado sus obras. Sus más de novecientos cuadros y mil seiscientos dibujos, así como sus grabados, están repartidos por museos y colecciones de todo el mundo. En vida Vincent Van Gogh vendió muy pocos cuadros, uno de ellos fue "El viñedo rojo" que pintó en Arlés en 1888.
Durante mucho tiempo esta preciosa estampa de vendimiadores pasó por ser la única obra que vendió en vida. Hoy se expone en el Museo Pushkin de Moscú. Lo compró la pintora belga Anna Bosch que pagó por él el equivalente a unos setecientos euros. Pero aunque vendió algunos más, Van Gogh nunca pudo vivir de la pintura.
En la actualidad su firma, que convoca precios millonarios, es deseada por coleccionistas y museos de todo el mundo.
Entre las innumerables ciudades donde encontrarse con obras de Vincent Van Gogh están Berlín, Dresde, Colonia, Munich, Sidney, Viena, Bruselas, São Paulo, Toronto, El Cairo, Edimburgo, Nueva York, París, Avignon, Jerusalén, Madrid, Milán, Roma, Osaka, Tokio, Amsterdam, La Haya, México, Londres, y un larguísimo etcétera.
Durante aquellos setenta últimos días, mientras intentaba curar sus brotes psicóticos bajo los cuidados del doctor Gachet, tuvo tiempo de pintar setenta y dos cuadros, mas de treinta dibujos y un grabado.
Van Gogh adquirió un buen nivel cultural de manera autodidacta, pues tuvo que dejar los estudios con sólo quince años para ayudar en la maltrecha economía familiar. A pesar de lo cual hablaba cuatro idiomas y consiguió los conocimientos necesarios para desarrollar su gran pasión, la pintura. Aunque antes transitó por distintos caminos profesionales.
Comenzó trabajando en Goupil & Co (más tarde Boussod & Valadon), una importante compañía internacional de comercio de arte de La Haya, de la que su tío Vincent y su hermano Theo fueron socios. Se adaptó bastante bien a esta nueva vida, llegando a escribir:
Es un negocio maravilloso. Cuanto más tiempo se trabaja en él más ambicioso se vuelve uno.
La empresa lo trasladó a una sucursal de Londres y después a París, lo que le permitió estar en contacto con el efervescente mundillo del arte de la capital francesa y recibir influencias de pintores como Jean-François Millet, cuya obra le llamaría especialmente la atención.
Su difícil carácter le complicó siempre la vida. Fue despedido de esta importante empresa porque intentaba influir en los clientes según sus propios gustos. Vincent no se cortaba un pelo al opinar contra algún autor por muy de moda que estuviera, y aconsejar a los clientes que no compraran su obra.
Desencantado con esta faceta profesional, durante la que fue rechazado por la primera mujer de la que se enamoró, intentó ser pastor como su padre. Pero de nuevo la intensidad de sus actitudes y su imposibilidad de acatar órdenes que contradijeran sus ideas acabaron con esta etapa de manera frustrante.
De modo que con veintisiete años Vincent Van Gogh había sido rechazado por su madre, por la iglesia y por la mujer que amaba, y decidió refugiarse en la pintura.
El carácter apasionado e impulsivo de Vincent no era bien entendido por las mujeres. Las dos primeras ocasiones en las que se volvió loco de amor fueron dos fracasos muy dolorosos para él y fueron un anticipo de lo que sería su vida amorosa.
La primera fue Eugenia, que era hija de la patrona de la pensión donde se hospedaba en el barrio londinense de Convet Garden. Se enamoró locamente de ella, pero la chica estaba comprometida y lo rechazó.
En la primavera de 1881 Vincent llegó a Etten, en los Países Bajos, para visitar a su hermano Theo. Allí se enamoró perdidamente de su prima Cornelia Adriana Vos-Stricker, que acababa de enviudar. Le propuso de inmediato matrimonio y ella espantada le dijo que jamás. Pero Vincent no aceptaba un no por respuesta y siguió insistiendo, siempre sin éxito, y con el enfado de sus tíos y de su padre.
Después de estos rechazos, dirigió su vida a la religión e intentó hacerse pastor protestante. Como tampoco consiguió ser un predicador se fue a La Haya para dedicarse de lleno a la pintura.
En enero de 1882 encuentró pidiendo limosna en las calles de La Haya a Christina Clasina María Hoornik, a quien llamaba “Sien”. Con treinta y dos años, aquella prostituta alcoholizada, embarazada y con una hija conmovió el corazón del artista y la llevó a su casa. Sien y sus hijos fueron sus modelos. Vincent Van Gogh tenía veintinueve años.
Este invierno me encontré una mujer embarazada que tenía que hacer la calle para ganar su pan, ya sabes cómo. La tomé como modelo, y he trabajado con ella todo el invierno… he podido protegerla a ella y a su hija del hambre y del frío compartiendo con ellos mi propio pan. Comencé una nueva vida, no a propósito, sino porque tuve la oportunidad de empezar de nuevo y no rehusé hacerlo.
Vincent se enamoró de Sien y quiso casarse con ella, pero esta tuvo que volver a la prostitución pues él no vendía su obra y eran cuatro a la mesa. Al enterarse Theo de sus planes de boda le amenazó con retirarle el dinero que le pasaba y Vincent la abandonó.
Hacia finales de 1884 se mudó a Nuenen, también en los Países Bajos, aquí pintó su primera gran obra: "Los comedores de patatas", y aquí se enamoró perdidamente de una vecina: Margot, que tenía diez años más que él.
La relación era imposible por la negativa de Margot, que ante la insistencia de Vincent intentó suicidarse con estricnina. Esto provocó un escándalo que hizo que Van Gogh se marchase de Nuenen. Pero aquellos dos meses de amor no correspondido los recordó el artista hasta su muerte.
En sus Cartas a Theo le escribe a su hermano:
…amar es fácil, lo difícil es ser amado por quien uno ama.
En 1890 Van Gogh conoció a Marguerite Gachet. Marguerite era hija del doctor que cuidó de él en aquellos setenta últimos días de su vida en Auvers-sur-Oisey. Uno de sus famosos retratos es precisamente de su amigo el doctor Gachet, que a pesar de la amistad y el cariño que los unía no consintió que su hija se uniera a aquel desequilibrado artista, al que sin embargo ella amaba de verdad.
Durante mas de cincuenta años Marguerite se ocupó de que no faltara en la tumba de Vincent un ramo de flores amarillas.
Theo Van Gogh era el hermano pequeño de Vincent. Fue un marchante de arte de éxito, socio de Goupil&Co. Las cosas le iban bien y cuidó económicamente de Vincent que era incapaz de salir adelante por sí mismo. Lo apoyó siempre, cuidó de su hermano y lo animó para que hiciera lo que más le apasionó siempre: pintar.
Theo intentó dirigir la carrera de Vincent y gracias a él conoció en París, donde vivieron juntos en una casa de Montmartre, a Paul Gauguin, Paul Cézanne, Henri de Toulouse-Lautrec, Henri Rousseau, Camille Pissarro y Georges Seurat.
Fue Theo quien convenció a Gauguin para que visitase a Vincent, que se había trasladado a Arlés. Gauguin era reacio a vivir y compartir su trabajo con el conflictivo Vincent, pero Theo lo convenció de una manera incontestable: le pagó una cuantiosa deuda a cambio de que acompañara a su hermano.
Las cosas no salieron bien, eran dos caracteres muy fuertes y acabaron como el rosario de la aurora. Fue durante su convivencia en Arlés cuando Vincent perdió media oreja. No se sabe bien si fue él mismo quien se la cortó o tuvo ayuda de Gauguin que después de aquello salió corriendo y nunca más volvieron a juntarse.
Theo murió unos meses después que Vincent, con tan sólo treinta y tres años. Fue su esposa quien se ocupó de enterrarlo junto a su hermano y quien, años después, se encargó de la publicación de las cartas que durante veinte años Vincent le envió a su hermano Theo.
Estas cartas son una biografía del artista y del hombre, que se desnuda ante su hermano, pero además son una confesión estética que ayuda a entender mejor la obra de este creador único. Cartas a Theo es un libro imprescindible para conocer a fondo la obra y la personalidad de Vincent Van Gogh.
"Los comedores de patatas", que se encuentra en el Museo Vang Gogh de Amsterdam, es como dijimos antes, su primera gran obra, fechada en 1885. Lejos aún de los luminosos colores que caracterizarán su obra posterior, este cuadro es un retrato realista y conmovedor de la pobreza en la que vivían los campesinos de Nuenen. Ayudado por los colores oscuros y terrosos muestra en él la clara influencia del francés Jean-François Millet.
Antes, durante su estancia en La Haya, dejó una serie de pinturas realistas también, entre las que destacan los retratos de su amada Sien y de sus hijos.
Durante su estancia en Amberes, después de huir de Nuenen por el escándalo con su vecina, se acercó a las estampas japonesas y al modelado, pero fue en París durante el tiempo que vivió con Theo cuando se acercó a los impresionistas y su paleta se llenó de la luz de aquellas pinturas que marcaron su obra.
En la etapa final de París pintó varios retratos de Père Tanguy, que ofreció la trastienda de su negocio como sala de exposiciones que usaron Gauguin, Seurat y el mismo Van Gogh. Uno de esos retratos se considera la obra más representativa de esta etapa.
Convencido de que necesitaba encontrarse con la luz del Mediterráneo, se marchó a La Provenza, donde se encontró con los colores puros que había estudiado en las estampas japonesas.
Aquel fue un periodo fértil para su obra, pero si cuando llegó a París apenas le quedaban dientes por culpa de la sífilis, aquí el abuso de la absenta y las incontables horas de trabajo agravaron su condición física y su debilidad mental.
Llegó a Arlés en 1888 y su paleta se llenó de amarillos, verdes y azules intensos, y sus pinceladas se comenzaron a tornar en ondulantes surcos de impaciencia y pasión.
Pintaba sin parar y dejó paisajes, retratos, puestas de sol, autorretratos como el "Autorretrato con la oreja vendada"; interiores como su "Dormitorio de Arlés", o "El café de noche" que pintó en tres noches consecutivas, o flores como sus famosos "Girasoles" o el precioso campo de "Lirios".
Estos últimos años estuvieron marcados por su inestabilidad mental y sus internamientos voluntarios en psiquiátricos como el de Saint-Rémy-de-Provence donde ingresó un año antes de su muerte. Allí nacieron los remolinos de su famosa "Noche estrellada", considerada su obra maestra.
Para ver este cuadro, que realizó Van Gogh con óleos humedecidos y pinceles muy finos, hay que visitar el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Regresó a París y de allí se marchó a Auvers-sur-Oise. Enamorado de los paisajes de Auvers, cuidado por el doctor Gachet e ilusionado con la hija de éste, Margarita, se volvió a fundir con la pintura y no paró de pintar hasta encontrar la muerte dos meses después de su llegada.
Estoy plenamente absorbido por estas llanuras inmensas de campos de trigo sobre un fondo de colinas, vastos como el mar, de un amarillo muy tierno, un verde muy pálido, de un malva muy dulce, con una parte de tierra labrada, todo junto con plantaciones de patatas en flor; todo bajo un cielo azul con tonos blancos, rosas y violetas. Me siento muy tranquilo, casi demasiado calmado, me siento capaz de pintar todo esto. Le escribía a Theo.
Retrata a su médico, casi esculpe en el lienzo la iglesia de Auvers, se llena con los paisajes que rodean el pueblo. Utiliza un formato horizontal de doble cuadrado, como el que usó para inmortalizar el "Campo de trigo con cuervos", que se puede ver en el Museo Van Gogh de Amsterdam.
En sus "Cartas a Theo" Vincent le habla de la soledad y la melancolía que tienen estos últimos paisajes de trigales bajo cielos amenazantes. Algunos vieron en los cuervos que sobrevuelan los campos de trigo una premonición de la muerte.
En Auvers, desaparecieron poco a poco los colores cálidos de la Provenza. Sólo dos días antes de su muerte se sumergió en las "Chozas en Cordeville, en Auvers-sur-Oise", expuesto en el Museo de Orsay de París, donde las casas parecen engullidas por la espesa vegetación.
A Vincent Van Gogh, que pintaba in situ, lo ha catalogado la historia como Postimpresionista. En algún epígrafe tenía que estar, pero es seguro que no hay otro autor tan personalísimo y único, tanto en la técnica como en el tratamiento matérico de los temas, como este loco, sensible y maravilloso artista que es uno de los grandes genios de la pintura.
La entrada Vincent Van Gogh, la belleza de la locura se publicó primero en Ruta Cultural.
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